No era una operación antiterrorista pero, por las imágenes de las cámaras de seguridad, podría parecerlo. El sábado 13 de marzo Yolanda Nieto, ‘Yoli’, de 35 años, recibió una visita del todo inesperada: la de los GRS de la Guardia Civil, nada menos. Ataviados con sus trajes verdes y boinas, entraron en su bar, esperando encontrar detrás de la persiana una orgía de ilegalidad en plena pandemia, de las que salen en los titulares de los periódicos los lunes. Pero no fue así. Los agentes entraron en un bar, el Tiki Tiki de Guitiriz (Lugo), con las sillas recogidas encima de las mesas y con Yoli detrás de la barra. “Flipó”, como describe a este periódico.
El motivo de la llegada de los GRS no fue otro que el imán en el cual el Tiki Tiki se ha convertido para miles de clientes de la zona. Cada vez son más. De boca a boca, de oreja a oreja, y a través de miles de seguidores en las redes sociales, la épica de las fiestas del bar y la fama de sus camareras se han extendido como un reguero de pólvora. En tiempos de Covid, semejante desahogo engancha, y a los competidores de Yoli no les queda más que llamar a la policía. Porque en Guitiriz, una aldea de 5.000 habitantes, no estaban acostumbrados a un ruido de esta magnitud.
Aquella intervención policial terminó, según informó la prensa local, con una multa que podría alcanzar hasta los 60.000 euros para el bar, aunque, a día de hoy, Yoli declara que no ha recibido “ningún parte o notificación”. La causa de la multa, según relató la Guardia Civil, es que los clientes -una veintena- no llevaban mascarilla, incumplían la distancia de seguridad o procedían de otros municipios de la zona mientras Guitiriz estaba confinado con la máxima restricción debido a una altísima incidencia acumulada. Podrían ser multados de 100 a 3.000 euros cada uno de ellos.
Los infractores estaban apiñados en la terraza trasera del local, repartidos entre dos mesas, “porque llovía”, explica Yoli. Eran las cinco de la tarde pasadas y quedaba poco para cerrar, a las 18:00, como exige la ley en Galicia. Uno de los parroquianos, según la policía, charlaba amigablemente con Yoli en la barra tomándose un café cuando entraron los agentes, estando prohibido usar el interior del establecimiento por las restricciones Covid. Yoli dice que el tipo solo estaba pagando.
Sea como fuere, la intervención policial del pasado marzo se sumaba a una anterior en enero que se saldó con un registro de 27 infracciones. Desde que abrió hace casi tres años, el Tiki Tiki de Yoli no ha parado de dar que hablar. Y de servir copas.
“Estamos buenas”
Era el verano de 2019 cuando Yoli, madre soltera de dos hijos, se lanzó a una aventura que, según ella, nunca previó. Nacida en Suiza y criada en Guitiriz, ha trabajado toda su vida como camarera y en empleos relacionados con la hostelería. “Yo no quería abrir nada”, dice a EL ESPAÑOL. Pero las circunstancias se lo pusieron fácil: “Me enteré de que estaba vacío un local en Guitiriz, que el alquiler estaba barato, me lo ofrecieron y me metí”.
Sin embargo, Yoli no planeaba un bar al uso. Como ella misma define, quería su propio “Coyote Bar”, como el de la película: un lugar donde el principal reclamo fuesen las camareras, la música y el buen ambiente. Jugó con un nombre en la misma línea: “Tiki Tiki”. Reformó la terraza interior, que en ese momento solo era un patio con barricas destrozadas y malas hierbas. Sin apenas inversión inicial, el éxito no tardó en llegar. Las llamativas fotos en sus redes sociales tuvieron gran parte de la culpa. Hoy por hoy, Yoli cuenta con cerca de 13.000 seguidores en Instagram.
“Piensa que somos solo chicas y atraemos a mucha más gente que los demás”, explica Yoli. “No somos miss universo, pero estamos buenas, para qué negarlo”, añade la suizo-gallega, que dice que si tuviese pareja posiblemente no se hubiese metido en un proyecto así. “Yo estoy soltera y las demás también, nos dedicamos a trabajar y nos lo pasamos bien, ¿qué tiene de malo eso?”, apunta.
