Son las 9.55 de la mañana. El vehículo circula por la AP-4. Nada más entrar, en Jerez de la Frontera, el termómetro del coche marca ya sus buenos 32 grados. Podría estar sonando además AC/DC, porque la AP-4 es la autopista que, realmente, conduce este fin de semana hacia el infierno: desemboca en la provincia de Sevilla. Tras dejar la autopista, la A-92 conduce luego hacia la parte oriental de la provincia, y de ahí, a la campiña cordobesa. Ambas están en alerta roja por unas enormes temperaturas, al menos, hasta el próximo martes.
En El Arahal se superan los 41 grados unos minutos después de las 11 de la mañana. Conforme se recorren kilómetros, el termómetro se va disparando. Se trata de una zona geográfica en la que la gente llama al calor en femenino, como hacen los pescadores con la mar al conocerla bien. La calor, que es la madre de todos los calores.
En Estepa, aún en Sevilla, la temperatura alcanza los 43 grados a las 12,30 horas. Salir del aire acondicionado a un abrasador viento solano, que es el que sopla cuando en el estrecho hay viento de levante, impacta. De una pescadería de barrio sale un hombre a hablar por teléfono. Cuelga a los pocos minutos y camina de nuevo hacia la salvación del interior del establecimiento.
-Oiga, ¿usted cree que hoy intentará alguien eso de freír un huevo en el asfalto?
-¿Y para qué vamos a freír un huevo en el asfalto? Yo los dos míos los tengo ya fritos.
Antonio es el propietario de la Churrería Estepa. Con fe, no se sabe si buena o mala, ha montado las mesas y sillas de la terraza exterior, que está desierta porque el calor es sofocante, seco, grávido. Dentro del local no hay aire acondicionado, solo un imbatible ventilador de techo dando vueltas, al que seguramente le alaben cada dos por tres su calidad porque está funcionando 14 horas diarias.
Antonio suda acodado en la barra mientras se come un mollete con aceite y jamón y un café. “Hace calor, sí. Además, de noche parece que es día. La temperatura no baja. No hay fresquita”. En estos días “hay poquita gente, sí”, dice resignado. Ha desistido de sacar a la calle la pizarra con el tentador mensaje que reza: “Puñao de gambas. Bien despachao. 6 euros”. Sabe que ni por esas. En estos días, es un pa ná.
Fuego por las ventanas
Macarena es de Estepa. Joven y muy amable. Se ha tomado un café en la terraza de la churrería de Antonio. Al entrar, se pregunta en voz alta que no sabe cómo ha sido capaz. “Yo hice filología, y luego un máster en comunicación. Pero aquí en Estepa no hay nada. Trabajo de figurinista para películas y series, y cuando no hay nada pues por las tardes cuido ancianos en Guillena. También hizo muchísima calor ayer. Llegamos a los 42 grados. Y de noche, el calor no baja. Entra fuego por las ventanas".
Es sábado y no hay apenas nada abierto. La localidad, famosa por sus mantecados y polvorones, tiene también un Museo del Chocolate. Está todo cerrado, aunque entre semana las fábricas de dulces navideños trabajan a destajo sin que importe la temperatura. Apenas hay gente caminando por la calle. Los pocos valientes que lo hacen procuran caminar por esa cornisa imaginaria que traza la sombra, cada vez más menguante conforme el sol se mueve inexorable.
Uno de esos escasos centímetros de sombra conducen a un local en el que, sorprendentemente, hay un trasiego que lo distingue entre la quietud de los demás negocios. La gente entra y sale con bolsas de comida. El olor llega después, inconfundible. Se llama La Fama.
El propietario desmiente con sorna aquello de que con calor no hay nada peor que trabajar en un asador de pollos. “Nada, eso es una leyenda urbana”, musita mientras arregla un ventilador de pie. En días como hoy vende “lo mismo que otros sábados. Unos 40 pollos”, dice luego mientras desensarta uno para trocearlo mientras las llamas de los dos módulos de asadores flamean a su espalda.
Estepa y Puente Genil están separadas solo por 18 kilómetros. Las separa la frontera provincial, porque mientras la primera está en Sevilla, la segunda ya está en la campiña cordobesa. En común tienen el acento, que en Estepa es ya casi cordobés más que sevillano. También la temperatura, pero Puente Genil gana por goleada, ya que, pese a ser un pueblo con enormes cuestas, se enclava en la depresión que otorga del curso del río Genil, que atraviesa la localidad. Ya de camino, los grados son 46.
En el Bar La Esquina, en la céntrica calle Susana Benítez, un grupo de amigos de mediana edad disfruta en la terraza de unas cañas heladas. “Pues sí, hace calor, pero vamos que aquí hace el mismo calor que puede hacer en Madrid".
Sorprende que en el pueblo no hay piscina pública. Ni tampoco señales que adviertan de la temperatura. Tampoco las hay en Estepa, ni en Écija, la sartén de Andalucía, que el pasado mes de julio llegó a alcanzar los 47 grados y en esta ocasión también está batiendo récords. Solo las cruces intermitentes de las farmacias las ofrecen. 44 grados marca una cruz verde en Puente Genil frente a una terraza atestada de valientes. “Yo creo que estos ayuntamientos no las ponen para que no nos asustemos”, dice un joven parroquiano mientras sorbe una cerveza. "Ahora es que tenemos cinco grados más y se nota. A ver si ya para el martes volvemos a lo normal, a nuestros 38 graditos normales”.
La manguera
Una familia atraviesa la calle don Gonzalo. Van con el pelo húmedo y llevan toallas colgadas del hombro. Corroboran que no hay piscina. “No, no hay pública. Nosotros venimos de un campo que tenemos en las afueras, que hay piscina. Aquí la mayoría de los chalés tiene, y eso es lo que hace la gente del pueblo: se va refrescando como puede”.
El grupo de amigos del bar La Esquina paga y se marcha. “Vamos a la casa que tenemos aquí al lado, que tiene un patio. No tiene piscina, no, pero hay una manguera con la que nos solemos refrescar. ¿Queréis venir?”, dice uno de los hombres, un señor de mediana edad. Va acompañado de su hermano y su cuñada.
Tras el salón de la casa se abre un porche, donde suena un aparato de música. Además de macetas, hay un níspero en el centro. El hombre se pone un bañador, coge la manguera, la cuelga del níspero y gira la maneta para darle agua. El agua cae a chorro sobre él durante unos minutos. “Qué bien, qué fresquito me he quedado”.
Para desandar el camino hay que regresar al coche. Al arrancar para abandonar Puente Genil, a las cuatro de la tarde, el termómetro marca 49 grados centígrados.