Los varones de Calamonte (Badajoz) disponen de tres peluquerías de caballero. Un amable vecino se ofrece al periodista de EL ESPAÑOL a que siga su coche para indicarle la ubicación: las de Marce y Jerry están en la calle Cervantes. La tercera, la de El Alemán, con el clásico rótulo en rojo y azul de las barberías, se encuentra en la calle Francisco de Goya. Está cerrada al público y vacía pese a ser aún horario de comercio. Avisa el vecino al despedirse, señalando la pequeña peluquería: “Ésa es. Pero tenga usted cuidado, que está infectado con el coronavirus”.
El apestado al que alude es el organizador de un grupo de 18 vecinos de Calamonte (entre ellos, dos policías locales) que viajaron a Turquía la semana pasada durante el puente de la Constitución para hacerse un trasplante de pelo y que han provocado a su regreso un brote de coronavirus con decenas de infectados, según la investigación inicial de los servicios de salud de la Junta de Extremadura. La noticia del brote, que además ha derivado en el cierre parcial del colegio y de la guardería de este pueblo pacense de 6.200 habitantes situado a 7 kilómetros de Mérida, ha puesto en el punto de mira a los integrantes de la expedición capilar como presuntos responsables.
Pero el peluquero Manuel Parada, de 36 años (apodado El Alemán porque nació en la ciudad alemana de Kassel como hijo de emigrantes españoles y vivió allí hasta los 11), no sólo no se esconde sino que baja a la puerta de su casa, a pocos metros en la acera de su pequeño negocio, para dar explicaciones a EL ESPAÑOL y poner la cara en las fotos esta tarde de viernes. Frente a los que “están haciendo memes” sobre ellos en las redes sociales y acusándolos de traer al pueblo la peste de 2020, defiende que no han hecho nada malo: “No hemos ido a Turquía de turismo ni de fiesta, sino por un viaje médico, que está autorizado por Exteriores. Fue lo primero que averiguamos. Si no estuviera permitido, habríamos ido en otra fecha”, dice con calma el peluquero desde el portal de la vivienda.
Una poblada barba como las que recorta en su local le asoma bajo la mascarilla de colores. El cráneo rapado, en el que desde hace unos días crece una incipiente y sana capa de pelo, revela, como él mismo confirma, que es uno de los que se sometió a la operación de trasplante que algunos o muchos ahora les reprochan por el momento elegido durante la pandemia.
13 o 14 contagios
De los 18 viajeros (17 hombres y una mujer, según sus cuentas), han dado positivo “13 o 14”, incluido él, que está encerrado en casa, sin ningún síntoma, desde que se lo comunicaron hace dos días. “En mi familia, sobre todo la de mi mujer, están todos contagiados menos mi hija y mi cuñado. También mis suegros”, cuenta sobre la repercusión que ha tenido su contagio entre su entorno más cercano. Por suerte, añade, ninguno ha sufrido síntomas graves (la mayoría, como él, son asintomáticos) ni ha requerido hospitalización de momento.
“No sabemos cómo nos hemos contagiado, no sabemos si fue en Turquía, en el autobús en el camino de vuelta desde Barajas hasta aquí, o en el pueblo”, dice Manuel Parada, El Alemán. Cuenta que la idea del viaje en grupo a Turquía para implantarse pelo surgió de forma improvisada en septiembre hablando con varios clientes que llevaban tiempo pensando acabar con su calvicie con una operación. “El contacto surgió por un cliente que hace dos años se lo hizo en la misma clínica, Promed, de Estambul. Yo le hago el seguimiento y al ver los resultados tan buenos, lo hablé con otros clientes y se animaron. Fuimos en el puente de la Inmaculada porque la clínica nos hizo una oferta especial para esos días. Nos costaba unos 1.500 euros, todo incluido menos el autobús de aquí a Barajas. En Madrid te puede salir la misma operación por 5.000 euros”, dice Parada.
El grupo, que abrió para este viaje un chat en Whatsapp, viajó con Turkish Airlines desde Madrid a Estambul el domingo 6 de diciembre. Las comunidades autónomas españolas habían prohibido esos días las salidas y entradas de sus territorios salvo por causas justificadas. Y él sostiene que si salieron de Extremadura y tomaron ese avión es porque antes se informaron, también los dos policías locales del grupo, y comprobaron que el motivo “médico”, al ir a una clínica, permitía el viaje.
Turquía no les pedía una prueba de estar libres del coronavirus para entrar en el país. Y al volver a Madrid, tampoco se la reclamaron en el aeropuerto de Barajas… Simplemente porque España, al contrario de las restricciones que ha adoptado con otros países europeos, no considera a Turquía país de riesgo y por lo tanto no exige a quienes vengan desde allí una prueba PCR, como ha recordado esta misma semana la Embajada de España en Turquía en una respuesta consultada por este diario. Es decir, los viajeros de Calamonte no cometieron ninguna infracción al salir y volver a España.
La cuestión de si un implante capilar es una operación más o menos necesaria o urgente genera diversas opiniones. En la peluquería de su colega Marce, un hombre joven que espera turno critica a sus paisanos del viaje turco, aunque con palabras mesuradas: “Ha caído mal. Aquí no teníamos apenas casos y ahora han subido de golpe. Se podían haber esperado un poco a que hubiera vacuna. Ahora nos tenemos que apuntar para una criba que va a hacer la Junta de Extremadura entre 600 vecinos del pueblo”, se queja, en referencia al nuevo test masivo para detectar el alcance del brote.
