La historia de amor de Antonio y Victoria: crearon Dulcesol y ahora facturan 300 millones
En el centro de la historia de Vicky Foods está Victoria Fernández, fundadora de esta empresa que cuenta ahora con 2.653 empleados.
28 febrero, 2022 03:29Noticias relacionadas
Victoria Fernández era una mujer inconformista. Con ella no pudo ni la tuberculosis, ni la ausencia educativa que le provocó la enfermedad, ni nacer a las puertas de la Guerra Civil -1934-, ni el espacio al que la relegaban junto al resto de mujeres. Ella, gracias a su tesón, su inteligencia y su relación, aportó las férreas bases de la compañía Dulcesol. Actualmente, Vicky Foods, tras 70 años de trayectoria, cuenta con una plantilla media de 2.653 empleados y en 2020 con una facturación global de 376 millones de euros.
“Mi madre tenía mucho carácter, le gustaba mejorar y siempre miraba la productividad, era muy inquieta”, recuerda su hijo, Rafael Juan, quien narra los detalles de la empresa en Una dulce historia. En las páginas describe las memorias de sus padres, quienes fallecieron, pero han perpetuado su legado con un proyecto que surgió del amor.
La familia de Victoria vivía en Malvedo, un pueblecito perdido en la montaña central de Asturias. Su padre era albañil, su madre cuidaba a las vacas. Ella estaba fascinada por algo: el conocimiento. Ya apuntaba maneras cuando a los 13 años la enfermedad estuvo a punto de acabar con su vida, la postró en cama durante un año y la obligó a abandonar sus estudios. Durante su convalecencia, su único entretenimiento era la radio y la lectura, lo que la llevó a intercambiar libros a través de un club que pertenecía al Centro de Cultura por Correspondencia, el club CCC.
Gracias a aquello, participó en la revista que vio la luz en 1954, en una publicación mensual que nace con el propósito de acercar personas y conocimiento. Empezó a redactar textos y a entablar relaciones epistolares. Entre ellos, con personajes formados de mayor cultura que los que conocía en su zona y con Antonio Juan, a quien jamás había conocido en persona.
Ella respondía a algunos mensajes con humor y espíritu mordaz. Por ejemplo, un tal Víctor defendió que a los hombres se les caía el pelo porque eran más inteligentes. A lo que ella rebatió: “La demostración de Victor pretendiendo hacernos ver la cantidad de materia gris acumulada en algunas calabazas pelonas es para desternillarse. Qué algunos hombres se les cae el pelo por listos, yo opino que se lo toman por tontos. ¿No puedo tener yo la razón? ¿Quién demuestra lo contrario?”.
Una boda de sorpresa
“Cuando ya pasaba de los 20 se planteó que debía casarse o ingresar en un convento. Como no le gustaba ninguno de los jóvenes, su primera opción fue la religión. De hecho, había un cura que la asesoraba de parroquia no muy lejana. Su relación con él acabó tras una inesperada declaración de amor que la descolocó, así que decidió darle la oportunidad a un chico que la había acompañado durante la convalecencia y que estaba enamorado de ella”.
Como no le parecía ético tener una relación con otros hombres aunque fuera por carta, se despidió. Antonio, el empresario valenciano con el que se escribía desde hacía 3 años, quedó impactado. Ante la noticia, decidió viajar hasta Malvedo.
Se enamoró doblemente, de Asturias y de Victoria. Decidieron dar un vuelco a sus vidas y casarse, en 1958. Se fueron a vivir a Villalonga, a la casa los padres de él, lo que fue un oasis para la joven. Él era un emprendedor aventurero, que después de haber fracasado en varios negocios de fruta, perdió los créditos de los bancos y sus amigos y decidió trabajar en la panadería de su padre, el abuelo de Rafa. “Estaba asociado con otros dos panaderos y construyeron la panificadora, pero cuando mi madre llegó ya empezaban a tener dificultades”, reconoce.
Victoria no fue recibida la mejor de las maneras. La madre de su marido, Dolores, le espetó unas palabras crueles por su humilde origen en su primer encuentro: “Después de haber tenido tan buenas pretendientas… En fin, qué se le va a hacer”. Aun así, no se amedrentó y encontró su propio hueco.
Decidió aportar a la economía familiar y comenzó a criar unos conejos que tenían. “Al final, acabó ganando más dinero ella con los animales. Tenía los mejores de la comarca porque los cuidaba muchísimo. La mixomatosis de entonces prácticamente diezmaba a todas las granjas”, comenta Rafa. Ella aprendió a venderlos a un buen precio y cuando se metió en la panificadora hizo lo mismo: pensaba en mejorar los procesos para que fueran más rentables, con la idea de de no perder. Revisaba todo y buscaba las mejores alternativas.
