El algoritmo de Meta —la empresa antes conocida como Facebook— descubrió que me costaba dormir. Eso, sumado a que el sueño se ha convertido en un problema habitual en este mundo pandémico, hacen comprensible que en los últimos años los anuncios de apps y productos para dormir me persigan sin piedad en Instagram.
Aquellas aplicaciones milagrosas que me relajarían y me empujarían hacia el sueño reparador me iban pareciendo cada vez más seductores. ¿Estaré durmiendo mal por vicio cuando una aplicación móvil podría curarme de todos estos problemas?
Estaba decidida a hacerlo. Tenía que probar esas apps que ayudan a dormir más y mejor.
Por eso, durante 10 noches he abierto una de esas aplicaciones y he optado por algunas de sus sesiones para el sueño. Mientras (no) me quedaba dormida con el arrullo de sus lecciones, tomaba nota mental de qué debería contar luego a los lectores de EL ESPAÑOL.
El universo de las aplicaciones para dormir es muy amplio. Solo hay que probar a poner “sueño” en el buscador de la tienda de apps de turno para recibir una avalancha de resultados que prometen, entre otras, medir el tiempo de sueño o ayudar a conquistarlo. Lo difícil parece, de hecho, decidir qué app es o no algo serio, separar el grano de la paja.
Calm es la aplicación que ha funcionado como punto de partida para este reportaje, porque ha sido, al final, la que me ha cautivado con dos años de campañas publicitarias incesantes.
Su gran competidora es Headspace —tan popular que hasta tiene un programa en Netflix—, el otro gran escenario de mis pruebas.
Ambas son parte de ese universo de moda del mindfulness. Y no, no son exactamente baratas.
¿Cómo funcionan estos servicios? Cuando se abre una cuenta, la app deja acceder a una serie de contenidos que ayudan a lograr ciertos objetivos (dormir, por supuesto, pero también relajarse, reducir la ansiedad o conectar con una misma). Tienes a tu disposición música, sesiones de meditación, narraciones o espacios sonorosos. En inglés hay más contenidos que en castellano.
Descargué —con la gran emoción de la novedad— Calm. Mientras la app se carga, te invita a que cojas aire, antes de que el sonido de un cuenco tibetano te avise de que ya puedes empezar a usarla. Todo es muy zen.
Mi primer experimento fue con una sesión de meditación guiada. Durante media hora te invita a centrarte en tu respiración y a sentir cómo pesa tu cuerpo para irte quedando dormida. Que pasase el camión de la basura mientras la narradora me invitaba a relajarme no ayudó, pero lo cierto es que en ese primer día de prueba dormí bastante bien.
Mi expectativa con estas apps era que funcionasen como un hipnotizador de programa de variedades, llevándome al sueño con un simple chasquido de dedos. Así que la experiencia no me pareció gran cosa a priori, pero si los resultados finales eran buenos estaba dispuesta a olvidarlo.
El gran negocio del sueño
¿Debería entonces darle todo mi dinero a Calm para que me ayude siempre en la conquista de una buena noche de sueño? Porque aquí está el quid de la cuestión.
Si todas estas apps existen —y me persiguen con campañas en redes sociales— no es por el bien de la humanidad, sino porque dormir se ha convertido en una gran oportunidad de negocio. Las consultoras de mercado hablan directamente de la sleep economy, la economía del sueño.
Un informe de McKinsey de hace unos años ya arrancaba con la prometedora exclamación "¡hay miles de millones de dólares ocultos en el colchón!". Quien duerma mal podrá comprender la realidad de esta afirmación.
Si algo promete que ayudará a dormir y además no resulta muy caro, no te planteas no probarlo. Al final, las apps son una más de esas cosas en las que tirar dinero por la promesa de un reposo mejor.
La última estimación de Statista concluía que el mercado global del sueño iba a pasar de los 432.000 millones de dólares facturados en 2019 a los 585.000 millones de dólares previstos para 2024. Las cuentas son anteriores al estallido de la crisis del coronavirus, cuando todos empezamos a dormir mucho peor y el mercado tuvo un inesperado refuerzo.
Casi no hay que trabajar en una consultora para ver que esas cifras escalarán todavía más: una estadística reciente de la Sociedad Española de Neurología apunta que 12 millones de españoles no descansan de forma adecuada y que 4 millones padecen algún tipo de trastorno del sueño.
Calm
Tras mi primera noche con Calm estaba casi convencida de que estaba llamada a desaparecer de las estadísticas de la Sociedad Española de Neurología, convertida en un caso de éxito del buen dormir.
Ni 48 horas duró mi optimismo. El buen periodismo me obligaba a probar más opciones para el sueño y renuncié a repetir con la exitosa meditación guiada para optar en las siguientes dos noches por dos recursos sonoros en los que tenía muy poca fe.
La segunda noche escuché una historia para dormir de un viaje en tren por una Noruega en la que todo el mundo era empalagosamente amable, que odié profundamente (en mis notas al día siguiente apunté que parecía un capítulo de Black Mirror).
En la tercera noche opté por uno de los grandes reclamos mediáticos de Calm, sus sesiones de mezclas para dormir hechas por cantantes famosos. Escogí a Katy Perry por no hacer scroll buscando más opciones.
Fue el horror, ¡el espanto! Dormirse escuchando a Katy Perry primero y luego a su música en versión hilo musical de tienda Natura es imposible. Vale que a las 6 de la mañana me despertó un camión de reparto y que Katy Perry no tiene de eso nada de culpa, pero ese fue el día que peor dormí con diferencia de este experimento.
