Sobre un inmenso andamio de hierros entrecruzados se aposenta el vientre de acero de un coloso de 81 metros de eslora. Es el submarino más ansiado por la Armada española. Puesto en pie, sería más alto que la Torre de Pisa y algo menos que el Big Ben. Sigiloso -casi imperceptible para el enemigo- y letal en la batalla. Puede lanzar misiles a objetivos en tierra o instalar minas inteligentes en los fondos marinos.
Estos días encara su puesta a punto final: soldaduras, conexiones de cableado... Un sinfín de atareados operarios que cruzan tornos y suben escaleras aquí y allá trabajan a contra reloj dentro de una nave ultraprotegida del astillero que Navantia tiene en Cartagena (Murcia).
Existe tal secretismo en torno a este batiscafo que cuando el fotógrafo vuela el dron, alguien, algo, no se sabe bien qué, lo bloquea e impide que el artefacto supere los 10 metros de altura.
El pasado martes, EL ESPAÑOL accedió en exclusiva durante unas horas a la fortaleza de uno de los batiscafos más modernos del planeta -sino el que más-, el cual pone a la ingeniería naval española a la vanguardia mundial y dota al Ministerio de Defensa de un preciado recurso armamentístico.
En apenas dos o tres semanas, el submarino S-81 Isaac Peral, una de las armas de guerra más disuasorias del planeta, por fin tocará el mar para someterse a sus últimas pruebas. Desde entonces, y hasta finales de año, permanecerá en el muelle del puerto.
Luego, será sometido a diferentes test en mar abierto. Después, se entregará a la Armada española. En su interior transportará hasta 12 armas largas y seis tubos lanzatorpedos con los que se podrá disparar misiles tácticos como los Tomahawk o torpedos guiados por fibra óptica.
La distancia de alcance del submarino es casi un secreto de estado. Su capacidad de inmersión, también, aunque va más allá de los 300 metros. Si un magnate decidiera comprarse uno similar, aunque sin munición, tendría que pensárselo dos veces. Su precio ha alcanzado los casi 1.000 millones de euros. Julio Verne, autor de Veinte mil leguas de viaje submarino, quedaría maravillado si lo viera desde los pies de la estructura que ahora lo sostiene. Quizás hubiera querido que su Nautilus se pareciera a este.
Este submarino tiene capacidad para desarrollar misiones en cualquier mar u océano del mundo, puede albergar una dotación militar de hasta 40 personas y jubila a las unidades que por el momento ha usado la Armada, los S-7O, de diseño francés.
El proyecto se ha hecho esperar. La primera de las cuatro unidades encargadas debió entregarse a la Armada en 2012. Finalmente, se hará entre finales de 2022 y principios de 2023, con una década de retraso y tras casi 4.000 millones de inversión total, cuando el presupuesto inicial era de 2.150.
Pese a todo, España conseguirá un doble hito: desligarse de terceros a la hora del diseño de sus propios submarinos -hasta ahora se había ido de la mano de Francia- y entrar en el selecto club de países con capacidad propia tanto de creación como de producción.
Desde ya, Rusia, China, EEUU, Alemania o Corea del Sur son los competidores directos que Navantia, empresa de capital público español, tiene en el exigente mercado internacional del sector.
Accedemos a la nave
La nave de Navantia a la que acceden los reporteros de este periódico alberga desde hace semanas los dos primeros submarinos que recibirá la Armada. El S-81 ya luce en una sola pieza, producto de soldar los cinco segmentos de unos 20 metros de longitud cada uno en que se subdividió durante la fase de producción.
El acceso al batiscafo está prohibido. Que se hiciera pública una imagen de su interior podría provocar un plagio por parte de ingenieros navales de otros países. Al fotógrafo se le impide usar una foto de detalle que ha tomado a la parte superior del sumergible. Los responsables del proyecto tampoco muestran la hélice, que se encuentra cubierta con lonas. Para ellos resulta crucial que no trascienda su diseño.
“Uno de los motivos por los que el S-81 es tan sigiloso es el diseño de la hélice”, explica mientras caminamos por las instalaciones de Navantia Germán Romero, director de ingeniería del astillero de Cartagena.
