Los 100 hijos que los brigadistas de la II República dejaron en Albacete como los Tsakos
Esta es quizás la historia más desconocida de la Guerra Civil. Descendientes de algunos de los 35.000 voluntarios de las Brigadas Internacionales que llegaron a España y luego se fueron cuentan sus peripecias.
12 abril, 2021 01:11Noticias relacionadas
El Gran Hotel de Albacete es el alojamiento con más pedigrí de la ciudad. Y el más ecléctico: con una llamativa cúpula azul, su fachada es una suma de estilos renacentista, gótico, plateresco y modernista. Construido en 1917, durante la Guerra Civil fue punto de encuentro de las Brigadas Internacionales, cuyo cuartel general estaba en esta ciudad manchega. Y en este hotel trabajó algunos años José Luis Gromada. Un día, a un cliente le llamó la atención su apellido: “Yo me acuerdo de un Gromada con el que estuve en la cárcel, tallaba la madera y nos hizo un ajedrez”. Hablaba de su abuelo: Jozef Gromada, brigadista internacional, polaco, nacido en Ruda Slaska, Silesia y hábil con la madera -es una de las artesanías típicas de Polonia-.
La historia la cuenta a EL ESPAÑOL Paco Gromada (Albacete, 1944), padre de José Luis y uno de los siete hijos albaceteños de Jozef Gromada. No hay una cifra oficial, pero atendiendo a los registros y testimonios, se calcula que en la provincia de Albacete habrían nacido un centenar de hijos de brigadistas. Y así, repartidos entre la capital y un puñado de pueblos de la provincia que acogieron a los voluntarios en defensa de la República y la lucha contra Franco, aparecen, entre los García y los Gómez, apellidos como Tsakos, Vandenbossche, Flanagan, Haus y Gromada. Es preciso recordarlos hoy, 12 de abril, puesto que se cumplen 90 de años de las elecciones municipales que derivaron dos dias después en la proclamacion de la Segunda República.
Son los hijos de los brigadistas internacionales, los voluntarios extranjeros que llegaron a España a partir de octubre de 1936 reclutados por los partidos comunistas: trabajadores, veteranos de la I Guerra Mundial. Venían de EEUU, de Francia -fueron mayoría-, pero también aterrizaron polacos, italianos, rusos, británicos, canadienses, cubanos... Unos 35.000 brigadistas -la cifra varía dependiendo de los historiadores- , de unas 50 nacionalidades pasaron por la ciudad para recibir instrucción. La base aérea de Los Llanos fue su centro operacional. Desde allí se dispersaban después para defender la República. Pero algunos echaron raíces en la región: llegaron a casarse en La Mancha y sus familiares son hoy el rastro de la torre de Babel en la que se convirtió Albacete durante la Guerra Civil.
¿Se siente obligado a ser republicano un hijo de brigadista? “Aunque te suene a cantar, no tengo ni idea de política, nunca me ha gustado”, explica Paco Gromada desde Albacete. Tiene 78 años y ya jubilado nos cuenta que en su vida laboral se dedicó a la tapicería y la restauración. Manos habilidosas con la madera como su padre. El tercero de siete hermanos, sin embargo, no guarda muchos recuerdos de él. Su madre murió meses después de dar a luz a su séptimo hermano y su padre se marchó a trabajar a Manzanares, Ciudad Real. Se llevó a algunos de los hermanos. No a Paco, que se crió en Albacete con sus abuelos. Jozef volvería a casarse y terminó por instalarse en Valencia.
En Albacete Jozef Gromada se había prendado de Isabel Almazán. A primera vista: “Mis abuelos tenían una huerta con venta en la carretera de Valencia y mi padre, que era conductor de camión, paró a pedir agua y allí se enamoró”. ¿Ya hablaba español? Parece que nunca lo aprendió del todo: “Murió a los 89 años, con su acento y diciendo palabras que no se entendían”, responde Paco con cariño.
Así que, cortejo en la venta, en un justo español y en tiempos de guerra. Pero hubo boda, aunque antes de pasar por el altar tuvieron dos hijos. “Con los dos mayores estaban sin casar porque los internacionales no estaban muy bien vistos en la Iglesia y no les dejaban y eso que mis padres eran muy católicos”, recuerda Paco.
