“Dentro del campo, Juanele ha sido el jugador más inteligente con el que he coincidido nunca. Curiosamente ha sido esa mente suya la que le ha jugado tan malas pasadas fuera del césped y le ha llevado donde está”.
Lo dice a EL ESPAÑOL uno de los muchos jugadores que compartió vestuario con Juan Castaño Quirós, Juanele para los aficionados. El ‘Pichón de Roces’ (concejo gijonés en el que se crió) ha sido uno de los delanteros españoles más hábiles de la historia. Un fantasista. Rápido, imprevisible, eléctrico… pero con un talón de Aquiles: su enfermedad mental, que esta semana le ha llevado al borde de la muerte.
Juanele (Gijón, 1971) fue diagnosticado de bipolaridad cuando todavía estaba en activo y militaba en las filas del Real Zaragoza. Un mal que le hizo abandonar el fútbol profesional cuando solamente tenía 38 años. Ingresos en el hospital, varios intentos de suicidio, y otros tantos episodios de violencia: desde romperle la nariz al sobrino del alcalde de Santander, hasta pegarle a su novia con un bate de béisbol. Ese último incidente le llevó a prisión en 2015. Y ahora, la intoxicación que ha podido acabar con su vida. El exfutbolista asturiano se encuentra ingresado en un hospital de Gijón tras haber ingerido un cóctel de pastillas. Está en Cuidados Intensivos y el mundo del fútbol sigue conmocionado al ver la caída a los infiernos del Pichón.
Miedo en el confinamiento
“Por lo que me cuentan, Juanele no llevó muy bien la parte del confinamiento”, le cuenta otro excompañero (todavía en shock por la noticia) a EL ESPAÑOL. Los últimos meses no han sido los mejores para Juan Castaño Quirós, diagnosticado de trastorno bipolar. Aunque aseguraba, a principios de la pandemia, que se encontraba fenomenal tras haber atravesado un bache, confesaba tener miedo. “Mucho miedo. Quién no lo tiene, con estas noticias”, explicaba en El Comercio allá por abril. Su hija María, que va para enfermera, estaba haciendo las prácticas en un hospital de Madrid cuando empezó la pandemia. Hasta que no volvió a Gijón, no se quedó Juanele tranquilo.
El encierro le motivó a imponerse rutinas para no recaer. Juanele se levantaba a las 8 de la mañana y sacaba a pasear a Thor, su perro de raza golden retriever. Hacía la compra en el supermercado y se volvía a casa. Veía series, películas, jugaba a cartas con su chica y al parchís. Lo que más echaba de menos era volver a echar panchangas con los amigos. Porque la vuelta al futbol de Juanele, en calidad de futbolista, técnico o directivo, era una cuestión latente desde que se retiró. Especialmente para él, que encontraba en el deporte su mejor antídoto.
Cóctel de pastillas
La noche del miércoles 29 de julio, el Pichón fue hallado inconsciente en su piso del barrio de Pumarín, en Gijón. Había ingerido una gran cantidad de pastillas y había sufrido una intoxicación por la que fue trasladado de urgencia al Hospital de Cabueñes, donde ingresó en la Unidad de Cuidados Intensivos.
Allí permanece, y ni en su entorno tienen claro que se trate de un intento de suicidio, que fue la primera hipótesis que circuló. Aunque ya había protagonizado alguno con anterioridad, apuntan fuentes próximas al exfutbolista que “podría ser un error al preparar las dosis, que Juanele toma mucha medicación”.
Lo que sí rechazan de pleno todos en su entorno es que haya existido algún problema de adicciones de por medio: “No sé qué cosas contarían cuando jugaba, pero Juanele era un tío sano que ha pasado más antidopings de los que te puedas imaginar, siempre sin problemas”, cuenta un centrocampista que coincidió con él en segunda división. “Yo he estado de fiesta con él durante nuestra etapa en activo y no tomaba drogas. Todo leyenda. Aquí el problema está en su trastorno y en su medicación”; concluye otro excompañero. En lo que también coinciden todos es que es un bache inesperado que le ha llegado en uno de los mejores momentos de su vida, cuando estaba apostando de nuevo por su regreso al fútbol en su barrio de Roces.
Una vida difícil
De baches sabe Juanele, que los conoce desde que tiene uso de conciencia. Nació en un entorno difícil, sin padres; fue criado por sus abuelos en el concejo de Roces, en el área rural de Gijón. Ese contexto familiar hizo que fuese un niño conflictivo. Se metía en problemas y no le interesaba demasiado el colegio. Pero tenía un don especial con la pelota.
Llegó al Sporting de Gijón, el equipo de sus amores, con 10 años. Aquellos primeros informes ya hablaban de un niño con problemas de conducta. Un chico con un cuerpo aparentemente endeble pero una personalidad volcánica. Su falta de constancia y su querencia a meterse en problemas lo sacaron del Sporting y lo mandaron al modesto Veriña. Allí despuntó y volvió a la cantera de Mareo.
Juanele estaba llamado a ser el heredero de la denominada “Quinta del Yogurín”, la última gran camada de canteranos de Mareo en la que había nombres como Luis Enrique (que se fue al Madrid), Abelardo (al Barça) o Manjarín (al entonces Súperdepor). El Pichón, el niño díscolo y de aspecto frágil, superó las expectativas: todavía se recuerdan los meneos al Real Madrid, en los que el propio Fernando Hierro, capitán de la selección española, perdió los nervios y le tiró una parada en mitad del campo para intentar frenar su exhibición.