“Normalmente, es un elemento que en cualquier embarcación genera vibración y ruido. Nosotros hemos conseguido reducirlo muchísimo. Este submarino es difícilmente perceptible, algo clave para el cliente. Estamos en la vanguardia del sector”.
A una treintena de metros del S-81 se encuentra el S-82 Narciso Monturiol, que todavía está dividido en segmentos. Como en una colonia de laboriosas hormigas, en estas instalaciones trabajan a diario alrededor de 2.000 personas. De día y de noche. Da igual que sea madrugada o haya 40 grados de temperatura.
La jornada se divide en tres turnos para que la actividad nunca cese. Hay soldadores, caldereros, tuberos, mecánicos, pintores, ingenieros, inspectores de calidad… Al visitante le da la impresión de estar ante una pequeña Gran Vía madrileña. El mero hecho de organizar este caos ya resulta un triunfo.
“Resulta un reto para nosotros saber que estamos cerca de conseguir una hazaña para los astilleros españoles”, explica Antonio Guitiérrez, jefe de producción de los submarinos. “Yo he visto nacer el proyecto. Ver salir de aquí en poco tiempo al primero de los submarinos será una satisfacción. Este es un esfuerzo colectivo en el que mucha gente se ha volcado”.
8.000 km. de costa
Hasta el momento, el Estado ha desembolsado 3.907 millones para fabricar las cuatro unidades de la serie S-80, como se llamó el proyecto. El S-81, que durante lo que resta de año estará en puerto y en 2022 saldrá a mar abierto, ha de entregarse en febrero de 2023, aunque quizás se haga antes.
La Armada recibirá el S-82 en diciembre de 2024. El S-83 Cosme García, en octubre de 2026. El S-84 Mateo García de los Reyes, en febrero de 2028. “Estos plazos se consideran realistas, cumplibles y de bajo riesgo”, sostiene Defensa.
El asunto de la disuasión armamentística y la inteligencia militar no es baladí. España cuenta con casi 8.000 kilómetros de costa, está bañada por el mar Mediterráneo y el océano Atlántico -dos hipotéticos escenarios bélicos- y tiene al sur el Estrecho de Gibraltar, por el que circulan alrededor de 82.000 buques al año y un gran volumen de submarinos, algunos de ellos nucleares.
En un cable de Wikileaks, EEUU advirtió de la importancia del Estrecho como uno de los lugares cruciales para la geoestrategia mundial. En la actualidad, países vecinos cuentan con una notable dotación de sumergibles en activo. Francia dispone de 10. Argelia, de seis. Portugal, de dos. La Armada sólo cuenta con el Tramontana (S-74), que ya debería estar en desuso, y con el Galerna (S-71), en taller hasta finales de año para su reparación.
Fuentes oficiales de la Armada destacan del submarino que construye Navantia "la posibilidad de lanzamiento de misiles antibuque y de ataque selectivo a objetivos en tierra, y su gran discreción, principal virtud por su contribución directa a la disuasión".
Con estas nuevas cuatro adquisiciones la Armada seguirá contribuyendo a las operaciones de la OTAN y la UE "con unos medios modernos, eficaces y compenetrados".
Las cifras del proyecto
Presupuesto: 3.907 millones de euros
Unidades adquiridas por la Armada (Ministerio de Defensa): 4
Carga de trabajo: 2.000 empleos directos + 7.000 indirectos
Eslora: 81 metros
Diámetro del casco: 7,3 m.
Desplazamiento en inmersión: 2.965 toneladas.
Autonomía: 50 días
Tripulación: 32 + 8 fuerzas especiales
Velocidad en superficie: 10 nudos
Velocidad en inmersión: 19 nudos
Capacidad de munición: 12 armas largas y 6 tubos lanzatorpedos.
Tipo de munición: Torpedos DM2A4, misiles Sub-Harpoon y minas navales inteligentes.
Otras características: registros acústicos muy reducidos; detección acústica pasiva de alto rendimiento; sistema AIP de propulsión (reformador bioethanol + pila de combustible).
