Villajoyosa

José apura una calada al cigarrillo. Una barandilla le separa de la carretera, donde tiene aparcada la furgoneta, y sus ojos calmados contrastan con una voz que parece a punto de romperse, o de liberar un rencor contenido. “Menuda mierda”.

Espera a su hermano en un punto olvidado de la AP-7, en ese territorio que separa las radiales de Alicante y los focos de Benidorm, un reducto pequeño y desconocido para el visitante, pero distinguido entre la comarca. A la sombra del Nueva York del Mediterráneo, pero capital de la comarca que ambas comparten. Aquí, en Villajoyosa, al igual que en José, los contrastes están a la orden del día.

Una antítesis que se ve incluso en su nombre, Villajoyosa para algunos, La Vila Joiosa para otros, simplemente “La Vila” para la mayoría de lugareños. Durante más de 40 años, los dos nombres oficiales y el apelativo familiar convivieron en armonía para los más de 33.000 habitantes de la ciudad, muchos de ellos provenientes de comunidades adyacentes y que, por tanto, no dominaban el valenciano característico de la zona.

Este es, de hecho, el caso de José, quien se considera puramente vilero, pero cuyas raíces se remontan a tierras manchegas. Como su familia, muchos abandonaron otras tierras en los estertores del franquismo para recalar en la Costa Blanca, que entonces no era sólo sinónimo de Benidorm. Un cruce de culturas, un contraste atípico, pero pacífico durante el último medio siglo.

La calma no podía durar para siempre y, como en las mayores tormentas, no hizo falta más que una casualidad para desatar la hecatombe. Demasiado calor, un vendaval impertinente, una presión en las alturas. Unas elecciones municipales en pleno auge del nacionalismo.

Cartel de carretera de Villajoyosa. Cedida

En este caso, sólo hizo falta la mano tendida de Compromís, la complacencia de Gent per la Vila (independientes) y el visto bueno del PSOE, en la alcaldía, para arrancar el plan que muchos se temían: eliminar por completo el nombre español de la ciudad, Villajoyosa, para dejar como único oficial el valenciano, La Vila Joiosa.

“Es una vergüenza. Con la que está cayendo, nos iría mejor si se centraran en cosas importantes y no en tonterías”, remarca José echando mano a un último cigarrillo. “Yo no tengo problema en que existan los dos nombres, de hecho siempre le he llamado ‘La Vila’, pero hay mucha gente de fuera que no sabe valenciano y para los que somos de aquí siempre ha sido de las dos maneras, qué más les dará. Es política”, sentencia.

“Ni Dios nos conoce”

Para José, que vivió los últimos años del franquismo bajo la única denominación de Villajoyosa (el nombre histórico de la localidad), la concesión nacionalista a eliminar el nombre en español “en lugar de arreglar los problemas de verdad” supone la última de las pruebas para una ciudad que, dice, está condenada a no crecer ni desarrollarse como su vecina Benidorm. El renegar del topónimo original, dice, alejaría también al turismo.

“Es lo que nos queda. En este pueblo no lo conoce ni Dios, y si encima nos quitan el nombre que se conoce en la zona, pues imagínate, que cambien hasta las etiquetas de los chocolates”, argumenta.

La frase no es casual, ni un arrebato furtivo hacia la perdición del dulce. Villajoyosa es, entre otras cosas, famosa por albergar la sede de los conocidos Chocolates Valor —“La Vila huele a chocolate”, se comenta popularmente—, uno de los motores económicos de la ciudad. El cambio de topónimo, hay quien dice, afectaría económicamente a la empresa, como a tantas otras.

De hecho, también lo haría para el propio Ayuntamiento. Borrar un nombre cooficial del registro no es sencillo, y requeriría modificaciones de carteles de carretera, páginas web o señalética propia de la ciudad, claro que el actual equipo de Gobierno ya tiene experiencia en el asunto. El pasado mes de julio, precisamente, anticiparon otro cambio de nombre, esta vez de una calle, para sustituir la avenida Juan Carlos I por Avenida del Doctor Pere Esquerdo. Para algunos, una cuestión de memoria histórica, para otros, como José, un exceso innecesario en los tiempos que corren.

Los argumentos

Es la misma opinión que defiende la oposición en el Ayuntamiento, PP y Ciudadanos, que aúnan 10 concejales frente a los 11 del tripartito. Jaime Lloret, portavoz popular y alcalde de La Vila hasta la irrupción de los socialistas en 2015, menciona a este diario que las razones para eliminar el nombre de Villajoyosa responden a varias claves. Todas, a sus ojos, rebatibles.

