Tu hija quiere los pechos de Elsa Pataky y la nariz de una 'influencer': el peligro de lo que ven en las redes
Cada vez es más común en las clínicas de cirugía estética que llegen pacientes jóvenes queriendo parecerse a famosas.
30 enero, 2022 03:16Noticias relacionadas
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A la consulta del doctor Ramón Calderón acuden “muchísimos pacientes” con fotos de modelos que encuentran en internet, los llamados influencers. “Me han pedido el pecho de Elsa Pataky o la nariz de Cindy Kimberly o como ellos la llaman, Wolfiecindy, su nombre de Instagram”. Cuando ellos traen la imagen, suelen ignorar que ese cambio no va a modificar su rostro al completo. “Esa chica no solo tiene una nariz bonita. Son sus labios, la proporción de armonía en sus ojos y la forma de la boca. Son proporciones con las que han nacido que no se imitan con una sola operación, habría que enredarse en una cadena”, comenta el expresidente de la Sociedad Española de Cirugía Plástica, Reparadora y Estética (SECPRE), en una llamada con EL ESPAÑOL.
Para Ainhoa Placer, especialista en Cirugía Plástica, Estética y Reparadora, y miembro de SECPRE, todo viene de que la sociedad es más “visual”. Primero, con los selfies, “imágenes en las que el rostro se ve más de cerca y se perciben las imperfecciones”. Después, con el uso de los filtros. “Parece como si te arreglaran, te dan el aspecto virtual que quieres ver en tu rostro, y te planteas si se puede conseguir mediante cirugía o medicina estética”.
La necesidad de imitar, para Placer, se multiplica en los más jóvenes y nace de la inseguridad: “Es cuando más te fijas en los demás. Afecta sobre todo a ellos, porque son quienes más utilizan estas plataformas”.
Calderón menciona que la gente mayor invierte más tiempo en Facebook, donde las fotografías no son siempre las protagonistas; se comparten noticias o escritos. En cambio, en Tik Tok, donde solo se pueden subir vídeos, es más común mostrar el físico. “Antes había revistas y anuncios de la tele, ahora son 10 o 20 modelos estéticos. Se les bombardea con estímulos para que se parezcan a los youtubers o instagramers”, define.
Se convierten en modelos a seguir que muchas veces cuentan sus retoques con la misma facilidad con la que recomiendan un restaurante. Hay un doble filo, porque no existe manera de asegurar que su mensaje sea honesto. “A veces hay un contrato detrás: le hacen una cirugía gratis a cambio de contarlo, es una campaña. De modo que, aunque no estén satisfechos, tienen que hablar bien. He conocido casos en los que incluso se han operado con otra clínica y han mentido. Desgraciadamente, son referencia de gente muy joven”, critica Placer.
En este aspecto discrepa la doctora Carla Barber, conocida por operar a personajes televisivos reconocidos como Kiko Matamoros. “Llamamos influencers a las personas que influyen en nuestros procesos de compra, opiniones o actos, pero no todos tienen un cuerpo o una imagen perfecta. Hay para todo tipo de gustos o aficiones y cada seguidor se decanta por aquellos por quienes se siente más identificado”.
Barber, especializada en medicina estética, decidió salirse de la SECPRE porque recibió un burofax de la entidad acusándola de saltarse el código deontológico. Fue debido a unas prácticas en sus redes sociales (sorteos de sus tratamientos, ya que ella no opera). Para Barber, su cuenta utiliza como una herramienta de trabajo. La define como “la más potente que existe en la actualidad”.
“Gracias a Instagram pude enseñar mi trabajo y crear la comunidad de seguidores que tenemos hoy. Me han ayudado a dar visibilidad y a democratizar la medicina estética para todos. Creo que solamente podría haber logrado este objetivo con ellas. Al final, la publicidad siempre ha existido solo que, con el tiempo, ha ido variando sus plataformas de difusión”, asegura sobre los 967.000 seguidores de su cuenta personal.
Aun así, no todos los pacientes salen de la consulta con la idea que tenían en un inicio, alguno incluso se va sin ningún cambio. Barber guía a ese “más de 30% de los pacientes” que llegan a consulta inspirados por las redes sociales: “Todos los días digo que no a muchísima gente que quiere realizarse tratamientos que considero que no necesitan”.
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Sobre todo, recomiendan que sea una decisión meditada. A Placer le horroriza que haya personas que sorteen en internet operaciones –como hizo Oriana Marzoli– o que hagan ofertas. Ve un riesgo cuando se publica un mensaje animando a dar el paso: “María Pombo se ha operado ochocientas veces la nariz y ahora las mamas. Sus seguidoras lo ven como normal y que se repita una intervención quiere decir que ha quedado mal la primera vez”.
El busto de Lucía Lapiedra
La doctora Placer ha rechazado poner prótesis de mama muy grandes, narices muy pequeñas “tipo Michael Jackson” o liposucciones en gente con obesidad. “Se pueden hacer una vez que has hecho dieta y para tratar cúmulos de grasa concretos”. “Sobre los pechos, una me dijo hace no mucho que quería los pechos de Lucía Lapiedra y le dije que hace nada se las acababa de quitar”, recuerda.
Las alarmas saltan cuando el usuario quiere una transformación total, ser otra persona. “No son buenos pacientes. Una cosa es que busquen una característica en concreto, pero otra muy diferente es que quieran convertirse en otra persona”, apuntala el doctor Calderón.
“El peligro es banalizar”, prosigue. “Se produce cuando se le da muy poca importancia al acto médico, cuando se rompe la seriedad y se pierde la cercanía. Tiene repercusión en la forma de entender la vida, en la familia, en la autoestima”.
Recomendaciones médicas
La doctora Ainhoa Placer enumera una guía para hacer un buen uso de las operaciones y retoques estéticos. En primer lugar, pide que se acuda a un especialista cualificado: “Por ejemplo, para nuestra especialidad tendría que ser alguien que pertenezca a la SECPRE. Es muy fácil encontrarlo en internet”.
Incide en ese punto por lo sencillo que es caer en manos de alguien que no esté capacitado. “Hay muchísimo intrusismo, solo uno de cada ocho cirujanos lo es de verdad”. De hecho, el caso de Sara Gómez, la paciente que falleció tras una operación de lipoescultura, se ha creado una campaña de recogida de firmas en la web Change.org para pedirle al Gobierno una ley reguladora que termine con esas prácticas.
Lo segundo que aconseja es el debate interno. ¿Tienes un complejo? ¿Se puede mejorar? La doctora insta a sus compañeros a ofrecer una información realista: “No todo va a ser maravilloso. Puede pasar algo malo, y tú lo tienes que asumir”. En su caso, la idea es perfeccionar lo posible haciendo el mínimo daño al cuerpo.
“Ante todo yo soy médico. Puedo mejorar unas mamas si no tienes, pero te pondré unas normales, no unos balones de fútbol. La reducción también es algo muy gratificante: hay gente que tiene un enorme peso en la espalda o problemas para hacer deporte. Es muy agradecido, hay una mejora en la calidad de vida”. Ella, como profesional, promete ofrecer sus conocimientos y guiar por el camino que estima como el más idóneo: “la naturalidad”.