Samantha Vallejo-Nágera (Madrid, 1969) lo tiene todo bajo control. Acaba de abrir su Casa Taberna en la plaza principal Pedraza (Segovia), un pueblo que siente como suyo a pesar de que no nació aquí. Llega y dice dónde se hace la foto. Mientras, habla con los fans que le siguen por ser la presentadora de MasterChef, que encara la semifinal este martes, y da órdenes a los empleados. “Hay que comprar más geranios para los balcones. Mira qué bonito está el del vecino”, le dice a su mano derecha. La palabra que le define es jefaza, ya lo saben bien Pepe Rodríguez y Jordi Cruz, sus compañeros en el 'reality' de cocina de TVE.
—Oye, Curro, hacemos la entrevista en el salón de la Casa Taberna, que me ha gustado —exponemos al principio.
—Ahí la tienes. Díselo a ella —delega el hombre de confianza de Samantha en este negocio, dejando claro que ella tiene el mando.
Samantha es, según su Twitter, “empresaria, presentadora de televisión, bloguera, tuitera y poligonera”. Y también es madre de cuatro hijos. Es una enamorada de la familia. "La gente es muy egoísta, las familias deberían ser más numerosas", apunta en conversación con EL ESPAÑOL cuando se le pregunta por la conciliación.
La copresentadora de MasterChef es un auténtico torbellino. No deja un tema sin repasar. Cuando se le da la palabra, no pierde ocasión para empezar con su gran alegato tras la pandemia: "Que la gente tenga muchos hijos. Estoy muy contenta de ver que todo arranca, que todo vuelve. Que la gente se vacune. Estoy muy en contra de los negacionistas de la vacunación. Si lo hacemos todos, funcionará. Hay que volver a vivir la vida y hay que ponerle sabor a la vida".
Está a todas y en todas. Recientemente se ha embarcado en su último negocio, un ‘hotel-restaurante’ en Pedraza. Un quehacer más para una mujer que no para.
“Mi marido me preguntó: ¿nos quedamos con la Taberna? Yo estaba agotada. Yo ya tengo mi catering, Masterchef, que son muchas horas, los clientes para los que soy imagen, que me dejo la piel por ellas porque me salen las marcas. Luego, tengo alguna boda los findes. Y yo decía: 'Yo vengo a Pedraza a descansar'”.
Pero, al final, la cabra tira al monte. “Me decía mi marido que iba a ser precioso para nuestros hijos… Y, dije, pues hala, vamos. Se me abrió el cuerpo en dos en el tema laboral con la obra, en medio de la pandemia. Pero para mí ahora es una maravilla”.
En Pedraza suenan campanas de boda. “Esta es por lo civil, no es la mía”. Samantha ha mirado de soslayo cuando estaba a punto de comenzar la entrevista. No es que se case ella, es la que atiende su catering. “Es que en Pedraza pasan muchas cosas. Yo creo que la gente tiene esa esencia de pueblo de toda la vida. Fíjate: la novia, luego un concierto por la tarde, el fin de semana pasado un concurso de pintura…”.
Justo antes de empezar la entrevista, también mira de soslayo a la plaza. Ve a dos de sus empleados portando una parra. Sabe lo que están haciendo, ha sido ella la que ha encargado este recado. Les ha mandado a casa de su madre por la planta, para que la pongan de decoración en el restaurante.
—¿Qué significa Pedraza para usted?
—Pedraza es mi pueblo. Yo no he nacido aquí, pero me hice pipí en los pantalones la primera vez que vine. Yo he vivido aquí toda mi vida. He venido de joven, de adolescente… Mi primera juerga, mi primer botellín, mis fiestas del pueblo… Luego, una época de tu vida, cuando estudias y tal, pues dejas de venir un poco porque te apetece estar en Madrid, en las discotecas y eso. Pero luego vuelves. Esto es mi desahogo, mi descanso. Me gusta estar aquí, aparcar el coche y no volver a cogerlo. Todas esas cosas de descanso son lo que yo intento comunicar al final en las redes sociales, en mi Instagram, que es lo que me hace ser embajadora de Pedraza. Mi vida en Pedraza es esa. Yo no vendo algo que no soy. Lo hago porque es así.
