Memorias de un camarero tras 40 años sirviendo cafés a familiares de presos etarras en Puerto I
El dueño de la Venta El Cepo les pone el himno de la Legión y la bandera de España: "Antes venían alcaldes y curas".
14 noviembre, 2020 02:50Noticias relacionadas
Como muchos españoles, Miguel López-Cepero no olvidará jamás qué estaba haciendo cuando se enteró de que ETA había matado a Miguel Ángel Blanco, un joven concejal del PP en la localidad vizcaína de Ermua. Ocurrió el 13 de julio de 1997. Un sábado. A media tarde, Miguel se disponía a comer junto a sus empleados tras atender durante el almuerzo a un centenar o más de clientes en su restaurante, la Venta El Cepo, en El Puerto de Santa María (Cádiz).
“Ya lo teníamos todo medio recogido. Yo iba a sentarme a comer algo pero dijeron en la televisión que los etarras habían matado al chaval tras tenerlo secuestrado varios días. Se me cortó el hambre de golpe. Me faltaba la respiración. Ya no pude probar bocado. Mientras, en el salón que tengo dentro del restaurante había una veintena o más de familiares y amigos de presos etarras. Como cada sábado de cada semana de cada mes y cada año, se habían bajado por carretera en autobús desde el norte del país para visitar a los reclusos de ETA. Había padres, madres, hermanos... Los vi eufóricos. Contenidos, pero con miradas de alegría. No vi ni una gota de tristeza en sus ojos. Ese momento jamás lo olvidaré. Un cliente sí se encaró con ellos, pero mis hermanos y yo lo sacamos del local para evitar un problema”.
El negocio de Antonio está a unos cientos de metros de las prisiones gaditanas Puerto I, Puerto II y Puerto III. La primera de ellas la inauguraron en 1981 con el traslado de 117 presos de ETA. Con el paso de los años se llegó a superar los dos centenares de etarras encarcelados en ellas. La distancia, los alrededor de 1.000 kilómetros que separan el País Vasco de Cádiz, suponía un castigo que el propio Estado español añadía a la pena impuesta por los jueces a los terroristas.
Desde entonces, los familiares y amigos de esos reos han parado en la Venta El Cepo a tomar café, comer un bocadillo o un plato del guiso del día, o simplemente a pasar las horas hasta que les llega el turno de visitar a sus seres queridos.
Antonio nunca les ha puesto una mala cara. Ellos, confiesa el camarero, jamás han tenido un mal gesto con él, con sus empleados ni con el resto de la clientela.
“Al principio venían los martes y los viernes. Venían hasta alcaldes y curas”, explica Antonio, quien se declara un “patriota español”. Tanto, que tiene los colores de la bandera de España en los azucarillos del café y las bolsas de plástico en las que entrega la comida para llevar.
“Luego, se cambió el sistema de visitas a los sábados. En los años 80 y 90, como eran tantos presos de ETA en estas cárceles, venían dos autobuses. Había mucha más tirantez. El dolor estaba presente casi cada semana con sus bombas y sus tiros. Ahora es distinto, su gente ya sólo viaja en un par de furgonetas o en un microbús alquilado”.
Actualmente, en las cárceles de El Puerto de Santa María cumplen condena 15 presos de ETA. 10 de ellos están en Puerto III, la cárcel de máxima seguridad inaugurada en 2007. Los otros cinco se encuentran en Puerto I. Ninguno en Puerto II.
A su vez, en Cádiz, la provincia que sigue albergando más terroristas, hay otros dos etarras presos. Están en la penitenciaría de Botafuegos, en Algeciras. Mientras tanto, el Gobierno continúa con su política de acercamiento a prisiones más próximas al País Vasco.
Esta semana se ha conocido que el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, a través de Instituciones Penitenciarias, ha decidido trasladar a Mikel Azurmendi Peñagaricano y Maite Pedrosa Barrenechea , miembros del ‘Comando Andalucía’. Junto a otros etarras, el 30 de enero de 1998 mataron al matrimonio formado por Alberto Jiménez Becerril, concejal del PP en Sevilla, y Ascensión García. Hasta hace unos días los dos terroristas se encontraban en una cárcel de Valencia. Ahora han pasado a otra de Zaragoza.
De legionario a camarero
En sus casi seis décadas de existencia, ETA mató a 858 personas. Muchos de los familiares de los terroristas condenados por esos crímenes han pasado por la Venta El Cepo. Durante los últimos 40 años siempre les ha atendido la familia López-Cepero. Primero el padre de Miguel. Tras su muerte, él y sus dos hermanos, uno también fallecido hace ahora cuatro años.
“Yo no me acuerdo de trabajar en otro lado. Fue salir del Ejército y venirme aquí. Quise ser legionario pero mi padre, que conocía a muchos señoritos de Jerez de la Frontera, me enchufó en la antigua base militar de La Parra -junto al actual aeropuerto de Jerez-. Mi vida ha sido esta venta, que empezó como un ventorrillo para los agricultores de la zona. Aquí mi padre les vendía desde un tornillo hasta hilo de costura o les cortaba el pelo. Luego empezó a dar comidas y se convirtió en la actual venta que es ahora”.
Antonio tiene 59 años. Durante las últimas cuatro décadas le ha tocado “hacer de tripas corazón” cada semana. “Imagino que, por conveniencia mutua, ni ellos ni yo hemos entrado en conflicto. Lo que no he hecho nunca es preguntarles. No quiero saber quién es el hijo o el hermano al que vienen a visitar. Fue un consejo que me dio un funcionario de prisión. Antonio, no preguntes. Si yo no quiero saber ahí dentro si un preso es un asesino o un violador, tampoco lo quieras saber tú aquí afuera. Y así he hecho durante todo este tiempo. Sé que han matado a gente o participado en sus asesinatos, pero es lo único”.
