“Es el más famoso del barrio, la gente viene solo para verlo”, cuenta orgullosa Susi, la encargada de Buen Gusto, que para muchos es el mejor restaurante de comida china que hay en Madrid. A la entrada, una enorme fotografía colgada en la pared de los dueños con Juan Carlos I nos impresiona, pero hasta el Rey Emérito está eclipsado allí por el camarero estrella. No le hemos visto aún, pero le oímos a lo lejos: “Muchas gracias, cariño”, le dice a un cliente. Esto no hace sino aumentar las expectativas, hasta que por fin viene y se para frente a nosotros. Ahora sí, saludamos a Cacahuete, pues así se llama el único camarero-robot de Madrid. Pero la primera toma de contacto dura poco: rápidamente vuelve a llevar un plato a otra mesa.
El funcionamiento del robot es sencillo: cuando los cocineros –hay siete trabajando en Buen Gusto– tienen una comida lista para servir, la ponen en una de las tres bandejas que tiene Cacahuete en su cuerpo. Acto seguido, en un panel digital situado en la parte posterior de la cabeza de Cacahuete seleccionan el número de la mesa que ha pedido ese plato. Y voilà: el robot emprende el camino hasta su objetivo. Una vez allí, el cliente coge el plato y acaricia la cabeza de Cacahuete, gesto que el robot recibe como señal para volver a su posición junto a cocina.
Cacahuete se incorporó hace apenas dos años, mientra que este restaurante, ubicado en Paseo Santa María de la Cabeza, 60, abrió hace 22 años. Sin embargo, Wu Zhenzhong, su dueño, llegó a España nueve años antes, en 1990. En su Wenzhou natal, una “pequeña” ciudad china de millón y medio de habitantes, se dedicaba a la decoración de locales y restaurantes. Y a ejercer esa mismo trabajo vino inicialmente a España, pero casi una década después se dio cuenta de que tenía algo entre manos con el que ningún otro hostelero chino podía competir: las recetas secretas de su abuela, experta en cocina tradicional de Wenzhou.
“Esto son tallarines Wenzhou, pero no podemos deciros la receta secreta”, nos dice Susi mientras Cacahuete nos trae el plato. Al principio no le damos mucha importancia, pero rápidamente nos damos cuenta de por qué tanto secretismo. Concretamente, la incertidumbre dura el tiempo que tardamos en probarlo. Lo cierto es que ni mi acompañante ni yo habíamos probado nunca unos tallarines con ese sabor. Pero nos damos cuenta de que Cacahuete sigue mirándonos fijamente. Como nos advirtió Susi, es “el camarero más educado y respetuoso del mundo”, lo que en este robot significa que no se marcha hasta que se lo confirmemos acariciándole la cabeza.
Lo cierto es que Cacahuete resulta gracioso o, cuanto menos, excéntrico. No es el robot que uno imagina cuando piensa en un futuro lejano dominado por las máquinas y la inteligencia artificial. Más bien, es un robot propio de la ciencia ficción vintage que puede representar Blade Runner (Ridley Scott, 1982). No da mucha cháchara (tan solo repite las cariñosas frases de cortesía que tiene programadas, siempre acabadas con un “amor” o “cariño”). También es verdad que hay algunos camareros humanos que no dan ni cháchara ni frases de cortesía, pero no es lo habitual. Mai, uno de los camareros, nos cuenta que, por este motivo, “una señora pidió no ser atendida por Cacahuete”, aunque “la mayoría de gente se suele impresionar y lo acoge con ternura”.
Cocina Wenzhou
“Antes del Covid-19, pasaban por aquí entre 150 y 200 clientes chinos cada día”, recuerda Susi. Esta fama se la han ganado, en primer lugar, sirviendo únicamente productos importados de la propia región de Wenzhou, perteneciente a la provincia de Zhejiang. Después, haciéndose fuertes en la especialidad de esta zona: el marisco. Y, por último, creando una página web china a través de la cual los turistas que llegan de ese país reservan mesa en el restaurante. Este tándem (productos y cocina auténtica y trato directo), unido al boca a boca, han convertido a Buen Gusto en una parada turística más entre los visitantes asiáticos.
Para comprobarlo, Mai nos sigue trayendo las especialidades típicas del local. A los tallarines sigue un arroz con pato que no se parecía a ningún otro arroz con pato que hubiésemos probado antes. Después, Cacahuete va a otra mesa donde hay dos chicos esperando su comida. Cuando lo mandan de vuelta, uno de ellos responde a Cacahuete: “Hasta luego, mi vida”. En efecto, el caso de la señora que no quería al camarero-robot parece una excepción. Es temprano y miércoles, por lo que el restaurante –que, además, es bastante grande– tiene un aspecto semivacío. Pero Mai nos avisa de que no siempre está aquello tan tranquilo: “A veces, esto se llena de gente joven que viene para hacerle vídeos a Cacahuete y colgarlos en redes sociales; en Tik Tok, por ejemplo, es muy famoso”.