Lo que también hizo Yoli fue apostar por un estilo de restauración que estaba condenada a fracasar en esta zona rural de Galicia. Además de destacar por ella misma y sus camareras, quería servir comida healthy y crear diferentes ambientes pub y chill-out. “Soy muy deportista y quería reflejar mi estilo de vida en el bar”, señala. La idea era crear desayunos por la mañana, y comidas que pudiesen funcionar a lo largo de la tarde.
Pero, en un lugar donde la tostada con aguacate y tomate es aún una modernez, lo que se impuso fueron las copas y la noche. “Teníamos a una cocinera que preparaba tapas pero nos dimos cuenta de que la gente no comía, sino que bebía. Así que me ahorré la cocinera y fui al grano, a servir copas. ¡En las aldeas se bebe mucho!”, explica Yoli.
A Yoli no le importa lidiar con los babosos. “Yo tengo mucho carácter y así se lo enseño a las chicas, que aquí nadie se pasa ni un pelo”, aclara. Sabe que es el peaje que hay que pagar para manejar un éxito que le ha llevado a ingresar -antes de la pandemia- 8.000 euros limpios al mes, después de cubrir los salarios de sus cuatro camareras, pagar a los proveedores y costear el alquiler. “¡Es muchísimo!”, exclama.
Éxito en pandemia
El éxito del Tiki Tiki iba como un cohete, hasta que en marzo pasado, el estado de alarma lo frenó en seco. Tuvo que echar el cierre pero Yoli sobrevivió. Ella, una mujer hecha a sí misma, dice que lo que ha aprendido en la vida es “a trabajar y a ahorrar”. Se fue a su casa con sus dos hijos y un buen colchón le permitió aguantar el parón. “Hay gente que vive al día y se lo gasta todo. Yo no. No descanso nunca, posiblemente porque tengo dos hijos”, señala.
La desescalada en las restricciones volvió a traer el bullicio a Guitiriz. En el pueblo, Yoli se lleva bien con los vecinos, “con todo el mundo”, declara ella, menos con los bares de la competencia. “Hasta hicimos un calendario benéfico para las personas que más lo necesitaran del pueblo y hay gente que nos tiene echado el ojo”, se queja Yoli. Se refiere a un calendario fotográfico de ella y sus chicas que recaudó miles de euros. Se quedaron la mitad y, como prometieron, el resto fue para el pueblo.
“Yo vivo en Sada (A Coruña) y no hago vida en el pueblo, pero me llevo bien con la gente menos con los que me tienen envidia, que no me hablan”, asegura. Junto a la competencia, algunos paisanos tampoco terminan de entender el estilo de Yoli y de su Tiki Tiki, y algunas miradas ajenas lo demuestran. “Hay señoras en las aldeas que todavía se sorprenden al ver a chicas en minifalda”, subraya la hostelera.
A pesar de estas excepciones, Yoli y su Tiki Tiki caen bien. Incluso a la policía, que cuando acude de paisano y fuera de servicio avisan a la dueña de que lo tenga “todo bien” por si viene una visita de los uniformados. “Esto parece ya una discoteca, se forman colas en las calles”, explica Yoli, que lo único que quiere es que la dejen trabajar. Sobre el incumplimiento de la normativa Covid, ella se responsabiliza de lo que le toca: “Yo cumplo con todo lo establecido, pero controlar a la gente con dos copas de más es complicado. Se levantan, se cambian de mesa…”, asegura.
Con la sanción pendiente de concretarse, el Tiki Tiki continúa con su actividad. Ahora Yoli está sola. Debido a la reducción de horarios y de aforo sus camareras están en ERTE o han tenido que irse a casa. Pero la fama de este pequeño reducto de Guitiriz está lejos de cambiar: “Donde abriera iba a tener a gente”, concluye Yoli, segura de sí misma.