- ¿Nunca se ha sentido tentado a preguntar?- cuestiona el periodista.
- Tentado, sí, miles de veces. Pero sé que jamás nos pondríamos de acuerdo y por eso no lo hago. Ellos siempre han intentado evitar roces. Y yo sé que, por mucho que me expliquen, jamás les voy a entender. Porque esta gente que viene a mi restaurante no les hace un reproche ni medio a los asesinos. Como muchos etarras, no se arrepienten de nada de lo que hizo ETA.
A la salida de 'Kubati'
Antonio asegura que es “muy malo para las fechas”. Recuerda que en una ocasión el conductor del autobús que trasladó a los familiares de los presos etarras hasta Cádiz era de origen gallego. El chico se puso a tomar café en la barra. Un cliente con el que intentó iniciar una conversación le dijo: Yo con asesinos no hablo.
El conductor gallego se molestó y cerca estuvieron de pegarse. “Los vascos rodearon al gallego y evitaron la pelea”, explica el dueño de la Venta El Cepo. “Jamás llegaré a comprender cómo detestan ese tipo de violencia pero no la otra”.
El 15 de noviembre de 2013, José Antonio López Ruiz, alias 'Kubati', condenado a penas que sumaban 1.210 años de cárcel, salió de la cárcel de Puerto III. Aquel día recobró la libertad.
Unas 40 personas lo esperaban en la puerta de prisión al grito de asesino. También estaban allí algunos familiares del etarra, que lo trasladaron después hasta el País Vasco. Antonio estaba presente a su salida.
“Fuimos a apoyar a los cuatro gatos que había allí. Un hombre de Vejer, hermano de un guardia civil asesinado, y dos mujeres más. Les llevamos unos refrescos y unos bocatas. Como los vimos solos, llamé a mis amigos. Cuando ‘Kubati’ puso un pie en la calle la Policía tuvo que pedir refuerzos”, dice entre risas este camarero que se reconoce de derechas y que en una de las paredes de su restaurante tiene colgada una foto que se hizo con Santiago Abascal, el líder de VOX, “allá por 2013 o 2014, cuando ese partido no lo conocía ni Dios en Cádiz”.
Por el restaurante de Antonio, que defiende “el perdón pero no el olvido”, han pasado desde madres de mirada triste a líderes de Jarrai, la organización abertzale vinculada desde sus inicios con ETA. O también un antiguo concejal en Hondarribia de Herri Batasuna (HB), el antiguo brazo político de la banda terrorista. Éste, del que Antonio ya no recuerda el nombre porque fue en los años 90, lo invitó a él, a su mujer y a otro matrimonio más a que pasaran varios días en el pueblo y en otras localidades vascas.
Ellos lo vieron con buenos ojos. Al aterrizar en Bilbao les esperaban un grupo de simpatizantes de HB. Pero Antonio y su amigo lo primero que hicieron fue ir a saludar a la única pareja de guardias civiles que vieron.
“Llegaron a invitarnos varios días al pueblo. Nos pusieron de comer, nos explicaron su cultura local... Nos trataron muy bien, pero nos llevaron allí como algo exótico y pintoresco, como si dijeran: ‘Mirad a estos especímenes del sur de España", rememora Antonio.
Cada año, Jarrai organiza dos viajes multitudinarios hasta las cárceles portuenses en defensa del acercamiento de los presos etarras al País Vasco. Antonio los recibe con el himno de la Legión a todo volumen y con su bandera de España en lo alto del negocio.
“Pues no te creas que luego me hacen alguna putada, al contrario. Me recogen hasta el bar. No dejan un vaso en la mesa. Si se van sin pagar una cerveza son capaces de frenar en seco y darse la vuelta. Son gente educadísima. Yo, que le encuentro explicación a casi todo, no comprendo que vengan a defender a alguien que ha matado a alguien por una idea política y que luego se comporten así conmigo, sabiendo cuáles son mis ideales”.
Tras 40 años detrás de la misma barra, Antonio ha vivido durante ese tiempo la pérdida de sus padres y la de su hermano Benito, la persona a la que más ha querido. Al enterarse de sus muertes, algunos de los familiares de los presos etarras que ha atendido durante ese tiempo le han llamado para presentarle sus condolencias o le han enviado cartas dándole el pésame.
Antonio rememora decenas de anécdotas. No se le olvidará la cara de aquella joven vasca que estaba ligando con otro cliente gaditano cuando se enteró de que era policía. "El hombre le dijo que volvía en un rato. Cuando lo vio aparecer de uniforme porque se iba a trabajar, aquella mujer pasó de mirarlo con ganas de comérselo a matarlo con la mirada".
Entre las pocas confesiones que ha escuchado Antonio de la boca de esos familiares de etarras presos en El Puerto recuerda dos de ellas. Una, por lo negativo. "Un hermano de un terrorista me dijo que su hermano no se arrepentía de nada, ni de un solo asesinato suyo o de ETA. Me contó que quería que lo homenajeasen al llegar a su pueblo tras salir de prisión".
La otra confesión que Antonio guarda grabada en la memoria es la de un hombre "ya mayor" que tuvo que pasar la noche al raso junto a su mujer en la puerta de su restaurante. Se la hizo a su padre.
"Mi difunto padre les sacó unas mantas para que no pasaran tanto frío. El hombre lo cogió del brazo y le dijo: Jefe, las montañas no se juntan pero las personas sí se pueden juntar", explica Antonio.
— ¿Qué le contestó su padre? —pregunta el periodista.
— Le dijo la siguiente frase: Yo tengo humanidad y como tal les voy a tratar siempre. Igual que ustedes me han tratado a mí.