Corre por el calendario el 11 de septiembre de 2013, día de la Diada para algunos. En el campanario de la iglesia de Jafre, una pequeña localidad en el Bajo Ampurdán catalán, hay una bandera estelada que ondea y corona las vistas del pueblo durante toda la semana. Ese día, además, a las 17.14 horas, tal y como marca el dogma del independentismo para conmemorar la Campaña de Cataluña en la Guerra de Sucesión, empiezan a doblar las campanas.
Dolors Caminal, que es vecina de Jafre y pintora, aunque conocida por la mayoría como la esposa del dramaturgo Albert Boadella, se queja a la autoridad eclesiástica correspondiente de todo ello. Que no es plan, viene a decir, aunque más elegantemente. Su reclamación queda en nada más que la pareja dejando de marcar la casilla de la Iglesia en la Declaración de la Renta. Lo que sí queda para el recuerdo son las palabras del párroco que permitió la estelada y las campanadas: “Estos señores no son de la parroquia. La estelada se puso porque el pueblo la pidió. Yo no puedo ir contra el pueblo. Que se pongan la bandera española en su casa si quieren”. Chapó.
Miércoles, 23 de junio de 2021, el miércoles pasado. El líder de la oposición, Pablo Casado, se siente algo solo en el Congreso de los Diputados. La gran ofensiva contra los indultos que iba a liderar no es tan epopeyica. Le han abandonado dos sectores que casi siempre bailan a su son: los empresarios y la Iglesia. Y ahí, desde el Parlamento, acusa al Gobierno de Pedro Sánchez de haber manipulado a la Iglesia para sus fines. “Soy católico y no me siento reconocido en que la Iglesia tome partido por los indultos”, dijo unos días antes, poco después de recordar que no es la sociedad civil la que representa al pueblo, que son ellos, los políticos, los que andan a esa tarea.
Detrás de ambos episodios, el de 2013 y el del pasado miércoles, hay un fino hilo que los une. El párroco de Jafre, entonces, era Joan Planellas. Hoy ascendido a arzobispo de Tarragona, preside la llamada Conferencia Episcopal Tarraconense que aglutina a los obispos catalanes. La organización -que tiene como vicepresidente al líder de la Conferencia Episcopal Española, Juan José Omellá- se ha posicionado a favor de los indultos para los líderes del procés, mezclando peligrosamente algo que en Cataluña lleva ya tiempo fusionándose: los púlpitos y las homilías, con los programas electorales y sus proclamas.
“Creemos que el logro de un recto orden social que permita el desarrollo armónico de toda la sociedad necesita algo más que la aplicación de la ley”, se puede leer en el comunicado que difundieron los obispos catalanes para ese propósito. “Hay que proponer el diálogo siempre como vía efectiva que da respuesta a la esperanza de resolver las divisiones. Si el diálogo es serio, capaz y abierto, y si se admite que dialogar siempre significa renunciar a las propias exigencias para encontrarse en el camino con las renuncias del otro, habrá avances”, sigue el texto, en el que adoptan una postura política favorable a los indultos.
Estas palabras, como era de esperar, han provocado un revuelo político, en cierta medida, sin parangón. Si bien es cierto que la sociedad catalana está más que acostumbrada a los curas independentistas, rara vez ello trascendía directamente a la arena política nacional, y mucho menos se convertía en un tema de conversación en el Congreso de los Diputados.
A esas palabras, lejos de achicar el ruido que se ha generado alrededor, se ha sumado este jueves la Conferencia Episcopal Española. Su portavoz, Luis Argüello, ha asegurado que los obispos españoles están “por el diálogo”, igual que sus homólogos catalanes. Aunque ha reconocido que dentro de la propia organización hay distintos pareceres respecto a los indultos, se ha mostrado favorable y ha dejado una frase para el recuerdo: “La Constitución no es un dogma”. Así, Planellas, que ni es el más conocido ni el más independentista de la curia catalana, se ha convertido en el último rostro de esta batalla que va para largo.
Y es que, con él a la punta por la actualidad, hay una larga cola de religiosos que en los últimos años han estado haciendo de la independencia catalana su sermón. Está Francesc Pardo, obispo de Girona, que era uno de los más desacomplejados a la hora de pedir la liberación de los políticos presos. También ronda ese aura Xavier Novell, obispo de Solsona, que lo mismo compara el aborto con el Holocausto, que defiende el derecho de autodeterminación y hacía visitas privadas a Quim Torra mientras pedía el voto a sus feligreses para Junts pel Sí. O Cinto Busquet, párroco de Calella, que impulsó el grupo Cristians per la sobirania y lideró el manifiesto de 400 curas a favor de la secesión. Ejemplos, hay muchos.
