Ella lo dijo por primera vez el 4 de marzo de 2019: “Pronto, el líder de Podemos será una mujer”. Él lo apuntaló a su vuELta, dos semanas después, y matizó sobre su continuidad al mando: “De momento, hasta 2021. Luego, los inscritos decidirán”. Ahí empezó la maquinaria de sucesión.

Cuando Irene Montero (Madrid, 1988), entonces número 2, profetizó la herencia de Podemos, sólo le hicieron falta ocho palabras, las mismas que a Pablo Iglesias para calmar los ánimos. Con él de baja paternal y ella al frente del aparato, no había lugar a dudas. Seamos claros: todos sabíamos que se refería a sí misma. Era, quitando al propio Iglesias, la cara visible más reconocida del partido, la revulsiva que cada semana viralizaba un discurso en redes sociales y, a fin de cuentas, el futuro soñado para la joven formación de izquierdas. Profecía autocumplida.

Desde entonces han pasado dos años y dos meses. Poco tiempo, a simple vista. Pero la historia da muchas vueltas: lentas, si se miran con la lupa del calendario, pero rabiosamente rápidas, si se observan con el catalejo de la política. Y el mundo de Irene Montero no podría ser más diferente, tanto por dentro como por fuera.

La joven portavoz parlamentaria, que parecía destinada a liderar la izquierda a la izquierda del PSOE, ya no tiene esos anhelos. Consiguió la cartera de Ministra de Igualdad en enero de 2020, tras varias idas y venidas con sus socios, y cambió el ceño fruncido por la americana y la contención. También está más cansada, fruto de una campaña de acoso y derribo en la puerta de su casa. Ya no está para tomar el mando. Tampoco se le pide.

Iglesias, a su marcha, lo ha dejado todo atado y bien atado en el partido que ha dirigido con mano de hierro durante los últimos siete años. De hecho, su despedida del Gobierno en marzo ya brindó algunas pistas, dejando sus dos cargos institucionales en manos de las dos figuras que sí heredarán el partido: la vicepresidenta Yolanda Díaz y la ministra Ione Belarra. Y en medio ella, Montero, guardiana de las esencias del partido y, si hiciera falta, el casco azul que vele por la paz entre ambas. Por lo que pueda pasar.

Pablo Iglesias, junto a las ministras Yolanda Díaz e Irene Montero. EFE

“Meter a Irene de primera hubiese sido un suicidio. Además de estar muy quemada, sería confirmar las teorías de la derecha de que Pablo le pasaba el testigo a su pareja”, señala a  EL ESPAÑOL una fuente cercana al equipo de Belarra. “Yolanda Díaz ha funcionado muy bien e Ione está menos gastada. Han cambiado mucho las cosas”, resume.

Bicefalia pendiente

El Podemos de 2021 tiene poco que ver con el que fundaron Pablo Iglesias, Íñigo Errejón y Juan Carlos Monedero. De cara al futuro, y a expensas de lo que ocurra en la Asamblea Ciudadana Estatal de Vistalegre IV, el rumbo está claro: “Yolanda como candidata, la cara visible, e Ione controlando la orgánica con Irene de policía”, concreta. 

“Es una bicefalia: Yolanda para las elecciones y el Gobierno, Ione para el partido, e Irene en medio”, revela la misma persona. Este modelo es parecido al que mantienen el PNV, Bildu o el propio Podemos en Euskadi, en el que los cargos institucionales no coinciden con los orgánicos.

La premisa -“una persona, un cargo”- era, de hecho, una de las asignaturas pendientes del primer Podemos, sobre todo de Monedero, que defendía esta forma de organización. Con todo, la del “nuevo Podemos” sería una bicefalia incompleta, ya que Ione Belarra e Irene Montero son todavía ministras en el actual Gobierno de coalición. Son asuntos para otros momentos, y todavía falta mucho 2023. De momento toca sobrevivir, que no es poco.

Ione Belarra e Irene Montero. E.E.

En un primer momento, el modelo estaba pensado para que equilibrase “a Yolanda como líder dentro del Gobierno y a Pablo [Iglesias] desde fuera, pero se torció la cosa”. La torcedura en cuestión: la convocatoria de elecciones en Madrid, que cogió a Podemos con el pie cambiado. Así, consciente de que desaparecer en Madrid significaría el principio del fin para el partido, Iglesias buscó un efecto Illa: mover a un ministro como candidato. 

