“Es surrealista”. Ese es el término que Yván Pozuelo elige para retratar su situación. Este profesor de francés gijonés ha sido sancionado por la Consejería de Educación de Asturias a ocho meses de inhabilitación, con su correspondiente privación de sueldo. ¿La razón? Su peculiar forma de evaluar, que incluye poner un 10 a casi todos sus alumnos.
“Yo no penalizo el error. Sumo los aciertos. Si tú no avanzaste nada en dos años y me encuentro con que he conseguido que avances un milímetro, ese milímetro es un 10. Porque tú en dos años no avanzaste nada. Mientras que otro tendrá que avanzar de cinco en cinco metros y también tendrá su 10”, explica el sancionado profesor en conversación telefónica con este periódico. “Pongo dieces a casi todos, no a todos. Y espero que llegue un año en que se los ponga a todos, todos”.
Los problemas de Yván vienen de lejos, concretamente, desde que publicó su ensayo ¿Negreros o docentes? La rebelión del 10 y concedió una entrevista al periódico asturiano El Comercio para promocionarlo. Desde entonces, la lluvia de zancadillas ha sido constante por parte de la Administración.
22 meses de lucha
Yván daba clase en el IES Universidad Laboral hasta agosto de este año. Fue ahí donde empezó este revuelo que le trae de cabeza. “Un día me entró un inspector con la clase empezada y sin previo aviso. Estuvo tres horas conmigo de clase en clase, no me explicó por qué”, relata. “Durante 15 días pidieron papeles a la dirección sin decirme nada. Hubo un interrogatorio sin decirme cuáles eran los motivos y me piden que yo me retracte de lo que había publicado la prensa”.
“¿Quién me ha denunciado? ¿Por qué no me lo dicen?”, se pregunta el profesor. “Llevo 22 meses sin saber quién me ha denunciado. Y todo esto por haber publicado un libro y haber hecho una entrevista en la prensa local”. Yván pidió un traslado este año y le fue concedido. Actualmente enseña francés en el Centro Integrado de Formación Profesional de la Escuela de Hostelería y Turismo de Gijón a la espera de que la sanción se haga efectiva.
“Ellos pensaban que yo era el típico profesor chiflao que llegaba tarde, no iba a clase, me llevaba mal con los compañeros, no atendía las órdenes de la dirección…”. La inspección se encontró con todo lo contrario. Yván lleva dos décadas ejerciendo como profesor de francés y es doctor en Historia.
Sus métodos, todo sea dicho, no son los más comunes en las aulas españolas. “Yo entiendo perfectamente que la gente esté en desacuerdo o que no lo comprenda, porque estamos acostumbrados a lo que hemos vivido nosotros como alumnos”.
“Entendemos que hay cincos diferentes, seises diferentes, pero el 10 no. Solamente hay un tipo de 10. No, hay muchos tipos de dieces. Yo voy sumando todo y no hago exámenes eliminatorios. Porque estamos en educación obligatoria, porque son dos horas a la semana y porque son 30 alumnos en un aula. En fin, yo no voy a suspender o penalizar a un alumno por la penuria presupuestaria de nuestro sistema. Así de claro”.
El método de Yván, aunque él asegura que no es —ni mucho menos— suyo, se podría resumir en una educación en positivo, alejada de ese bolígrafo rojo inquisidor que pone de relieve todo lo que el alumno hace mal y nada de lo que hace bien en un examen. “Parece que la nota es la guillotina. No, no, no. La nota no sirve de guillotina”.
“Me parece que frustramos, machacamos y nos perdemos a los mejores profesionales y personas porque les cortamos las alas justo cuando ellos están desarrollándolas. Sí, estoy convencido”. Y de esto, el entrevistado es el indicado para hablar: “Soy evaluador de ESO, de Bachillerato, de niveles universitarios, de revistas científicas… entonces, de evaluación, precisamente, algo sé”.
“Deberíamos potenciar lo que se acierta, aunque sea muy poquito. Si es muy poquito en una persona que no había acertado nada antes, eso es mucho. Yo pensaba que eso era la ley, que eran las recomendaciones científicas al respecto en una educación pública para todos y para todas, sin dejar a nadie atrás en la cuneta. Yo pensaba eso, pero me di cuenta de que eso es solo para engañarme a mí y a otros profesores”.
—¿Los padres no se han quejado nunca?
—Nunca. Y cuando digo nunca no es que hubo uno o dos en un aula que… No. Nunca.
2.500 páginas de expediente
El expediente que sanciona a Yván abarca la friolera de 2.500 páginas. “Hay asesinos con menos páginas en los juzgados”, afirma. “Supongamos que tienen razón los del servicio de inspección: que yo hago un paripé y que todas mis notas son falsas e inmerecidas. Aún así, ¿ocho meses sin empleo y sueldo?”. Hace una pausa de varios segundos. “Hay casos de delitos de verdad en los que han sido muy benévolos los mismos inspectores que me sancionaron. Aquí hay algo raro”.
El profesor se encuentra ahora inmerso en recurrir esta sanción. En un primer momento, la Consejería de Educación le amenazó con 30 años de inhabilitación. “Esto es lamentable”, insiste Yván, impotente. Si nada cambia, pasará ocho meses sin su sustento y sin hacer lo que le apasiona. “Puede ser dentro de un mes o mes y medio. Ahora hay plazo para unos recursos que están preparando mis abogados. Por cierto, tuve suerte con los abogados. Me están animando y salvando todo esto”.
Su equipo legal no es su único sustento emocional. “Tengo la suerte de contar con un batallón de profesores, amigos, historiadores, universitarios, padres y alumnos que me están defendiendo desde el primer segundo. Es por eso que no me derrumbé, no pedí baja y seguí dando clases, a pesar de la vigilancia y la mala fe de algunos”.
Por otro lado, “hay algo positivo”, cuenta con sarcasmo. “Ninguna fuerza política y sindical se ha puesto de mi lado. Aquí la derechona y la izquierdona parecen todos satisfechos. Me llama bastante la atención porque ellos suelen hablar de todo. Son especialistas en todo, en másteres y doctorados…”.
—Si finalmente le toca cumplir la sanción y la pasa, ¿seguirá dando clase de la misma manera cuando vuelva?
Yván suelta varias carcajadas al otro lado del teléfono.
—Sí. A mí me funciona.