Se calcula que unos 5.000 polacos se enrolaron en las Brigadas Internacionales, muchos judíos. Según los investigadores, Jozef habría permanecido la mayoría del tiempo en el Servicio de Transportes de las Brigadas Internacionales. Que no entrara en combate no le salvó del miedo: “Cada dos por tres ametrallaban su camión”. Ni de la cárcel: después de la Guerra, pasó unos años en una de Albacete “por haber luchado contra Franco”. La llamada Causa general.
Pero, ¿por qué había venido a España aquel joven polaco? “No me lo contó, pero me lo imagino. Probablemente no fuera una cuestión política…”, considera su hijo. Y desgrana: “Emigró a Francia a trabajar con su hermano a las minas de carbón y desde allí se vino con unos amigos”. En París se había instalado una de las oficinas de reclutamiento de las Brigadas Internacionales. El tren que le trajo hasta Albacete, contaba Jozef, iba “cargado de medicamentos” y le mostró una España de “miseria y piojos”.
Un hijo de brigadista en La Legión
Salvando la distancia temporal y bélica, el hijo del brigadista compara la decisión de su padre con una de su propia juventud: alistarse en la Legión. “Cuando llamaron a mi quinta me tocó un cuerpo que no me gustaba, ni recuerdo cuál, pero entonces cuatro o cinco amigos nos apuntamos a la Legión”. Y a Ceuta que se fue. Dos años. “Me ayudó bastante, porque a diferencia de otros no hice el tonto, me saqué el graduado escolar y el carnet de conducir”.
Y es que Paco Gromada recuerda haberlas pasado verdaderamente “canutas” en la posguerra. “Cuando murió mi madre, en el 54, todavía estaba racionado el pan”. Infancia y juventud viviendo con sus abuelos que habían dejado la venta en la que Jozef conoció a su madre. Regentaban entonces un ultramarinos en el centro y se hicieron cargo de los pequeños Gromada, tras despedir a su yerno ahora viudo, al que habían recibido en la familia “con buena armonía”.
Anastasia Tsakos
No le ocurrió lo mismo al griego George Tsakos. El ateniense brigadista se enamoró de la hija de una familia acomodada de Albacete. Se llamaba Llanos Moratalla. El griego la veía en la alpargatería familiar de la Plaza de las Carretas, cerca de ‘La Gota de Leche’, el hospital en el que pasaba su convalecencia. Había recibido una bala y terminaría con un brazo, el derecho, inutilizado. “Creo que mi padre pasó un día a comprar algo, tal vez unas zapatillas, y la vio”, recuerda Anastasia. A partir de entonces “cada día entraba a comprar algo que luego regalaba”. Y así, quizá en algún paseo juntos, un día el griego le dijo a la albaceteña que era “la mujer de su vida y quería casarse con ella”. Cuando Llanos lo contó en casa “comenzó la tragedia”. Los abuelos dijeron que no pero la joven, ya mayor de edad, dijo sí. Se casaron el casaron el 12 de noviembre de 1937.
Tendrían que huir de España. Primero a Francia, donde terminaron en varios campos de refugiados, separados. En 1939, en el campo de concentración de Bayeux, nace Anastasia. La familia decide entonces que hay que salir de Europa. Destino EEUU. Tsakos precisamente había llegado a España procedente del otro lado del Atlántico. Pero Llanos no tiene papeles y decide volver a Albacete para recogerlos y así, de paso, presentar a la niña. Fue la separación definitiva. “Al poco de llegar a España, Franco decidió cerrar las fronteras, con lo cual mi madre ya no pudo salir”, explica Anastasia.
Un día, una última carta: “Me dijo “su padre fue una persona muy brava, valiente, pero muy desgraciada”. El religioso le confesaba que hacía tiempo que no sabía nada de él y le habló de que quizá podría haber ido a Rumanía a ver a una hermana.