En realidad, el hara-kiri de Iglesias de presentarse como candidato no fue la primera opción del partido, sino la última. El primero en el que pensó fue Alberto Garzón, coordinador general de IU y actual ministro de Consumo, pero el nacido en Logroño, criado en Málaga, con carnet del PCE y desaparecido de la escena pública no parecía la mejor ficha. Dijo que no. La siguiente en la lista, el Plan B, era Irene Montero. También lo rechazó, consciente de que perder en Madrid -como terminó sucediendo- significaría el epitafio de su carrera política. 

Eso obligó a Iglesias a dar un paso adelante, asumir la responsabilidad de la carrera electoral y, en último término, allanar el camino para la sucesión bicéfala: Díaz por un lado, Belarra por el otro. También a blindar a Montero en el Consejo de Ministros, mediante un pacto con Sánchez, por el cual él abandonaría el Gobierno a cambio de que ella pudiera agotar la legislatura como Ministra de Igualdad. Su único cargo al frente, ahora que Belarra ha dado un paso al frente.

En Unidas Podemos, entendido como coalición electoral, la elegida es Yolanda Díaz. En Podemos, el partido como tal, es Ione Belarra, la heredera del ministerio de Iglesias, de perfil combativo pero poco mediático, menos controvertido. Y amiga íntima de Montero, su confidente, su apoyo y, dependiendo del caso, quizás su Pepito Grillo. “Di mejor dupla, o triunvirato”, matiza la fuente próxima a Belarra.

Pablo Iglesias, junto a la ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz. EFE

De concretarse la bicefalia y volver a sus funciones anteriores, fuera del Gobierno, Montero también saldría ganando en lo económico. Como ministra de Igualdad cobra 74.858 euros al año (6.238 al mes), en lugar de los 79.025,73 euros que ganaba en el Congreso de los Diputados, debido a los complementos que tenía como parlamentaria.

Poli bueno, poli malo

La bicefalia, además de diferenciar la dirección del partido con los cargos electorales, tiene otra ventaja de cara al “nuevo Podemos” post-Vistalegre IV: el reparto de papeles. O de roles. Montero sabe que su imagen está de capa caída, casi tan tocada como la de Pablo Iglesias, fruto de esa sociedad indisoluble de quien lleva años al frente de un partido. Ahora sus funciones son otras.

Si se echa la vista atrás, al primer Podemos, el del primer Vistalegre, de los 62 integrantes del primer Consejo Ciudadano Estatal sólo 11 continúan formando parte de la plana mayor del partido. Son, según el orden de la lista de aquel congreso, Rafa Mayoral, Irene Montero, Ana Domínguez, Nacho Álvarez, Isabel Franco, Noemí Santana, Juanma del Olmo, Ione Belarra, Pablo Fernández, Javier Sánchez y Jaume Asens.

“El objetivo sigue siendo el mismo: que Yolanda sea presidenta y que Podemos crezca con el cambio de caras”, resume una fuente de la dirección del partido en Madrid. Con Díaz por un lado y Belarra por el otro, la contraposición entre ambas anticipa un nuevo guion de poli bueno y poli malo, con Montero de contrapeso. “Lo principal a corto plazo [hasta las elecciones de 2023] es reforzar la coalición y las alianzas confederales”, anticipa.

Irene Montero y Pablo Iglesias. Gtres

Actualmente, bajo el paraguas de Unidas Podemos confluye una sopa de siglas que no siempre han sabido entenderse. Hasta ahora, todas asumían el liderazgo de Pablo Iglesias, “una cara que atraía votos”, pero el futuro es incierto para los correligionarios de Izquierda Unida, el PCE y las confluencias territoriales de Galicia -Galicia en Común- y Cataluña -En Comú Podem-. 

“Yolanda es gallega y del PCE, y que ella vaya a ser la cabeza visible es un símbolo para abrir el partido, además de que es una cara mucho más amable que Podemos hace mucho que no tiene. Ione es navarra, y de Podemos, y de cara afuera no está tan vinculada a la Ejecutiva histórica”, concreta. Montero, por su parte, sería la encargada de “que no se vaya todo de madre y equilibrar” a las otras dos. 

En segundo plano, el baile de nombres no es menos complicado. Por un lado, Alberto Garzón (IU) y Ada Colau (En Comú) serán los lugartenientes de las confederaciones que trabajen en el plano institucional; así como los número dos de Belarra, Enrique Santiago (PCE), y de Montero, Amanda Meyer (IU). Les siguen Jaume Asens (En Comú), actual presidente del grupo parlamentario, y el responsable de la corriente ecologista, Juantxo López de Uralde.