Me pasé el día siguiente como una zombi, muerta de sueño, irritable y muy, muy culpable. Culpable por no haber dormido bien y culpable por estar haciendo mal mi prueba de sueño.
"Es muy frecuente pensar que, si no consigues dormir bien, es porque estás haciendo algo mal. Los biendurmientes lo hacen parecer tan fácil… se acuestan, se tranquilizan y se duermen", me responde, al otro lado del mail, David Jiménez Torres, el autor de El mal dormir (Libros del Asteroide), en el que habla de su experiencia como alguien que duerme mal y que parecía, por tanto, la mejor persona con la que hablar de mis remordimientos. Dormir bien, me recuerda, sigue pareciendo algo que los adultos deben saber hacer. “También creo que perdura una idea cultural del sueño reglado como algo virtuoso, encaja en nuestra idea de orden”, añade.
Además, añado, ahora somos muy conscientes de los efectos que el mal sueño (continuado, matizan los expertos) tiene para nuestro cuerpo. "Desafortunadamente, dormir mal de forma continuada tiene efectos que podemos notar nosotros mismos a simple vista y efectos de los que no nos damos cuenta tan fácilmente", me dice Noelia Ruiz Herrera, profesora del grado en Psicología de la Universidad Internacional de La Rioja.
Nos volvemos más irritables y lentos o tomamos peores decisiones. El mal sueño también se ha asociado con una larga lista de enfermedades, desde cáncer a diabetes.
Tras mi noche espantosa gracias a Katy Perry decidí tirar la ética periodística por la borda y repetir con una sesión guiada hacia el sueño. Solo quería –y necesitaba– dormir.
El ruido de la calle
La gran prueba de fuego en mi experimento llegó hacia el ecuador del período de prueba. ¿Podría una app para dormir lograr neutralizar el ruido de la gente de fiesta en la calle, en la primera entrega de una fiesta local muy popular que llevaba dos años sin celebrarse por culpa de la pandemia?
Podría contarlo con gran épica y dramatismo, pero ahorrémonos la intriga y el misterio. Ante las masas de gente ruidosa y fiestera, la meditación y los ruidos relajantes no sirven para nada. Mejor echa mano de los clásicos tapones.
Aunque tendemos a pensar que dormimos mal porque hacemos algo mal en el proceso, la calidad del sueño está también muy marcada por la situación en la que nos encontramos. El estrés es uno de los grandes enemigos del buen dormir, pero también lo son cuestiones que se escapan a nuestro control directo. La calle debajo de tu ventana tendrá un impacto en cómo te duermes, por mucho que te empeñes en inhalar y exhalar al ritmo de la app de turno.
El ruido es un problema grave. Casi 190.000 españoles duermen mal por su culpa. Un estudio de ISGlobal y la Fundación la Caixa acaba de señalar que 60 millones de adultos en ciudades europeas viven cada día sometidas a un nivel de ruido de tráfico perjudicial para la salud.
Y, a pesar de que la profesora Ruiz Herrera me explica que no es fácil responder si ahora dormimos o no peor que en el pasado, nuestras condiciones de vida sí son muy distintas y muy poco favorables al sueño.
Al otro lado del teléfono el doctor Javier Puertas, vicepresidente de la Sociedad Española del Sueño, me indica que “nuestra forma de vida ha impactado en el sueño”. La electricidad ha conseguido que nunca estemos realmente a oscuras o que nos acostemos más tarde. Somos una sociedad “estresada y productiva” que vive en “ciudades ruidosas e hiper iluminadas” y eso nos lleva también a ser una con menos horas de sueño.
Headspace
Después de mis días con Calm, probé un par de días con su competencia, Headspace. Sus contenidos son muy parecidos y también probé meditaciones, paisajes sonoros —escuchar llover, aunque sea de mentira, me funcionó muy bien— o hasta una narración.
La verdad es que esos días dormí bastante bien, aunque estoy convencida de que no fue gracias a la app sino a mi charla telefónica con el doctor Puertas. “Preocuparnos por el sueño en exceso empieza a ser un problema de sueño”, me había dicho.
Sí, tengo que dormir mejor —como todos—, pero no debería obsesionarme con lo mal que lo estoy haciendo —al fin y al cabo, no es exactamente mi culpa—. Comprender que el camino a dormirme pasa por distraerme, por dejar de pensar en que debo quedarme ya profundamente dormida.
Quizás, incluso, estemos demasiado obsesionados con el sueño. Tanto el doctor Puertas como la profesora Ruiz Herrera hablan de cómo los wearables llevan a algunas personas a convencerse de que duermen pocas horas —y debemos hacer un llamamiento a la calma: en realidad, esos dispositivos no miden bien el sueño profundo—.
El sueño se ha convertido en un tema casi por así decirlo de moda. “Se está pasando de considerarlo una experiencia individual (e incluso incomunicable) a tratarlo como un tema de debate colectivo”, señala David Jiménez Torres.
Pero volvamos a las pruebas. Para mi última noche de experimento opté por una app gratuita, Pzizz, que intentó dormirme con una meditación en inglés que parecía una charla TED y con un sonido de fondo de tormenta muy inquietante.
La propia aplicación prometió despertarme de forma especial a las 7.30 de la mañana del día siguiente (spoiler alert: fue como un despertador más), cuando iba a madrugar para sentarme a escribir este artículo sobre cómo debería dormir más. La paradoja de las paradojas.