La bandera, en casa
“Nosotros pedimos a Joan Planellas que retirara la bandera. Era un claro signo de división y consideramos que la Iglesia no tiene que colaborar en algo semejante con algo que es público”, explica en conversación telefónica con este diario el histórico dramaturgo Albert Boadella. Habla desde Jafre, donde vive medio retirado y donde sufrió el episodio con la estelada en 2013. Huelga decir que, por supuesto, el ahora arzobispo no la retiró. “El 11 de septiembre empezaron a tocar las campanas, lo que era una clara llamada a la revolución por parte de la Iglesia”, añade. “Cuando dijo aquello de que fuéramos nosotros los que pusiéramos la española en nuestra casa… eso ya fue el colmo”, apuntala.
Nacido en Girona en 1955, Joan Planellas i Barnosell entró en el seminario a los 13 años y desde ahí cultivó una carrera teológica relativamente bien avenida. Un año después de licenciarse en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana, en 1982, fue ordenado sacerdote. Se sacó el doctorado de Teología en el mismo centro y ha sido, desde entonces, vicario parroquial, párroco, administrador de parroquias, profesor de Teología en el Seminario de Girona del que salió, decano de la Facultad de Teología de Cataluña y director de la Revista Catalana de Teología.
De entre todas las publicaciones con su firma que han visto la luz, la más destacada, según los que entienden de ello, es La Iglesia de los pobres en el Concilio Vaticano II. En el texto defiende “vivir según el modo ordinario de nuestras poblaciones en cuanto concierne a habitación, comida, medios de transporte y similares”. Y sigue: “Renunciamos para siempre a la apariencia y a la realidad de la riqueza, especialmente en los vestidos (telas ricas, colores llamativos), a las insignias de materias preciosas, pues estos signos deben ser efectivamente evangélicos”.
Aunque en su discurso aboga contra una Iglesia al servicio de los ricos, no tuvo problema en poner la suya al servicio de los independentistas. Se escudaba en que era cosa “del pueblo”, como si los ciudadanos no secesionistas fueran menos pueblo o menos católicos. En realidad, sus proclamas separatistas nunca fueron demasiado grandilocuentes, pero poco a poco se ha ido permeando del sentir de una parte de los religiosos catalanes.
La primera vez que permitió que la estelada ondeara en el campanario de la localidad fue en 2012. Estuvo unos días y luego la quitó. Volvió al año siguiente, dejándola meses, y redoblando la apuesta con las campanadas independentistas a las 17.14, en honor a la Campaña de Cataluña de 1714. Ahí fue cuando el matrimonio Boadella-Caminal no aguantó más y, como católicos, se sintieron agraviados. Ella escribió una carta al obispo responsable, Francesc Pardo, pero con otro independentista se fue a topar y, en un gesto muy del Catolicismo pero en esencia poco católico, el obispo se lavó las manos.
La respuesta del matrimonio fue la de dejar de marcar la X en la casilla de la Iglesia de la Declaración de la Renta. Y poco más pudieron hacer. Sufrieron escraches en su casa, la gente del pueblo en el que llevaban 35 años dejó de hablarles y vandalizaron su hogar, llegando a cortar algunos árboles del jardín.
“El colaboracionismo de la Iglesia catalana con el nacionalismo ha sido total en Cataluña”, explica Boadella. “Es llamativo, porque desde el punto de vista de sus intereses, es muy negativo. Cuando yo llegué a mi pueblo, a misa iban 70 personas. Ahora van cuatro. Es una jugada nefasta, pero se ha construido una nueva religión, una nueva secta, que es el nacionalismo y la Iglesia se ha unido a ello”, añade. No le falta razón en cuanto a la escasez de feligreses ya que Cataluña va a suspender próximamente un total de 160 parroquias.
Toda esta polémica, que fue entonces más regional que relevante y aupada únicamente por la figura pública de Boadella, volvió a la palestra en 2019 cuando Planellas fue nombrado arzobispo de Tarragona por el Papa Francisco. Desde entonces, Planellas siempre ha hecho un esfuerzo dialéctico por desmarcarse del independentismo. “La Iglesia no se identifica con ninguna opción política concreta. Esto lo he dicho hasta la saciedad, no estos días, sino durante estos años, en mis parroquias, en las comunidades… ¡Pregunten!”, aseguró al poco de ser nombrado en una entrevista para Alfa y Omega.
Y sin embargo… una semana y cinco días después de ser nombrado dijo, sobre los políticos presos, que era “un drama que se hayan encontrado en esa situación” por el simple motivo de “dar un paso en el que ellos creían y que dieron pacíficamente”. Esa es la línea que ha seguido desde entonces la Conferencia Episcopal Tarraconense que dirige -que, por cierto, no tiene entidad jurídica ni autoridad real más que la moral-. Ya no queda nada de aquel 2017, cuando Planellas no estaba al frente, y en el que pedían convivencia social mientras otros curas firmaban cartas a favor de la independencia.