A nivel ejecutivo, el nuevo Podemos tras la dimisión de Pablo Iglesias quedará configurado en apenas tres semanas. La lista de nombres, comandada por Belarra y Montero, tiene mucho de caras femeninas, bastante de herederos naturales, algo de provincias, un toque de recambio generacional y, en general, muy pocas sorpresas: Noelia Vera, Isabel Serra, Sofía Castañón, Lilith Verstrynge, Pablo Echenique, Ana Marcello, Lucía Muñoz, Nacho Álvarez, Rafa Mayoral, Txema Guijarro, Tone Gómez-Reino, Juanma del Olmo, Idoia Villanueva y la pareja de Belarra, Nacho Ramos. 

Irene Montero.

La caída de Montero

Desde que aceptó el cargo como ministra de Igualdad, el 13 de enero de 2020, las cosas han cambiado. De puertas adentro ya estaba hasta arriba, al cargo de tres pequeños -la última había nacido el verano anterior- en una casa continuamente señalada y acosada por sus críticos, pero resistía. Hacia fuera empezaba a estar quemada, lastrada por el desprestigio y con el estigma de ser “la heredera prometida” al trono de Podemos, además de su portavoz. Entonces llegaron los pactos.

En el Gobierno se vio obligada a calmar su discurso: ya no valían los titulares incendiarios ni los discursos subidos de tono -eso mejor dejárselo a Echenique-, ahora se le requería una mirada de Estado. Lo que no sabía es que el enemigo estaba más cerca que nunca. Concretamente, al otro lado de la mesa del Consejo de Ministros. 

Si el chalet de Galapagar ya no era un lugar seguro debido al acoso continuado, el Gobierno no tardó en convertirse en otra jaula de oro donde las puñaladas venían de sus propios compañeros, principalmente de la vicepresidenta Carmen Calvo, anterior ministra de Igualdad. Sus duelos, hasta ahora, se han saldado siempre a favor de la socialista, y Montero lo ha notado en su imagen.

“Ya estaba agotada antes, pero este último año la ha matado. Las críticas al 8M, la pandemia, el caso de la niñera, luego esto último de la Ley Trans... Está muy quemada”, valora la persona de la dirección de Podemos en Madrid. De hecho, así lo muestra incluso el CIS del pasado mes de abril, en el que Montero apareció como la ministra peor valorada de todo el Gobierno, con un 3,5 sobre 10. Díaz, por su parte, tuvo un 5,2, la mejor entre los morados.

Carmen Calvo e Irene Montero, en el traspaso de carteras del Ministerio de Igualdad.

Triunvirato

Montero se quedará detrás de Belarra pero, al menos en lo orgánico, seguirá siendo la Dama en el tablero de Podemos. Desde dentro, se espera, su voz se escuchará todavía más que ahora. Desde fuera, su protagonismo será cada vez menor, en pos de aupar a Yolanda Díaz. En conjunto, tres piezas en equilibrio para asaltar los cielos, aunque no fueran las prometidas. 

“Que Irene era la heredera, eso lo sabíamos todos. Pablo siempre ha ido allanando el camino para ella. La mayoría de los asesinatos [las purgas, desde Íñigo Errejón a Carolina Bescansa] han sido para despejarle el camino. También los millones de euros, millones, que se han gastado en promocionarla. Tenía que ser Irene.

Pero, claro, ¿ahora, a Irene quién la votaría? ¿Cuántos escaños sacaría Podemos si se presenta ella? ¿Siete u ocho? Estoy convencido de que, cuando se retire y Pablo mire atrás, se dará cuenta de que todo eso no sirvió para nada, que se equivocó”, rememoraba a este diario un antiguo miembro de la formación, muy cercano a la pareja, antes de que supiesen los últimos movimientos en el seno de Podemos.

Entonces, la consigna era clara: si la jugada de Madrid le salía mal a Iglesias, Montero tomaría su puesto para liderar Podemos. No ha sido así, o no del todo. A su despedida, la ministra tardó en pronunciarse. Compartió el adiós de su pareja y dejó un mensaje. Repitió el “Porque fueron, somos. Porque somos, serán” y deslizó un intencionado. “Aquí seguimos”.

Varias fuentes coinciden en subrayar que, si el plan falla y el trío cae, será Montero la que siga en pie. Al fin y al cabo ya se sabe, como ocurrió en Roma, que el fin del triunvirato significa el fin de la República. Quizá el inicio de un Imperio. El suyo, el de Montero, y su 10% de escaños. De momento, “aquí seguimos”. Llamando a las puertas del cielo.

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