“Trabajar el 1 de octubre fue para muchos de nosotros una liberación. Habíamos ido a Barcelona a eso. Lo que no queríamos era pasar más tiempo metidos en ese barco. No era un sitio cómodo, no había nada que hacer y matábamos el tiempo practicando deporte en la cubierta. Sí que había ganas de salir a trabajar. De que llegase el día, hacer algo por arreglar aquello y largarnos a casa”.
Hoy se cumplen 3 años de ese día: el 1 de octubre de 2017. La fecha de la celebración del referéndum ilegal en Cataluña. Tiempo de incertidumbre, protestas y tensión. Preludio de todos los disturbios que vendrían después. Ya se habían celebrado simulacros de consultas con anterioridad y se saldaron sin incidentes. Pero el 1-O fue distinto.
El gobierno central envió un contingente de 6.000 efectivos de Guardia Civil y Policía Nacional para evitar la celebración. Como no encontró hoteles donde alojarlos a todos, a 2.000 de ellos los ubicó en tres barcos. Uno en Tarragona, llamado Azurra. Los otros dos se amarraron en el puerto de Barcelona. El primero y más grande se llamaba Rapsody. El segundo y más famoso de todos: el Moby Dada.
Nadie lo conoce por su nombre. Para la posteridad quedó como ‘el barco de Piolín’. Los dibujos animados de los ‘Looney Tunes’ con los que está decorado le convirtió en icono de aquellas fechas. También en el centro de todas las chanzas. El Piolín no era ni siquiera un crucero. Era un ferry que no estaba preparado en ningún caso para que vivieran allí 800 agentes durante tres largos meses.
Hoy, tres años después, EL ESPAÑOL habla con uno de aquellos agentes de la Policía Nacional que pasó más de dos meses en el buque. Un confinamiento sin coronavirus. Aún recuerda como vivió la tensión irrespirable de aquella fecha desde las estrecheces de un barco. Cómo les llegaban a los agentes las burlas exteriores por televisión. Cómo salir a trabajar aquel 1 de octubre fue casi una liberación
Un barco olímpico
“Nos dijeron que nos iban a meter en un barco enorme. En el que llevó al equipo olímpico estadounidense a los Juegos Olímpicos de Brasil. El barco donde viajó Lebron James. Imagínate nuestra cara cuando vimos el Piolín”. Lo rememora Fernando, cántabro de 43 años, 15 de ellos en la Policía Nacional. Es uno de los miembros de la UIP que intervinó en los disturbios del 1-O en Barcelona. En total pasó 62 días viviendo en un barco: una primera tanda de 42 y otra de 20 tras un breve permiso de una semana.
“A mí me avisaron de un día para otro. Me dijeron “mañana te vas a Barcelona”, no hubo más preparativos. Me despedí de mi mujer sin saber cuántos días iba a pasar sin verla. A Barcelona llegué a finales de septiembre y me mandaron directamente al Piolín. Otros compañeros de la Policía Nacional tuvieron más suerte y los alojaron en el otro barco, el Rapsody. Sin ser una maravilla, era mucho mejor que el nuestro. En el Piolín viajaron sobre todo guardia civiles, pero a mí y a mi compañero nos tocó con ellos. Seríamos unos 800".
“Cuando llegamos, lo primero que me dijo el compañero es “dónde nos han metido”. Es un ferry que no está preparado para largas estancias. Las habitaciones eran enanas y no teníamos intimidad. Suerte que yo me llevo genial con mi compañero y no hubo problemas de convivencia, pero imagínate a 800 tíos metidos allí dentro”, recuerda. Si la primera impresión fue mala, lo que fueron viendo después les confirmó las peores sensaciones. “Era un cuchitril, en los camarotes no cabían ni las maletas. La comida era horrible. Pasta a todas horas, salvo para desayunar que ponían yogures y alguna fruta”.
Disturbios por la tele
Entretanto, la tensión iba creciendo en torno a ellos. El 1 de octubre era el “Día D” y desde dentro del buque, los agentes se iban informando por televisión de lo que iba aconteciendo. “Veía imágenes de disturbios en Calella, en Pineda de Mar. También las bromas por el Piolín. Lo veía yo y lo veía mi mujer, mi madre, que me iban llamado para ver si todo iba bien. Nosotros intentábamos calmarlos porque estábamos tranquilos. Recuerdo que había un Guardia Civil que tenía un crío de 4 años y le mandaba cada día fotos del Piolín y del Coyote. Para tranquilizar a los suyos, supongo”.
Reconoce Fernando que ellos no fueron objeto de escraches o protestas, como sí había sucedido en otras partes de Cataluña. Estaban amarrados en el puerto mercante de Can Tunis y por allí no pasa nadie. “Nosotros estábamos aislados, a 3 kilómetros de Barcelona. Lo único que teníamos alrededor eran cientos de coches por estrenar. Algún agente se compró una bici para poder ir en sus ratos libres. Pero lo más habitual eran los Cabify y los Uber. Para salir del puerto o para pedir comida”.
La única palabra que encuentra para definir el día a día es “tedio. Nos aburríamos mucho. Desayunábamos y nos íbamos a la cubierta a hacer deporte. Por allí no había bares ni sitios para salir. El único sitio en el que te podías reunir era la cafetería, pero al final era lo mismo, ver siempre las mismas caras”.
Por eso, cree Fernando, “fue liberador intervenir el 1 de octubre. Por lo menos para mí. Yo me adapté bastante bien al barco, porque al final te adaptas. Pero me aburría. Y fuimos todos con ganas de trabajar. No de salir a pegar a nadie, entiéndeme. Pero de hacer nuestro trabajo en un momento tan importante. Eso sí que era generalizado. Sentíamos que estábamos haciendo algo grande por España, que éramos parte de la historia”.
