El reloj marcaba las cinco y media de la tarde cuando Alberto salió de La Funda Mental, un bar cercano al metro de Lavapiés, acompañado de cuatro amigos. Debía de ser la decimoctava vez que rondaban el local ese mes, y en ninguna de ellas lo habían abandonado antes de la primera copa. Esta fue la primera. Era el 15M, Madrid, 25 de septiembre de 2012, y Alberto lo recuerda perfectamente: "Fue el día que rodeamos el Congreso, no llegamos a entrar y aún así nos metieron de hostias".
Washington DC, 6 de enero de 2020. Miles de manifestantes afines a Donald Trump, presidente de Estados Unidos, irrumpen en el Capitolio, sede de la democracia americana, durante una sesión plenaria. Se rebelan contra el resultado de las elecciones. Permanecen allí unas horas, varios de ellos armados, hasta que la Guardia Nacional les expulsa del recinto. El balance general es de cincuenta detenidos, cuatro muertos y catorce policías heridos; el de Madrid, 34 detenidos y 64 heridos, 27 de ellos policías. Ocho años entre ambos sucesos no han sido suficientes para evitar las comparaciones.
Para Alberto, nada tiene que ver la intentona estadounidense con aquella tarde de 2012. Según la Delegación del Gobierno, ese día se congregaron más de 6.000 personas alrededor de la fuente de Neptuno para reivindicar un lema muy de la época, el ya famoso "no nos representan", también durante un pleno de la Cámara. Acabó volviendo a casa horas más tarde con las piernas cansadas, el móvil roto y un recuerdo imborrable en la retina: el de los antidisturbios cargando contra los manifestantes en el centro de Madrid. "Ni siquiera llegamos a entrar en la calle del Congreso", rememora por teléfono a EL ESPAÑOL.
Con 20 años y estudiante de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense, tanto él como sus amigos habían frecuentado decenas de manifestaciones en esos años, pero ninguna fue como aquella. Uno de sus profesores, Juan Carlos Monedero, había manifestado seis meses antes que el 15M era "lo mejor que le ha pasado a la democracia". Al año siguiente entraría a formar parte de un nuevo proyecto político, Podemos.
Los líderes de la formación morada, entonces inexistente, eran asiduos de esta clase de manifestaciones, y crearon tendencia. El 29 de octubre de 2016, ya con representación parlamentaria, el partido liderado por Pablo Iglesias apoyó un nuevo rodea el Congreso durante la investidura de Mariano Rajoy. Se congregaron a más de 3.000 personas bajo el lema "ante el golpe de la mafia, democracia. No a la investidura ilegítima". No hubiese sido posible sin el precedente de 2012.
Ilusión y decepción
Aquella tarde, Alberto llegó a la plaza a eso de las seis y cuarto, todavía con el sol brillando, y se arremolinó con los suyos alrededor de Neptuno. Durante los siguientes minutos la plaza se hincha del todo, empiezan a juntarse cada vez más manifestantes y el centro de Madrid empieza a cantar al unísono aquello de "que no, que no, que no nos representan". El grupo de amigos se une. Así había sido el último año, un hervidero de ilusión, emociones y manifestaciones que ninguno sabe en qué acabará cristalizando.
Poquito a poquito se mueven hacia delante. En la frontal de la plaza cada vez se está más apretado y se quedan a varios metros de la valla de seguridad. Al un lado, varios policías controlan que nadie se salte el perímetro y acceda a la Carrera de San Jerónimo, donde se encuentra el Congreso de los Diputados. Al otro, un puñado de violentos menea la verja intermitentemente y corea "menos Policía, más educación". El reloj da las siete de la tarde, un oficial decide que ya es suficiente, otro lanza un grito y comienzan las cargas.
