Corría el año 1985 por las calles de La Paz, capital de Bolivia. El presidente de la nación, Víctor Paz Estenssoro, tenía en sus manos las riendas de un país devastado, recién rescatado de la dictadura y sufriendo la mayor hiperinflación de la historia para un estado que no estuviera en guerra. El dinero, simplemente, no valía nada. Y levantó el teléfono para contar con un prestigioso economista de Harvard, Jeffrey Sachs, que desarrolló de manera extrema una terapia de choque económico y que, si bien revirtió la situación, provocó que los salarios de los bolivianos bajaran un 40% en dos años. Como mano derecha de Sachs, ahora uno de los economistas más populares del mundo, estaba un joven de 26 años y desconocido, el mexicano Allen Sanginés-Krause.
En la otra parte del mundo, al otro lado del Atlántico, ese mismo 1985, Juan Carlos I iniciaba una nueva etapa de su reinado en España. Su figura, en un principio enrarecida por haber sido puesto en el trono por Francisco Franco, ya estaba clarificada por su oposición a la intentona golpista de 1981 y se consolidaba como figura clave de la Transición. Ahí muchos levantaron el pie, ya era de fiar. Y empezó, a la par que el país prosperaba y entraba en la Unión Europea, con esos negocios que han derivado en el mayor jaque al rey de la democracia.
Juan Carlos I y Allen Sanginés-Krause aún no se conocían. Pero sus destinos se han ido entremezclando poco a poco y todo ha estallado esta semana, 35 años después. Sanginés-Krause se ha venido a convertir en el último amigo rico -y problemático- de Juan Carlos I. Ya ha habido precedentes: Javier de la Rosa, Mario Conde, Juan Miguel Villar Mir y Alfonso Escámez -el botones que llegó a presidente del Banco Central y no se le conoció escándalo alguno-. Todos representan la misma dinámica en la que el monarca se salta las líneas que no debía y empieza a mezclar corona, con negocios, con beneficio propio, con amigos de la jet set y con millones en el banco que han venido a situar a la monarquía española en una crisis institucional sin precedentes.
Este martes, la Fiscalía del Tribunal Supremo ha asumido la investiación de la Fiscalía Anticorrupción para conocer si Juan Carlos I y otros miembros de la familia real incurrieron en gastos sufragados de manera irregular, durante años, por Sanginés-Krause, actualmente una de las mayores fortunas de México. Aunque la cifra total del presunto delito se desconoce, la Fiscalía defiende que el empresario pagó por el emérito y sus allegados decenas de facturas de gastos personales -como viajes, comidas, alojamientos en hoteles de lujo y hasta clases-. Esta sería su penúltima golfada.
El presunto delito tuvo lugar después de su abdicación, en junio de 2014, repentina para la opinión pública pero amarrada con tiempo, por lo que el emérito ya no se puede proteger en su inviolabilidad y podría acabar acusado de los delitos de blanqueo de capitales y contra la Hacienda Pública. Pero el asunto tiene una mayor dimensión ya que estos pagos black no los realizaba Sanginés-Krause directamente con Juan Carlos I sino a través del coronel Nicolás Murga, ex ayudante de campo del Rey.
“Hay una línea que nunca debes cruzar en el servicio y, cuando te la saltas, siempre hay problemas. Pasas muchas horas con el 'jefe' que, además, es como es, y si pierdes la perspectiva, el no saber cuál es tu sitio, pues acabas como Murga, metido en un lío de narices. Porque los de arriba son intocables, pero los demás no, por muy coronel que seas”, explicaba a EL ESPAÑOL una persona muy cercana a Juan Carlos I.
Este mismo viernes se ha sumado una investigación más al haber del Rey. El Servicio de Prevención de Blanqueo de Capitales (Sepblac) ha descubierto una nueva fortuna oculta del Rey emérito radicada en la isla de Jersey, según ha adelantado el diario El Mundo. Así, se apuntala la semana negra para Juan Carlos I que ha arrancado con todos los focos puestos sobre su amistad con Sanginés-Krause.
¿Quén es Sanginés-Krause?
Sobre el empresario Allen Sanginés-Krause se sabe más bien poco. De doble nacionalidad mexicana y británica, tiene 61 años y está casado con Lorena -que le ayuda a manejar su emporio inmobiliario y en sus ratos libres se dedica a la fotografía-. Con ella tiene tres hijos: Alexandra, Sarah y Klaus. Las niñas acudieron al elitista colegio británico St. Mary’s School Ascot, donde curiosamente estudió un año Victoria Federica, hija de la infanta Elena. Al margen de su vida privada, su línea hay que empezar a trazarla prácticamente bajo la premisa del consejo que el Garganta Profunda le dio a los reporteros de The Washington Post antes de destapar el Watergate: “Seguid el dinero”.
