Hubo un tiempo no muy lejano en que tener un quiosco en la Gran Vía de Madrid era el negocio redondo. Es más, cuando queremos mostrar nuestro agradecimiento hacia alguien, amenazamos con montarle uno. Los tiempos cambian, y a pasos agigantados. El mundo de hace un año poco tiene que ver con el actual —para qué hablar de una década atrás— y los quioscos de la Gran Vía son un buen ejemplo de ello. Este año, la expresión popular ha perdido su razón de ser y bien podría reformularse en algo como te monto una empresa de 'big data' en Silicon Valley. Eso sí es gratitud.
Actualmente hay 11 quioscos en la Gran Vía. Todos están entre la calle Montera y la Plaza de España. Dos de ellos están cerrados este miércoles —no sabemos si de forma permanente o puntual—, todos ellos venden mucho más que prensa impresa y todos están en números rojos, tal y como ha comprobado EL ESPAÑOL. Este es un paseo por un mundo añejo, del siglo pasado y en grave peligro de extinción. Sin ir más lejos, ¿cuándo fue la última vez que acudió usted a un quiosco?
Son las 10 y media de la mañana. Hace horas que el ruido de las obras de la Plaza de España martillea esta mañana de otoño. También de madrugada, Marcos ha abierto su quiosco, ubicado en el número 78 de la calle más turística de Madrid, justo frente al teatro Coliseum.
Bajo su impoluta mascarilla del Real Madrid, Marcos relata cómo el negocio que le legó su padre se va a pique, y con él dentro, claro. “Si vendo 10 periódicos al día me doy con un canto en los dientes”, explica. Su recaudación es bastante cambiante: entre 50 y 80 euros brutos al día. Antes de la pandemia, esa cifra rondaba los 300. Pero de esos ingresos hay que restar IRPF, cuota de autónomos, licencia, luz… Una sangría de gastos que suma y sigue. De lo que recauda apenas se queda un 12%. “Ahora mismo el negocio no es rentable, pero si me quedo en casa se me cae el alma a los pies”.
El de Marcos es un quiosco peculiar en la Gran Vía. Mientras que casi todos los otros establecimientos tienen su oferta orientada al turismo, en el de Marcos la prensa sigue siendo lo que más espacio ocupa, concretamente, las revistas especializadas. “Eso siempre lo habrá aquí”, asegura. Sus productos más vendidos son revistas del corazón (“el marujeo que no falte”, bromea señalando al ¡Hola!) y las mascarillas.
Sí, el producto estrella de este año, ese que hoy cubre la cara de cualquiera que salga a la calle, también se vende en los quioscos. Bajando la Gran Vía hacia Callao está el de Óscar. Es diferente al de Marcos. Aquí lo que más llama la atención son los anuncios que invitan a tomar un autobús a Toledo, a Segovia, a la ruta de las tapas, a un tablao flamenco… a todo lo que hace única a España y que ningún turista está aquí para consumir.
Pese a la diferencia de aspecto de los establecimientos, el relato de Óscar es clavado al de Marcos: un quiosco montado por su padre 40 años atrás que ahora atraviesa sus horas más oscuras. En circunstancias normales, Óscar se hincha a vender artículos a turistas: los citados viajes, bebidas o imanes para la nevera con forma de paella. Ahora lo que más vende son periódicos y revistas, “unos 50 al día”. Efectivamente, la conversación se ve brevemente interrumpida por un señor que compra un ejemplar de El Mundo.
Óscar trabaja los siete días de la semana y confía en poder sacar su negocio adelante, pero el futuro se le presenta incierto. Cada día que la Gran Vía pasa sin turistas es un paso más cerca del temido cierre. Atrás quedó la época en que facturaba más de 500 euros al día.
—¿Es esta la peor crisis que ha vivido su quiosco?
—Sí, sin duda.
