“Si quieres conocer la verdad, sigue el rastro del dinero”. Antes de que la primera bomba cayera sobre Kiev, las salas de máquinas de la extrema derecha europea ya funcionaban a todo trapo para borrar sus conexiones con Rusia. En Italia Matteo Salvini, que en 2014 se fotografiaba en la Plaza Roja de Moscú con la camiseta de Putin, renegaba de su ídolo. En Francia, Marine Le Pen dice no conocerlo, a pesar de que no hace tanto tiempo se fotografiaban y visitaban por sorpresa. En Hungría, Viktor Orbán pasó en 24 horas de apoyarle a condenarle. En España, Santiago Abascal ha borrado los tuits en los que citaba y alababa al presidente ruso. Ahora sólo tiene ojos para el ucraniano.
Es un hecho: apoyar a Vladímir Putin mientras sus tropas bombardean Ucrania no parece la mejor de las estrategias políticas, ni siquiera cuando parte de tu éxito electoral se ha gestado en los despachos moscovitas. Los tuits se pueden borrar, las camisetas se pueden tirar a la basura y las fotos se pueden quemar, pero nadie puede borrar el rastro de los rublos que conecta al Kremlin con la extrema derecha en Europa. Así funciona la ingeniería inversa de Rusia para desestabilizar y extender sus tesis por el Viejo Continente.
En el caso de España, se trata de una estrategia de financiación coordinada internacionalmente para impulsar a Vox y, con él, la agenda importada de Moscú. Así ha ocurrido desde la formación del partido, en 2013, por medio de lobbies y think tanks españoles y rusos que están vinculados con algunos de los oligarcas más poderosos del país.
EL ESPAÑOL ha reconstruido el hilo del dinero, las influencias y los favores que vinculan la fundación y auge de Vox con los intereses de organismos internacionales emplazados en Rusia. El objetivo de esta red: implantar una agenda contra los derechos LGTBI, la violencia de género y el aborto, siempre bajo el paraguas moral de la Iglesia Ortodoxa y los billetes de sus oligarcas. Su nexo en España son las organizaciones de ultraderecha HazteOir y CitizenGo, vinculadas con el Kremlin.
La raíz: CitizenGo
CitizenGO es un lobby ultraconservador trasnacional constituido en 2013, el mismo año que Vox, por la asociación HazteOir (2001). El fundador de ambas es Ignacio Arsuaga, un amigo íntimo de Santiago Abascal, a quien conocía de su etapa en el PP y de las manifestaciones contra el aborto. Aunque en España lo conocemos sobre todo por crear la red de autobuses tránsfobos que tanto dieron que hablar en 2017, Arsuaga y sus organizaciones son en realidad la punta del iceberg que conecta la extrema derecha con los rusos.
Actualmente CitizenGo tiene presencia en 15 países en Europa, América, África y Oceanía. Ha crecido tanto que ha devorado a HazteOir, en parte gracias a convertirse en uno de los principales megáfonos del conservadurismo en Europa. “Las dos están unidas a Vox desde su gestación, provienen de los mismos círculos y se han apoyado hasta el punto de que, a efectos prácticos, Vox es el brazo político de HazteOir”.
Así lo explica, en conversación con EL ESPAÑOL, el historiador italiano Steven Forti, autor del libro Extrema derecha 2.0 (Siglo XX) y experto en la injerencia rusa en Europa. Define a las dos asociaciones como “una red transnacional de extrema derecha que trabaja para crear una agenda común, organizar campañas por el derecho a la vida y contra lo que definen como leyes ideológicas, que casualmente son todas de libertad sexual y violencia de género, y Vox es su herramienta en España”. Son, exactamente, los mismos postulados que defiende Putin.
La relación no se queda ahí. Desde los inicios de la organización, el Gobierno del Kremlin ha sido muy cuidadoso en colocar a sus hombres de confianza alrededor de Arsuaga, controlando la financiación de sus organizaciones y sus juntas directivas. De esta forma, los laboratorios de ideas del español están regados por dinero ruso, tienen a rusos en sus consejos de administración y están, en última instancia, controlados por rusos muy cercanos al Gobierno de Putin.
