Durante casi dos horas al día, en casa de los Díaz no brillan más luces que un par de velas y las pantallas de sus móviles. El resto, negro absoluto. Cualquier cosa que se enchufe a la red eléctrica no se enciende. Las horas pico del precio de la luz son un privilegio que no se pueden permitir. “Nos vamos limitando. Cocinamos para dos días, procuramos poner la lavadora lo menos posible y apagamos a las siete menos diez. Prendemos dos velitas y ya”, explica el matrimonio, que recibe a este periódico en su salón junto a sus cuatro hijos. Durante dos meses, Pedro y Nerys han tenido que elegir entre pagar la luz y dar de comer a sus niños. Lógicamente, han optado por lo segundo.
La energía continúa su acusada escalada de precios dejando a su paso cada vez más gente incapaz de pagar la factura de la luz. Este jueves, el precio medio de la electricidad en el mercado mayorista se situó en 369,75 euros el megavatio/hora (MWh). Hace solo seis meses, este valor hubiera marcado un récord, pero en realidad es una significativa bajada respecto al verdadero récord, alcanzado este mismo martes: 544,98 euros/MWh.
Pedro y Nerys son solo un ejemplo entre muchos. La ONG Médicos del Mundo calcula que la pobreza energética afecta a 6,8 millones de españoles. Esta “cifra de la vergüenza” es un reflejo de la tendencia alcista de precios derivada de la pandemia de Covid-19 y desbocada por el ataque de Rusia a Ucrania.
“Con el tema de la guerra, ya tienen una excusa. Pero ya estaba subiendo antes de igual manera”, protesta Pedro. Este miércoles, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, dijo que la subida de los precios se debía únicamente al conflicto. Esto le ha valido numerosas críticas porque la luz marcó récords mucho antes de que empezara la guerra.
“Si lo sé no lo hago”
Pedro Díaz y Nerys Jiménez llegaron hace 15 años a España, procedentes de la República Dominicana. Tienen cuatro niños menores (tres de ellos son hijos en común) viviendo bajo su techo: Joelin (15), Fran (5), Miguel (3) y Emmanuel (1). En febrero les llegó una factura de 223 euros por la luz. En enero, fueron 362 euros. “No las he pagado. Para llegar a pagar el piso o la comida de mis hijos… O aflojo de un lado aflojo de otro”, explica Pedro.
“Yo llegué a este piso y la luz estaba enganchada de forma ilegal. Entonces, por hacer las cosas bien, que si lo sé no lo hago, me conecté a la red hace tres meses”. En el momento de contratar el suministro de luz, Pedro y Nerys accedieron al bono social de electricidad en calidad familia vulnerable.
Esa ayuda está fijada en un 25% de descuento como normal general. Pero, ante el desmedido aumento del precio de la luz, el ministerio de Transición Ecológica lo fijó en un 60% hasta el 30 de abril de este año. No se está cumpliendo. Tal y como se extrae de la factura que Pedro y Nerys facilitan a este periódico, en febrero les descontaron únicamente 60 euros, es decir, menos de la mitad de los 223 del coste final.
“La verdad es que hemos perdido la costumbre de pensar en qué hacíamos. Tratamos de vivir como las lechuzas, sin luz. ¿Me entiendes? Economizar lo más que se pueda”, afirman. “Ya no podemos llevar a los niños a que se coman una hamburguesa en el Burger King, como los demás niños”.
Pese a la tragedia que narra, Pedro durante toda la entrevista mantiene una actitud positiva, una amabilidad mayúscula y hasta una sonrisa. Los ojos de Nerys, en cambio, se empañan cuando su marido nombra a sus hijos.
“El lunes yo libré y les llevé al Burger King a las cuatro de la tarde, pero para que jueguen ahí. Compramos un vasito de refresco recargable y nos turnamos para recargarlo. Uno un Nestea, otro una Fanta, otro Coca-Cola… pero todos con el mismo vaso. Por lo menos los niños se van con la idea de que estuvieron en un Burger King”.
“La otra hija que tenemos, de 5 años, [que no vive con ellos] me dijo que ya no tenía un papi guay. Yo antes iba a buscarla al colegio y me la llevaba al Burger King o al centro comercial a los juegos. Ya no. Ahora me los llevo a casa de unos amigos, o me los traigo aquí. Y eso me dice, que papi ya no es un papi guay”.
Pedir ayuda a Cáritas
Pedro trabaja como cocinero 30 horas semanales. Nerys, en cambio, está en el paro después de trabajar durante años también en hostelería. El dinero que llega a casa no da para alimentar seis bocas. “En todo el tiempo que hemos estado aquí [en España] nunca nos hemos visto necesitados”, asegura Nerys. “Antes estábamos trabajando los dos. Estábamos mejor. Nunca pensamos que íbamos a llegar a esta situación. Cuando llega, tienes que perder la vergüenza y buscar ayuda”. Este 2022, no les ha quedado más remedio.
“Ahora estamos hablando con Cáritas. Nos ha tendido la mano antes de dejarnos caer”, afirma Pedro. “Pedí cita con la asistente social y me dio hora para el 14 de julio, pero tú sabes que el que insiste, pues… Me la cambió para el día 4 del mes que viene. Hay mucha gente en la misma situación que nosotros o peor. Por eso está tardando. Pero ya han dicho que nos van a ayudar”.
“Hay tanta gente pidiendo ayuda… Las veces que he ido a Cáritas estaba lleno de gente que se ha quedado sin trabajo, que debe el piso, que ya no pueden más. Los ahorros de la gente se han acabado”, asegura Nerys. “Me dijo la chica que nos podía ayudar con una de las dos facturas, con las dos no. Si me ayuda con las dos, deja de ayudar a otros”.
Por suerte para esta familia, las ayudas llegan de manera más eficaz que el bono social. “Yo llamé a Cáritas y a los tres días tenía 400 euros en mi cuenta. Luego me acerqué a la Cruz Roja y me dieron dos cajitas de compra. O sea, que las ayudas sí que llegan”, celebra Pedro.
—¿Qué les dirías a los responsables políticos de esta situación?
—Tienen que revisar un poquito más cuando se trata de una ayuda. Que si las personas vulnerables, como nosotros, tenemos una ayuda del 60%, que sea real. No puede ser algo tan disparatado. Que no maquillen las cosas. Que las ayudas lleguen.
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