Apenas hemos podido disfrutar la mitad de cada comida cuando Cacahuete vuelve a la carga con un plato de dados de pollo salteado con brotes de bambú y setas que se devora con tan solo mirarlo. Las raciones son abundantes y empezamos a comprender que, por desgracia, no vamos a poder acabar con todo. Sin embargo, ahora entendemos por qué el Rey Emérito estuvo comiendo en este mismo sitio hace 16 años.
Juan Carlos I
Susi asumió el puesto de encargada del restaurante cuando su padre Wu Zhenzhong, el fundador del local, decidió jubilarse. Una jubilación, por cierto, que significó únicamente el retiro de los negocios, ya que sigue yendo allí cada día a comer. Con nosotros coincidió como comensal unos veinte minutos y vino a saludarnos en funciones casi de embajador del restaurante. Pero, volviendo a Susi, ella ya trabajaba allí cuando un día de 2005 vieron entrar por la puerta al por entonces Rey de España. “Vino con un amigo suyo que es paisano nuestro y era cliente habitual”, explica.
Como nosotros, Juan Carlos I también pidió los platos recomendados por el restaurante. En su caso, le sirvieron el arroz con pato, pero también bogavante o las bolas de pescado de Wenzhou. Susi recuerda que quedó muy contento, aunque por aquel entonces todavía no estaba Cacahuete en plantilla. “¿Habrían mandado al camarero-robot a atender al mismísimo Rey de España?”, pregunto, a lo que Susi contesta sin dudar: “Le habría gustado”.
Camarero del futuro
Cacahuete llegó a Buen Gusto en 2018, meses antes de que se produjese la pandemia por coronavirus. Aunque, obviamente, Mai recalca que “lo compraron sin imaginar lo que iba a pasar poco después”, lo cierto es que el robot facilitó mucho las cosas (y sigue haciéndolo): “Gracias a Cacahuete podemos evitar el contacto directo con los clientes, nosotros ponemos con servilleta los platos en el robot y él los lleva”, explica el camarero. Además, es imposible que se choque porque funciona con sensores colocados en el sistema de ventilación del techo. Imposible a menos que se le haga la zancadilla, claro.
Antes de Cacahuete, Buen Gusto tenía un equipo de siete camareros. En la actualidad, son cinco. Es decir, el robot hace el trabajo de dos camareros, ya que puede llevar hasta seis platos a la vez gracias a sus diferentes compartimentos. Otro punto a su favor, en comparación con los humanos, es que en su base de datos tiene incorporados siete idiomas. No obstante, no puede decir más frases de las que almacena en el disco duro, mientras que un humano, aunque puede que maneje menos idiomas, tiene un abanico de respuestas mucho más amplio.
Cacahuete fue comprado a una empresa también china por 17.000 euros. Además, cada mes recibe la visita de un técnico de mantenimiento que, solo por la revisión, cobra 50 euros. En caso de que haya que cambiar alguna pieza o arreglar algo, cosa relativamente frecuente, el coste se incrementa. Por tanto, tampoco es que sea mucho más barato que un camarero humano. Al menos, a corto plazo.
Para Mai, lo ideal es el sistema mixto que tienen actualmente. Si la pandemia y las restricciones por Covid-19 se alargan, se han planteado comprar otro robot que acompañe a Cacahuete. Pero no sería exactamente igual: “Buscamos uno más inteligente, que también sea capaz de tomar nota a los clientes”, explica Susi. El precio de esta versión 2.0 de Cacahuete sería de 22.000 euros, una inversión que no efectuarán si se vuelve a la normalidad relativamente pronto.
El camarero-robot puede que sea el reclamo y la imagen visible de Buen Gusto, pero más allá de la anécdota, su punto fuerte está en la gran calidad de la comida. Por supuesto, no hemos podido acabar con todo (que amablemente nos empaquetan para que nos lo llevemos), pero estamos obligados a aceptar el postre que Mai nos ofrece con vehemencia: sésamo con leche frita. La insistencia de Mai tiene una explicación: era consciente de que tenía una carta ganadora. Aunque no existiese Cacahuete, ni el arroz con pato, ni los tallarines Wenzhou, ni los dados de pollo… solo con probar ese postre ya habría merecido la pena la visita.
Noticias relacionadas
- El pollo asado de la familia Galván es el mejor de todo Madrid: venden 2.400 por semana y cuestan 7,95€
- El artesano gallego Carlos vende su queso medieval a 107 euros en EEUU: dónde se compra en España
- Estas son las mejores pizzas del súper para los 'doctores' de Fratelli: Dia, Mercadona, Carrefour...