Altavoz de la extrema derecha
Según un informe del Parlamento Europeo sobre los integristas religiosos y los lobbies antigénero, Arsuaga fanfarroneó con que CitizenGo “podría servir como una vía de financiación encubierta para partidos de extrema derecha de cara a las elecciones de 2019”, como Vox, Fidesz (Hungría), la Lega (Italia) o Prawo i Sprawiedliwość (Polonia). En los últimos años ha sido apoyado por la organización estadounidense ActRight, cercana a Donald Trump, y diferentes lobbies integristas de Rusia. Y por Vox.
“Al principio, HazteOir y Arsuaga mandaban mucho. Eran intocables, se relacionaban sólo con Abascal y hasta nos pasaban su argumentario para que supiéramos qué decir sobre cada tema”, señala a este periódico un antiguo dirigente de Vox que prefiere mantener el anonimato. “No sé si en la etapa del dinero iraní ellos también donaron en secreto, puede ser, pero seguro que eran nuestro principal apoyo y nos marcaban el camino”.
Según explica esta misma fuente, los espacios como HazteOir o CitizenGo no tienen limitaciones para recibir donaciones, como sí los partidos políticos, por lo que pueden servir de embudo para canalizar más dinero del legalmente permitido. Según esta teoría, CitizenGo ejercería de tesorero de las grandes fortunas, las repartiría entre fundaciones más pequeñas y ellas serían las que donarían el dinero a la causa que les manden, ya sean organismos internacionales, asociaciones o partidos políticos.
“No podemos afirmar que les manden donaciones, o no directamente, pero la financiación de partidos no se basa sólo en sobornos, sobresueldos, facturas y dinero directo a los bolsillos, también son redes de poder que permiten que los discursos se viralicen”, señala Forti. En este caso, el lazo de HazteOir, Vox y el Kremlin no es necesariamente que se paguen los unos a los otros, sino que mantengan el dinero del otro a buen recaudo.
La relación del think tank con Vox se ha mantenido con los años. En su lista de premiados anuales, aliados y miembros aparecen nombres como Santiago Abascal, Javier Ortega Smith, Rocío Monasterio, Hermann Tertsch o Iván Espinosa de los Monteros, pero también otros políticos internacionales vinculados a la extrema derecha, como el húngaro Viktor Orbán, el italiano Matteo Salvini o la francesa Marine Le Pen, todos con lazos con Putin.
Salvini y Le Pen, de hecho, recibieron dinero del Kremlin para afrontar las elecciones presidenciales a cambio de apoyar la anexión rusa de Crimea y prometer levantar las sanciones a Moscú si llegaban al Gobierno. En 2019, previas las elecciones españolas en las que Vox entró en el Congreso de los Diputados, el propio Abascal recibió una invitación para reunirse con Vladímir Putin, pero decidió rechazarla “por prudencia” -no por convicción-, según confesó en un libro-entrevista al escritor Fernando Sánchez-Dragó. Dejó claro, además, que “no tenía manía” al ruso y que nunca “se había metido con él”, aunque por entonces la crisis del Donbás y la anexión de Crimea tenían ya cinco años de historia.
Alexey Komov, el nexo
La relación de Vox con el Kremlin vía CitizenGo, hay que decirlo, ha sido menos estrecha que la de sus congéneres europeos, pero siempre se ha mantenido en el mismo círculo de influencia y promoción. A diferencia de Francia o Italia, los intereses de Abascal han girado más hacia posiciones de la OTAN y la administración Trump en los Estados Unidos, pero sin desatender a sus socios del Este de Europa.
El consejo de administración de CitizenGo en Madrid, a día de hoy, cuenta con ocho asientos: Ignacio Arsuaga, Luca Volontè, Blanca Escobar, Gualberto García, Alejandro Bermúdez, Brian Brown, Carlos Polo y Alexey Komov. Este último, lobista y hombre de negocios, es, a grandes rasgos, el fontanero de los proyectos internacionales de los oligarcas rusos y su representante en los círculos integristas internacionales; sobre todo, es la mano derecha de Konstantin Malofeev, el conocido como Oligarca de Dios y una de las figuras clave de esta red de influencia.