Sanginés-Krause se graduó en Economía, summa cum laude, en el Instituto Tecnológico Autónomo de México y en 1987 obtuvo su doctorado fulbright en el mismo campo en la Universidad de Harvard. Mientras estudiaba se hizo muy cercano al profesor y economista Jeffrey Sachs y ambos colaboraron en intentar paliar la hiperinflación de Bolivia, que superaba el 20.000% anual aquel 1985. Lo lograron. Sin embargo, el presidente boliviano, aconsejado por ellos, llevó a cabo drásticas medidas que hicieron que el salario disminuyera un 40%, la renta per cápita bajara de 845 a 789 dólares anuales y el paro ascendiera un 10%.
El presidente Víctor Paz Estenssoro está considerado como uno de los grandes estadistas de la historia en Latinoamérica y, con él, empezó la carrera del dinero y de cercanía a los poderosos del ahora amigo y patrocinador del emérito. Tras graduarse, y con ese currículum brillante bajo el brazo, Sanginés-Krause hizo carrera durante aproximadamente 20 años en Goldman Sachs -que nada tiene que ver con su mentor Jeffery Sachs- y dirigió la compañía en México, primero, después en Rusia, en España y extendiendo su poder a las actividades de la empresa en el conjunto de Europa. Por eso, no sólo habla español e inglés, sino que también maneja con cierta soltura el alemán, el francés, el italiano y el ruso.
Allen-Corinna-Juan Carlos
El primer contacto conocido entre Sanginés-Krause y Juan Carlos I tuvo lugar en el año 2006. Tenían una amiga en común, una tal Corinna zu Sayn-Wittgenstein que ahora, como amante del rey emérito durante años y presunta testaferro, acapara portadas cada vez que habla. Ese primer encuentro del triángulo Allen-Corinna-Juan Carlos fue para crear el Fondo de Infraestructuras Hispano-Saudí en el que participaron cerca de una veintena de empresarios españoles que, años más tarde, en 2010, perdieron 21 millones de euros por su participación ahí, desmontando el fiasco que había sido todo aquello. También participó en ello, por cierto, Juan Miguel Villar Mir, presidente de OHL, asesor financiero y, quizás, financiador de Juan Carlos, quien le otorgó un marquesado.
Presumiblemente presentados por Corinna, Juan Carlos I y el magnate mexicano afianzaron su relación un par de años después de la idea del fondo, en 2008, en el intento de asalto a Repsol por parte del grupo ruso Lukoil. Ahí volvió a aparecer de nuevo el triángulo, conectados por el interés de Rusia.
Corinna ya tenía relación económica con los rusos y Sanginés-Krause y se encargó de intermediar en el asunto de Repsol. El empresario mexicano era el representante de Lukoil y su tarea era la de conseguir que los rusos fueran accionistas y financiación por parte de la banca y, por otro lado, obtener el apoyo del Gobierno para que la operación pudiera ser efectiva. Repsol no dejaba de ser una empresa estratégica para España y con participación estatal. Ahí desempeñó un papel clave Juan Carlos I, que intentó convencer al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero para que aceptara la operación. Es decir, que el rey de España operó para beneficiar a los rusos.
El Gobierno de Zapatero, a través del ministro Miguel Sebastián, acabó rechazando el proyecto al pensar que comprometía la “españolidad” de Repsol. No querían dejar algo tan importante como Repsol en manos de los rusos, una nación con la que España se comporta a medio camino entre la alianza y la desconfianza constante. Resulta paradójico que Juan Carlos I, monarca de los españoles, interviniera en un movimiento que, después, se consideró que beneficiaría a Rusia en vez de a España.
Lo mismo acabó pasando con el fondo saudí, que benefició a los árabes e hizo que las empresas españolas perdieran dinero. Ese tipo de acciones, con el paso del tiempo y con perspectiva, hoy en día se han convertido en causas judiciales que se amontonan en la mesa del emérito porque, como está quedando demostrado, el Jefe de Estado acababa sacando tajada personal en sus gestiones para representar, supuestamente, los intereses de España.
Pero el nexo de Sanginés-Krause no acabó como mero intermediario. En España siguió desarrollando su actividad y comprando inmuebles. En 2017, a través de su empresa Global Endor, compró un exclusivo edificio en la calle Ayala, número 63, de Madrid, en pleno distrito de Salamanca. La compra se llevó a cabo por 8,1 millones de euros. Al año siguiente, en 2018, otra empresa -de la que era accionista y presidente no ejecutivo- RLH Properties, adquirió el Hotel Villa Magna de Madrid por nada menos que 210 millones de euros. Cuentan los que conocen al empresario que Sanginés-Krause suele dormir en ese hotel cuando visita Madrid, donde no tiene residencia conocida.
A pesar del cariño manifiesto que le tiene al hotel, sólo un año después de su adquisición, el pasado mes de diciembre, se deshizo de sus participaciones en RLH Properties. Curiosamente, la venta de sus acciones se produjo unas semanas después de que la Fiscalía abriera la investigación que este martes ha acabado en el Supremo y que investiga si Juan Carlos I ha estado usando tarjetas black del mexicano.
