Un salto. Dos. Tres. Las risas. Otro salto. Carcajadas. Un quinto. ¡Ay, qué daño! La vértebra C5, maldita vértebra, ha hecho crack, se ha desplazado y me ha dañado la médula. El inmediato sabor a sangre en la boca. El no poder mover el cuerpo salvo el brazo derecho. La vida suspendida ahí, en una cama elástica, mientras juego con el hijo de mi pareja.
- Anda, corre, avisa a mami.
Las lágrimas de Eva, mi chica, que lo ha visto todo. Las castañas asadas que a mí, Antonio, me han quedado por vender esta tarde en Málaga. Ya sabes, hay que salir adelante como sea: castañero, vendedor ambulante, pintor, ayudante de topógrafo en el aeropuerto y otros empleos más en los que no me dieron de alta. Aunque ya qué más da el pasado. Ahora lo que importa es el ahora. En cómo quedaré.
El crío, al que quiero tanto como si llevara mi sangre, le dice a los bomberos, roto de dolor. “No es mi padre, pero como si lo fuera”. La existencia que se rompe de cuajo precisamente cuando la alegría llenaba mi rostro. Una mala racha, de la que me habían hablado desde que nací, toda de un tirón. En un crujido, en un instante.
El rescate
12.15 de la mañana del domingo 29 de noviembre. Antonio Robledo, de 38 años, sufre una mala caída sobre una cama elástica del Altitude Park, un parque de trampolines situado en el Centro Comercial Málaga Nostrum. Ha ido con su chiquillo -o el de su pareja, que viene a ser lo mismo- a entretenerlo un rato. Luego, en un par de horas, toca atender el puesto de castañas en el barrio de Mangas Verdes. Su bisabuela ya se dedicaba a lo mismo en los meses del frío. Ella, su abuela, su madre, sus tíos, algunos primos… Media familia castañera.
Pero la quinta vértebra cervical se parte. Llamadas de auxilio. Llegan los bomberos. Los médicos. La Policía. Hostia, que tiene fiebre, pongámonos los trajes especiales para la evacuación. La PCR posterior descarta que se trate del coronavirus.
El relato del rescate contado por un bombero al periódico SUR, que adelanta la historia. La maniobra de aproximación se prolonga durante casi una hora. “Cuanto más nos acercábamos al paciente, más movíamos su zona de influencia. El último tramo lo hicimos a gatas para alterar lo menos posible la superficie”, le contó al periódico malagueño.
De inmediato, la llamada de Eva a sus suegros, Pilar y Francisco. "Váyanse a Urgencias, allí nos vemos".
Luego, la noticia de los médicos al llegar: será un milagro si vuelve a andar. Antonio ha quedado parapléjico. Le hemos operado dos veces, les cuentan. Primero le hemos puesto una prótesis a través de la garganta. Luego, por detrás del cuello, una placa con 18 tornillos entre la C4 y la C6. Era la única forma de sostener la columna.
¿Cómo? ¿Qué han dicho? ¡No puede ser! La familia rompe en dolor. La cama elástica escondía un trampolín hacia una nueva vida. Distinta. Más jodida. Mucho más.
Traslado a Toledo
15 de diciembre. Primera hora. A Antonio lo trasladan en helicóptero hasta Toledo, donde está el Hospital Nacional de Parapléjicos. Allí pasará, como mínimo, seis meses. La previsión es que puedan ser nueve.
Su madre, Pilar, que es muy creyente, ahora deposita casi toda su fe en los médicos que atienden allí a su hijo, aunque ha guardado una mijita para su Cristo de la parroquia del Buen Pastor.
“Es increíble cómo cambia la vida en un segundo. Lo piensas fríamente y nadie puede comprender que sucedan estas cosas”. Lo dice rota, con el llanto enroscado en la garganta coma una serpiente.
Antonio no está solo. La mujer que lo trajo al mundo, el padre, Francisco, y la pareja, Eva, se trasladaron ese mismo día a Toledo. La primera noche durmieron entre mantas dentro del vehículo, un Citröen Xsara Picasso con más años que Matusalén.
Nada de bares. Bocadillos envueltos en papel de aluminio. Frío. Lamentos colectivos. Alguna risa tonta de esas de no sé de qué me río.
Antonio viaja sedado. En Málaga, durante la operación, ha cogido neumonía. Por si faltaba algo para empeorar la situación. Al día siguiente, su familia encuentra un piso en Toledo.
Se lo cede durante unos días Mamen, una chica que ya pasó por ese mismo hospital en 2002. Un accidente de coche le quitó la vida a su novio y a ella la dejó en una silla de ruedas para siempre. Con la indemnización pagó la entrada de esa casa, de la que todavía paga hipoteca. “Me pagáis la mensualidad cuando podáis”, les dice. “No hay prisa”.
Una ola de solidaridad
Pero la familia de Antonio tiene que pagar. Lo que no sabe es cómo hacerlo. Los 430 euros que cobra su padre como parado de larga duración no dan para mucho. Para sacarse un extra hacen portes de muebles o recogen palets para luego revenderlos. En casas como la suya ahorrar es una quimera.
Por eso en su barrio de Málaga se han puesto las pilas y sus vecinos han empezado a escribir un cuento de Navidad. Se están haciendo colectas, rifas. Los antiguos compañeros de colegio de Antonio también están aportando dinero. Como los chicos del equipo con los que juega partidillos de fútbol amateur.
La madre de Antonio comienza a respirar. Pide ayuda. No dinero en mano. “Yo de aquí no me muevo. Mi hijo me necesita. Por ahora ya tenemos para un mes de alquiler, agua, electricidad, comida… No tengo palabras con las que agradecerlo. Ver la respuesta de la gente es precioso. Les doy mil gracias”.
Cada día, de siete a ocho de la tarde, los padres y la pareja de Antonio pueden entrar a verlo. Por el momento, el chico, aunque sedado, ya está recibiendo tratamiento de rehabilitación en los brazos.
Poquito a poco, dice su madre. A él, que se altera al escucharles, le da alegría que estén ahí, aunque sea entre sueños. “Nos tira besos. Ya está medio consciente”.
Maldita cama elástica.
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[Si alguien quiere ayudar a la familia de Antonio, puede escribir a andros.lozano@elespanol.com o a lector@elespanol.com. Le ayudaremos a ponerse en contacto]