Francisco Picazo, Paco para la gente de su entorno y sus amigos, se mueve con agilidad y nerviosismo por los estrechos pasajes y galerías del cementerio de Mahora (Albacete). En la mano izquierda lleva su cubo, productos de limpieza y trapos mientras la derecha sujeta la chaquetilla azul y una carpeta del mismo color. Su labor es limpiar lápidas, mausoleos y nichos y tiene todo el trabajo necesario para esta festividad de los Santos casi completo unos días antes: "Mis clientes reciben una foto cuando termino". Gracias a él muchas personas podrán dedicar este día a cumplir con la memoria de sus seres queridos.
Francisco Picazo es natural de Mahora, en la provincia de Albacete. Ha saltado de las listas de la pobreza a emprender su propia actividad en el mantenimiento y limpieza de nichos. Pero llegar hasta aquí no ha sido fácil para él. Su camino comenzó desde la privación material severa, una de las tres tipologías más duras de pobreza.
Según los últimos datos del informe 'El Estado de la Pobreza - España 2021 XI Informe anual sobre el riesgo de pobreza y exclusión', conocido como el informe AROPE por sus siglas en inglés, apuntó que el 26,4% de la población española se encuentra en riesgo de pobreza o exclusión, esto es más de 12,5 millones de españoles.
En un país donde uno de cada cuatro ciudadanos está en riesgo de pobreza o exclusión, la actividad emprendedora no suele ser una alternativa. De cada tres emprendedores solo uno consigue superar los tres años de vida en su actividad. La tasa de emprendimiento es de un 6,4%. Lo dice el Informe Global Entrepreneurship 19-20 que, en sus recomendaciones, llama a los gestores públicos a reducir las trabas administrativas, a fomentar la financiación y a trabajar los aspectos sociales del emprendimiento. Son datos que explican desde una óptica general las dificultades particulares de Paco para poner en marcha su negocio.
Así encontró la que hoy es su actividad. Fue casi por casualidad. "Al visitar la tumba de mi padre". Cuando estaba allí se dio cuenta de que tenía que limpiarla y mientras la adecentaba miró alrededor y observó que la mayoría de los nichos estaban sucios. "Uno arregla su casa y la tiene en condiciones porque es el lugar donde descansa".
Y cada vez que salía de prisión -donde estuvo por varios delitos de robo- volvía al cementerio a recordar a su padre y tenía que limpiar, de nuevo, su tumba. En una visita tras otra se dio cuenta de que los nichos y sepulturas continuaban en ese estado de abandono debido a que los familiares carecen de tiempo o viven lejos de allí. "Es muy habitual en los pueblos, los hijos se van, vienen poco y cuando vienen se avergüenzan de cómo están las tumbas de sus familiares", para él las flores ayudan, pero nada expresa más el compromiso con tus ancestros que cuidar el lugar en el que descansan.
La guerra de Yugoslavia
A sus cincuenta años, hace balance. Su vida se vio truncada por la guerra. Era un joven como la mayoría de sus compañeros de clase y amigos que con 18 años se fue a la Legión. Corría el año 1991 y le llegó el llamamiento para Yugoslavia. "Mi vida cambió allí. Me hice un adicto en la guerra”. Tenía una vida normal y un trabajo como chapista y pintor de vehículos, casi veinte personas a cargo. Ya había consumido drogas, de forma esporádica, pero no era una persona con problemas de adicción hasta que fue a la guerra.
"No se lo van a creer pero soy muy sensible- se le empañan los ojos mientras habla – y vi cosas muy duras, muertes, amputaciones, niños... el miedo. Y eso se queda en tu cabeza dando vueltas". Gesticula con la mano mientras se para unos segundos: "Uno busca evadirse, y la droga te saca de ti unas horas".