Si uno baja a la plaza del pueblo, rápidamente se da cuenta de que es la embajadora, si no oficial, al menos oficiosa. “Mira quién es. La de Masterchef. ¿Nos hacemos una foto con ella?”, se escucha decir a dos mujeres. Si llegan hasta la jurado del programa que emite TVE se harán la foto, ella no tiene problemas.
—Es usted muy cercana a todo el mundo. ¿No se agobia nunca?
—A mí tener ojos mirándome no me agobia. Me agobia que a veces no llego, que te quieres ir a tu casa y, de repente, tardas media hora en llegar. Cada uno habla de lo suyo. Algunos me dicen que su hijo cocina, otros me hablan del tema de la discapacidad porque saben que tengo un hijo con síndrome de Down... Ayer llegaron unos cuantos que me dijeron: 'No somos fans de MasterChef, somos enfermos'. La gente te sigue, tiene chats con sus amigos y todo eso al final no puede hacer otra cosa que ilusionarte. Yo soy un poco la ‘Minnie Mousse de Pedraza’. Vas a Disney a hacerte una foto con Mickey y Minnie y vienes a Pedraza a ver a Samantha para hacerte una foto con ella, para ir a su restaurante.
Las polémicas que le rodean
Samantha tiene carisma. Todos le piden fotos; con todos se hace fotos. Sin embargo, la hostelera no embauca a todos todo el tiempo. También tiene sus 'haters'. Hace meses se vio envuelta en una polémica por su forma de expresarse con su hijo Roscón. Le dijo al pequeño: "Los niños bailan con las niñas y las niñas con los niños". Y, claro, las redes sociales echaron humo en su contra.
“Yo tengo la conciencia tranquila. Todo el mundo no puede ser igual. No hice eso con ninguna mala intención. Es una cosa coloquial, con tu hijo, hablando… A la gente le encanta sacar las cosas de quicio”, dice Samantha.
Habla rápido, como la que tiene prisa, pero está concentrada y sabe lo que responde. “Yo soy la que más amigos gais ha tenido de la historia, he sido yo hace 30 años la reina de la noche en los sitios de ambiente. Qué me van a contar a mí. Adoro a los gais, me lo paso bomba con todos”.
Por un momento, se piensa si ha dicho las palabras correctas o si esto volverá a generar polémica. No obstante, continúa: “Madre mía, qué complicado es esto. Yo creo que la gente saca a veces de contexto las cosas y le encanta buscar polémicas donde no las hay. Yo estoy tranquila. Soy como soy y lo he dejado bien claro. Pedí perdón encantada porque no lo hice con mala intención. Cuando metes la pata y haces daño a alguien, pues pides perdón y ya está. No era mi intención y no soy una persona que vaya a discutir”.
—¿Esto le afecta?
—No, qué va. Yo cuando me metí en la televisión ya era muy madura. Lo pensé, me senté, hablé con mi marido… Esto de MasterChef no sabíamos qué iba a ser. Nunca pensé que me iba a convertir en un personaje público. Lo medité y, oye, tiene su parte complicada y más dura, pero tiene su parte más buena. Tenía muchísimas cosas positivas. Yo soy famosa gracias a mi profesión. No soy por serlo. Es por mi profesión, por lo que hago. Tengo mi negocio dedicado a la gastronomía, trabajo en la televisión en un programa dedicado a la gastronomía, y todo eso es lo mismo.
En este sentido, muchas veces ha recibido críticas por los gritos que da en el programa. Ella siempre recalca a los concursantes que en las cocinas no se grita, pero ella sí que lo hace. Hay a quien le molesta.
—¿Qué le parecen estas críticas?
—Masterchef es un concurso, es entretenimiento. Yo en mi cocina no grito porque son profesionales y lo hacen fenomenal, pero cuando llegas a una cocina y hay que entregarlo todo ya… Pues hay que darles un grito. Es parte del espectáculo. A algunos les encanta y otros lo odian. No sé. No conozco a nadie que haga feliz a todo el mundo. A lo mejor Nadal, pues sí…
—A él también le critican a veces.
