“Soy la reina de Sitges”, grita orgulloso Erik Putzbach (41) mientras se toma una copa en el jardín con piscina de su casa situada a pocos metros del mar, al lado del hotel en el que hace varias décadas se hospedaban las grandes estrellas de Hollywood que venían al festival de cine. El estilista está rodeado de unas palmeras altas y frondosas que sobresalen de un terreno esquinero cuyo precio por metro cuadrado no es apto para la mayoría de los mortales.
Pero es que Erik parece de otra galaxia. Su realidad pasa por un filtro que solo poseen los que son famosos por el mero hecho de ser famosos que, en pocas palabras, se traduce en trabajar poco, gastar mucho y pisar todas las alfombras rojas que sean posibles. Erik tiene Diógenes, pero no uno cualquiera. Padece Diógenes del lujo y, para más inri, tiene un trastorno obsesivo compulsivo porque cada día tiene que comprar algo.
Posee más de 2.000 prendas entre zapatos, camisas, polos, vestidos, bolsos, pantalones, blusas, camisas… ¿Su valor? No lo tiene calculado, pero podrían ser perfectamente 300.000 o 400.000 euros. Todo lo que a uno se le pueda ocurrir, Erik lo tiene. Todo está guardado en tres habitaciones de 15 m2 cada una destinada a estilos diferentes: ropa de hombre, diseños de mujer y el de abrigos y chaquetas. “Tengo una veintena de abrigos de piel que se conservan en un armario de madera porque me dijeron que absorbe la humedad”, alega. Y luego tiene su dormitorio con vestidos y grandes armarios que contienen la ropa que usa más a menudo.
El primer artículo que se compró fueron unos pantalones con estampado militar de 700 euros en la boutique de Givenchy del hotel Arts de Barcelona, donde han estado alojados Justin Bieber, Michael Douglas o Madonna. Era el año 2004, tenía 24 años y, desde entonces, ha sido un no parar. Pero esa no es la prenda más cara que atesora. Un espléndido abrigo de piel de lobo le costó 6.000 euros en una peletería y un vestido de mujer de la boutique de Pilar Oporto también por 6.000 euros con unos acabados exquisitos porque todo es de encaje de seda plagado de infinidad de paillettes, lentejuelas, pedrería y florecitas bordados a mano. El personaje es de traca porque dice que solo lo ha lucido “durante la pandemia para colgar la foto en Instagram. Los vestidos normalmente son solo para las fotos. En muy pocas ocasiones los luzco en eventos o programas de televisión”.
¿A qué se debe? La respuesta la tiene clara: “La sociedad no está preparada para ello. Tengo cientos y no encuentro la ocasión idónea. Me muero de ganas por llevarlos. Cuando voy a eventos ya me visto súper femenino con tacones, faldas pantalón, blusas, bolsos y chaquetas de mujer. Hoy en día, llevar un 'look' así no se termina de ver como natural. Noto que las miradas son de incomprensión, hay mucha cateta, mucho ostracismo y la gente está chapada a la antigua. Cuando ven algo diferente te clavan la mirada. En Cataluña es así, pero en Madrid choca menos. Los Javis han abierto la veda porque son más transgresores, aunque no llevan prendas de mujer. Yo me atrevería a vestir de manera femenina al ciento por ciento porque tengo cuerpo de maniquí, casi con las mismas medidas que Claudia Schiffer”, asegura sin un atisbo de duda porque mide 185 cm, pesa 56 kg y hace 90-70-90, “por eso cualquier vestido me va a sentar divinamente porque tengo las hechuras para ello”.
En Hollywood, el actor negro Billy Porter (protagonista de Pose) lució un exclusivo vestido-esmoquin de terciopelo negro hecho a medida de Christian Soriano que acaparó todos los flashes en la 91ª edición de los Oscar en 2019. Allí todo transcurrió con normalidad, Porter estaba orgulloso tras una dura batalla personal por demostrar que ser gay y negro no está reñido con la masculinidad. Y siempre ha dejado muy claro que no es una drag queen, sino simple y llanamente un hombre con la capacidad de llevar un vestido. “Le envidio. Menudo vestidazo llevó. A raíz de la serie Pose ha ido con vestidos únicos en las alfombras rojas y en la nueva versión de La Cenicienta de Netflix hace de hada madrina. ¡Toma ya!”. Una vuelta de tuerca para una plataforma de streaming que poco a poco da cabida a la diversidad, sobre todo, a los actores raciales, que es lo que está defendiendo en España el intérprete Armando Buika, cofundador junto a su representante Pilar Pardo de la plataforma The Black View.