Lo mismo que se salía dentro del campo, se pasaba fuera de él. En 1994, ya como estrella sportinguista, tuvo su primer incidente grave: una noche de fiesta le rompió la nariz al sobrino del alcalde de Santander, en un episodio por el que el futbolista fue portada. Fueron esos informes de comportamiento inadecuado los que evitaron, cuentan, que firmase por un grande. Juanele tenía que haber fichado por el Barça, que le seguían, pero los culés se llevaron a dos compañeros de equipo (Abelardo e Iván Iglesias, que nunca triunfó de blaugrana) y él puso rumbo a Tenerife, durante la época del club insular en la máxima categoría. De ahí dio el salto al Real Zaragoza, cuando el conjunto maño todavía era temido en toda Europa y venía de ganar una Recopa al Arsenal.
Diagnóstico en Zaragoza
Aquella época fueron sus días de vino y rosas. Juanele era un crack internacional que incluso fue convocado a un mundial (aunque no disputó un solo minuto). A Zaragoza llegó en 1999 con vitola de estrella y se marchó en 2004 con graves problemas mentales. Algo pasó en Zaragoza, que a Juanele le cambió la vida. Fue entonces cuando le diagnosticaron su trastorno bipolar, aunque compañeros exfutbolistas aseguran que “no fue el único que salió quemado de aquel Zaragoza. Algo tuvo que suceder que se nos escapa. Juanele salió de allí muy quemado”.
“Entonces no me daba cuenta. Pensándolo ahora, sí que lo notaba por cosas que hacía en el campo y fuera de él. Me di cuenta de que era bipolar. Necesitaba tratamiento y ayuda”, confesaba en una entrevista al diario de su ciudad. Juanele tenía 33 años y aún podía dar mucho fútbol. Pero lo importante era que se recuperase de las depresiones. Ahí entró en escena Lillo.
Juan Manuel Lillo, actual segundo entrenador de Guardiola en el Manchester City, lo fichó para el Terrassa, el equipo que entrenaba en la temporada 2004-05. El equipo estaba en Segunda división y parecía un paso atrás en la carrera de un crack como Juanele. A efectos prácticos lo era; la auténtica razón para llevárselo a Terrassa fue intentar ayudarlo. La consigna era recuperarlo primero de su trastorno y luego, si se podía, para el fútbol.
El ocaso del Pichón
En Terrassa encajó bien en el vestuario: “La calidad la tenía toda y no era una persona en absoluto conflctiva. La imagen de follonero que tenía aquí nunca se la vimos. Un tipo humilde, sencillo”. Sin embargo, el propio Juanele reconoció que en aquel entonces “estaba muy mal de la depresión, no estaba para jugar”. Y recayó. Sucedió un día que los jugadores del Terrassa notaron que Juanele no había ido a entrenar. Ni al siguiente tampoco. Ni al siguiente. Una semana en la que no dio noticias. Solamente Lillo sabía lo que le sucedía en realidad al asturiano. Él y varios jugadores del equipo tuvieron que ir a rescatarlo a su casa, donde permanecía en una especie de confinamiento forzoso a causa de su trastorno.
Solamente jugó 16 partidos con el equipo egarense. A partir de ahí, todo fue bajada. Lo intentó en el Avilés de su Asturias natal. Lo intentó en divisiones cada vez más bajas hasta llegar al fondo, a Regional. En el Calamocha después y en el Roces al final, el equipo de su barrio, donde se retiró. O lo retiraron por el trastorno, según dice.
Dejó el fútbol en 2007 y los años posteriores no fueron sencillos. Su trastorno le provocaba severas crisis que le hacían perder el control, hasta el punto que le llevaron a prisión. Fue en 2015, cuando entró en la peluquería de la que entonces era su novia y la agredió con un bate de béisbol: “Fue una agresión brutal. Entró en la peluquería y sin mediar palabra sacó un bate de béisbol que llevaba debajo de la sudadera. Me dio un golpe en la parte de atrás de la cabeza, caí al suelo y me quedé medio inconsciente, pero él seguía dándome por todo el cuerpo. Venía a matarme y casi lo consigue”, declaraba Ana, la agredida.
Juanele entró en la cárcel de Villabona (Asturias) en abril de 2017 y allí dentro pasó un año, rechazando incluso los permisos penitenciarios que le querían conceder. Pasó un año leyendo y reflexionando, con ganas de reconstruir su vida. Cuando salió, afirmó haberse convertido en un hombre nuevo. Reconocía su culpa, su enfermedad y se mostraba listo para afrontar el último bache, la última gambeta. Justo antes de la pandemia aseguraba estar pasando por su mejor momento, pero una nueva recaída ha puesto fin al último vuelo del Pichón.
Juanele es un verso libre y entiende la vida igual que jugaba al fútbol: sin patrones, improvisando, como en el patio del colegio. Un tipo que llegó al Sporting de Gijón siendo un niño conflictivo de la periferia y salió de allí siendo un crack mundial. Juanele jugaba (y vivía) sin corsé. Las últimas informaciones del hospital confirman que ya está consciente y orientado. El partido ahora está más bronco que nunca. Era en esas cuando el Pichón sacaba sus regates más inverosímiles. Los mismos que le hacen falta ahora para poder recuperarse.