Otros curas ‘indepes’
Si todo eso, de todas formas, puede suceder, es porque la Iglesia en Cataluña lleva tiempo tonteando peligrosamente con el independentismo y acercándose a sus proclamas. No toda, ahí está la labor de Germinans Germinabit que congrega a algunas voces disidentes. Pero desde hace años el templo se retroalimenta de la Cataluña rural, donde más cuaja el separatismo, y viceversa, sirviendo de altavoz de lo que llaman “el pueblo”. La postura recuerda, aunque salvando las distancias del colaboracionismo con el terrorismo, al papel que jugó la Iglesia en el conflicto político, social y terrorista que se desarrolló durante décadas en País Vasco.
Así, se vio en 2018 cómo Isabel Turull, hermana del exconseller Jordi Turull ahora indultado, reclamaba a los religiosos catalanes que tomaran cartas en el asunto. “Por favor, por la caridad y la misericordia que tan patentes quedan en el Evangelio, ¡Actuad!”, escribió en una misiva publicada en el diario Ara. Un año antes, la mujer de Joaquim Forn, que fue conseller de Interior, leyó una carta del mismo en una misa independentista y en la que decía que estaba sereno y con la conciencia tranquila. También quedarán para el recuerdo las reflexiones religiosas de Oriol Junqueras en prisión.
El absoluto compadreo entre la Iglesia y el independentismo quedó más que apuntalado el año pasado cuando Oriol Junqueras escribió junto al monje benedictino de Montserrat Hilari Raguer sus Reflexiones desde Lledoners. El escrito incluso llegó a manos del Papa Francisco cuando llevó a cabo una audiencia privada con representantes del Ayuntamiento de Manresa.
Raguer, que curiosamente es el mismo tipo de monje que aquellos que habitan en el Valle de los Caídos, era uno de los grandes representantes del catolicismo independentista. Sin embargo, su trono quedó vacío al morir, paradójicamente el 1 de octubre de 2020, en el tercer aniversario del referéndum ilegal. Ese espacio, como mascarón de proa de la cruzada indepe, lo han venido a ocupar desde entonces varios obispos y religiosos que no tienen ningún problema en predicar las proclamas secesionistas desde el púlpito.
Uno de los más significados es Francesc Pardo, obispo de Girona y a quien la mujer de Albert Boadella fue a reclamar sus disputas con Joan Planellas, sin éxito. Desde que llegó al cargo, Pardo no ha tenido problema en hacer de altavoz del independentismo. En 2014, en la homilía de la misa de Sant Narcís, patrón de Girona, Pardo reiteró su apoyo al proyecto secesionista y animó a la gente a votar en la consulta del 9-N con “tranquilidad de conciencia”. Siempre se ha mostrado a favor del referéndum de autodeterminación (“Conocer lo que deseamos los ciudadanos es fundamental para asumir decisiones”) y más tarde: "como cristianos también podemos pedir que la liberación se ofrezca a los dirigentes políticos y líderes sociales condenados con penas de prisión y de inhabilitación”.
De cerca le sigue Xavier Novell, obispo de Solsona y que se erigió como un religioso prometedor al ser el más joven del episcopado español. Él es uno de los que ha acudido, de manera más o menos recurrente, a la prisión de Lledoners a insuflar ánimos a los líderes independentistas y organizó ayunos solidarios cuando aquella huelga de hambre que hicieron algunos presos en 2018. “Todos sabéis que se trata de un derecho inalienable de toda nación; una gran mayoría social lo quiere ejercer”, dijo tras votar en el referéndum ilegal del 1-O. Ahora vive en una polémica distinta por haber relacionado la homosexualidad con la delincuencia y el aborto con el Holocausto.
El último de esta lista de cabezas visibles, que en realidad sigue hasta el último cura del último pueblo, es Cinto Busquet. Aunque de rango menor frente a sus compañeros, sus acciones han sido muy sonadas. Es administrador parroquial de Calella, la población en la que se produjo el linchamiento a policías y guardias civiles alojados en un hotel, y lideró la firma de 400 curas a favor del independentismo. También es impulsor de Cristians per la sobirania que promueve una acción, cuanto menos, llamativa: “Rezar juntos en comunión hasta el pleno reconocimiento de la soberanía nacional en Cataluña”.
Con el indulto de los presos por el procés, la Iglesia independentista debe pensar que sus rezos ya han sido, en parte, escuchados. Lo más llamativo de ello es que, por primera vez, la cuestión no ha quedado exclusivamente en Cataluña y la Conferencia Episcopal Española se ha sumado a la Tarraconense. Quizás no tenga nada que ver con las ideas independentistas, quizás vaya más por la idea cristiana del perdón y la tradición del indulto. Quizás. Mientras, la sociedad se sigue dividiendo poco a poco y la Iglesia en Cataluña sigue contribuyendo a esa división.