“Como hijo de cultivador, vivo del kif (cannabis), como del kif y estudio del kif. Se habla de esto desde 2004 y ahora sale la ley. Entonces el kif va a ser como la hierbabuena o el perejil, y por lo tanto el precio va a ser normal”, se quejaba un joven marroquí en una manifestación la semana pasada, cuando el Gobierno de su país aprobó la regularización del cultivo de esta planta.
Ahora, una periodista de EL ESPAÑOL ha pasado una semana en las montañas del Rif junto a una familia de cultivadores de cannabis. Subsisten gracias a esas plantas, que cultivan durante cuatro meses al año, y a los animales.
La decisión del Gobierno ha abierto grietas dentro del propio partido que lo ocupa desde 2011. El líder del Partido Justicia y Desarrollo, y ex primer ministro, Abdelillah Benkirane, ha mostrado siempre oposición a su legalización.
Mientras, en España, en determinadas zonas como Granada y el Levante, se vive un 'boom' de los cultivos ilegales de cannabis -principalmente, de interior-, cuyo negocio podría notar ahora una sacudida.
Cultura marroquí
La cultura del cannabis está tan enraizada en el país vecino que fue en una hoja de papel producida a partir de esta planta donde el sultán de Marruecos redactó la declaración de reconocimiento de la independencia de los Estados Unidos en 1777. Pero, además, su uso en la medicina árabe se remonta al siglo IX.
En la actualidad, esta planta sigue siendo el pilar fundamental no sólo de la economía en la zona norte del país magrebí, sino del Producto Interior Bruto de Marruecos (PIB). Hoy en día, incluso, a los imanes de algunas mezquitas se les paga con la venta del cannabis.
Con la aprobación de la ley de legalización de ciertos usos de esta planta, alrededor de 100.000 personas que hasta ahora dependen del cultivo ilegal en el norte del país podrían ver regularizada su labor.
La ley aprobada en el Consejo de Gobierno el 11 de marzo está en sintonía con la decisión de la Organización de Naciones Unidas (ONU), que retiró el cannabis de su lista de sustancias peligrosas en diciembre de 2020, y con las recomendaciones formuladas por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Marruecos legaliza el cultivo y la comercialización de la planta para fines medicinales, cosméticos e industriales. Sin embargo, su uso recreativo seguirá prohibido.
Para que la conversión del cultivo ilícito a la actividad legal sea rápida, reservan las oportunidades de la ley a los campesinos tradicionales. Los defensores de este proyecto mantienen que será bueno para los cultivadores de las tierras en el Rif y Jbala.
En este sentido, el ejecutivo asegura que la legalización del uso terapéutico del cannabis es “una oportunidad económica” que permitirá “mejorar la vida de los agricultores y protegerles de las redes de tráfico”.
El primer objetivo es hacer salir a los cultivadores del circuito de la criminalidad del tráfico ilícito de drogas. En segundo lugar, pretende ofrecer una segunda opción para vender su cannabis. Ahora la única forma es con los traficantes. Como tercer reto está darles la posibilidad de acceder a subvenciones estatales u otras específicas dedicadas a los agricultores para desarrollar sus producciones.
Sin embargo, bien distinto es el sentir de estas personas que han heredado sus tierras de sus antepasados, y que de lo único de lo que viven es del cultivo del cannabis, a pesar de la debilidad de la infraestructura.
"Plantas sin tratar"
En las aldeas saben poco sobre la ley, más allá de que “se venderán las plantas verdes, sin tratar". "Tienes que entregar una partida de nacimiento porque para beneficiarte de la licencia de cultivo debes ser marroquí, tener más de 18 años y dar al gobierno el certificado de tu tierra”, enumera uno de los cultivadores que más proclive se muestra a la ley.
Hasta el momento, ellos mismos elaboran el kif una vez se seca la planta. Una parte la reservan para el consumo local, y el resto se destina a los mercados de África del Norte, África Occidental y Central, Europa del Este y sudeste de Europa.