“El cómo mueven el dinero es como un juego de matrioskas: lo pasan de una fundación a otra, a otra, a un banco, a otro, y al final es muy difícil de rastrear, pero seguro que está ahí”, explica Forti. “Sabemos que Brian Brown está en el consejo de CitizenGo porque dona 50.000 euros al año desde 2013 y que Luca Volontè hace lo mismo con 12.000. Es lógico pensar que Komov se siente en la mesa como una extensión de las donaciones de Malofeev”.
Además de codearse directamente con Ignacio Arsuaga en el patronato de CitizenGo, Komov es, al igual que su jefe, un peso pesado de la Iglesia Ortodoxa rusa, uno de los poderes fácticos que más influencia han ganado durante la segunda era de Putin. Komov es, además, el representante del Congreso Mundial de las Familias (WCF), uno de los lobbies conservadores y cristianos más poderosos del mundo que junta en un mismo bando a los ultraortodoxos rusos y a los ultracatólicos estadounidenses en la agenda antigénero y antiabortista. En este caso, el dinero y la ideología no entienden de banderas.
El informe del Parlamento Europeo calcula que, entre 2009 y 2018, grupos como CitizenGo recibieron un total de 707,2 millones de dólares de 54 organizaciones distribuidas entre ONG, fundaciones, grupos religiosos y partidos políticos para difundir la agenda ultraderechista. La gran mayoría parten de tres orígenes: Estados Unidos, Europa y Rusia, que contribuyó con 188,2 millones a las causas de la extrema derecha. Sus grandes protagonistas son dos oligarcas muy cercanos a Putin: Vladímir Yakunin y, de nuevo, Konstatin Malofeev.
El Oligarca de Dios
Si tenemos que quedarnos con sólo un nombre de los muchos que han salido hasta ahora, ese es el de Konstantin Malofeev. Quizás, el hombre mejor relacionado de toda esta lista, además del nexo de unión entre CitizenGo y las altas instancias del Kremlin. Conocido como el Oligarca de Dios por sus estrechos lazos con el integrismo ortodoxo y su influencia política, desde 2014 está sancionado por la Unión Europea y Estados Unidos por financiar y apoyar logísticamente a los separatistas rusos en las provincias de Crimea y Donetsk. En la última década se ha convertido en uno de los hombres más poderosos de Rusia que, a fin de cuentas, cumple la voluntad de Putin y paga aquello que el presidente no puede.
Como breve currículum profesional, Malofeev es propietario de Tsargrad TV, un canal de televisión ortodoxo cristiano conocido por programas como Buen viaje, sodomitas, en el que invitaba a los homosexuales a abandonar Rusia, fundador de un fondo buitre y promotor de la Safe Internet League, uno de los censores del Gobierno de Moscú en internet. Actualmente preside la Fundación San Basilio el Grande, una de las cinco que más dinero invierten en difundir el ideario antigénero, y patrocina los portales conspiranoicos Katehon.com y Geopolitica.ru, referentes de la desinformación y creadores de bulos.
A medida que la ideología conservadora y ortodoxa ha ido ganando peso durante este gobierno de Putin, Malofeev se ha destacado como uno de los líderes empresariales y políticos ortodoxos más importantes de Rusia. A partir de él se tejen los lazos con algunos de los principales legisladores del país, como Vladímir Yakunin, jefe de los Ferrocarriles del país, y Alexander Provotorov, presidente de una de las principales operadoras de telefonía móvil. Sus redes llegan hasta la cúpula del Gobierno por medio de su íntimo amigo Igor Shchegolev, uno de los asesores personales de Putin; el filósofo ultranacionalista Alexandr Dugin, uno de sus maestros intelectuales; y Tikhon Shevkunov, el rasputín religioso del presidente, su padre espiritual y confesor privado.
El Departamento de Justicia de los Estados Unidos define a Malofeev como uno de los hombres “más estrechamente vinculados a la agresión rusa en Ucrania”, además de una de las principales fuentes de financiación para la promoción de grupos separatistas en la región de Crimea. En paralelo, siempre según la investigación del Gobierno estadounidense, el oligarca también es uno de los principales impulsores de la guerra en la autoproclamada República del Donetsk, en la que habría “ayudado materialmente, patrocinado y proporcionado apoyo financiero, material y tecnológico, o bienes y servicios a grupos separatistas”. En consonancia con esto mismo, Malofeev confesó al Financial Times en 2014 que deseaba la vuelta del Imperio Ruso con Vladímir Putin coronado como zar.