Ya no supo más y hoy, con más de 80 años le duele no haberlo buscado, aunque reconoce que era imposible. “Hay una parte en la que yo me doy mazazos, me doy golpes contra la pared”, dice, pero, añade, “tampoco tenía los medios, yo no trabajaba, no disponía de nada, tampoco se viajaba como ahora. Eran épocas muy difíciles, pero si es verdad que quizás pude haber hecho algo más de lo que hice…. Ahora ya no hay solución”.
Anastasia perdió a su padre, pero también a su madre, que murió con 30 años, cuando ella tenía cinco. Huérfana, la criaron sus tías, en el pobre Albacete de posguerra, con represalias en la familia por la boda de su madre. “Recuerdo algo que no se me va a olvidar en la vida”, relata en una entrevista recogida por el Archivo de la Palabra de Albacete. Sus amigas iban a un colegio de monjas y allí decidieron llevarla sus tías: “Llegamos a la puerta del colegio, entré con mi tía de la mano y es que se me hace un nudo en la garganta…”, relata. “Salió la hermana portera y dijo: ‘lo sentimos muchísimo, la niña no puede venir aquí porque nos hemos enterado que su padre es rojo’.
A Anastasia no siempre la llamaron así: Fue al llegar al instituto, al matricularse, cuando se enteró de su verdadero nombre. “Yo toda la vida y para toda mi familia he sido “Mari”. Era el nombre de la abuela materna. Anastasia, el de la paterna. Un nombre que comenzó a reivindicar “porque me gusta más”. Ella misma iría después a buscar su partida de nacimiento francesa.
Un documento, como las cartas que conserva de su padre, clave de una vida con muchos interrogantes. La suya. “Me hubiera gustado haber tenido otra”, dice.” Sobre todo, porque he echado muchísimo de menos no poder decir ‘mi padre y mi madre’”. Por eso guarda con devoción lo poco que tiene de ellos. Para las fotos, posa para el objetivo del fotógrafo albaceteño Raúl Moreno junto a dos tazas de café que pertenecieron a sus padres y la única foto familiar tomada en el campo francés donde nació. Frente al fotógrafo, premiado por la Asociación de Periodistas de Albacete por su trabajo, se emociona: “Sé que hay algo de mi padre dentro de mí”.
“Yo no sé si es que he idealizado a mi padre, pero todas las referencias que he tenido de él han sido muy buenas. Tengo que decir, y me duele también decirlo, que siempre pienso más en mi padre que en mi madre, ¡fíjate que cosas!, no sé por qué. Pienso que él también sufrió mucho”, reconocía en la entrevista del archivo albaceteño.
Anastasia es miembro de la Comisión Ejecutiva Provincial del PSOE y secretaria de Memoria Histórica. “Siempre he pensado que los ideales de mi padre eran los buenos. Yo soy de izquierdas. Quizás cuando era joven no sabía lo que era una cosa ni otra, pero conforme he ido madurando y conforme he ido teniendo más conocimiento de la vida, tengo un criterio muy claro de dónde quiero estar y junto a quien quiero estar”, concluye.
La hija del capitán francés
La madre de Josefina Vandenbossche (Mahora, 1938), Pascuala, siempre decía que nadie la había querido como su francés. Se refería a su padre, el capitán brigadista Vandenbossche. “Como mi francés no he tenido a ninguno”, repetía Pascuala, ya con su segundo marido. El capitán, nacido en Lille según su hija, había dejado España con la retirada de los brigadistas, en el 39. Pascuala no se fue, recuerda su hija “porque le dolían los pechos y mi abuelo no se lo permitió”.
El francés y la albaceteña, que se habían conocido en las fiestas del pueblo y se casaron por el juzgado, comenzaron entonces a escribirse cartas. A él se las leía un intérprete, allí en Francia, y a la madre una estanquera que sabía francés. Pero un día, “de la noche a la mañana, él dejó de escribir”. Josefina se enteraría después de que su padre perdió la vida en la Segunda Guerra Mundial, en el 45 o el 46. También de que tenía un hermano de un matrimonio anterior de su padre. Cuando localizó toda la información, ya había muerto.