Desde el portal de su casa, donde pasa los días de confinamiento por su contagio asintomático, El Alemán responde que se podían haber contagiado en Turquía “o en la terraza del bar” de la esquina y que el lugar no ha sido determinante, y reivindica que los que se han hecho el injerto (el más joven de 24 años, el mayor de cincuenta y pico) tienen sus razones de peso más allá de la estética, por motivos psicológicos y anímicos, para acabar con “complejos” y recuperar “la autoestima”.
El positivo del chófer
En Estambul apenas estuvieron tres noches, en un hotel del centro cuyo nombre no recuerda. Lo justo para llegar, pasar por el quirófano en la clínica y empezar a recuperarse, con ayuda de antibióticos y antiinflamatorios. Como había toque de queda y restricciones, dice, no se relacionaron con nadie salvo entre ellos. Y ahí está la clave del brote. Durante cuatro días, del domingo 6 al miércoles 9 de diciembre, los 18 de Calamonte estuvieron gran parte del tiempo juntos, procedentes de hogares distintos. Podían haberse infectado entre ellos igualmente sin salir del pueblo. Lo decisivo fue formar piña durante unos días, no el lugar donde estuvieran ni el motivo de la reunión. En cuanto llegaron el miércoles 9 en autobús desde el aeropuerto de Madrid hasta su pueblo, se dispersaron y ya no han vuelto a verse todos juntos.
El viernes 11 de diciembre, tras un día de descanso, el peluquero volvió a abrir el local, por donde pasan cada jornada, calcula, entre cinco y 15 clientes. Ninguno de los viajeros se sintió mal, asegura. Este miércoles 16 de diciembre, justo una semana después del regreso de Turquía, se enteraron, según detalla Manuel Parada a EL ESPAÑOL, de que el conductor del autobús de la empresa de Mérida que los trajo desde Barajas había dado positivo por coronavirus.
“Él y nosotros estábamos con la mascarilla puesta y no hablamos con él, sólo le di las buenas tardes”, recuerda, sin hallar explicación al contagio. No saben si el conductor los contagió a ellos o ellos a él. El caso es que inmediatamente, a través de su grupo de Whatsapp, se avisaron y se fueron a la clínica Diana de Mérida a hacerse una prueba de antígenos que le costó 65 euros a cada uno. Los tests revelaron que casi todos ellos estaban infectados, aunque ninguno tenía síntomas.
Tras dar el aviso de que era positivo, se expandió la alarma social. Sus clientes de los días en que había estado trabajando en la peluquería, desde el viernes 11 hasta la mañana del miércoles 16, cuando cerró, acudieron a pagarse pruebas de covid en Mérida, temerosos de haberse contagiado a través del peluquero y de habérselo pegado a su vez a sus seres queridos. “Se les pusieron las orejas para arriba”, describe gráficamente sobre el susto que se llevaron sus parroquianos.
“Pero todos los que se han hecho la prueba de momento han dado negativo”, añade con alivio. “Yo trabajo con ellos de espaldas, y todos con la mascarilla puesta, durante poco tiempo”. Esas medidas básicas de precaución han servido para evitar la transmisión del coronavirus al menos en su lugar de trabajo. “Si no es por el chófer, ni nos enteramos, y habríamos seguido desparramando el virus sin saberlo. Menos mal que nos enteramos”.
"Estamos muy quemados"
¿Cómo se encuentran de ánimos los viajeros de Turquía? “Estamos muy quemados, y cabreados por algunos comentarios de la gente. Yo no tengo Facebook, pero me dicen mis compañeros del viaje que nos están acusando y están haciendo memes sobre nosotros”, dice con resignación el peluquero. “Es muy fácil criticar sin saber. Fuera de nuestras familias, no hay infectados. Hay otros brotes, pero no tienen que ver con nosotros”, agrega en alusión a la cuarentena en el equipo de fútbol por el caso positivo de un jugador sin relación con ellos.
Cuando les detectaron la infección, en todos ellos tan leve que ni la han notado, había pasado una semana desde su regreso de Turquía, lo que le hace pensar al peluquero que quizás se contagiaron ya en España, sea en el autobús desde Madrid a Calamonte o en los días siguientes en el pueblo. Pero el hecho de que el grupo se dispersara y no haya tenido contacto desde su vuelta indica que la única explicación para el contagio de casi todos ellos es que ocurriera durante sus días de convivencia en el viaje. Es posible incluso que alguno fuera ya con el virus en el cuerpo desde España, el 6 de diciembre, y se lo transmitiera al resto en Turquía. “Ya no lo vamos a poder averiguar”, lamenta Parada tras darle muchas vueltas.
Teme las repercusiones en su trabajo cuando pueda reabrir la peluquería. Pero le reconforta haber comprobado la reacción de sus clientes. “Nadie me ha hecho ningún reproche. Todas las llamadas que he recibido estos días han sido para darme ánimos”.
¿Se arrepiente del viaje para el injerto de pelo, dadas las consecuencias? “No, porque podía haber ocurrido en cualquier otro sitio”, responde, resistiendo la posible condena de parte de la opinión pública. Cuando en España se ha infectado ya uno de cada diez habitantes, cuatro millones y medio de personas, buscar responsables por cada brote equivale a abrir un juicio infinito en el que antes o después muchos acusadores pueden acabar siendo acusados, según advertía Thomas Paine en su Sentido común (1776): “El deseo de castigar es siempre peligroso en la libertad, y hace que los hombres se extiendan a interpretar y aplicar mal aun la mejor de las leyes. Aquel que quiere ver segura su misma libertad, debe librar hasta su enemigo de la opresión; porque el que viola este deber, establece un ejemplar que otro día le alcanzará a él mismo”.
Confiando en que no haya víctimas en este brote de Calamonte y todo vuelva a la normalidad, el peluquero se despide de vuelta a su confinamiento con un toque de humor en medio del drama. “A ver si no se nos cae el pelo con el estrés”.