—Pues si critican a Nadal… De repente ves en las críticas de Google un tipo que quería tomarse un café a las cuatro de la tarde y hemos tardado en ponérselo. No tiene en cuenta que es un restaurante y que a esa hora, además, estamos hasta arriba. No entienden que esto conlleva un esfuerzo de una obra, una inversión, crear empleo, crear una gastronomía.
Religiosa y profamilia
Samantha se confiesa religiosa, aunque no fundamentalista ni extremista. Lo hace mientras habla de la familia. Ella piensa que se debería potenciar la natalidad dentro de las familias, que todo el mundo debería tener hermanos, aunque este pensamiento no guarda por religiosidad. Simplemente, le encanta la vida en familia. "Creo que es lo más".
"Hoy en día falta vida familiar, tener muchos hijos, de ayudarse unos a otros, de ver la peli juntos y de estar en familia. Creo que hemos olvidado eso. Estamos todos orientándonos a estar solos. Hijos solos, hijos únicos con 38 juguetes… No hay mejor lujo para un niño que tener hermanos. Hoy en día la gente se ha vuelto muy egoísta", comenta Samantha.
—¿Cómo se definiría en el ámbito personal?
—Yo soy como soy, como me ves aquí. Es verdad que la gente cuando me ve en Pedraza, con el pelo suelto, como soy, me dice: 'Eres menos seria que en Masterchef'. Yo soy superdisfrutona. Me lo paso bomba con lo que hago. Me faltan horas, eso sí. Soy disfrutona, familiar.
A pesar de todo, no parece que le guste mucho hablar de sí misma. Le cuesta encontrar palabras para responder qué es lo que más le gusta de Samantha y qué es lo que menos.
"Lo que más me gusta de Samantha... —piensa—. Eso lo tienes que decir tú, no yo. Intento disfrutar de la vida y ayudar el máximo posible en lo que puedo. Lo que menos me gusta de Samantha pues… No sé".
—¿Lo mejor es que lo tiene todo bajo control?
No… Yo dirijo perfectamente lo que hago. No controlo todo pero… Pues no sé qué es lo que menos me gusta. A veces me pasan cosas… No te quiero decir que sea perfecta, eh, para nada… Pero el defecto es pues... No sé.
—No es el defecto, es algo en lo que quisiera mejorar. Tener otro catering...
—No, estoy bien como estoy. Desde que he cumplido 50 años, me parece que lo de cumplir 50 años es lo más. Te da la tranquilidad de decir: 'He hecho todo en la vida'. He tenido hijos, he escrito un libro, he montado un catering, tengo ahora mi Taberna. Estoy tranquila… No quiero nada más. Quiero ayudar, pasarlo bien, intentar hacer feliz a los demás… No sé. Me gusta mucho currar.
El mayor de sus hijos varones pasó por la puerta de la Casa Taberna justo antes de empezar la entrevista. Ella le había dado órdenes precisas: tenía que cambiarse y ponerse a trabajar. El joven, de 17 años, colabora en el restaurante. No es el único de la familia que está inmerso en la hostelería, la mayor de las hijas de Samantha también se encuentra en estos menesteres.
—¿Cómo consigue conciliar?
—Yo soy muy organizada y al final a mí… Te vuelves cocinera de vocación porque empecé con las sartenes y todo esto. Me he convertido en empresaria. Y esto significa que diriges varias empresas y una de ellas es tu familia, en la que está toda mi parte sentimental. A mí me encanta mi trabajo y soy muy organizada para gestionar, para delegar, para formar, para incentivar, para motivar a la gente que trabaja para mí… En mi casa hago exactamente lo mismo.
Yo llego a todo porque delego en gente profesional y cada día me doy más cuenta de que trabajar con gente profesional es el logro. Tienes que ser profesional. Yo antes era muy del amigo, del amigo… Gente profesional, que tenga su experiencia, que te dé seguridad, que lo viva… Eso es muy importante. Que coja tu empresa como suya…
—Hablando de la mezcla de familia y trabajo. ¿Quiere que sus hijos trabajen en la hostelería?
