En unos días se cumplirán diez meses del estado de alarma por la Covid-19. No obstante, parece que poco o nada ha cambiado desde entonces. Terminamos 2020 sí, pero, ¿será muy distinto el 2021? El estado de alma continúa en muchos lugares, también los confinamientos, las restricciones y una cifra de 200 muertos diarios de media en un país que se levanta cada día sin saber exactamente qué es lo que va a pasar al siguiente.
Que si el toque de queda se reduce o se amplía, que si no hemos podido ver a nuestras familias en Navidad... Poco sorprende ya a los españoles y posiblemente a los ciudadanos del resto de Europa. La explicación tiene un nombre y no es otro que el cansancio, el hartazgo que el virus ha instalado en la población y que, al mismo tiempo, ha desembocado en un preocupante auge en la venta de antidepresivos, ansioliticos o somníferos en las farmacias.
Lo dijo la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) al final del pasado año: en los países europeos el cansancio es tal que, también como un virus, se expande: hay irritabilidad, ansiedad, depresión y un profundo malestar que viene y va sin remedio. También Donald Trump: "Estamos cansados, agotados". E incluso director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, que hace una semanas repitió varias veces que los españoles estaban exhaustos, que la mascarilla cansaba y que no saber nada sobre el futuro era aún peor para nuestras mentes. Un padecer que la OMS ha denominado como "fatiga pandémica".
Se trata, según apunta esta organización, de una respuesta natural y esperada a una crisis de salud pública prolongada, especialmente ante la gravedad y la escalada de la pandemia de la Covid-19, en la que se han implementado medidas invasivas con un impacto sin precedentes en la vida diaria de todos los ciudadanos, incluidos aquellos que no han sido afectados directamente por el virus.
Somníferos, un 23% más
Lo peor de este concepto, no obstante, es lo que ha desencadenado en sus víctimas en lo que llevamos de pandemia y lo que, sin duda, continuará haciendo en este año que comienza. Los datos hablan por sí solos. La venta de fármacos antidepresivos se ha incrementado en un 4,8% en el periodo de marzo a noviembre de 2020, con respecto al año anterior. Y si ponemos en el foco en la segunda ola del virus, los números son todavía más dramáticos. De septiembre a noviembre de 2020, el aumento de este tipo de medicamentos se acerca al 6%. Es decir, ha aumentado de manera más agresiva en dos últimos meses que en todos los anteriores. Síntoma, sin duda, del cansancio generalizado.
Unido a los productos antidepresivos, el estudio realizado por la distribuidora de fármacos Cofares, La farmacia en tiempos de la pandemia, también ha analizado el comportamiento de otros productos de salud para calmar el sistema nervioso como los somníferos. El resultado es todavía más estremecedor. La demanda en farmacia de valerianas y somníferos ha aumentado un 23,3% de marzo a noviembre de 2020 con respecto a 2019. Y en los dos meses siguientes, un 8,5%.
Y es que, según los expertos, la falta de sueño es el principal causante de todas las enfemerdades mentales que se han podido producir durante la pandemia.
Es lo que sostiene, por ejemplo, la psicóloga Sonia Campos: "Uno de los problemas que ha aumentado hasta el 60% durante la pandemia ha sido el insomnio. El aumento de la ansiedad, la depresión y el estrés producido por la preocupación de la salud, la economía o el trabajo están directamente relacionados con la calidad y la conciliación del sueño, ya que por cuestiones de adaptación estamos programados para permanecer despiertos ante eventos que consideramos peligrosos. Y esto desemboca también el aumento de la fatiga, el sentirnos más cansados de lo normal", apunta.
Parece lógico, entonces, que la mayoría haya recurrido a la compra de fármacos que palien dicho problema. Pero, ¿son soluciones eficientes? ¿Que ocurre cuando el efecto de ese fármaco se desvanece? "El problema sigue ahí", insiste esta profesional. "Sería interesante que el uso de psicofármacos estuviera estrictamente controlado y que las personas realizasemos un uso responsable de ellos, sobre todo de las benzodiacepinas (son altamente adictivas). Si bien es cierto que los casos deben tratarse individualmente, determinando las causas concretas de cada paciente y la gravedad de la dolencia, y sin olvidar que estos fármacos, en diversas ocasiones, son imprescindibles para la estabilización del paciente", detalla Campos.
Frente al abuso de fármacos, esta psicóloga defiende que la mejor solución frente al trastorno mental grave es la que combina estos medicamentos con una terapia cognitivo-conducual. Aquella que consiste en determinar los pensamientos que nos acontecen ante determinadas situaciones y que dan como resultado nuestra forma de actuar ante ellas y las emociones que nos producen. "Todavía hay un gran escepticismo sobre esta técnica, pero lo cierto es con motivación y dedicación por parte del paciente, los resultados positivos aparecen; si todo tomamos pastillas no habrá aprendizaje en el paciente", añade.
Lo que está claro, prosigue esta especialista, es que si no existe un cambio de visión en aspectos como la educación emocional, los problemas de salud mental "derivados o no e la pandemia seguirán creciendo y agravándose". Y no solo eso, sino que aparecerán también otros derivados del consumo de psicofármacos si no se limita el uso estrictamente necesario.
Llamadas de auxilio
Otro síntoma de lo que esta crisis sanitaria ha dejado en la población ha sido el aluvión de llamadas que durante la pandemia ha recibido el conocido teléfono de la esperanza. Desde marzo, esta organización ha registrado 122.392 llamadas, 453 al día, un 47% más que el año pasado.
Quienes más han recurrido, desde la declaración del estado de alarma, a este teléfono han sido las personas de entre 46 a 65 años (50%) y seis de cada diez llamadas han sido realizadas por mujeres (65,24%).
El peor dato que ha recogido esta organización en sus estadísticas, no obstante, ha sido el del incremento de llamadas de temática suicida. Desde que llegó el coronavirus, comparado con el año pasado, han recibido el doble de llamadas de personas pidiendo auxilio (de 2.012 a 3.952). Además, también han atendido llamadas por crisis psicológica o emocional a causa de la covid-19 (7.944), soledad e incomunicación, depresión, trastornos de ansiedad y problemas derivados de la enfermedad mental.
El dato que menos ha aumentado este año, sin embargo, ha sido el de quienes llaman para solicitar cita con un psicólogo (de 2.267 a 2.392). Y ese, sin duda, es el primer paso que todos deberiamos dar cuando queremos solucionar un problema. De lo contrario, si pasa el tiempo, ese problema puede ser mucho mayor.