Viajar ha sido su pasión desde siempre y por ello decidió estudiar Turismo. Se llama Cristina Sandoval y se define como una amante de los viajes. En febrero de 2003 decidió visitar Laponia, uno de los destinos que más destacaba en su lista de deseos viajeros. Pasó allí diez días y volvió a casa con lágrimas en los ojos.
“Muchos me decían que padecía la locura por Laponia, un fenómeno que le ocurre a muchos extranjeros. Tenía que volver de cualquier forma”, recuerda con emoción Sandoval. Volvió a la agencia de viajes en la que trabajaba, en Cataluña, totalmente fascinada por la experiencia que había vivido en Rovaniemi, en Finlandia.
“Empecé a buscar por internet trabajo, pero en aquella época todo estaba en finlandés porque el inglés aún no tenía demasiada importancia y la cultura era totalmente distinta”, confiesa Cristina, que a día de hoy reconoce no saber si volvería a luchar tanto por un trabajo en un país extranjero donde tenía que empezar desde cero.
Lo intentó también en un workshop. Se preparó un currículum en inglés y se sintió un poco decepcionada con la reacción de las empresas. “No entendían por qué le llamaba la atención a una niña catalana irse allí, tan lejos de su casa a un lugar totalmente diferente”, añade.
Así que, en vistas de que todas las empresas tenían el cupo de empleados cubierto y no contaban con ella, se llenó de valor, con dos mochilas a la espalda, y en diciembre de 2004 reservó sus billetes y se marchó a Rovanievi en busca de una nueva oportunidad.
Hacía mucho frío, se tiraba ocho horas buscando trabajo en la oscuridad del círculo ártico. Y todo esto en una época en la que no había tanta tecnología para contactar con su familia en cada momento, como los jóvenes suelen hacer ahora. “Tenía que meterme en un centro de jóvenes para hablar con mis padres, muy preocupados, y contarles que me encontraba bien y por dónde andaba”, comenta Cristina.
Desesperada, aprovechó su estancia en Rovaniemi para visitar a Papá Noel. Ya lo hizo en su visita de 2003. Cuando Papá Noel le preguntó qué quería por Navidad, ella, alto y claro, le dijo: “Mi mayor deseo es conseguir un trabajo aquí para quedarme a vivir en Laponia”. Se hizo el silencio en la sala. Todos los duendes de Papá Noel se quedaron mudos.
Le dejó su currículum y salió de la oficina de Papá Noel, cuando de repente un duende gritó su nombre. “Pensé que allí había muy poca gente y que debía estar llamándome a mí y efectivamente, querían hablar conmigo”, recuerda Cristina aún con emoción.
Al ver que Cristina había estudiado Turismo, conocía muchas culturas diferentes y sabía varios idiomas, Papá Noel se dio cuenta de que Cristina era una gran candidata para trabajar en la Oficina de Correos con el resto de duendes. “Así que sí, fue Papá Noel el que me cumplió mi gran deseo, encontrar un trabajo en Laponia”, insiste.
Pese a que el mes de diciembre es su temporada más alta, Cristina reconoce que desde enero los duendes están trabajando duro para preparar su gran día, el 25 de diciembre. "A partir de enero es una época genial para visitarnos, comienza a haber más luz. Ahora en diciembre tenemos solo un par de horas y puede ser más molesto", detalla.
Cada Navidad, dan lo máximo para cumplir las ilusiones de todos los pequeños (y no tan pequeños) por todo el mundo. “Yo que me encargo de las cartas, veo que lo que más piden es que se acabe de una vez esta pandemia. Han sido tiempos muy difíciles para todos e incluso los duendes y el propio Papá Noel también deseamos que acabe”, declara la duende.
Reciben a una media de 5.000 turistas diariamente y casi medio millón de cartas cada año. “Percibo que desde Europa y América los regalos que piden suelen ser materiales y desde Asia, concretamente desde Sri Lanka, siempre piden regalos emocionales e incluso espirituales. Todo funciona en función de su cultura”, explica.
“Un duende nunca se harta de la Navidad. Si no, no podría ser duende. Nunca nos cansamos de un sitio tan mágico como este”, responde Cristina cuando se le pregunta si no colapsa ser un duende cada día. Además, reconoce que todo el que pisa la oficina de Papá Noel, se va con "un toque de magia en su interior".
“Casi al mismo tiempo de comenzar a trabajar con Papá Noel, me embarqué en un proyecto que se trata de una agencia de viajes especializada en organizar experiencias mágicas en Laponia. Aún recuerdo cuando siete abogados catalanes vinieron a hacer una travesía de cuatro días en moto de nieve y les dije que tenían que ver a Papá Noel. Solo uno quería. Al final les convencí y era muy tierno verles alrededor de Papá Noel sentados. ¡Estaban como niños!”, cuenta Cristina con una sonrisa.
Con su agencia Artic Traveller, se encarga de aportar magia a los viajes, que son totalmente personalizados al cliente. Organiza paquetes para grupos de amigos, parejas o incluso solteros. “Son viajes íntimos y auténticos que desprenden magia”, concreta.
Lleva más de 21 años organizándolos. Sus experiencias pueden ir desde travesías largas en motos de nieve, como eligieron aquellos abogados, hasta travesías de dos o tres días tirados por trineos de huskies y parando en cabañas rústicas en medio del bosque, pasando siempre por visitas privadas a la oficina de Papá Noel en un viaje dirigido por un duende. También cuentan con actividades como visitas a granjas de renos y huskies o experiencias como flotar en aguas totalmente heladas o pescar en el hielo.
“Nuestro objetivo es alimentar la ilusión de niños y mayores. La ilusión es primordial para ser creativos y cuánto más podamos alimentarla, mejor”. Cristina recuerda con emoción cómo niños que realizaron un viaje a Laponia con sus familias, con 3 o 4 años, le escriben mensajes con 17 agradeciéndole el recuerdo tan especial que tienen del duende que les llevó con Papá Noel y le desveló los secretos de la Navidad.