—Me da igual. Tuve un flechazo tan grande con la hostelería y con la cocina. Porque a mí me gusta el servicio, la estética, el cliente… A mi hija le gusta sobre todo el catering. Yo quiero que encuentren algo que les llene de verdad. Para mí ha sido tan gratificante tener una vida personal plena, una pasión y una vocación que me parece que es lo más.
Líder en un mundo de hombres
Es una jefaza. Se conoce a todo el personal de su nueva Casa-Taberna y sabe perfectamente por dónde y cómo dirigirles. Tiene un ojo en todos sitios. Para de grabar y corrige lo que acaba de ver en el restaurante. "Me gustan más estas flores". Ayuda a colocar una vela que estaba doblada. Vamos, no se le caen los anillos.
—¿Te curte la hostelería para la vida en general?
—Es muy dura. No acaba nunca, son muchos turnos, fines de semana, jornadas de 40 horas… Es muy complicado de gestionar, pero es una manera de reinar tu vida. Creo que hay gente que se aburre y tienes que estar ocupado. Le das trabajo a gente joven y les gusta trabajar. Estás moviéndote, te llevas tu dinerito, no sabes cómo les gusta trabajar a los jóvenes. Que la gente esté satisfecha, que les guste cómo les sirves, esa no sé… Quiero que mis hijos trabajen en el catering, se sientan útiles, se paguen sus caprichos y sus cositas…
Pero el mundo de la alta cocina es, principalmente, de hombres. Sin embargo, Samantha lleva muchos años siendo jefa y no le ha ido mal.
—¿Cómo ha vivido este hecho?
—Yo estoy metida en este mundo de la hostelería desde que estoy en MasterChef, antes iba por mi cuenta. En el catering no tienes guía, no tienes nada… En 1995 el catering eran bandejas de gambas con gabardinas, camareros de toda la vida y tal. Hubo una especie de revolución entonces. Pero yo estoy tranquila. ¿Es un mundo de hombres? Sí. ¿Es un mundo de egos? Sí… En las cocinas y fuera de las cocinas. Hay egos en todos lados. La tele es un mundo de egos, sí, pero Pepe, Jordi y yo estamos allí por nuestro trabajo. Y eso es lo que me gusta. No nos hacemos competencia. Hay gente que me dice: ¿Por qué no cocinas? Pues porque mi cocina no es espectacular. No es una cocina de espectáculo como Jordi Cruz. Yo sé cocinar perfectamente las cosas de mi catering, pero no es una cosa de alta cocina, que al final es un poco de más show. Al final hago 'showcooking', pero de cosas sencillas. La tele es entretenimiento puro y busca la magia. Pero yo no hago magia.
Su último negocio lo ha abierto en plena pandemia. Se trata de la Casa Taberna de Pedraza. Es la taberna del pueblo de toda la vida. La ha reformado y la ha convertido en una casa espectacular con 5 habitaciones, una taberna y un restaurante.
—Ha abierto un negocio en plena pandemia, cuando peor estaba la hostelería.
—Yo siempre veo la parte buena de las cosas. Yo creo que nos ha venido muy bien abrir durante la pandemia. Abrir un negocio de un día a otro, con la afluencia de gente que te trae, ser un personaje público, ser un personaje potente y tal… Menos mal que estaba Madrid cerrado y hemos podido abrir poco a poco, porque tienes que formar al personal, tener una carta, ver qué funciona, qué no tanto en el servicio, en la cocina… La Pandemia casi que nos ha ayudado un poco. Viendo la parte positiva. Es cierto que ha habido cosas negativas. No me voy a quejar porque estoy viva, estoy sana y me siento una privilegiada.
—¿Le ha venido bien que estuviera Madrid cerrado?