En todo caso, las ganancias para los agricultores siempre han sido ínfimas, a pesar de todos los ingresos generados por Marruecos. Según un informe de la Oficina de Lucha contra las Drogas y el Crimen de EEUU en 2003, el porcentaje de agricultores que se beneficiaban de los ingresos de calidad no superaba el 1%, y los ingresos de los agricultores en ese momento se estimaron en 20.900 dírhams (alrededor de 2.000 euros) anuales por familia, cuando el promedio de sus miembros en estas áreas es de siete personas.
“Este gobierno nos ha dejado 40 años ser pobres. Tiene que traer aquí las máquinas para fabricar productos de maquillaje. ¿Por qué no han creado las fábricas para que trabajemos aquí? En Casablanca pondrán las empresas y aquí seremos tratados como perros de guardia. No vamos a tener hachís porque se van a llevar el cannabis verde, quedamos aquí como esclavos. Vives en una granja cuidando o vigilando para ellos, entonces los ciudadanos tenemos que manifestarnos contra esto”, mantiene el mismo campesino.
En los gritos de las protestas desde que se aprobó la legalización corean que “esta ley sólo va a traer miseria”. Y recuerdan: “Somos cultivadores, el kif es nuestra vida”.
En la transformación del mercado, muchos de estos agricultores han pasado de cultivar la semilla autóctona, la beldi, de más calidad y más cara, pero menos demandada, en favor de las semillas procedentes de EEUU o Europa, con un mayor contenido de TCH, el principal constituyente psicoactivo del cannabis.
De hecho, en poblaciones como Targuist, en la carretera montañosa de Alhucemas y Tetuán, se venden paquetes de semillas extranjeras. Por ejemplo, 24 por 3 dírhmas. No llega al medio euro.
Y eso, a pesar de que ha supuesto la deforestación de los grandes montes del Rif al comenzar a cultivar más terrenos a grandes altitudes, por encima de los 1.500 metros de altura, en las zonas donde viven los cedros. Además de que esas variantes de cannabis necesitan mucha más agua y el uso de más fertilizantes para aumentar la producción, lo que contamina los acuíferos.
La variedad que se cultiva y vende de forma ilegal contiene un nivel muy alto de THC, pero según el proyecto de Interior, se sustituirán estas semillas por otras importadas y certificadas por la agencia reguladora.
En principio, según lo establecido, dos tipos de cultivo serán implantados: uno dedicado a la medicina basada en THC, cuyo porcentaje se establecerá por reglamento, y otro destinado a actividades médicas e industriales a base de Cannabidiol (CBD), otro de los componentes del cannabis.
Con una familia de cultivadores
Esa estampa de extensas montañas verdes en la región del Rif fue el paisaje relajante durante una semana en la que esta periodista convivió con una familia de cultivadores de cannabis en una aldea entre Alhucemas y Ketama.
Dos familias de hermanos, que comparten dos hectáreas con mil plantas, acogieron a EL ESPAÑOL. Cultivan cannabis cuatro meses al año durante el verano, luego se recoge y se seca. En invierno se paraliza la actividad, más allá de convertir la planta seca en hachís, que finalmente recogen los intermediarios con camionetas.
Esta familia vive de la subsistencia. Crían una vaca que les da leche y un ternero que les proporciona la carne, junto a cinco chivos y cabras. Con las gallinas tienen los huevos. El agua la recogen en las fuentes naturales de las montañas más altas, que calientan en una pequeña bombona de gas en el baño. Y de los paneles de miel sacan los dulces. No tienen lavadora.
Los niños abandonan el colegio a edad temprana para ayudar a pastorear el ganado. Las niñas, para cocinar y atender las tareas de la casa. Mientras, el cometido de los hombres es acudir el sábado al mercado semanal en el centro de la localidad, una montaña más abajo. Esa misma ruta a pie recorren los niños para ir al colegio.
En esa cadena, el primer eslabón, el agricultor, no saca apenas beneficio. Se trata de dinastías de personas humildes que han vivido en la zona y que han heredado las hectáreas de cultivo de padres a hijos.
Por esas dos hectáreas han pasado de ganar 3.000 a 5.000 euros anuales al cosechar unas semillas europeas. Es un sistema de autosuficiencia. Entre otras cosas porque viven en plena montaña por pistas de tierra de difícil comunicación.