Según ha podido comprobar EL ESPAÑOL, el cuartel general de las acciones de Sanginés-Krause en Madrid está ubicado en la Plaza de la Lealtad número 2 de Madrid, a unos minutos caminando del Parque del Retiro y justo frente al Museo Thyssen-Bornemisza, en pleno Paseo del Prado. Ahí está el domicilio social de al menos tres empresas en las que él figura como presidente y que no tienen ningún empleado. Entre esas empresas de su cuartel general, se encuentra Global Endor, que tampoco tiene empleados y que compró el edificio de la calle Ayala.
El castillo de Irlanda
Al margen de los negocios entre Sanginés-Krause y Juan Carlos I, que se remontan a 2006, la primera vez que se vio a ambos en público fue en 2017, cuando el rey ya era emérito. Fue durante un viaje a Irlanda, a un castillo propiedad del mexicano, y ahí fueron retratados por primera y única vez. También se trata de las primeras imágenes que hay del emérito con su ex amante Marta Gayá, el verdadero amor de Juan Carlos al margen o a pesar de Corinna. Y ese viaje ahora está bajo la lupa de la Fiscalía, que cree que fue uno de las decenas de gastos personales del emérito sufragados por Sanginés-Krause de manera irregular.
Pero la historia comienza antes…
Fue en 1999 cuando Allen y su mujer Lorena compraron el castillo de Killua, ubicado a las afueras del municipio Clonmellon, a 80 kilómetros noroeste de Dublín. El precio se desconoce, pero la prensa regional irlandesa no tardó en hacerse eco, sorprendidos en el porqué de un magnate mexicano comprando un castillo que había pertenecido a la familia de Lawrence de Arabia pero que llevaba décadas abandonado, al albur de los fenómenos naturales y de los vándalos.
“Es el proyecto de mi vida”, le dijo Sanginés-Krause al diario The Irish Times. “Nos encontramos el castillo con un árbol creciendo en el sótano que crecía por lo que había sido el comedor y llegaba al cielo. Todo el suelo había colapsado y, la verdad, daba un poco de miedo. Por un lado, la casa es magnífica y maravillosa pero, por otro lado, estaba en un estado desastroso”, dijo el empresario.
Durante aquella época, Allen y Lorena Sanginés-Krause estaban viviendo en Nueva York y, tras unas vacaciones en el país color esmeralda, quedaron enamorados de sus paisajes y su tranquilidad. Pronto les rondó la idea de comprar una casa ahí y optaron por un castillo derruido. Porque sí, porque pueden. Y se dedicaron a reconstruirlo y reformarlo durante aproximadamente 10 años. El megaproyecto personal le causó al empresario alguna tensión con su mujer, que no siempre estaba convencida de que fuera una buena idea.
En 2017, Sanginés-Krause invitó a su castillo a Juan Carlos I y a su ex amante Marta Gayá para celebrar su cumpleaños. Las imágenes que recogió toda la prensa española y en la que se vio a todos ellos juntos fueron grabadas en la iglesia de Clonmellon que el empresario mexicano compró (también) y reformó y que, en ese momento, albergaba una exposición de fotografías realizadas por Lorena, su mujer. Se trataba del acto de reinauguración y entre los habitantes del pueblo había invitados destacados. Corinna tiene otra amiga fotógrafa, la esposa de Juan Villalonga.
EL ESPAÑOL se ha puesto en contacto con Marian Tighe, una pastora de Clonmellon que asistió al evento. “Prefiero no hablar sobre vuestro rey Juan Carlos I ni de Allen Krause. Mi lealtad es para el señor Krause ya que es nuestro vecino”, asegura, pero sí que habló con la prensa irlandesa y ahí contó que Sanginés-Krause había invitado a todo el pueblo y que en la carta ponía que habría un huésped especial. Ese hombre especial era Juan Carlos I. El resto, como dicen, es historia.
Ese viaje ahora está siendo investigado por la Fiscalía. Pero no sólo eso. El Ministerio Público sospecha que Sanginés-Krause pagó numerosos gastos provenientes de comisiones ilegales para Juan Carlos, usando como testaferro a su ayudante de campo, el hombre que le acompañaba a todos lados. Se trata de la segunda gran investigación contra el emérito tras la relativa a las cuentas suizas de la Fundación Lucum.
Pero esta misma semana, este mismo viernes, se le ha abierto un nuevo frente, el tercero: la fiscal general, Dolores Delgado, ha comunicado unas nuevas diligencias procesales contra el emérito. Aunque la ex ministra no lo ha dicho en un primer momento, al final de la tarde se ha conocido que el Sepblac ha descubierto una nueva fortuna de Juan Carlos I en la isla de Jersey, un trust en el que figura como beneficiario y que se nutre de otro similar en las Islas del Canal y que fue constituido en la década de los 90. A través del trust se habrían movido al menos cinco millones de euros de manera opaca. Aunque de momento se sabe poco porque se encuentra en un “estado embrionario”, no hace sino apuntalar la mala imagen del monarca, que ha oscilado de héroe de la Transición a rostro de la corrupción.