Un buen día, se presentó en as instalaciones de la empresa y vio que varias mujeres elaboraban bizcochos. Su sorpresa fue mayúscula cuando averiguó que el precio no alcanzaba ni siquiera para pagar una docena de huevos que contenían.
“A partir de ahí, mi padre no tuvo más remedio que aceptarla en el trabajo. Él tenía buenas ideas, pero muchas veces no podía ponerlas en práctica. Tenía visión de futuro aunque le costaba el presente”, cuenta el hijo en una videollamada con EL ESPAÑOL.
Del empeño de Victoria salió adelante Dulcesol. “En la empresa además de fabricar pan, se elaboraban dulces”. Este segundo producto cada vez triunfaba más, de manera que terminó devorando al otro.
Rafa señala que el “hito relevante” que les colocó “entre las diez empresas más importantes de pastelería de España” se produce cuando su madre, allá por el 1972, inventa las magdalenas cuadradas con una receta que le dio una amiga.
“Como era muy eficiente decidió que, al colocarla en una caja, la cuadrada se adaptaba mucho mejor que la redonda. Eso simplificaba la logística significativamente. Una receta distinta, a un precio competitivo y en un formato cuadrado, un modelo que patentamos nos lanzó porque dejamos de copiar magdalenas e hicimos un producto propio, diferenciado”, apuntala.
Entre tanto, nacieron Rafa Juan y sus hermanos, con su familia volcada en el negocio. De hecho, hay una imagen de verano de 1966 en la que están él, su padre y un hermano en la instalación que tenía en el paseo de Villalonga. “Jugaba al escondite entre los sacos de harina, porque mis padres estaban todo el día trabajando y mi madre nos llevaba. La recuerdo como una época muy bonita”, reza el texto en la web.
Empresa familiar
“La empresa ha sido siempre muy familiar. Eran tres socios y con todas las dificultades, uno de ellos se salió. Quedaron otros dos la empresa y fue creciendo. En el año 78 empezamos con la pastelería, la planta se quedó pequeña y construyeron otra en Gandía. Mis padres tenían una posición mayoritaria en el negocio y dos décadas después compramos participaciones y Vicky Foods pasó a ser propiedad de mis hermanos y mía, que somos la segunda generación de la empresa familiar”, apunta Rafa.
En julio de 1983, poco después de que el empresario finalizara sus estudios, falleció su padre, a los 63 años. Rafa se tuvo que incorporar inmediatamente a la empresa Y desde entonces, ha puesto todo su empeño en que crezca. En 2020 sumaron un aumento superior al 6,5 % respecto al año anterior y una producción de 175.000 toneladas.
Actualmente, con presencia en más de 50 países, Vicky Foods cuenta con cuatro centros de producción dedicados a la elaboración de cerca de 2.500 referencias en Gandía, Villalonga, Játiva y Argelia además de 23 delegaciones comerciales repartidas entre España, Argelia, Reino Unido y Francia.
La compañía también posee una granja productora de huevos, que abastece el 90 % de su producción, una planta de fabricación de envases que se ocupa de cubrir la práctica totalidad (98 %) de las necesidades de packaging del grupo y un Centro de Innovación que inauguró en 2019 para coordinar todo el potencial innovador de la compañía y poder así cumplir con sus compromisos en el ámbito de la salud y la innovación tecnológica, según datos de la empresa.
Si a Rafa Juan se le pregunta por el ingrediente del éxito, responde citando a su madre. Desde siempre, supo que su historia era hermosa y quiso que la escribiera, “pero no hubo manera”. “De hecho, incluso en un par de ocasiones buscamos a algún profesional que redactara un libro y ella no tenía interés”. Al final, él mismo decidió retratarlo en Una dulce historia.
Al final del ejemplar, entre los agradecimientos, está el definitivo, el último. Un mensaje que responde a todas las dudas sobre el sentido de la empresa. Es para Victoria, que falleció cuando su hijo redactaba y recogía memorias.
“Y a ti, mamá; nos has dejado cuando escribía las últimas líneas de esta dulce historia, es tuya y, gracias a ti, también lo es mía. Tu inmenso legado de liderazgo y valores quedará para siempre en nuestros corazones y en el propósito de Vicky Foods. Te quiero”.