El pueblo atemorizado por la vuelta de un violador con 181 años de condena: "Tiene miedo a reincidir"
Entró en prisión con 28 y ha regresado a Garcillán (Segovia), su pueblo, con 60 años. Sus impulsos sexuales eran "irrefrenables".
26 abril, 2022 02:59Noticias relacionadas
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Hubo un tiempo en que le conocían por su nombre, Mario Ayuso Gómez, pero ya no queda nadie para recordarlo. En verano de 1989, Mario murió y fue suplantado por ‘el violador del fin de semana’, un terror nocturno responsable de más de 20 delitos relacionados con los abusos sexuales. Todos habían ocurrido entre enero y septiembre de 1987, mientras se encontraba en libertad condicional por un cargo de robo con violación. Ahora, más de 32 años después, ha vuelto al pueblo que le vio nacer.
Si andas perdido por Garcillán (provincia de Segovia) los locales te lo notan al instante. Es un pueblo pequeño donde se cruzan muchos caminos, así que están acostumbrados. Te sonríen, te paran y te preguntan qué andas buscando. Tú dices que a Mario, el nuevo, y no les suena de nada. “El violador”, matizas, y la cosa cambia. Cejas levantadas, miradas de reojo y preocupación. En un pueblo de 500 habitantes las malas noticias corren deprisa, sobre todo cuando el vecino más famoso de la comarca es más conocido por su actividad delictiva que por su nombre.
Volvió a casa el 20 de abril, una fecha marcada en rojo en los calendarios de todos los convecinos. Entre ellos se preguntan, sospechan y murmuran, pero nadie lleva en el pueblo el tiempo suficiente como para reconocerle. Los que sí, tampoco lo recuerdan. No llegaron a conocer a Mario, pero sí al ‘violador del fin de semana’, que en las últimas tres décadas ha adquirido casi un aire mitológico entre las calles de Garcillán.
En la última semana ha tomado cuerpo y forma, recluido en la antigua casa de sus padres de la calle Marazuela, pero nadie le pone cara. “Entró en la cárcel con 28 años y ha vuelto con 60, es imposible saber quién es”, explica a EL ESPAÑOL un vecino del bloque de al lado que, por edad, debería haber coincidido con él, aunque no lo recuerda. El resto comparten la misma preocupación de no saber si están saludando a un nuevo vecino o a un viejo violador condenado a 181 años de cárcel.
Psicosis y violencia
En los años 80, Mario Ayuso (1960) llevaba una doble vida. Durante la semana vivía y trabajaba en Garcillán, ayudaba a su padre en el campo y reparaba coches en un taller mecánico en Segovia. Sus vecinos lo tenían por un chico tranquilo y callado, aunque con mal genio. Nunca tuvo un mal comportamiento en el pueblo, pero todos sabían lo que pasaba en cuanto traspasaba el término municipal.
Todo empezó al volver de la mili. Mario llegó a casa con una nota del médico militar, que hablaba de cómo al pequeño de la familia le pasaba “algo raro” y necesitaba un tratamiento de psicoterapia. Fue ingresado en el psiquiátrico tres ocasiones: del 1 de febrero de 1982 al 1 de junio del mismo año; una semana del 6 al 13 de octubre de 1983 y otra más del 28 de septiembre al 4 de octubre de 1984. Nunca volvió a ser el mismo.
Su ficha en el hospital psiquiátrico de Segovia habla de una “personalidad anormal” y una “psicopatía” que se manifestaba con tendencia a la violencia y la perversión. Según reconoció Ayuso en el juicio, años después, sus impulsos sexuales eran “irrefrenables”, pero menguaban de lunes a viernes. Llegado el sábado, la cosa cambiaba.
Ayuso aprovechaba los fines de semana para, al amparo del anonimato, acercarse a los pueblos de al lado y dar rienda suelta a sus deseos más oscuros. Entre 1982 y 1985 robó y violó a varias mujeres a las que abordaba en los portales de sus viviendas, amenazándolas con una navaja, una cuerda o un destornillador. En cuanto saltaba la voz de alarma y su cara empezaba a ser conocida, se despedía para no volver. Así fue cambiando de ciudad hasta llegar a Madrid, el blanco perfecto.
Mientras tanto, nunca dio problemas en su Garcillán natal, pero todos sabían que algo no iba bien. Por aquel entonces, Mario había sido detenido en Segovia en dos ocasiones, el 21 de septiembre de 1982 y el 11 de noviembre de 1983, por abusos deshonestos, y una tercera en Valladolid, el 16 de junio de 1984, por escándalo público. La cuarta, el 8 de noviembre de 1987 en una glorieta de Madrid, fue la definitiva. Tenía 27 años.
La pieza que faltaba
Todos las violaciones tenían algo en común: se cometían en Madrid, ocurrían de noche y siempre en días de fiesta, tanto festivos como fines de semana. La policía se devanó los sesos durante meses tratando de buscar a aquel violador en serie que, sin orden ni concierto, era incapaz de localizar por muchas víctimas que podían reconocerle. Al final, todo se resolvió por una casualidad.
Ocurrió el domingo 8 de noviembre de 1987. Una mujer paseaba por la glorieta de Santa María de la Cabeza y le vio. Alto, delgado, moreno, cabizbajo. Era él. No sabía su nombre, pero lo identificó como el hombre que la había asaltado el pasado 15 de agosto en el ascensor de su casa. El mismo que sacó un destornillador, la obligó a desnudarse, la violó y le robó la cartera.
Ese mismo día, a las once de la noche, la Policía Nacional detuvo a Mario Ayuso Gómez. Hacía apenas dos horas que acababa de intentar abusar de otra joven, esta vez de 23 años, mientras entraba en el portal de su casa. Cuando esta misma joven fue el lunes a la comisaría del distrito de Mediodía a poner la denuncia, se encontró con él y lo identificó al momento.
En los bolsillos del violador encontraron una pequeña navaja, un destornillador y una cuerda con nudo corredizo. Esta forma de operar, sumada a la descripción física del individuo, llevó a la policía a sospechar que pudiera ser el autor de otros 12 casos, consumados o en grado de tentativa, registrados en Madrid, fundamentalmente en Argüelles, Arganzuela y Mediodía. Al final fueron, por confesión propia durante el juicio, más de veinte. Todos entre enero y septiembre de 1987, mientras se encontraba de permiso penitenciario por un delito anterior de robo con violación.
Le condenaron a 181 años de cárcel por cuatro robos con violación consumados, siete más en grado de tentativa, una violación culminada, otras tres que se quedaron en intento y un delito más por abusos deshonestos. Cumplió 32, los máximos estipulados por sus delitos, y la gente está intranquila con su vuelta.
Son pocos los que saben que ya había regresado una vez, hace cosa de 15 años, con su último permiso. Llegó por la mañana, pidió las llaves del cementerio, presentó sus respetos a sus padres y volvió a la cárcel. Dicen los que le conocen que, si por él fuera, se quedaría en chirona. “Para no liarla más, por miedo de volver a caer”. No pudo ser, y ahora ha vuelto a Garcillán, el pueblo donde se cruzan los caminos. Donde regresa siempre el fugitivo.