Y así, Josefina creció sin su padre, con sus abuelos y el segundo marido de su madre, que llegó a ser alcalde durante la República. El pueblo, explica Josefina, guardaba buenos recuerdos de los brigadistas. “Hubo otros que también se casaron con otras mujeres de Mahora”, aunque la mayoría no se quedaron. “Quedamos cinco hijos de brigadistas, todos los demás se fueron”.
Cinco en Mahora, al menos unos 10 en Albacete y sigue la lista en pueblos en los que se instalaron -acogidos en casas particulares- los brigadistas y concibieron hijos entre las bombas, como Tarazona, Casas Ibáñez y, sobre todo, Madrigueras. “Si se hubieran querido casar todos los internacionales en Madrigueras, no queda uno soltero. Eso te lo puedo decir. Es que aunque fueran feos... ¡pero tenían otra cosa! Es que vinieron un plantel de muchachos que daba gusto de verlos”.
Finis guerra, matrimonio Madrigueras
Lo cuentan varias hermanas en el libro ‘Recuérdalo tú. Una historia oral sobre la estancia de las Brigadas Internacionales en Madrigueras’ de Caridad Serrano. La autora recopila en él testimonios de lugareños, brigadistas y familiares de éstos:
“En Tarazona también se casaron algunos. Y en Mahora una barbaridad.
En Mahora eran más artistas que aquí. Se casaron muchismos. Y en Albacete.
Es que las mahoreñas eran muy pescantas.
En Albacete se casaron muchismos alemanes.
Ellos nos decían a las muchachas:
- Finis guerra, matrimonio Madrigueras“
Y con el “Finis guerra, matrimonio Madrigueras” en la boca y el diccionario de español sobre la mesa camilla en las casas de acogida pasaron muchos brigadistas su etapa en esta localidad albaceteña. Como Andrew Flanagan, nacido en Birmingham, Inglaterra, en 1917. Durante su estancia en España constaba, por sus orígenes paternos, como irlandés. A Andrew y Sagrario los había casado en el 37 -sin esperar al finis guerra- el comandante de las Brigadas. A la salida de la iglesia “los brigadistas empuñaron sus rifles haciendo una especie de arco por donde pasaron los novios”.
Lo cuenta Andrea Flanagan, la hija, que como Josefina Vandenbossche, no tiene recuerdos directos de su padre. Sólo sabe lo que ha oído. Tras marcharse al frente, herido en la batalla del Ebro, cuando se facilitó la salida masiva a los voluntarios extranjeros, se le perdió la pista al irlandés. Tanto su hija como su nieta intentaron saber algo de él a través del consulado irlandés…
Y como los hijos de brigadistas en busca del rastro del padre, muchos periodistas llegaban a Albacete y se alojaban en el Gran Hotel de Albacete. Siguiendo las rutas de aquellos voluntarios. En ocasiones, buscando pistas de desaparecidos. En el cementerio de la ciudad hay más de 60 enterrados. “La de gente que venía… la televisión noruega, la televisión sueca…”, recuerda José Luis Gromada, nieto del brigadista polaco, de sus tiempos en el hotel.
Él sí conoció a su abuelo y habló mucho con él. Le gusta investigar sobre aquella época. Más allá de Albacete: “Hay muchísimas cosas sobre Albacete en el archivo de Moscú”. Documentación de cómo vivían los brigadistas. De sus quejas: “Al parecer, el alcalde de Balazote quería venderles las patatas más caras del precio marcado pero que le pagaran la diferencia en mano”. Registros de peticiones de armamento…
Pero, ¿entiende ruso? El nieto del polaco del brigadista Gromada, que vive en Albacete y hoy es abogado, está casado, siguiendo la estela de la torre de Babel que inauguraron los brigadistas- con una rusa. En cualquier caso, la mayoría de la documentación de Moscú está en español: proviene de las bases de Albacete y habría sido trasladada de forma clandestina a la antigua URSS.
Aún así, a pesar de todas sus indagaciones, los Gromada no han localizado las raíces polacas del abuelo: “Buscamos en internet y vimos que el apellido era como García o Goméz en España”. Y es que, como aquel cliente que le preguntó una vez en el Gran Hotel si era familia del aquel polaco alto que tallaba la madera, “es más fácil identificar a un Gromada en Albacete que en Polonia”.