En La Casa de Papel es el espacio el que marca el tiempo y no al revés. Madrid es el presente volátil y tenso, el lugar de los hechos y los atracos que siempre amenazan con saltar por lo aires. El pasado, en cambio, es tranquilo, y siempre vuelve en forma de flash-back para recordarte que todo forma parte de un plan, que todo estaba previsto de antemano y que el Profesor siempre es el más listo de la clase. Es una época reposada, feliz, en la que el genio idea y maquina lejos de la ciudad, ya sea en un monasterio italiano o en una discreta casa de Toledo, donde arranca la historia.
Pero, como ocurre con los giros de guion, nada nunca es lo parece. Ni el monasterio es italiano, sino una ermita de Segovia, ni la mansión es toledana, sino la finca El Gasco de Torrelodones, donde se organizan bodas y eventos. Es en esta casa, sobre las mismas mesas en las que se cortan pasteles nupciales, donde Berlín, Tokio, Moscú, Denver, Helsinki y todos los demás se empaparon de las ideas del atraco y no dejaron ningún detalle sin estudiar. Rocío Rubio es su ama de llaves.
Por lo menos, es la que decide quién entra y quién sale. La empresa para la que trabaja alquila el recinto, de casi 80 hectáreas en el Parque Regional del curso medio del río Guadarrama, para la celebración de banquetes y eventos de todo tipo, pero no siempre ha sido así.
La Casa de Toledo, como se la conoce en La Casa de Papel, fue hasta no hace tanto tiempo una mansión abandonada y en ruinas. Ya hemos dicho que tiempo y espacio están relacionados. Retrocedamos.
La finca del torero
Quizá lo primero en lo que uno se fija la entrar en la Casa de Toledo es en lo que la rodea: campo, árboles y otra mansión convertida en escombros. “Era la casa original del dueño de la finca, y también sale en la serie”, recuerda Rocío, “en un momento en que el Profesor habla con la inspectora”.
"El dueño", en este caso, no era otro que el torero Salvador Sánchez Povedano, más conocido como Frascuelo, que compró el recinto antes de retirarse a finales del siglo XIX. En él edificó la primera casa, que ahora se utiliza para ceremonias civiles y alguna foto un poco distinta, y un burladero de toros. Al morir de forma repentina a los 55 años, toda la finca acabó deshabitada.
Fue así como llegó a manos de Pascual Díez de Rivera y Casares, almirante marqués de Valterra, procurador de las Cortes franquistas y jefe del Sindicato Nacional de Pesca en la primera mitad de la dictadura. En busca de una nueva residencia, mandó construir una casa al lado de la que fuera la vivienda de Frascuelo, una más moderna y espaciosa. Así nació la Casa de Toledo, que todavía es propiedad de sus herederos.
En total, la mansión ocupa más de 1.400 metros construidos, 900 de ellos útiles, divididos en once habitaciones, cinco cuartos de baño, cocinas y zona de servicio, además de un jardín rústico. La familia la usó como residencia habitual durante los últimos compases del siglo XX, pero terminó por abandonarla y mudarse a la ciudad. Así, en poco tiempo, la que fuera la vivienda más envidiada de la zona terminó por envejecer, arruinarse y labrarse una fama de mansión encantada.
El boom de los rodajes
Lo cierto es que abandonarla le vino hasta bien. Durante los más de 10 años que estuvo destartalada, la finca El Gasco se convirtió en un punto de referencia de rodajes para películas y series, sobre todo de miedo, con títulos como Los habitantes de la casa deshabitada (2018) o Los Protegidos (2010).
“Los rodajes aprovechaban que la casa estaba en ruinas para hacer lo que quisieran. Cada día que venía un equipo nueva se la podían encontrar distinta, porque los anteriores le habían puesto unas telas, movido los muebles… Daba igual, porque nadie vivía aquí”, recalca Rocío. “Fue en esa época cuando llegó La Casa de Papel, que alquiló la finca entera durante seis meses”.
Fue un éxito. La serie de Antena 3, que luego compraría Netflix, trajo publicidad y nuevos contratos a los dueños del Gasco, que se lanzaron a reinvertir en ella, remodelarla y hacerla habitable de nuevo con un objetivo: adaptarla para la organización de eventos. Ahora, de lunes a jueves continúan los rodajes y a partir del viernes comienzan las bodas.
El problema de la mansión en lo relativo a la serie fue, precisamente, que en menos de tres años dejó de ser La Casa de Toledo y se convirtió en la Finca El Gasco, con todo lo que ello conlleva. Los jirones y ruinas dieron paso a salones amplios y limpios, reformados, y donde antes había escombros empezaron a lucir muebles y decorados. Era imposible replicar la casa, y a partir de la segunda temporada el equipo de Álex Pina recurrió a ella sólo para rodar en sus exteriores.
“En las últimas temporadas vuelve a salir desde fuera, que es lo único que sigue siendo igual que cuando empezaron a grabar. Por dentro, la casa está tan distinta por dentro que mucha gente que viene aquí no se entera de que es la misma que la de La Casa de Papel”, señala Rocío. “Luego siempre se corre la voz y al final de cada boda siempre acaba cayendo un Bella Ciao”.
De la ruina al lujo
Con aquello de que el tiempo es espacio, la casa ha terminado por adaptarse a su propia serie. Durante el rodaje de la primera temporada los actores rodaban dentro de ella y dormían en sus propias caravanas, ya que las habitaciones estaban impracticables. A medida que pasaba el tiempo y la serie ganaba fama, la casa se fue remodelando con ella.
“Al principio no podían dormir aquí, nadie podía. En las últimas temporadas Tokio y Río tuvieron que venir varias veces a hacer algunas escenas en el exterior, como la de su primer beso, y entonces se quedaban en los cuartos de arriba”, explica. “Han vivido en sus carnes todo el proceso de cambio de la casa, y pasaron de dormir en caravanas cuando la casa estaba en ruinas a dormir en cuartos de lujo cuando la serie ya era un éxito”.
Lo mismo ocurre con el salón, que con el paso del tiempo ha sido escenario tanto de las clases para el atraco como de las cenas clandestinas entre el Profesor y Berlín, su hermano en la trama. La icónica chimenea donde queman sus fotos sigue intacta. El resto del lugar está irreconocible. Ya se sabe que el espacio marca el tiempo. ¡Bella, ciao!