En la madrugada del martes al miércoles, el ambiente que se respiraba en la ciudad de Ceuta era el de un estado de excepción de facto: calles completamente vacías y grupos de jóvenes marroquíes —muchos de ellos menores y niños de no más de 10 años— deambulando sin rumbo por la ciudad en busca de dinero, comida y cobijo. Mientras, los ceutíes permanecían encerrados en sus casas pendientes de la situación. Al mismo tiempo, decenas furgonetas y coches patrulla de la Policía Nacional daban vueltas sin descanso para que los chicos no hicieran nada ilegal. Duermen en parques, portales, cobertizos o, simplemente, caminan hasta que no les dan más las piernas.
Marwan Morabeta, y Yassim Agtas, de 15, son dos de ellos. Es la una de la madrugada y están cerca del puerto, donde piden cigarrillos o lo que sea a los pasajeros del último ferry del día procedente desde Algeciras. Entre ellos se encuentran Santiago Abascal y un centenar de soldados de la Primera Compañía de Regulares, replegada de urgencia desde Córdoba, donde han tenido que interrumpir unas maniobras por la crisis en la frontera.
Una vez pasado el bullicio de la veintena de detractores y partidarios que recibían al líder de Vox, los dos chicos vuelven a quedarse solos. “Solo he tomado un zumo en dos días”, dice Marwan a EL ESPAÑOL, con evidentes signos de cansancio. Los dos jóvenes no esperaban en un campamento de la frontera su oportunidad para entrar en España. De hecho, vienen desde Tetuán, a 37 kilómetros de Ceuta, donde escucharon en la radio que estaba “todo abierto”; que la policía marroquí no les iba a dar una paliza si intentaban cruzar al lado español, sino todo lo contrario: les invitarían a pasar.
“La policía en Marruecos es muy mala. Nos pega, no los soporto. Pero ahora está el camino libre”, explica Marwan. Si los medios, las redes sociales y la policía marroquí azuzaron la situación, el boca a boca hizo el resto: en Marruecos todo el mundo se enteró de que podía venir con el beneplácito del Gobierno y Marwan y Yassim se colaron sin pensarlo a un bus que les llevase a la frontera. De forma involuntaria, se han convertido en la frágil arma arrojadiza con la que Marruecos chantajea a España en una crisis sin precedentes.
“Queremos subir a un ferry”
No vinieron juntos. Yassim, de hecho, había entrado en Ceuta hace un mes, también de forma irregular. Al enterarse hace unos días de que la policía marroquí no actuaba, cruzó de regreso a Marruecos para visitar a su madre enferma y el lunes volvió a entrar a nado a España, junto a los 8.000 inmigrantes irregulares que se abalanzaron sobre la valla. Fue el mayor registro histórico de entrada ilegal de personas en una frontera española. “Con esfuerzo lo consigues”, afirma Yassim, orgulloso de haberlo logrado ya dos veces.
En Marruecos, ambos trabajaban en la construcción, donde podían llegar a ganar cinco euros a la semana. Yassim dejó de estudiar en segundo de primaria y, desde entonces, intenta ganarse la vida como puede. “Marruecos es una mierda, ahí no hay nada”, dice el adolescente. Ninguno de ellos habla español. Tampoco francés. Esto da cuenta de que los jóvenes que han llegado estos días a la Ciudad Autónoma no suelen estar escolarizados y vienen de los estratos sociales más bajos. La entrevista es posible gracias a un tercer chico ceutí que pasa por un parque y habla árabe.
Aunque el agotamiento provocado por el hambre, por dormir al raso y por la peripecia de cruzar la frontera a nado es enorme, Marwan y Yassim aún conservan la energía y su sueño de llegar a la península. "A donde sea", dice Marwan con los ojos hinchados, preguntado por dónde quieren llegar. Su plan es desesperado: pretenden subirse a un ferry trepando por el ancla o por una maroma al momento en el que zarpe. Incluso se plantean cruzar el Estrecho en kayak. ¿Cómo lo conseguirán? No lo saben. Pero si ellos tienen clara una cosa es esta: prefieren jugarse la vida a vivir en Marruecos, donde se les niega cualquier oportunidad.
Miedo en la calle
Las horas que llevan en España no han sido fáciles. Reconocen que la población local les mira con recelo, con miedo: "Nos tienen miedo, pero no venimos a robar", dice Marwan. Algunos vecinos les han dado algo por compasión. Un zumo. También llevan mascarillas que reparte el personal de Protección Civil a los grupos de chicos que vagan por la ciudad. Porque vienen sin nada y su control sanitario es nulo, otro problema añadido en Ceuta, que el martes interrumpió la vacunación por la grave situación que atraviesa la ciudad.