"Al principio no sabía lo que estaba pasando, sólo escuchaba gritos y vi a la gente correr y pegarse para irse de Neptuno, pero no entendía por qué", recuerda. "Sí que vi a varios enfrente de todo dándole a las vallas, y me acuerdo que comentamos entre nosotros que podían ser secretas, pero ninguno estábamos haciendo nada". Es la excusa de siempre, la de los infiltrados dando la nota. Pero cierta o no, consiguieron lo que estaban buscando y desaparecieron. El resto no tuvo tanta suerte.
Cuando los agentes empezaron a cargar, el grupo de amigos no tardó en desperdigarse. Empezaron a correr, a huir hacia delante, y no volvieron a contactarse. Alberto tuvo que esperar a llegar a casa para saber qué había sido de ellos. En cuanto entendió que los policías iban en serio sacó el móvil de su bolsillo para grabar lo que pudiera, pero los codazos y empujones fueron demasiado para su brazo. El teléfono se escapó, cayó al suelo y rompió su pantalla. Los pisotones posteriores terminaron la faena.
Durante un tiempo -"creo que fueron horas, pero vete tú a saber"- se encontró solo, sin una cara conocida, dando vueltas y escondiéndose. Nunca se había visto en esa situación ni había imaginado que le fuera a suceder a él. Aun así, los agentes no llegaron a tocarle y fue de los primeros en salir por el cordón en Atocha. "Tuve suerte", resume, "pero fue un horror".
"En esos años estábamos muy a tope con todo el movimiento", recuerda ahora. El 25s le metió miedo en el cuerpo, pero durante un tiempo siguió asistiendo a cada convocatoria. Una tras una, año tras año, hasta que la oleada de protestas terminó por amansarse. Ya en 2021, ¿mereció la pena? "Para un par de diputados, no sé, no creo", confiesa.
Ahora las cosas han cambiado. Volvió a casa de sus padres y oposita para ser diplomático. El tiempo le ha moderado, dice, y hace tiempo que no va a una manifestación, pero no se arrepiente de haber asistido a aquella tarde del 25 de septiembre. Aún así, no volvería a hacerlo. "Entonces era otro momento y yo era más joven, pero era cosa de esos años", señala.
"Nunca entramos al Congreso"
En otra línea distinta se sitúa Mar y Jesús, aunque parten del mismo sitio. En 2012, la pareja se acaba de mudar a Madrid desde Sevilla y asistía a todas las manifestaciones del 15M. Esa en concreto era especial, porque se esperaba mucha gente y Delegación del Gobierno la había admitido. Llegaron a Neptuno a las cinco con dos amigos, y les sorprendió la variedad en el ambiente.
"Había familias, gente mayor, algún anarca... de todo. Si en algún momento aparecían los típicos cuatro que la liaban la gente les pedía que parasen", recuerda Mar a EL ESPAÑOL. En esa época trabajaba como periodista para un medio que prefiere no mencionar, estaba implicada políticamente y ya estaba versada en convocatorias de ese tipo. Aun así, no se esperaba lo que vino después: llevaban una hora en el centro de la plaza coreando cuando, de repente, una furgoneta empezó a andar. Le siguieron un par de gritos. Varios manifestantes movieron las vallas. Y todo empezó a girar muy deprisa.
"Fue justo antes del telediario. Me acuerdo que lo pensé porque teníamos claro que los que estaban en la valla eran secretas", indica. "De repente se oyó un grito, los coches se movieron, la gente empezó a correr y perdimos a nuestros amigos. Me quedé muy parada. Mi novio [Jesús] me cogió de la mano y salimos corriendo sin saber hacia dónde", recuerda. Cuando vieron a los policías detrás de ellos, dejaron de mirar atrás y se centraron en huir lo más rápido posible. Los pasos les llevaron al Estado Puro, un bar del centro "con un nombre muy apropiado", dice Mar.
