Pablo Iglesias sabe que se avecina una tormenta. Probablemente, una con efectos más notorios que Filomena. El vicepresidente del Gobierno ha dado este lunes un paso que ha dejado tantos titulares como bocas abiertas: renuncia a su puesto en el Gobierno para presentarse como candidato de Podemos a presidir la Asamblea de Madrid. A la vez que intenta arreglar las goteras de su partido, hace lo propio en su casa. Este lunes, mientras en Madrid se tomaban decisiones que trastocan la política nacional, en Galapagar, el chalé más famoso de España renueva su tejado.
En un movimiento que nadie esperaba, Iglesias se lanza a la desesperada a salvar a Podemos en Madrid. Sabe que si no llega al 5% de votos, su partido -en caída libre desde las generales de 2019- entraría en un abismo del que difícilmente podría salir. Si los muros de mampostería y hiedra de su chalé hablaran, dirían que el vicepresidente lleva noches meditando y comentando con Irene Montero este movimiento. ¿Quién necesita HBO teniendo este juego de tronos en la política nacional?
Las tejas del zaguán
Es lunes, cuatro y media de la tarde. Hace solo unas horas que Iglesias ha lanzado el vídeo del día. Los líos de la Asamblea de Madrid, el Congreso y la Moncloa quedan lejos de Galapagar, donde reina una calma casi tropical. Solo hay un estridente sonido que rompe este silencio: el taladro de dos operarios que trabajan sobre el tejado de Iglesias y Montero. Están cambiando las tejas sobre el zaguán, como quien prepara sus cuarteles de invierno para la tempestad. Winter is coming, que diría Robb Stark en la serie que le apasiona a Iglesias. Si pretenden cambiar todo el tejado, les queda mucho trabajo por delante. Casi todas las tejas parecen tener muchos inviernos ya.
Un policía de paisano guarda el cortijo desde la garita instalada a las puertas. “Está todo muy tranquilo”, afirma el agente. Explica que ahora, cuando hay manifestaciones, la Guardia Civil corta la calle mucho más arriba. “Ni se les ve”. Esto lo sabe muy bien Miguel Frontera, un habitual de las concentraciones, sobre el que pesa una orden de alejamiento de Iglesias y Montero. “No puedo acercarme a menos de 500 metros de casa del bolivariano comunista y de la ministra de igual da. Lo que sí puedo hacer es ir a 501 metros y lo pienso hacer muy pronto, para celebrar que ya no es el vicepresidente venenoso que teníamos en este país”.
En realidad, Miguel canta victoria muy pronto. Iglesias seguirá en su cargo hasta el 18 de abril, cuando empiece la campaña electoral. Con todo, asegura estar “bastante contento”. “Pero como este tío es maligno y venenoso no creo que esté haciendo las cosas sin haberlas pensado bien. Es un tipo muy peligroso, algo estará tramando”.
El barrio de Iglesias y Montero, en cambio, permanece imperturbable, ajeno a estos tejemanejes del poder. Los pocos viandantes que pasan frente al chalé a lo largo de la tarde evitan valorar la noticia. La mayoría se encoge de hombros, como quien dice: conmigo no va la cosa.
Teresa, una vecina que vive a pocos metros del chalé en cuestión, no entiende la maniobra de Iglesias. “Es imposible meterse en su cabeza…”, asegura la mujer de mediana edad. “No sé cómo piensa y cómo maquina la maldad… Pero bueno, no va a ganar. Lo tengo claro”.
—Va usted a pasar de tener un vecino vicepresidente a tener un vecino candidato a la Asamblea de Madrid.
—Cuando vino era un simple diputado. Luego ha sido vicepresidente y ahora quiere aspirar a presidente de la Comunidad. Si no gana, a lo mejor se presenta a presidente de la comunidad de vecinos.
—En ningún caso usted le votaría, ¿no?
—Por supuesto que no. Los extremos no me gustan.
Hay algo más que a Teresa no le gusta: Irene Montero. Esta vecina no duda en tachar a la ministra de Igualdad y mujer de Iglesias de “estúpida”. Ese es su veredicto tras cruzarse varias veces con la pareja y sus hijos. “Cuando no era vicepresidente iba a comprar al Supercor y le he visto bastantes veces. Él es simpático, la mujer es una estúpida. Ni me mira, como si yo fuera transparente”.
Teresa fue de las primeras en manifestarse frente al chalé, pero hace ya tiempo que abandonó esta práctica, cuando las protestas se volvieron más ruidosas y violentas. “Yo le voy a castigar en las urnas, porque ahí [señala hacia el chalé] también castigo a mis vecinos”.
¿Una mujer manda en Podemos?
La tarde avanza en Galapagar. Hacia las 18 horas, los operarios dan por cumplica la jornada y se montan en su Citroen Berlingo tras despedirse del Policía Nacional. Ahí quedan las tejas que aún faltan por poner. Mañana más. Seguramente, para el 4 de mayo, día en que Iglesias y Ayuso se medirán las fuerzas, el tejado esté renovado. Al vicepresidente le hará falta y quizás necesite la ayuda de Más País, una idea que ya está encima de la mesa. ¿Ya no hay divorcio con Errejón?
El gesto de Iglesias, además, trae consigo lo nunca visto en Podemos: el liderazgo de una mujer. La sustituta elegida por Iglesias es la hasta ahora ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. Es la ministra mejor valorada del Gobierno de coalición y la gestora de los ERTE que han evitado el absoluto descalabro de las clases trabajadoras en España, pese al retraso con el que llegaron las ayudas.
La ministra, miembro del Partido Comunista, es la elegida por Iglesias para continuar al frente del partido morado y de la vicepresidencia de asuntos sociales. Ahora Pedro Sánchez tendrá que mostrar públicamente su respaldo a esta decisión.
Al tiempo que Díaz se encumbra en la política nacional con la aprobación de muchos españoles, Montero ve en estos días su popularidad bajo mínimos. A sus dedazos, su ley echa de aquella manera y su tarta de cumpleaños, ahora hay que juntarle el escándalo de que haya usado a una asesora de canguro con un sueldo público. Cada vez más voces dentro del feminismo piden a gritos su dimisión, pese a que Iglesias dejó caer en su día que podría llegar a liderar el partido.
El 4 de mayo los madrileños tienen una cita con las urnas. Será ahí cuando se vea si realmente existe algo parecido a un efecto Iglesias o eso es algo del pasado, de cuando el vicepresidente se hacía coleta y no moño, vivía en Vallecas y no tenía hijos a los que alimentar ni tejas que renovar.