Tampoco hay wifi. La adolescente de la familia sueña con una tarjeta de recarga de 20 dírhams (2 euros) para ver vídeos de manualidades. Con esos tutoriales ha confeccionado bolsos y otros artículos que vende en el zoco semanal.
En definitiva, los cultivadores son familias a quienes recogen la producción para comenzar la verdadera red del narcotráfico del que otras personas ajenas al cultivo se enriquecen.
Por eso las asociaciones que defienden los derechos de los habitantes de estas regiones lamentan que no se haya contado con ellos para elaborar esta ley.
Cuando se termine el proceso legislativo, el gobierno delimitará el perímetro del cultivo lícito y organizará a los campesinos autorizados en cooperativas con el fin de controlar los riesgos de interferencia entre cultivos legales e ilegales. Aunque evolucionará continuamente según la demanda nacional e internacional en la industria.
Asimismo, el proyecto de ley estipula la organización de campesinos autorizados en cooperativas. Se trata de una acción federativa que permite paliar el deterioro de la tierra (más del 80% de las parcelas tienen menos de una hectárea de superficie).
Este escenario de cultivo de cannabis, que se vive en Marruecos desde la época de la colonización y que continuará al menos hasta que entre en marcha la legalización, podría extenderse ahora a España. Actualmente, en Andalucía, con Granada a la cabeza, y en la costa mediterránea prolifera el cultivo ilícito de cannabis, reflejo de los campos del Rif.
En España, es posible el cultivo de cáñamo con un 0’2% de THC para la exportación de la industria farmacéutica. Hay que contar con la licencia del Ministerio de Sanidad. Sólo unas pocas empresas disponen de ella. Sin embargo, si la importación desde Marruecos desciende debido a la regularización, las tierras españolas podrían comenzar a producir más cantidad, como está sucediendo en los últimos años.
Más reticencias
El otro gran opositor a esta ley, que todavía tiene que ser ratificada en las dos cámaras, es el Partido Justicia y Desarrollo (PJD), en el poder desde 2011. Su líder y ex primer ministro, Abdelillah Benkirane, ha mostrado siempre oposición a la legalización del cannabis.
Cuando se aprobó, envió a los medios de comunicación una carta escrita de puño y letra para desmarcarse de la ley, del Gobierno y de los ministros de su partido que le dieron luz verde. Hay que tener en cuenta que, según informó en un comunicado el ministro de Agricultura, Aziz Akhannouch, “el voto fue unánime”.
La Secretaría General del Partido Justicia y Desarrollo había pedido realizar un estudio de impacto sobre el proyecto de legalización, abrir un debate público sobre el mismo y ampliar el asesoramiento institucional al respecto. Peticiones que no se han tenido en cuenta.
El PJD, defensor de Palestina, ya tuvo que aceptar las decisiones de Palacio cuando Marruecos reconoció el Estado de Israel el pasado 10 de diciembre. Precisamente, la industria farmacéutica israelí y su ley del cannabis recreativa a punto de aprobarse, necesita de la materia prima y mano de obra de los cultivos del cannabis en el Rif. Será uno de los grandes beneficiarios de la legalización del cannabis en Marruecos.
Una vez más, Palacio le pone un pie delante al Gobierno. La ley del cannabis es una propuesta directa del ministro de Interior, relacionado directamente con la Casa Real. Es el ministro Abdelouafi Laftit, quien presentó el proyecto de ley en el Consejo de Ministros del 25 de febrero.
El rey Mohamed VI ya había destituido a Benkirane en las elecciones de 2016, cuando no consiguió formar un gobierno de coalición en tres meses. Entonces, el monarca eligió directamente, haciendo uso de uno de los poderes constitucionales que conserva, a Saadeddine El Otmani como primer ministro.
A puertas de las elecciones legislativas, que se celebran en Marruecos en 2021, y conociendo las malas relaciones y desavenencias entre Benkirane y Mohamed VI, en algunos círculos este pulso se ve como una manera más de enfrentar a los miembros del PJD y dividir un partido que lleva ganando en las urnas las dos últimas legislaturas.