Siete menos diez de la tarde. Suena el teléfono de la Guardia Civil. Un hombre alerta de un asalto. Está en Vilar de Costoia, una parroquia de Oza-Cesuras, y de fondo se oyen murmullos. Son los del resto de vecinos, que han seguido el rastro de los gritos de auxilio y han entrado en la escena del crimen, una finca frente a la calle de tierra. A la salida, a pocos metros de la puerta, una mujer yace en el suelo, en medio de un gran charco de sangre, con un tiro en la nuca.
Es el 15 de enero de 2021 y todo el pueblo está en pie, en la calle. En medio de toda la confusión, los rumores hablan de “un varón de complexión gruesa con un chaleco reflectante”. Varios vecinos dicen que lo vieron escapar de la vivienda, que saltó la verja de la casa y desapareció cojeando por un sendero cercano. En menos de diez minutos encuentran a Alberto S.P., el presunto asesino, oculto entre unos matorrales cercanos y rodeado de un reguero de sangre. Tiene una herida en la ingle y un tobillo torcido, pero dice que sólo ha salido a pasear. Cuando le preguntan por el suceso, le da una parada cardiorrespiratoria.
Ese fue el final de Cristina N.T., asesinada a la puerta de su casa, y el principio del fin para Alberto S.P., primero ingresado en Urgencias y luego acusado de asesinato y tenencia ilícita de armas. Cinco días más tarde, ya recuperado de la parada y preguntado por su abogado, dice que estaba bajo los efectos de la cocaína y heroína, pero no explica el porqué del suceso. La Guardia Civil tiene sus propias teorías.
El crimen de Oza
El viernes a las 18.50 de la tarde Alberto S.P., de 51 años, aparcó su coche y caminó 700 metros hasta la casa de Cristina N.T., una madre de 33, en Vilar de Costoia. Su marido estaba trabajando y su hijo, de sólo dos años, estaba en casa del abuelo, que lo había recogido hacía media hora. Alberto escala la verja de la finca, de varios metros de altura, y entra por la ventana. Lleva un chaleco reflectante, una cadena de acero, unos grilletes y una pistola que no es suya.
A los pocos minutos se oye el primer grito, y de repente nada más. Ella está tendida en la entrada, rodeada de sangre, con un disparo en la nuca. Él sale corriendo por donde entró, la ventana, y las prisas le vuelven imprudente. Se clava en la ingle la forja del portalón, cae al suelo y se tuerce un tobillo. Para entonces, el ruido ya ha atraído a los vecinos más cercanos, que sólo observan cómo un hombre corpulento ataviado con un chaleco fluorescente se pierde en un sendero cercano. Y llaman a Emergencias. Y Emergencias a la Guardia Civil.
Alberto empleó sus diez minutos de libertad en alejarse todo lo posible y semienterrar las pruebas. Metió en una bolsa de supermercado la pistola, la cadena de acero, el chaleco, las argollas y los cartuchos, y se escondió en un matorral. La pierna se desangra y delata la posición, el pie no se puede apoyar y la cabeza le da vueltas. Tiene la ropa empapada de sangre y entra en crisis de ansiedad. Y le encuentran agazapado.
“En un primer momento intentó despistar a los agentes indicando que se encontraba paseando por la zona y se había lesionado un pie”, indica a este periódico la Guardia Civil. Se hizo el loco, pero la sangre le delataba. Cuando los agentes le preguntaron por su relación con el crimen, le dio un amago de infarto. Le reanimó en el lugar un equipo del 061, le llevaron en ambulancia al Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña, ya detenido, y se estabilizó. Entonces empezaronn las preguntas.
Ajuste de cuentas
En un principio, la hipótesis principal para los agentes estaba clara. Un hombre intenta entrar en una casa a robar, se encuentra a la propietaria dentro y, presa del pánico, decide acabar con ella y huir lo antes posible. Pero algo no cuadra. El modus operandi y los objetos hallados en la bolsa de supermercado no cuadraban con la teoría del robo, explican desde la Guardia Civil. Tampoco el perfil del presunto asesino. Tenía que ser otra cosa.
Para empezar, los ladrones prefieren esperar a que caiga la noche para cometer los robos, pero en el 63 de Vilar de Costoia todavía había luz natural. Tampoco cuadran los objetos de la bolsa, sobre todo la cadena y los grilletes, que podrían indicar tortura o secuestro. Pero lo que menos cuadra es el asaltante, casado y con tres hijos, sin antecedentes y relacionado con la víctima.
Aparece así la segunda teoría, que es la que más se ajusta a la situación actual: la del ajuste de cuentas. Porque Alberto y Cristina se conocían, aunque fuera de forma indirecta. El marido de la ella, Pablo, trabaja desde hace años con la esposa del presunto asesino “en una empresa de reparto de mercancías de A Coruña”, confirma a EL ESPAÑOL un vecino de la pareja. Las dos parejas eran amigas, y desde el entorno del detenido recalcan que tenían “una relación muy cercana de amistad en el pasado”. La Guardia Civil, por su parte, sospecha que las motivaciones del crimen partieran precisamente de esta relación. Quizá una venganza.
Una de las hipótesis que barajan los agentes es que ella, Cristina, no fuera el auténtico objetivo del presunto asesino. Intuyen, al igual que algunos vecinos, que el destinatario era su marido, aunque este periódico no ha recibido confirmación oficial por parte del Instituto Armado. Tampoco la han descartado. Según la teoría, Alberto S.P., camionero de Culleredo, habría querido ajustar cuentas con Pablo y torturarle o secuestrarle -de ahí la presencia de las argollas y la cadena-, pero en cambio se encontró solo con Cristina.
“Sea como sea, es surrealista. Era una pareja normal”, indica un vecino a EL ESPAÑOL, quien indica que la pareja "aparentemente no tenía problemas con nadie". Este paisano fue uno de los que vio la escena del crimen minutos después del asalto, la tarde del viernes, “y a Cristina tirada en el suelo, frente al garaje”. Era oriunda de Perillo, pero llevaba doce años viviendo en el pueblo, donde todavía no se lo terminan de creer. Trabajaba para la empresa de Axuda no Fogar, contratada por el Ayuntamiento de Oza-Cesuras, y vivía con Pablo, su marido y pareja desde el instituto, en el 63 de Vilar de Costoia. Desde hace dos años se les había sumado un nuevo miembro a la familia.
Alberto, por su parte, también es padre. Está casado, tiene tres hijos, dos de ellos menores, y llevaba años trabajando de camionero en Culleredo (A Coruña). No tenía más antecedentes que un cargo por un robo hace 18 años, aunque finalmente logró la suspensión. Ahora se enfrenta a una condena por asesinato y tenencia ilícita de arma corta, aunque no era suya. De hecho, el verdadero titular de la pistola ni siquiera sabía que “faltaba del domicilio donde la guardaba”, según los investigadores. El Departamento de Balística del Laboratorio de la Guardia Civil sospecha que pudo ser manipulada para volverla operativa, ya que en el registro consta como inutilizada.
Tras la parada cardiorrespiratoria, el 061 intentó reanimarlo y lo trasladó al Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña, donde declaró ante el juez por videoconferencia. Allí, preguntado por su abogado, aseguró que en el momento del crimen se encontraba bajo los efectos de las drogas, cocaína y heroína, y que está actualmente a tratamiento por su drogodependencia en la Asociación Ciudadana de Lucha contra la Droga en A Coruña (Aclad). El Juzgado de Instrucción número 2 de Betanzos ha acordado prisión provisional comunicada y sin fianza.