La primera sería la histórica. En septiembre, cuando Compromís planteó la eliminación del nombre en castellano, el concejal Josep Castiñeira defendió que este, Villajoyosa, se trataba de una "castellanización" impuesta que nada tenía que ver con el significado real de "pueblo alegre" del topónimo valenciano. Por contra, el español “joyosa” haría referencia a un tipo de espada, lo que la alejaría de su concepto original.

Villajoyosa. E.E.

En realidad, La Vila Joiosa no ha existido nunca, o así lo defiende la oposición. En todo caso, en la antigüedad el nombre —sin artículo— se alternaba con Villajoyosa (y derivados) como ocurrió hasta el franquismo, que se impuso la variante castellana. En 1979, ya llegada la democracia, ambas pudieron por fin convivir en la cooficialidad. “Eso es lo que defendemos nosotros”, reclama Lloret.

Otra razón para el cambio, argumentan desde la alcaldía, sería la social: mantener los nombres valencianos en una ciudad valenciana. En contra, tanto PP como Cs destacan el hecho de que más del 50% de la población tiene como referencia el castellano, “por no hablar de que hay muchos vileros venidos de fuera y más de 7.500 ciudadanos extranjeros empadronados”.

“Muy de aquí”

Como toda ciudad de contrastes, el municipio todavía conocido como Villajoyosa tiene a sus Josés, reacios al cambio de nombre, y a sus Ángelas, que prefieren la toponimia valenciana. Este diario no ha encontrado a nadie que reniegue de la fórmula castellanizada ni desee su eliminación oficial.

“Para los que nos pasamos el franquismo llamándole ‘La Vila’ casi a escondidas, lo más justo era poner los dos”, aclara. “Yo le llamo siempre ‘La Vila’ o ‘La Vila Joiosa’, pero no me parece mal que fuera de la comarca se nos conozca por Villajoyosa”, revela. Ángela ya cuenta los 60 años pero, de hecho, su opinión es la que más se escucha, paradójicamente, entre los más jóvenes.

Aunque no nació en el municipio, Manuel (21 años) se crió “en La Vila”, y así la ha conocido siempre, pero entiende que llamarla así “es algo muy de aquí”. Entre sus entrenamientos comarcales jugando al balonmano y las pasantías como camarero por el resto de España, nadie conoce Vila Joiosa, pero sí se despiertan caras de curiosidad cuando dice que es de Villajoyosa. “La de los chocolates”, ríen sus compañeros al reconocerla.

Julián y Mario E.E.

Algo parecido ocurre con Mario y Julián, hermanos y regentes del bar De Punxaetes, en referencia a un plato típico vilero que consiste en un trozo de hígado y una patata ensartados en un palillo. Ambos, rodantes de los 30, se refieren a su casa como ‘La Vila’, “pero Villajoyosa también está bien”, reconoce Julián al otro lado de la barra.

“La verdad que no me importa demasiado. Son cosas de políticos, pero que la gente le llame como quiera”, resume.

“Es el compromiso que el Gobierno tiene con Compromís”, revela un empleado del Ayuntamiento que prefiere no revelar su nombre. “En el 79 fui uno de los que pintó los carteles para incluir La Vila Joiosa, y me pareció muy bien, pero ahora en vez de preocuparse por la gente y el pueblo se están preocupando por cosas que no proceden: que arreglen los parques y jardines y hagan cosas productivas”, reclama.

De vuelta entre las calles, dos cabezas se interesan por el que lleva toda la tarde merodeando.

Trinidad y Martín E.E.

Son Trinidad y Martín, una pareja que lleva 60 años en la ciudad, pero que se reivindican oriundos de Granada y Gredos. Nunca se mudaron a La Vila —en todo caso, la encontraron al asentarse—, sino a Villajoyosa, y aunque ambas sean lo mismo, “significan cosas diferentes dependiendo de a quién se le pregunte”.

Porque desde fuera ya se sabe, y hace falta algo más que una visita para llamarse vilero. A Trinidad y Martín les costó lo suyo, cuando el nombre todavía estaba prohibido, las fotografías se coloreaban más sepias y las piernas se bastaban sin el brazo del de al lado. Pero las cosas cambian, y más en La Vila, y con el tiempo, no sin una sonrisa, reconocen que, a pesar de venir de fuera, ambos han terminado por adoptar esas tres sílabas tan familiares para el que, venga de donde venga, se sabe en casa.

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