A un lado, unos siete desconocidos entre los que se encontraba la pareja intentaban entrar en el local, el único refugio posible a los antidisturbios. Al otro, un camarero les decía que habían cerrado, que se buscaran otro bar, mientras servía un café a una pareja. "Fue humillante", rememoran. Se dieron por vencidos y corrieron hacia Atocha, la salida más cercana, rodeados de furgonetas y gente desorientada. Allí, en medio de la marabunta, entre gritos y silbidos, entre prisas y empujones, la cabeza empezó a dar todavía más vueltas. Y Mar se desmayó.
"Ahora no corréis"
"Fue justo enfrente del Ministerio de Sanidad. Se quedó tirada en la calle y yo no sabía qué hacer. Fue uno de los peores momentos de mi vida", recuerda Jesús. En su cabeza, la imagen es de él en medio de una multitud corriendo, con Mar en el suelo, y una fila de antidisturbios acercándose. "Intenté llevármela y no podía. Me cubrí la cabeza y me puse encima de ella para taparla, ya esperando a que llegasen", rememora.
Pero quienes no llegaron no fueron los policías, sino cuatro desconocidos. "Aparecieron y me ayudaron a cargarla lejos de allí. Llamé a una ambulancia, pero me dijeron que no podían entrar en la zona porque estaba acordonada, así que empezamos a buscar cualquier sitio".
Alrededor de las nueve encontraron otro bar del que Jesús no recuerda el nombre, rodeados de otros perdidos que también habían huido de la policía. Allí, a salvo, Mar despertó. "Lo primero que recuerdo es que había gente sangrando y llorando, no lo voy a olvidar en la vida", rememora ella. De vez en cuando, un policía se asomaba a la puerta, sin poder entrar, pero amenazando. "Nos gritaban y nos decían: 'rojos de mierda, ahora no corréis'".
"Volvimos a casa callejeando, un poco a suertes. La gente nos advertía por dónde no podíamos ir porque [los policías] estaban cazando a gente", recuerda Jesús. Horas más tarde, tras varios intentos, lograron romper el cordón en Atocha mientras los policías patrullaban. No volverían a ver una manifestación igual.
El estigma
No es por falta de ejemplos. Con el tiempo, y a pesar de la experiencia vivida, la pareja -ahora matrimonio- no ha dejado de asistir a protestas. Es más, la tarde del 25s fue para ellos una especie de despertar, un segundo nacimiento político. "Hasta ese día sabía que había cosas que le pasaban a otro, y por eso nos manifestábamos, pero de repente me tocaron a mí y me di cuenta de que podías volverte a casa con una pierna rota por hacer uso de tus derechos", comenta Mar.
De hecho, dice, esa es la razón que lo diferencia del caso de Estados Unidos, el Capitolio y los seguidores de Trump. "Se está blanqueando lo suyo y criminalizando lo nuestro cuando no tiene nada que ver ni el momento, ni los motivos ni la gente que estaba", arguye Mar. Y Jesús complementa. "Son dos cosas radicalmente distintas. Nosotros fuimos a Neptuno para defender la democracia y lo que ha pasado en Estados Unidos es justamente lo contrario", concluyen.
Pero nada es tan fácil como parece. A ojos de ambos, todavía pesa un estigma para cualquier clase de protesta o acción política. Todavía uno no puede llevar una vida sin interferir su ideología.
"En estos años hemos retrocedido. Hay algunas cosas, como que se sepa que has ido a estas manifestaciones, que te pueden pasar factura", reflexiona Mar. "Por ejemplo te juegas el puesto de trabajo, o sabes que la gente te va a ir señalando por no ser de los suyos, y es una pena", lamenta. En la actualidad ella trabaja de asesora de comunicación; él, en la industria aeronáutica, y les va mejor. Quizás porque se esconden mejor.
Pero no se arrepienten. Para nada. Volverían a hacerlo, a pesar de todo lo malo, los agobios y las secuelas. "Por responsabilidad", dice él. "Porque si no ganan ellos", añade ella.