Ruptura con Francia
En 2004, con Federico Trillo (Cartagena, 1952) al frente del Ministerio de Defensa, se autorizó que en el astillero de Navantia de su ciudad natal se iniciaran los trabajos para desarrollar este sumergible. La Armada española necesitaba relevar a sus cuatro submarinos de la serie S-70.
El país, con una larga tradición en la producción de artefactos navales, carecía de experiencia en su diseño. Siempre habían sido ingenieros franceses quienes trazaban las líneas maestras, como en las series S-70 y Scorpène, predecesoras del batiscafo que está en construcción. Ellos hacían los planos y los 'curritos' españoles fabricaban el sumergible.
Hasta 2009, España mantuvo un acuerdo con el país vecino para desarrollar submarinos y venderlos después a terceros países. Los ingenieros franceses los diseñaban y desarollaban, y los astilleros españoles los construían. Así se llegó a acuerdos comerciales con Chile o Malasia, a quienes se vendió el Scorpène, una serie que la Armada nunca ha usado.
Pero aquella ruptura abrupta con Francia acabó en un juzgado. El país vecino denunció por plagio a España en mayo de 2009 ante el Tribunal de Arbitraje de París. Finalmente, ambos países acabaron resolviendo la disputa de manera amistosa.
La fecha clave
En febrero de 2020, el capitán de fragata Alfonso Carrasco Santos dijo que “el astillero no fue lo suficientemente crítico con sus verdaderas posibilidades como constructor en solitario”.
Se refería, en gran medida, a los problemas técnicos con los que Navantia se topó siete años antes, en 2013. Al introducir los diferentes sistemas que iba a incorporar el submarino, los ingenieros españoles se encontraron con un sobrepeso de 125 toneladas. Un exceso considerable si se se compara con las alrededor de 3.000 toneladas totales del S-81.
Este hecho provocó que Navantia tuviera que recurrir a la US Navy y, a su vez, a Electric Boat, el mayor fabricante mundial de submarinos, que le cobró 14 millones por reconducir el proyecto. Se tuvo que alargar la eslora en diez metros (de 71 a 81 m.) para compensar el sobrepeso.
"Fue un momento clave en el devenir del proyecto. Tuvimos que parar y sentarnos a valorar qué hacíamos", admite Ignacio Núñez, jefe de la oficina de programas de Navantia en Cartagena.
"O decidíamos no continuar con lo que teníamos en mente y con las características que habíamos pensado, o seguíamos adelante con los cambios que se exigían y sabiendo que los plazos se dilatarían. Optamos por la segunda opción. Ahora vemos que fue un acierto".
Sistema AIP
Al poder armamentístico que la serie S-80 proporciona a la Armada se une la capacidad de estos submarinos en el terreno de la inteligencia militar. En su interior lleva integrados varios sonares ultrapotentes que permiten interceptar sonidos desde larga distancia.
Otro de los grandes avances de la serie S-80 es su sistema de propulsión anaeróbico AIP (Air Independent Propulsion), que permite períodos de inmersión de hasta 21 días sin necesidad de salir a flote. También se ha pensado en mejorar la habitabilidad de la instalación con respecto a los S-70. Cada militar tendrá su propia litera y se ha instalado un juego de luces que simulará de una manera más certera la noche y el día.
“Cuando lo botemos, seguramente será el submarino más avanzado y más sigiloso del mundo”, explica Germán Romero, director de ingenieros del astillero murciano. “En este sector hay una carrera por ser el mejor y Navantia ha entrado de lleno en ella”.
En julio de 2019, Navantia presentó una oferta al concurso abierto por India para adquirir seis submarinos. Se trata de un proyecto por el que se compraría el diseño del S-80, pero la construcción se dejaría en manos de los astilleros locales.
Según distintos medios indios, se trata de una inversión que ronda entre los 6.300 y los 7.000 millones de euros. En la empresa española cruzan los dedos para llevarse la adjudicación y comenzar a rentabilizar un programa que pareció torcerse a mitad de camino pero que ha situado a la ingeniería española en la cúspide del mercado internacional de batiscafos.