Parecía que la Covid-19 ya había pasado a la historia para el gigante asiático. Lo que en su día fue el origen de la peor pandemia mundial de la historia reciente acabó en el olvido mucho más rápido de lo esperado. La estrategia de "Covid cero" implementada por el gobierno chino desde el primer brote en Wuhan evitó la propagación descontrolada del virus por todo el país. En la ciudad de Shanghái, como en muchas otras, sus habitantes apenas sufrieron dos semanas de encierro parcial en los que se les permitió salir a comprar, tirar la basura o ir al trabajo en caso de contar con un permiso de trabajador esencial. Ahora, la situación se ha vuelto más radical que nunca.
Los habitantes de la mayor potencia económica del país -Shangái representa más del 5% del PIB chino- se encuentran desde el pasado 28 de marzo en una situación de encierro total. No se les permite ni siquiera ir a comprar o sacar a pasear al perro. El Centro Chino para el Control y la Prevención de Enfermedades (CCDC) decidió aplicar la misma política de casos 0 que se desplegó en Wuhan el pasado mes de febrero de 2020. Y ahora lo ha hecho incluso con mayor rigidez que entonces.
El centro de la ciudad está dividido en dos grandes distritos separados por el río Huangpu. Puxi es la zona vieja, donde viven la gran mayoría de los expatriados, mientras que Pudong es un distrito más nuevo que concentra gran parte de las empresas. Fue en este último barrio cuando el pasado 28 de marzo se decretó el primer encierro, que en un principio iba a tener una duración de tan solo cinco días.
“A las diez de la mañana anunciaron que a partir de las tres del mediodía ya no se podría salir más allá de la puerta de casa. La gente enloqueció y fue a los supermercados a comprar en masa. Todo se acabó en pocos minutos. Además, aquello provocó una explosión de contagios todavía mayor”, cuenta David -nombre falso.
Según relata, la mano de hierro con la que el gobierno chino ha aplicado estas políticas restrictivas no tiene precedentes en la ciudad. Este español, que vive en Shanghái desde principios de 2020 y trabaja como directivo de alto cargo en una multinacional europea, no ha querido revelar su nombre por miedo a posibles represalias. “Resulta muy peligroso hablar de la situación que estamos viviendo. Todavía más si lanzas algún comentario que pueda considerarse un juicio a las políticas del gobierno”, explica desde su apartamento en exclusiva a EL ESPAÑOL.
Nunca antes había hecho este tipo de declaraciones. Todavía menos se había planteado conceder una entrevista a un medio de comunicación, pero la situación límite que está viviendo lo ha llevado hasta aquí. “El sábado pasado estuve a punto de comprar un vuelo e irme de aquí. Llamé a mi padre y le dije: me voy. Al final, logré tranquilizarme poco a poco y no lo hice. Es la primera vez que me encuentro en una situación que me supere de esta manera”.
David tiene ataques de ansiedad e insomnio. Lleva más de 15 días encerrado y lo que más le perturba es no saber cuándo se va a acabar este confinamiento extremo. Cada dos días realizan cribados masivos con pruebas PCR en la recepción de los edificios, y cada día todos los ciudadanos deben hacerse un test de antígenos ellos mismos y enviar una foto del resultado al responsable de la comunidad. “Lo peor que te puede pasar es dar positivo. Te llevan a uno de los muchos polideportivos que han habilitado con camas de hospital y te encierran allí hasta que das negativo”.
Uno de sus compañeros de trabajo hace poco que salió de allí tras siete días de cuarentena. Cuando por fin dio negativo, le dejaron volver a casa. “Nos llamamos enseguida. Me contó que tienen las luces abiertas las 24 horas del día y ni siquiera tienen duchas donde poder asearse. Además, tampoco puedes cambiarte de ropa. Mezclan a los sintomáticos con los asintomáticos… ¡Es una completa locura!”, cuenta asustado.
Atrapados en la oficina
Una de las situaciones que han salido a la luz en los últimos días son las miles de personas que se han quedado atrapadas en el trabajo. Lo que en un primer momento se anunció como la posibilidad de estar hasta 48 horas en el lugar de trabajo y después volver a casa, acabó por convertirse en un confinamiento indefinido. “En la empresa donde trabajo hay más de 100 personas atrapadas en las oficinas. Les han comprado camas, duchas portátiles, tiendas de campaña…e incluso juegos para poder entretenerse”, detalla David.
El puerto de la ciudad -considerado el más activo del mundo en transporte de contenedores-, que ya se encontraba fuertemente congestionado, se encuentra en una situación límite como consecuencias de las fuertes restricciones aplicadas por el CCDC. Se espera que en las próximas semanas las dificultades se extiendan a las cadenas de suministro a nivel global, que con toda probabilidad vendrán acompañadas de una nueva subida del coste del transporte.
Los primeros en notarlo han sido los ciudadanos de Shanghái. El suministro de comida está siendo uno de los problemas más graves del confinamiento. “Se hace muy complicado comprar comida. Solo puedes hacerlo online y la mayoría de supermercados no tienen prácticamente nada”, cuenta el español.
David se pasa la mayoría del tiempo intentando comprar comida. “Me han añadido a decenas de grupos de WeChat (la aplicación de mensajería instantánea china) que intentan agrupar a la máxima gente posible para realizar comprar al por mayor. A día de hoy no hay otra forma de hacerlo. No he vivido nunca una guerra, pero es lo más parecido que he vivido nunca al racionamiento”.
El gobierno le trae comida a casa a cuentagotas, y muchas veces acaba recibiendo grandes cantidades de productos de forma irracional. “El otro día me llegaron a casa 50 litros de leche. Intercambié algunos tetrabriks por una docena de huevos con una vecina. Así es como estamos sobreviviendo”.
Hace dos años y medio que no ve a nadie de su familia. Volver a China una vez has salido del país se ha convertido en una auténtica peripecia. Hay muy pocos vuelos y las cuarentenas pueden llegar a ser interminables. “La mejor manera de volver es por Corea del Sur. Allí te obligan a estar 16 días confinado en un hotel. Una vez consigues llegar a China, estás obligado a pasar 14 días en otro hotel y siete días más en tu casa. Mi trabajo no me permite estar prácticamente dos meses encerrado. Esperemos que esto termine de una vez, o las consecuencias sociales y económicas pueden llegar a ser irreparables”, concluye.
Mientras, algunos ciudadanos se han hartado y han desafiado a las férreas autoridades chinas saliendo a la calle. Las consecuencias de estos actos de protesta ya se han saldado con cientos de detenciones.