Este fin de semana, la Federación Española de Jugadores de Azar Rehabilitados (FEJAR) celebra sus 30 años de existencia. Durante un congreso que tendrá lugar durante los días 24, 25 y 26 de septiembre, la asociación dedicada a la recuperación de ludópatas abordará todo tipo de cuestiones relacionadas con las conocidas por los expertos como “adicciones sin sustancia”.
Esta reunión anual no solo será especial por su efeméride, sino por tener que afrontar la preocupación creciente sobre los videojuegos, que ahora se suma a la de las apuestas y los juegos de azar. Desde que la pasada semana salió la noticia del primer ingresado clínicamente por su adicción a un juego en línea, diversos sectores se mostraron alarmados. Especialmente, aquellos padres que repararon en que sus hijos pueden llegar a pasar muchas horas frente a la pantalla.
Sin embargo, desde las asociaciones piden analizar el problema en su justa medida. Para conocer más a fondo si los videojuegos pueden llegar a generar adicción o si hay otros factores psicológicos detrás, hablamos con tres exadictos. Tres voces, tres historias distintas, tres etapas de la vida. Gonzalo, Pablo y Luis nos cuentan cómo ha sido el proceso que les ha llevado a abandonar su vida online para empezar a vivir en la realidad.
Una infancia en los videojuegos
Gonzalo tiene actualmente 26 años. Desde los 19, acude a la terapia de rehabilitación de AGRAJER, organización granadina que ayuda a personas adictas al juego. Cuando tuvo su primera sesión grupal, Gonzalo decía sentirse fuera de lugar. Había aceptado recibir ayuda psicológica porque su pareja se lo había pedido. No obstante, él no se percibía como un adicto. “Cuando llegué aquí vi que todas las personas de mi alrededor venían por su obsesión con los casinos, las tragaperras o las apuestas, pero no había nadie por trastorno por videojuegos”, asegura el joven.
Para Gonzalo, los videojuegos eran una parte fundamental de su vida. Algo a lo que no podía renunciar y que le había acompañado desde su infancia. “Desde los ocho años solo esperaba a que llegase el momento de ponerme frente a la consola”, rememora. Gonzalo explica que esta obsesión con las pantallas fue en aumento llegada su adolescencia, hasta afectar a sus estudios y sus relaciones personales. “Siempre había sido un niño al que costaba relacionarse, con el paso del tiempo hice amigos, pero aún así siempre intentaba quedar para jugar y lo primero era eso”, relata.
Gonzalo plantea que, en un primer momento, entrar en el mundo virtual suponía un desahogo para no tener que afrontar la realidad. “Teníamos muchos problemas en casa, con mi familia no me entendía y mi madre había echado a mi padre de casa”, cuenta. “Me refugiaba en los videojuegos porque en el colegio tampoco me sentía cómodo”, continúa. A partir de ahí, fue imposible para él frenar. Pero no fue hasta la llegada su etapa universitaria, cuando Gonzalo llegó a un punto crítico. “Durante un año y medio abandoné mis estudios y solo me dedicaba a jugar online”, describe.
“Dormía cuatro horas diarias y el resto del día se lo dedicaba a estar en el ordenador o la tablet”, recuerda. “Iba poco a la Universidad y el primer año me dejé casi todo el curso para septiembre”. Gonzalo afirma que durante aquel verano se preocupó ligeramente por aprobar sus asignaturas pendientes, pero siempre poniendo por delante el juego. “Fue entonces cuando mi pareja se dio cuenta de mi problema y me convenció para que buscase ayuda”, sostiene. A día de hoy, Gonzalo es una persona recuperada y feliz, con trabajo, amigos y la carrera terminada. “Solo lamento el tiempo perdido”, sentencia.
Del videojuego a la ludopatía
Aunque en una gran mayoría de casos, la adicción a los videojuegos se puede centrar únicamente en las partidas en sí, existen historias donde la problemática con la consola puede llevar al enfermo por otros derroteros. Este es el caso de Luis, un ingeniero madrileño de 32 años de edad. “Empecé en la videoconsola y terminé en los casinos”, advierte el joven. “Con 17 años me aficioné a los juegos de guerra, pero con el tiempo eso se me fue quedando pequeño”. Tras seis años enfrascado a diario durante horas en partidas multijugador a tiempo real, Luis decidió ir un paso más allá.
“Juegas muchas horas, dejas a tu familia y a tus amigos de lado”, comenta. “Prefieres quedarte en tu burbuja antes de salir a tomar algo y faltas a clase”, continúa. Luis cuenta que para atender a sus vicios durante su etapa universitaria tuvo que mentir, manipular y mantener relaciones superficiales. “En casa decía que me iba a la facultad, pero en realidad me llevaba un mando para jugar en casa de un amigo”, recuerda. “No quería tener novia y veía a chicas sin llegar a comprometerme, porque para mí era imposible. Me arrepiento, porque me hubiera gustado formar una familia a estas alturas”, asegura.
Sin embargo, la obsesión de Luis estaba lejos de llegar a su fin. “Un día jugar a videojuegos te sabe a poco y conoces el mundo del juego en mayúsculas”, resalta. “Es algo que te atrae mucho más porque puedes ganar dinero y no te fijas en lo que pierdes”. Fue así como Luis comenzó a frecuentar los salones recreativos, llegando a acumular importantes deudas. Cada vez más alejado de su entorno, empezó a trabajar para poder costearse su adicción, dejando de lado sus estudios. Una vez superada esta etapa, hace un análisis en el que culpa a ciertos videojuegos de fomentar conductas ludópatas.
