Francisco José, de 40 años, y su hijo mayor, de 8, habían ido a disfrutar juntos de un feliz día de caza. El padre tiraba a las palomas y su niño lo acompañaba de cerca, aprendiendo a su lado. Venían del municipio sevillano de La Puebla del Río, en el entorno de Doñana, tierra ancestral de cazadores, y participaban en una jornada de caza menor en Azuaga (Badajoz) durante la temporada de media veda de Extremadura, que se extiende del 15 de agosto al 8 de septiembre. En la finca El Morro los rodeaba el paisaje de la dehesa de Sierra Morena, muy cerca de la frontera con Córdoba.
En torno a las 19.30 horas de este sábado 29 de agosto, sonó un disparo trágico, espantoso. El niño, según la investigación inicial de la Guardia Civil, cogió una escopeta del padre y disparó el gatillo, o se le disparó. El único tiro de un cartucho relleno de más de cien perdigones de plomo impactó de lleno en la cabeza de su padre, por detrás del cráneo. Francisco José cayó a los pies de su hijo. Los compañeros de cacería avisaron al 112, y una ambulancia de los servicios de emergencia de Azuaga y una patrulla de la Guardia Civil de Llerena corrieron a la finca en su ayuda. Los sanitarios le aplicaron técnicas de reanimación. No pudieron devolverlo a la vida. Trasladaron el cadáver al Instituto de Anatomía Forense de Badajoz y allí le practicaron la autopsia.
La Guardia Civil dice que “todo apunta, presumiblemente”, a que el niño disparó el arma por “accidente”, aunque está abierta la investigación para esclarecer las circunstancias exactas, según explica este lunes a EL ESPAÑOL una portavoz de la Comandancia de Badajoz. Queda por aclarar si el padre le prestó su escopeta a su hijo, o si fue el pequeño el que en un descuido del adulto la agarró y empezó, jugueteando por curiosidad, a apuntar con ella, o incluso si fue un fallo de otro tipo y el niño no llegó a tocar el arma ni apretar el gatillo, como sostiene la familia. La investigación del caso la dirige el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción Único de Llerena (Badajoz), a cargo del juez Rodrigo Marcos Vian.
Sufrimiento doble
Un portavoz del Ayuntamiento de La Puebla del Río, donde el cazador (nacido en la vecina Coria del Río) vivía con su familia, cuenta a este periódico que parientes del fallecido le han “recalcado que el niño no apretó el gatillo, aunque estaba presente”, manteniendo así la versión menos dolorosa de que el arma se disparó de forma fortuita sin mediación ninguna del pequeño.
En La Puebla del Río, la familia del difunto sufre doblemente: por haber perdido a su querido Francisco José y por el temor de que al niño, un inocente de 8 años, lo vaya alguien a marcar con el estigma de la culpa. Éste es el mayor de sus dos hijos. El pequeño tiene apenas un año. Su suegro, muy dolido, dice al periodista: “Han publicado ‘Un niño mata a su padre de un tiro’. ¡El niño no ha matado a su padre, ha sido un accidente! Lo van a señalar en el colegio, ¡eso es muy duro!”. La viuda, joven, vestida de negro de luto, sólo quiere añadir unas palabras: “Mi hijo no ha cogido el arma en ningún descuido”. El niño del accidente asoma detrás en el zaguán de la casa, tan pequeño.
La Guardia Civil no ha precisado de qué tipo son la escopeta y la munición implicadas en el siniestro, pero una fuente consultada del sector cinegético explica que en la caza de la paloma común se suele emplear una escopeta semiautomática con tres cartuchos del 6, que contiene cada uno 150 perdigones de plomo o más que pesan en total unos 30 gramos. Estima que “para poder matarte, una escopeta tiene que alcanzarte a una distancia inferior a 10 metros”.
Posibles secuelas
Al padre cazador lo enterraron este domingo 30 de agosto a las siete y media de la tarde en el cementerio de La Puebla del Río, tras un funeral en la iglesia de Nuestra Señora de la Granada. En el sepelio lo acompañaron unas doscientas personas, calcula un vecino que asistió. El gobierno local ha puesto a disposición de la familia de la víctima ayuda psicológica u otra que pueda necesitar. En el pueblo piensan ahora en el trauma mental del niño y sus posibles secuelas.
Otro accidente mortal de caza con menores afectados ocurrió en enero de 2019 cuando un niño de 4 años, Aitor Ávalo, de Écija (Sevilla), murió por el disparo involuntario de otro cazador en una montería de caza mayor a la que había ido acompañando a su padre y a un abuelo.
En España hay registrados alrededor de 825.000 cazadores, de los que unos 332.000 están federados. La Federación Andaluza de Caza es la más numerosa, con cien mil miembros, según la entidad.