Pero lo que más llama la atención es su fabulosa colección de joyas cuyo valor sobrepasa los 500.000 euros ya que los diamantes, esmeraldas, zafiros y rubíes son como una especie de amuletos que le protegen de ciertas energías negativas. Una de sus piezas favoritas es el anillo de boda que le regaló Rafael, pero como no le gustaba la forma, se encargó de diseñar una pieza nueva que le desmontaron en Barcelona. La describe así: “Es un sello enorme con un diamante central de 2,5 quilates rodeado de otros 12 brillantes de 0,2 quilates cada uno. Calculo que debe costar unos 30.000 euros ya que si fuera de marca el precio se duplicaría”. En su joyero atesora cuatro relojes de alto standing -tres Rolex y un Cartier- que mima casi a diario. El más caro de todos es un Rolex de oro de 22.000 euros, aunque el que lleva a diario cuesta alrededor de 14.000 euros. No tiene miedo a que le roben, pero tampoco farda al lucir sus posesiones porque “la clase se hereda, no se puede comprar, y en eso he salido a mi madre. La finura y la elegancia es de mamá. Su mejor consejo siempre fue que estuviera delgado y que fuera adecuado en cada momento”. Maite Bori, que muchas veces le acompañaba a los saraos, falleció hace varios años. De su padre, Martin, ha heredado la percha, la altura y tener una actitud recta como todos los alemanes.
Aún tiene cuerda para rato. Asegura que tiene 15 pulseras de oro con diamantes, zafiros, rubíes y esmeraldas que pueden costar entre 5.000 euros y 13.000 euros, y alrededor de 80 anillos prácticamente con las mismas piedras. Entre todos ellos hay uno que llama poderosamente la atención porque es igual al anillo de pedida que le regaló Carlos de Inglaterra a lady Di en 1981: “Mandé que me hicieran una réplica exacta con un zafiro talla oval de 9 quilates rodeado de un pavé de 14 diamantes”. Además, confiesa que tiene un montón de piedras preciosas guardadas que aún están por montar.
Desde que acabó los estudios de Comercio Internacional en la universidad, Erik sabía que quería paladear la celebridad. Ser famoso era un sueño que le vino sin sorpresa “y sin buscarla” y con su particular estilo ha conseguido ir a Sálvame Deluxe en diez ocasiones. Una de ellas, vestido de novia. Fue en 2017 para anunciar que se casaba con su novio, el multimillonario de origen colombiano Rafael de Marchena que falleció a los 85 años en 2019, dejando viudo a su joven marido, que tenía 39 años. “Muchos aún no se creen nuestra historia de amor, pero nos quisimos mucho. Con el tiempo aprendí a quererle como nunca había amado a alguien, congeniamos muy bien, hablábamos de cualquier tema, era muy inteligente y haciendo el amor era un bestia. ¡No veas cómo se ponía, parecía un toro!, admite divertido al tiempo que sus ojos delatan la añoranza. Tras la triste noticia vinieron los problemas con la herencia. Erik batalló judicialmente porque consideraba que algo le tocaba, pero todo quedó en agua de borrajas.
Se pegó la vida padre en la mansión del empresario en Hancock Park, el barrio residencial angelino donde tenían por vecina casi puerta con puerta a la actriz Anne Heche, que acaparó todos los titulares de la prensa al ser la novia de Ellen DeGeneres durante tres años, aunque poco después se casó en dos ocasiones con dos hombres. En el vecindario también vivieron Antonio Banderas y Melanie Griffith en una espectacular mansión de 1.400 metros cuadrados que vendieron por 14 millones de euros tras su separación.
Cuando pasea por la calle la gente le saluda con familiaridad. Se hace querer. Si te lo quedas mirando en la distancia se observa una figura alta pero muy delgada, demasiado. Es consciente de que es anoréxico, que está por debajo de su peso y que se esclaviza para no engordar, y eso que come carne, pescado, marisco, pizza, pasta y le pierde el dulce, pero lo hace en porciones pequeñas. “Por desgracia sufrí anorexia entre los 15 y los 23 años, por lo que pedí ayuda a un especialista. Pero soy un anoréxico crónico. Soy consciente de mi enfermedad y puedo controlarlo. El paso más importante es reconocerlo y sobrellevarlo de la mejor manera posible. Estoy como 15 kg o 20 kg por debajo de mi peso ideal”. Pero le compensa comer poco “porque cuando la gente me critica por estar tan flaco les contesto que digan lo que quieran, pero los vestidos me sientan de maravilla”.