Desde 2013, coincidiendo con la fundación de CitizenGo, Malofeev lanzó una red televisión por cable (Russian TV Network) junto a su socio John Hanick, un ciudadano estadounidense emplazado en Moscú para promover el lobby ortodoxo ruso. Ese mismo año, según desveló una investigación de Público, Ignacio Arsuaga estuvo en contacto con Malofeev para pedirle una contribución de 100.000 euros para CitizenGo. En la carta, Arsuaga hace alusión a una antigua reunión personal entre ambos y a la necesidad de impulsar un lobby “pro-vida y pro-familia [...] tal y como resolvimos en el Congreso Mundial de las Familias de Madrid”.
El informe del Parlamento Europeo le sitúa como uno de los responsables económicos de las redes antigénero en Europa, atribuyéndole cerca de 80 millones de dólares invertidos entre 2009 y 2018 para promocionar los discursos ultraderechistas. En España, sus lazos lo encuadran como uno de los fundadores de CitizenGo en 2013 junto a Brian Brown, presidente del mencionado Congreso Mundial de las Familias y activista del lobby ultracatólico estadounidense Act Right, y el expolítico italiano Luca Volontè. Ambos todavía forman parte de su consejo de administración de CitizenGo junto a Alexey Komov.
“No tenemos pruebas para decir que el dinero de Malofeev haya terminado en las arcas de Vox, pero sí sabemos que ese mismo dinero ha servido para apoyarles, para pagar a sus organizaciones afines y para montar campañas a su favor”, resume Forti. Este extremo se confirma según una investigación de ‘OpenDemocracy’, que acusó a HazteOir de financiar indirectamente las campañas de Vox.
El rastro de los rublos
La importancia del nexo Arsuaga-Malofeev, con Komov como intermediario, se puede resumir de la siguiente manera: Ignacio Arsuaga, uno de los mayores causantes del alzamiento de Vox, pidió dinero a un hombre muy cercano a Putin para fundar la misma asociación con la que impulsó al partido y trabaja codo con codo con su mano derecha. Además, sigue en contacto estrecho con las más altas esferas del Kremlin y los lobbies integristas religiosos para trasladar su agenda a la política española y europea.
El hilo conductor del dinero, recuerda Forti, responde sólo a un objetivo: cumplir con la red antigénero trasnacional. Precisamente por este motivo, la relación entre Arsuaga y Abascal empezó a agrietarse tras los grandes éxitos electorales de Vox, en 2018 y 2019, y los acuerdos de gobierno que hizo con PP y Ciudadanos en Andalucía, Madrid y Murcia. Así, en agosto de 2019, HazteOir anunció su ruptura con Vox tras seis años de relación, argumentando que el partido se había “vendido muy barato” en la derogación de las leyes LGTBI.
En realidad, tanto Arsuaga como Abascal estaban esperando el momento oportuno. Una vez Vox pudo volar libre sin el apoyo económico de CitizenGo y sus generosos donantes, partido político y asociación, lo mejor era que no se les volviese a relacionar. La razón era doble: por un lado, ocultar la injerencia rusa y estadounidense en las campañas; por otro, alejarse del descrédito de HazteOir, cuya cúpula había sido recientemente acusada de pertenecer a la secta secreta integrista mexicana El Yunque, Arsuaga incluido. Dos años después, las acusaciones también salpicaron a varios miembros de Vox, entre ellos al jefe de campaña de Rocío Monasterio.
De un tiempo a esta parte, ya se ve, Abascal y Arsuaga pueden haber dejado de posar juntos en fotos, de compartirse en redes sociales o de invitarse a actos y eventos. Pueden borrar los tuits, quemar las fotos y ocultar sus afectos. Pueden anunciar su ruptura, pero el rastro de los rublos siempre los encontrará con sus ex. Moscú no es Madrid.