—Lo veo como algo pasado. Ha sido duro para todos muchas cosas. Sobre todo para la gente que se ha ido, gente que lo pasaba mal y no me voy a quejar. Esta pandemia nos ha venido grande a todos. Hemos hecho cosas muy bien, hemos hecho cosas muy mal y no voy a estar quejándome de cosas. Miro al presente, miro al futuro y soy súper positiva y no me quiero poner a quejarme de cosas.
La cocina y la compra
—¿Le da tiempo de meter en la cocina?
—No. Yo lo dirijo todo. Ayer estuve probando un menú, estoy haciendo las cartas, estoy añadiendo cosas, quitando cosas, todas las semanas voy al catering, vengo aquí… Pero ¿qué hago yo cocinando? Para eso sí que ya no me da la vida. Cocino en mi casa, para mi marido, antes de ir a cenar, de venir a hacer las cenas pues me hago… Es mi ocio ahora. Se ha convertido en mi ocio. No lo echo de menos porque cocino diariamente, pero no en el restaurante ni en el catering. Sería superwoman.
—¿No lo es ya?
—No, soy Samantha.
Samantha impone un ritmo de trabajo brutal. Los que están con ella lo saben bien. "Es una curranta. Si hay que estar 11 horas de grabación repitiendo una y otra vez lo mismo, ella está", cuentan los que le conocen. La entrevista apenas dura media hora, pero da para mucho. La jueza de MasterChef habla rápido, más incluso que el entrevistador andaluz.
No echa de menos la cocina. Aunque no se mete en la del restaurante ni en la del catering, si lo hace en la de su casa. Lo tiene como entretenimiento.
—¿Qué le gusta cocinar?
—Te puedo hacer de todo. Paellas, gazpachos, ensaladas… Hago una cocina sencilla, con mucha verdura, toques de creatividad, jamón de Parma, trevélez, te hago un guiso, tailandesa, francesa, mexicana… Te hago de todo y sobre todo. Mi sopa de cebolla. Mi chuleta, mis pimientos confitados que son espectaculares, mi tabule. Hago mil cosas, pero una cocina un poco española, francesa… Mía.
—¿Y le gusta ir a la compra?
—Me apasiona ir a la compra. Me encanta ir al mercado. Yo me tiro horas mirando lo que hay y tal. Tengo poco tiempo para eso. Alguno en especial que te llame la atención. El mercado Maravillas me encanta porque es como de toda la vida. Es un poco latino, un poco asiático y hay de todo. Hay casquerías de siempre, con todo lo que encuentras en algún lado y me encanta que la gente vaya a aprender de producto. Los niños se creen que el pollo viene envasado. Hay que saber de dónde vienen las cosas, hay que verlo y que los niños aprendan lo que hay en los mercados, a diferencia de una lubina, de un pescado y tal. La gente se cree que hay pollo, salmón, langostinos y filetes. Creo que la gastronomía forma parte de nuestra cultura, por eso me gusta Masterchef, porque creo que aporta mucho conocimiento del producto a niños, jóvenes y mayores.
—¿Qué le parecen los movimientos como los veganos, realfooders…?
—Hay de todo tipo ya... Yo como de todo y no pienso dejar de hacerlo. Me encanta la fruta y la verdura en general. Me encanta la carne, el pescado y pienso comerlo toda la vida. Mi dieta es comer de todo y saber cómo comer para mantenerme en forma y disfrutar. Cada día que meriendo es una fiesta. Odio comer mal. Si me como un bocata es un pan espectacular, con un jamón que te mueres, con su chorro de aceite de oliva, con mi tomate… Me gusta mucho cuidar todo lo que como.
Llegados aquí, le damos la palabra para que diga lo que crea que tiene que aportar. Se da cuenta: apenas hemos hablado de MasterChef. Así que si le dan la pelota, ella crea la jugada, regatea desde el medio del campo y remata a puerta vacía.
—Esta semana no os podéis perder Masterchef, que estamos en semifinales. Además, Pepe y Jordi van a bailar sevillanas, no os lo podéis perder. No tiene desperdicio alguno.
—¿Pero van vestidos de corto?
—No te lo puedo contar…
—Bueno, pues final del partido.
—Me has sacado la vida, eh, madre mía.