No sólo la mala suerte le llevó a la guerra. Eran los años de la heroína y había mucho paro en el norte, sobre todo en Galicia: "Había gallegos en todo el ejército, y cada vez que volvían de permiso venían con heroína". La heroína eras la más barata de las drogas y eso hizo que para una generación también fuese la más accesible.
Cuando volvió de Yugoslavia aún estuvo casi cuatro años más en la Legión. Pero lo dejó. "No sé si fue una buena elección, a veces pienso que mi vida había sido distinta si no me hubiera ido, y otras, pienso que aún podría haber sido peor. Aún hoy, no sé si hice bien en irme", explica a EL ESPAÑOL sentado en un banco de piedra frente a una galería. En su mano tiene una carpeta con folletos en los que explica cuál es el servicio que ofrece. Ha recorrido varios cementerios ofreciendo su trabajo, "no me quejo, tengo clientes, pero creo que debería tener más".
Al dejar la Legión pasó unos años muy malos. "Eran los últimos años de Felipe González", dice. Empezaba el problema del paro, los datos apuntaban a incrementos continuados de desempleo juvenil y el mercado de trabajo cambió con los primeros programas de becarios, contratos de formación y otras fórmulas mixtas para facilitar el empleo de trabajadores jóvenes.
"Yo ya no era un crío así que, como no encontré nada, me fui al campo, a trabajos agrícolas". Lo dice haciendo memoria de todos los polígonos industriales que se recorrió, uno a uno. "Porque yo he sido un adicto, pero nunca he faltado a mi trabajo", afirma Paco. Esta fue su peor etapa, ya con un problema serio de adicción y sin trabajo. "Hice cosas que no se deben hacer, pero no maté a nadie, ni hice daño. He robado, me arrepiento y he pedido perdón".
Una oportunidad perdida
Dejando atrás los años oscuros, recuerda que, un día, se enteró de que una empresa quería poner en su pueblo un parque fotovoltaico. "Me presenté y lo vi como una oportunidad, enderecé mi vida yo solo", comenta. Estuvieron un año en las inmediaciones de su pueblo, pero se esforzó, trabajó y cumplió bien: "Quedaron contentos, y yo más, así que me fui con ellos durante cinco años a montar parques fotovoltaicos por media España".
Para Paco fueron años buenos, muy buenos. Por eso defiende que la mejor inserción laboral es un trabajo. "Si eres formal y cumplidor un trabajo te aleja de todo lo malo", asegura. Es una lección que aún hoy aplica, por eso se esfuerza en crear su propio puesto de trabajo. Pero su pasado volvió: una cadena de robos provocó que un juez le condenara a 12 años a prisión. "En realidad, entiendo que he hecho cosas malas, pero cuando me mandaron a prisión yo no estaba haciendo nada malo". Perdió el trabajo y deambuló por tres prisiones distintas, la última de ellas La Torrecica, en Albacete.
De su paso por la cárcel no guarda nada bueno. Los programas de reinserción no cumplen su objetivo, por eso Paco se buscó uno por su cuenta. Cuando consiguió el tercer grado, pidió permiso para participar en un proyecto de inclusión de agricultura ecológica desarrollado por la Asociación Llanero Solidario en su pueblo natal. "Pero me lo busqué yo" afirma haciendo énfasis y señalándose el pecho, porque ayuda y dentro de la prisión no la encontraría. Este emprendedor sénior recuerda que la ayuda que hay en prisión no sirve para cuando uno está fuera.
"Incluso alguna vez tuve problemas por los horarios -reniega con la cabeza-. Por favor, si estaba haciendo un curso y recibiendo el apoyo de los trabajadores sociales que ellos no me daban y me ponían problemas para cuadrar el horario". De su valoración sobre sus años en prisión no entra en detalles, pero sí tiene una conclusión: “He cumplido mi deuda con la sociedad. Quiero decir que no soy una persona mala, he hecho cosas malas y he pagado por ello. Y es lo justo, pero también es justo que la gente me deje ganarme su confianza con esfuerzo y trabajo".