Luis asegura que muchos juegos online son casinos camuflados y que en ocasiones los padres no son conscientes de la mecánica manipuladora que emplean. “Pagas dos euros por abrir una caja en la que te puede tocar un arma o cualquier equipamiento para que mejores a tu personaje. Dentro puede haber tanto algo muy valioso para las partidas como algo poco potente”, explica. “Es así como te acostumbran a las apuestas”. En la actualidad, Luis está completamente rehabilitado y, aunque afirma que los videojuegos no son malos en sí, recomienda a los padres a vigilar más a sus hijos frente a la pantalla.
Una deuda de juego sin apuestas
A sus 49 años de edad, Pablo protagoniza una de las historias más crudas y longevas relacionadas con el trastorno por videojuegos. Padre de dos hijos y profesional de la informática, construyó una vida en torno al mundo virtual que, por su naturaleza o la falta de la misma, terminó destruyendo su realidad. “A día de hoy estoy divorciado y llegué a acumular una deuda de 240.000 euros que sigo pagando”, cuenta. “Empecé a jugar de niño a las conocidas como maquinitas, luego me pasé a las partidas en línea y hasta hace unos años no era consciente de mi problema”, relata.
Pero al contrario de lo que sucedía en el caso de Luis, Pablo nunca llegó a pisar un casino ni a apostar para ganar dinero. “Con 24 años me involucré en las partidas online cuando no había servidores en España y para estar al nivel de los jugadores extranjeros empecé a gastar dinero”, comunica. “En aquel entonces no existían las microcompras directas desde el juego como hoy en día, pero en Ebay sí podías adquirir personajes con buen nivel por el precio de unos mil dólares”. Pablo explica que para mantener su estatus dentro de las partidas tenía que dedicarle todo el día al videojuego.
“Con 19 años ya trabajaba, pero cuando salía de la oficina me iba al bar y me compraba un bocadillo y un refresco para subir inmediatamente a casa y seguir con mis partidas”, relata. “Vivía solo y no me acordaba ni de merendar ni de cenar. Cuando me daba cuenta ya eran las cuatro de la mañana y yo seguía jugando”, describe. Durante este periodo, Pablo asegura que llegó a poner en peligro su salud tanto física como mental. Además de ello, empezó a descuidar sus finanzas y a acumular deudas. “Mi sueldo no lo tocaba, yo lo que hacía era crearme una cuenta bancaria y pedía créditos”.
Tiempo después, Pablo se casaría y formaría una familia. Sin embargo, eso no cambió su actitud hacia los videojuegos. “Me arrepiento muchísimo porque igual mis hijos y mi mujer estaban en el salón juntos y yo me aislaba en el cuarto con mi tablet”, lamenta. Pablo estuvo a punto de quebrarse por completo cuando su esposa le pidió el divorcio tras descubrir sus deudas. “Intenté suicidarme. Perdí tiempo, dinero y mi matrimonio. El juego me lo había quitado todo”, apunta. “Ahora gracias a la terapia estoy bien, tengo una buena relación con mi ex y me voy recuperando”, sentencia con optimismo.
Lo que dicen los expertos
Una vez conocidos estos relatos, algunas personas se preguntarán si los videojuegos son capaces de arruinar vidas funcionales por sí mismos. La creciente influencia de la industria del entretenimiento en línea y el aumento de jugadores en los últimos años pueden parecer realidades preocupantes si analizamos los extremos que un adicto puede alcanzar. En este sentido, una gran mayoría de profesionales llaman al sosiego y el análisis. “El mundo de los videojuegos ha llegado para quedarse y no debe ser demonizado”, cuenta Daniel Martínez Hernández-Sonseca, psicólogo experto en adicciones de la Fundación Recal.
Dedicado al tratamiento de enfermos de adicción sin sustancia en esta clínica privada madrileña, el experto apunta a que son muchos factores los que pueden llevar a un usuario de videojuegos a transformarse en un obseso. “El juego puede ser para algunos niños una forma de evasión. Es posible que algunos de ellos sufran bullying, que se sientan incomprendidos en el colegio o que no tengan nada en su vida que les motive lo suficiente”, señala. El psicólogo afirma que no debemos pasar por alto otros trastornos como ansiedad, depresión o falta de autoestima, que sufrimos tanto jóvenes como adultos.
Ante la sospecha de si un amigo o familiar pueda estar sufriendo trastorno por videojuegos, la psicóloga Cristela García recomienda buscar ciertas señales que vayan más allá del control horario. “Si el juego influye en sus estudios, en su rendimiento laboral, en su vida social, en el aseo personal, la alimentación o se niegan a hacer otras actividades, es cuando hay un problema”, cuenta la trabajadora de la Asociación Granadina de Jugadores de Azar en Rehabilitación (AGRAJER). “Lo importante es no reprochar ni estigmatizar, sino darle atención a la persona, preguntarle por su estado de ánimo e intentar motivarla”, recalca.
En algunos casos, es posible que la persona necesite terapia. Ya no solo por la adicción en sí, sino por todo el tormento psicológico que puede estar pasando el enfermo para canalizar sus frustraciones a través del mundo virtual. No obstante, el psicólogo experto David Burgos hace una aportación fundamental cuando asegura que la industria del entretenimiento también tiene una responsabilidad social que muchas veces no cumple. “No digo que los videojuegos sean malos, pero me duele cómo se engaña a los potenciales adictos a través de tácticas de manipulación que forman parte del propio diseño y funcionamiento del juego”, opina.