No obstante, no recuerda grandes gritos, ni euforias, ni nervios entre sus compañeros en la víspera del 1-O. “Somos profesionales, veníamos a hacer nuestro trabajo. Y queríamos hacerlo pronto para poder largarnos pronto de allí. De Barcelona y del barco”.
El día de autos
El 1 de octubre de 2017 abrieron 1.848 colegios electorales. El grupo operativo de Fernando, que trabajó en el turno de mañana, tenía la orden inicial de intervenir en 15 de ellos. “Al final hicimos solamente 3. Era casi imposible trabajar. Aquel día no hubo resistencia violenta, como pasó tiempo después. El 1 de octubre fue otra cosa, fue resistencia pasiva. Pero es muy difícil controlarla. Hubo momentos tensos. Cuando nos tocaba avanzar en los colegios entre la masa o apartar a gente tirada en el suelo. Se te metían debajo, entre las piernas. Ningún agente de mi grupo salió herido, pero yo nunca me he encontrado en una situación parecida”.
No obstante, reconoce que aquel día no fue “nada parecido a la Operación Ícaro, lo de la Plaza Urquinaona”. Se refiere a los disturbios que tuvieron lugar justo dos años después, en octubre de 2019, como protesta por la sentencia del Procés. “Conozco a algún compañero que estuvo allí y me decía que era el infierno. Lo del 1-O, más allá de algún colegio puntual en el que la gente se resistió más de la cuenta, no hubo grandes problemas. Al menos en mi grupo. Lo que sí que veía era caras de odio y gente intentando entorpecer nuestro trabajo. Nos abucheaban, nos cerraban el paso, hacían caceroladas, nos tiraban cosas...”.
De trabajar en su turno volvió Fernando esa tarde al barco y se quedó de retén, como el resto de sus compañeros. “Haciendo guardia. Veíamos lo que había y no sabíamos si se iba a liar más, si no, qué instrucciones nos darían… Por una parte estábamos contentos. Habíamos hecho nuestro trabajo y no habíamos tenido heridos. Pero por otra parte teníamos claro que aquello iba a suponer quedarnos más días viviendo en aquel cuchitril”.
No iban errados. Los agentes no tenían fecha de regreso a sus casas, pero los problemas durante el 1-O hacían barruntar disturbios inmediatos. Así, el Piolín siguió allí amarrado hasta noviembre, con sus 800 agentes a bordo. Esperando órdenes y también una intervención contundente del rey Felipe V. “La noche del 1-O no recuerdo habernos reunido después de trabajar. Cuando sí lo hicimos fue un par de noches después, cuando se anunció el mensaje del rey. Estaba la cafetería abarrotada, todo el barco allí mirando. Esperando que dijese algo que solucionase las cosas. Que nos aclarase un poco nuestro panorama. Queríamos saber cuándo nos podríamos ir de allí”. La decepción en los rostros fue patente tras el discurso: “Nos mirábamos y nos decíamos que para decir esto, mejor no salga”, cuenta Fernando.
Las primeras quejas
Hace hincapié el agente en que había buen ambiente en el barco. “No hubo peleas ni conflictos. Nos adaptamos todos bastante bien, nuestro trabajo también va de eso”. Nada de motines a bordo. Al menos al principio. A medida que fueron pasando los días, el cansancio se acrecentaba entre los agentes. Fue eso y no los disturbios lo que más afectó a los policías: “Ya a finales de octubre empezaron las quejas. Había quien llevaba allí desde mediados de septiembre, preguntábamos y nunca nos decían nada”.
A los 41 días de estar viviendo en el ferry, a Fernando y a los de su equipo les dieron la noticia: al día siguiente se marchaban a casa. Solamente una semana, para descansar. Luego estarían de vuelta. “Los grupos se fueron turnando en el descanso y a cada uno le tocó cuando le tocó. Te tengo que reconocer que los mandos tuvieron cintura para eso. Si había alguno que tenía críos o algún problema personal o incluso unas vacaciones pagadas, les solían permitir marcharse”. Tras el permiso regresó para una estancia de 20 días más, aunque en esa ocasión lo enviaron el otro barco, al Rapsody. “No había color entre uno y otro”.
Fernando no ha vuelto a Barcelona desde entonces. Ni siquiera está en la misma unidad policial. Afirma sentirse orgulloso del trabajo hecho, pero no de los resultados políticos obtenidos: “En Cataluña está todo igual. O esa es la sensación que da desde fuera, viéndolo por la tele. Ahora parece que ha bajado por el coronavirus, pero siguen con el mismo problema. Yo creo que el gobierno actuó bien, aunque no me corresponde a mí valorarlo. Yo cumplí órdenes. No hubo represión, se hizo lo que se tenía que hacer para controlar un acto ilegal”. Y concluye asegurando que, de aquella experiencia, “que fue muy enriquecedora, lo peor fue vivir en una ratonera como aquella”.
Aquella ratonera sigue surcando los mares, aunque ya no alberga policías. El Moby Dada apura sus días en la costa italiana. Hace las labores de ferry entre la parte continental a la isla de Cerdeña. Le cuentan a EL ESPAÑOL que su fin está cerca. Que estaba previsto desmantelarlo este año, pero que al final se retrasará por la pandemia. Hoy está amarrado en el puerto de Civitavecchia. El barco del Piolín, el que albergó a los policías que intervinieron en el 1-O. El lugar desde el que escucharon decepcionados el mensaje del rey. El sitio en el que se despertaron durante tres largos meses seguirá siendo, hasta que vaya al desguace, el icono más sórdido del 1-O.