Cómo emprender
Cuando Paco obtuvo el tercer grado empezó a participar en el proyecto de inclusión. También a relacionarse con la gente fuera de la cárcel. Se dio cuenta entonces de que, a pesar de tener un oficio, tendría una muy difícil recolocación en el mercado laboral. "Siempre he sido un luchador y cuando tuve la idea de dedicarme a la limpieza aún estaba en el último año de prisión", explica.
Sabía que emprender era una opción difícil, pero era un camino que estaba dispuesto a realizar: "Un día decidí que ya no tomaría el camino fácil para los problemas". Paco cuenta que incluso intentó comenzar su proyecto desde el cautiverio, para estar preparado para cuando le tocara salir. Fue imposible. Dentro de prisión nada es fácil: "No hay oportunidades dentro ni aunque te las busques tú mismo, todo es un problema de confianza".
Antes de empezar buscó ayuda para emprender y obtuvo un gran apoyo de amigos, familiares y de los trabajadores sociales del proyecto en el que participaba. Pero necesitaba ayuda más especializada para poner en marcha algo. "No existe", comenta con preocupación. Empezó a leer e informarse de cómo habían empezado otros proyectos.
"Un día descubrí que Amancio Ortega había empezado desde lo más bajo, igual que yo, y que tenía una fundación. La busqué y llamé". Había programas, ayudas y becas, pero ninguna para un caso como el suyo. Era demasiado mayor, demasiado pobre, demasiado analógico y algún demasiado más. Pero no estaba dispuesto a tirar la toalla.
"Lo que he aprendido en mi vida es que no hay que rendirse, y de las cosas malas he aprendido que no hay que tomar el camino fácil" así que decidió seguir adelante con su proyecto, aunque no tuviera ayudas, apoyo o subvenciones. "En realidad sólo necesito la confianza de la gente".
Le tocó esperar, porque no había manera: "Yo ya tenía mi idea, y estaba deseando empezar, pero me tocó esperar a agosto para comenzar realmente con la actividad". De cara a la festividad de Todos los Santos tiene todo el trabajo hecho, y los últimos días solo se pasa para ver que sus clientes tienen las lápidas bien brillantes.
Aunque Paco no sabe de empresariales explica, siguiendo su intuición, cómo funciona su empresa: tiene un objetivo, un diseño de servicio, un método, una forma de captar clientes y hasta un control de calidad. A todo ello ha llegado sin ningún curso de emprendimiento, o de gestión de empresas. Su objetivo es incrementar el número de clientes. Más de 20 familias confían en él, pero necesita incrementar la actividad. "Confío tanto en lo que hago que no descarto tener que contratar gente en unos años", dice mientras arquea las cejas sonríe con complicidad.
Tiene dos servicios: uno de mantenimiento anual y otro puntual, y sus clientes llegan a él por los carteles que cuelgan de algunas de las galerías de los osarios o por recomendaciones. Su control de calidad es tan efectivo como sencillo: "Mando una foto a la familia cuando termino un trabajo". Tampoco entiende de plan de empresa, ni SCRUM, ni lean start-up. Para él solo se impone la lógica: "Cuando alguien paga para que cuides la memoria de sus seres queridos tiene que confiar en ti".
A veces hace algún encargo en algún cementerio y se cruza con la tumba de un familiar lejano, los padres de un amigo o alguien que conoció de su niñez. "Le doy un trapazo también, no es que sea mi cliente, nadie me paga por ello, pero me da cosa ver algunas tumbas".
Afirma que es una actividad muy introspectiva que le ayuda a mantener paz interior. "Me parece que limpiar tumbas tiene algo de terapéutico". No le molesta pasar su día a día entre muertos", dice señalando a su alrededor con la mano izquierda. "Es algo natural, la gente está aquí como en una casa. Muerto estaba yo con la vida que llevaba antes. Esto solo es un descanso".