El doble mazazo
Estos establecimientos forman un sector que ha tenido que reinventarse con el paso del tiempo. Los periódicos impresos, las revistas y las colecciones de RBA, Salvat o Planeta de Agostini ya hace mucho que vivieron su ocaso y dieron paso a todo tipo de productos, véase el ejemplo de las mascarillas.
Para los quioscos de barrio, aquellos lejos de las zonas turísticas, la caída comenzó mucho antes. Vino de la mano de la crisis de la prensa impresa iniciada a principios de siglo y consagrada en la crisis de 2008.
Aquella fue un doble mazazo para el periodismo. En primer lugar, por la digitalización de los medios y la caída de la venta de ejemplares impresos. En segundo lugar —y más grave— por una crisis de credibilidad sin precedentes. Muchos lectores percibieron que los medios de comunicación eran cómplices —o incluso parte— del mismo establishment que se la había metido doblada.
“¿A dónde mirábamos los periodistas mientras se gestaba en España la burbuja inmobiliaria?”, reflexionaba Pepa Bueno en el documental Las caras de la noticia. “¿Qué periodismo de investigación hacíamos mientras las cajas estaban creciendo de la manera que crecían? ¡Es que no lo vimos!”.
Esta concatenación de circunstancias repercutió en el cierre masivo de quioscos en la capital. Hace 10 años en Madrid había cerca de 700 quioscos. Ahora no llegan a 350, según los datos de la Asociación de Vendedores Profesionales de Prensa Madrid. Aquellos que tuvieron la suerte de estar en una zona turística pudieron reinventarse y vender lo que los turistas reclamaban. Pero llegó la pandemia de la Covid-19 y los quiosqueros de las zonas céntricas ven su futuro más negro que nunca.
Medio siglo de historia
—¿Para qué periódico has dicho que era? —pregunta Elena, que regenta el quiosco del número 49.
—Para El Español.
—Uy, de haberlo sabido no te hubiera atendido. Estamos en contra de lo digital.
—Ya lo siento, pero esa es una batalla perdida.
—Ya, hijo… Tienes razón. Bueno, ¡peor son los gratuitos!
Las cabeceras a las que se refiere Elena son 20 Minutos, Metro o Qué!, periódicos gratuitos que vivieron su apogeo una década atrás y que se repartían, sobre todo, en las bocas de metro. Este establecimiento está a pocos metros de la parada de Santo Domingo y más de una vez se han tenido que morder la lengua al ver que alguien ofrecía gratis lo que ellos vendían.
El quiosco de Elena lo montó la abuela de su marido en los años 50. “Empezó vendiendo con una manta”, recuerda. En los años 80 vivió su máximo apogeo, incluso llegaron a tener tres empleados. Ahora la situación se parece más a aquellos lejanos años de posguerra que a la época dorada.
Lo mismo pasa en el quiosco de Javier, en el de Mariana o en el de Juan Luis, que en la mañana de este miércoles ha vendido dos países, dos aguas, un As y un 10 Minutos. En seis horas ha facturado 8,70 euros, de los que se quedará un 15%, aproximadamente. Todos los quiosqueros preguntados en este reportaje coinciden en que esta es la peor crisis de sus vidas. Y los hay con medio siglo de historia.
Algo menos de recorrido tiene el quiosco de Marcos, el que encabeza este reportaje. Su padre lo levantó en 1991, tal y como acredita una placa metálica en una de sus paredes. Pero el negocio que le legó su padre ahora no ayuda a dar de comer a sus dos hijos. “Hemos cerrado la mitad de los quioscos de la calle”, afirma. No sabemos del todo si es una exageración, pero no es descabellado. En la acera de enfrente, un establecimiento como el suyo ya ha echado el cierre.
—¿Crees que aguantarás?
—Lo intento, pero…
No termina la frase, pero lo dice todo. Por un momento parece que se le van a saltar las lágrimas, pero rápidamente se recompone para la foto y recupera su simpatía inicial.
—¿Para qué medio me has dicho que era?
—Pues para uno que no se vende en quioscos...