Nevil, un ceutí de 20 años, estudiante para Guardia Civil en Murcia, ha regresado a toda prisa a su ciudad natal para estar cerca de su familia. Están todos encerrados en casa pendientes del móvil e intercambian información sobre lo que sucede en las calles. Quieren evitar ocupaciones o que les pase algo a los suyos. A pesar de lo que cuentan Marwan y Yassim, cuya intención no es delinquir, los vecinos relatan que hay grupos que han asaltado una guardería para encontrar un techo bajo el que dormir, o que les avasallan por la calle pidiendo limosna.
“El primer día piden en la calle. Pero al tercer día sin poder llevarse nada al estómago, no les queda otra”, asegura Nevil, que siente pena por los chicos pero que, al mismo tiempo, se siente desamparado por el Gobierno central. Noelia Contreras, otra vecina ceutí, de 40 años, afirma también a este periódico: "Nos insultan, nos empujan, siento mucha impotencia… Esto parece la ciudad de los muertos vivientes", dice en alusión a las escenas que se repiten en todas las calles de Ceuta.
Por su parte, un policía nacional de la UIP que ha patrullado las calles en la pasada madrugada señala a EL ESPAÑOL que no detienen ni identifican a los jóvenes. Ante el abrumador volumen de migrantes que deambula por la ciudad, apunta que no pueden hacer nada. Se encargan de que no haya ningún incidente. De hecho, en las pasadas dos noches se han registrado apuñalamientos y peleas entre los propios chicos.
Los menores de edad no son devueltos a Marruecos y quedan bajo el amparo de la Ciudad Autónoma. Pero los centros de acogida de menores —tres en Ceuta— están completamente colapsados. Esto provoca que otros cientos de chicos se queden en los parques, en los bancos y en las aceras sin que la policía intervenga. La solución a su situación está lejos de avistarse. Por otro lado, al menos 900 menores están en las naves de la línea fronteriza de El Tarajal, donde la policía determina su edad con pruebas de ADN y se les practican test diagnósticos de Covid, a la espera de ser reubicados.
Vuelven a Marruecos
Transcurrida la noche, el punto fronterizo de El Tarajal ha recuperado algo la calma, pero se produce la situación contraria a la registrada el lunes y el martes: en el lado marroquí apenas se agolpan grupos que observan con recelo el despliegue militar y policial. La llegada masiva de inmigrantes se ha detenido, al menos, por ahora, después de que España haya dado a Marruecos 30 millones de euros en concepto de "cooperación migratoria". En el lado español, sin embargo, decenas de jóvenes caminan por la cornisa marítima de regreso a Marruecos. Lo hacen de forma voluntaria, empujados por el hambre y por no saber qué hacer. A su llegada a una puerta fronteriza controlada por los militares, estos los agrupan en veintenas y pasan a la zona neutra.
"Nos han dado algo para comer, pero no hay para todos" explica Abdullah, de 20 años, mientras hace cola con otros como él a quienes ha conocido en los dos días anteriores en Ceuta, esperando a volver a Marruecos: “Allí solo dormimos y fumamos porros, pero aquí tampoco hay nada que hacer”, continúa Abdullah, que reconoce que vino porque “allí, todo el pueblo lo sabía. Todos sabíamos que podíamos cruzar”.
En la playa permanecen desplegados militares de un Regimiento de Caballería pero ya no hay blindados en la arena. También hay guardias civiles del GRS, una patrullera y dos zodiacs, antidisturbios de la Policía Nacional y personal de la Cruz Roja. A primera hora de la mañana de este miércoles, han llegado algunas pateras a la playa. En las horas siguientes, grupos de tres o cuatro chicos han llegado nadando de forma puntual. Son inmediatamente interceptados en cuanto ponen un pie en la arena. A veces, en el mismo mar con las lanchas. En caso de ser mayores de edad, son devueltos inmediatamente a la zona neutra entre ambos países. Según la Delegación del Gobierno en Ceuta, se han practicado ya 5.600 devoluciones, del total de 8.000 que han llegado.
Dos mujeres necesitan atención sanitaria y son evacuadas en ambulancia hacia Ceuta, mientras una veintena de compatriotas suyos hace cola para volver a Marruecos. La situación es de calma chicha: la sensación es en cualquier momento se desata otra avalancha, una lluvia de piedras y disturbios en El Tarajal. Mientras, las calles del centro recuperan la normalidad con un ojo puesto a lo que sucede en la valla, cuatro kilómetros al sur. Las cafeterías vuelven a llenarse con la salida del sol y las persianas de algunos comercios vuelven a levantarse, en contraste con los grupos de jóvenes marroquíes que vagan sin rumbo y que, junto a policías y militares, ya se han convertido en parte del paisaje de Ceuta estos días.
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