En su hogar hay decenas y decenas de cajas por abrir. Están apiladas. En más de una ocasión no sabe ni lo que hay dentro. Incluso muchas piezas tienen aún la etiqueta puesta. Pero no le importa. Él quiere seguir comprando y comprando hasta que al final no quepa en la casa. Tiene una adicción profunda ya que su 'leitmotiv' es “que un día sin compra, es un día perdido”. Así que los billetes morados se los gasta sin que sienta ningún dolor. ¿De dónde le viene el dinero? Independientemente de sus colaboraciones televisivas como personaje y estilista (participó en el programa El equipo G), la ingente cantidad que le entra cada mes proviene de una serie de inmuebles que heredó de su madre: "Me dan unas cuantiosas rentas mensuales. Vivo muy bien porque mis ingresos potentes provienen de mis sociedades”. No se corta. Lo dice con naturalidad.
Esta adicción por coleccionar prendas de lujo y, sobre todo, su psicosis por adquirir objetos a diario tiene sus raíces en la infancia porque lo mamó de su madre. Al acabar la universidad empezó a comprar sus propias prendas y su estilo de vida cambió. Dejó de lado el clasicismo y se decantó por llevar ropa más moderna de acorde a las fiestas, eventos y estrenos a los que asistía.
Por supuesto, no hay que olvidarse de complementos tan importantes como los bolsos y los zapatos. De los primeros tiene 80, de los que 7 son de Gucci con un precio aproximado de 3.000 euros cada uno; posee dos Louis Vuitton de entre 2.500 y 3.000 euros cada uno; otro de Prada de 3.500, otro de Versace valorado en 2.500 euros… También posee un conjunto de Vuitton formado por un maletín (2.500 euros), una bolsa de viaje (800 euros) y un neceser (300 euros). De Chanel aún no ha adquirido nada porque no ha surgido el momento adecuado. El calzado es su perdición. Tiene 300 pares de hombre y otros 80 de mujer. A este paso, la colección de Sonja Bata (13.000 pares) o Imelda Marcos (3.000 pares) le puede parecer pequeña. Los más caros son de Gucci, por los que pagó 1.500 euros “y tienen un tacón de unos cuatro o cinco centímetros. Lo divertido de todo esto es que están sin estrenar desde hace un año y medio”, alega sin remilgos. Admite que aún tiene muchos con las etiquetas puestas. También compró unas botas de Hugo Boss por otros 1.500 euros y hay más Gucci de 800 euros. Sin embargo, de zapatos de mujer de grandes marcas como Dior, Chanel, Etro o Louboutin no goza de ninguno. Y no porque no se lo pudiera permitir, “es que estas casas de alta costura no hacen de la talla 44. Lo que hago es ir a zapaterías especiales de calidad para que me los hagan a medida”.
Obviamente, entre esas más de 2.000 piezas hay marcas más asequibles que no entrarían dentro del Diógenes del lujo, pero sí de su compulsión por abrir la cartera. Ahí están los 30 jerséis de Ralph Lauren que cuestan 150 euros cada uno, los 50 polos de la misma marca a razón de otros 100 euros por pieza, decenas de tejanos Levi’s, camisetas de Lacoste y Benetton, Zara… “Los ladrones no irían a mi casa porque solo con el tiempo que tardarían en llevárselo todo en un camión ya desistirían”, explica entre risas.
Su familia y sus amigos le dicen que está loco perdido y que debería parar ya, pero no les hace caso. El problema llegará cuando alguien consiga robarle el corazón que en estos momentos está tan disponible como necesitado. No se corta ni un pelo al decir que “ está ávido por encontrar el amor". "Como soy extremadamente exigente y mi ritmo de vida no se lo puede permitir cualquiera necesito encontrar a alguien que satisfaga mis necesidades. Mi marido me dejó muy bien acostumbrado (risas). El hombre de mi vida ha de colmarme de atenciones y regalos. Con Andrea me lo pasé muy bien y me sacó la pena de mi viudedad”, dice. Se refiere al empresario y actor porno Andrea Suárez, a quienes los paparazzi engancharon en las playas de Sitges junto a Putzbach poniéndose crema, tomando el sol o acariciándose.
Erik no ha revendido ni ha tirado nada. Es reacio a donar y regalar porque todo lo que tiene le gusta. Da lo mismo si la prenda tiene veinte años porque sabe que tarde o temprano se la pondrá.