Imaginen que mañana despiertan con una noticia: han encontrado el cuerpo sin vida de Isabel Díaz-Ayuso. Infarto. Días más tarde aparece también el cadáver de Alberto Núñez Feijóo. Cayó desde una ventana: suicidio. Y, como si una ola de infortunios fuese arrasando las hojas del calendario, en los años venideros la lista de muertos va creciendo: el antiguo miembro del Gobierno Pablo Iglesias, el empresario Amancio Ortega, el influencer Jordi Wild, la activista por el Sáhara Sultana Jaya, el periodista Vicente Vallés, Carmen Calvo y José Luis Ábalos, que saben demasiado...
En esta distopía, posiblemente, usted no pensaría que todo se reduce a accidentes, enfermedades desconocidas, causas naturales y más infartos y más suicidios. Usted diría que una dictadura ha llegado a España, algo inconcebible. Esto es lo que lleva pasando en Rusia desde la llegada de Putin al poder.
El siglo XXI ruso ha visto cómo esta nueva peste negra ha ido avanzando invisible por la estepa siberiana dejando una hilera de muertos anegados en la nieve. Los más conocidos: Litvinenko, Berezovsky, Lesin, Nemtsov. Pero una investigación de EL ESPAÑOL amplía la lista a 100 personas cuyo fallecimiento es vinculable al Kremlin. Si bien el gobierno ruso lo niega todo, el estudio de las circunstancias y de multitud de fuentes e informes muestran claros indicios de lo contrario.
Periodistas, empresarios, activistas, funcionarios, artistas, médicos, diplomáticos… casos aislados que, como en las intrigas de John le Carré, no resultan ser tal. Las muertes de muchos de ellos dibujan un trazo que los va interconectando hasta dejar entrever un ‘modus operandi’ y una red de personas tras los presuntos crímenes. El Servicio Federal de Seguridad (FSB, antiguo KGB, del que Putin formó parte), con sus espías y agentes dobles; el servicio de inteligencia militar (GRU); y los aliados regionales (Georgia, Uzbekistán, Kirguistán).
En total, 100 muertes que no son lo que parecen (o sí). 100 muertes con algo en común: todas fueron personas incómodas para el gobierno. 16 envenenamientos, 10 caídas extrañas (desde edificios, trenes o incluso helicópteros), 22 por disparos, 14 golpeados o apuñalados… en Rusia y más allá, porque los 'suicidios' y los 'infartos' no ocurren solo dentro de las fronteras: 44 fallecieron en el extranjero, principalmente Reino Unido. Igual que hizo Martin Amis con Stalin en Koba, el Temible, poner nombre a las víctimas es la única manera de evidenciar el horror. Estos son los nombres y los rostros que evidencian la dictadura de Putin.
Caso Litvinenko-Berezovsky
Era 2006 cuando el baloncesto ruso recuperó la gloria de la añorada época soviética: el CSKA de Moscú, con la estrella nacional Kirilenko, ganaba la Euroliga. Ese mismo año Alexander Litvinenko, un antiguo miembro del KGB, era asesinado en Londres.
Litvinenko había sido una pieza importante del KGB en los 90 encargándose de impedir el contrabando de armas con los rebeldes chechenos. Sin embargo, todo se torció cuando en 1998 impidió el asesinato de Boris Berezovsky por parte del KGB (llamado ya FSB). Tras pasar por la cárcel, Berezovsky elaboró un plan de huida que lo llevó hasta Londres, donde Litvinenko recibió asilo político.
Berezovsky era uno de los principales oligarcas rusos. Quien otrora había sido amigo íntimo de Putin, las discrepancias con el presidente tras su ascenso al poder y los problemas fiscales acabaron con su exilio a Reino Unido. Y Putin, como exmiembro del KGB adiestrado en la Academia Yuri Andropov, conoce bien el código de los espías: “Ni olvido ni perdón”.
La oficina de Berezovsky en Down Street se convirtió en el principal reducto de la oposición. Blindada como la mansión de los Corleone, con un ejército de 20 coches de seguridad que lo escoltaban a todas partes, por allí pasaron los exiliados más poderosos, un auténtico ¿Quién es quién? de los hombres más buscados de Rusia.
Berezovsky y su socio Badri Patarkatsishvili formaban un tándem realmente peligroso para Putin, eran como Sonny y Michael Corleone, la cara y la cruz de una misma moneda: irreverente y vitriólico el primero, apaciguado y de modelas exquisitos el segundo. Berezovsky se encargó de que a Litvinenko no le faltase de nada: a través de su figura pensaba construir la campaña internacional contra Putin. Litvinenko era el eslabón que esposaba al presidente con los atentados en los que fallecieron 300 rusos.
Para financiar su plan, Berezovsky necesitaba además sacar su dinero de Rusia. Por ello contó con la ayuda de los abogados Stephen Moss y Stephen Curtis y de Scot Young, un empresario que conocía bien todos los resquicios legales del sistema financiero británico. Este último era especialmente importante para Berezovsky: como el Señor Lobo de Pulp Fiction, Young ‘solucionaba problemas’.
“Ni olvido ni perdón”
Stephen Moss murió de un aparente infarto en 2003. Al año siguiente, el helicóptero de Stephen Curtis cayó en picado como una avioneta de papel sobre un campo de Bournemouth. Los servicios secretos estadounidenses vincularon los incidentes con Putin.
Ya en 2006, dos días antes del envenenamiento a Litvinenko, el diplomático Igor Ponomarev murió tras una repentina sed que lo obligó a beber tres litros de agua. El cuerpo fue repatriado a Moscú a toda prisa, antes de que se le realizase autopsia. Ponomarev iba a reunirse con unos investigadores que estaban examinando la relación entre el FSB y la mafia rusa.
Diez años después, su amigo Vladimir Shcherbakov ‘se suicidaba’ en Londres. El que antaño fue jefe de la sección regional de la Unión Popular Rusa había caído en desgracia: Andrei Lugovoy –antiguo oficial del KGB acusado del asesinato de Litvinenko– iba tras él por malversación de fondos. En un cable confidencial filtrado por WikiLeaks, Shcherbakov le había dicho a Ponomarev: “A nadie le importa quién es el líder, la gente se preocupa por comer y trabajar”.
El 1 de noviembre de 2006 Litvinenko fue trasladado al University College Hospital por envenenamiento. El 23 de ese mismo mes fallecía y el Kremlin negaba su implicación. Sin embargo, los informes policiales dicen lo contrario. EL ESPAÑOL ha accedido a la conversación que tuvo cuatro días antes de morir con el detective Hyatt, donde Litvinenko confirma sus relaciones con Berezovsky y Badri y los intentos de asesinato anteriores. En el documento aparece identificado como Edwin Redwald Carter, el nombre falso con el que Litvinenko huyó de Rusia.
Asimismo, este periódico ha podido comprobar el informe médico de la muerte de Litvinenko. La conclusión del doctor Harrison era “concentración en la sangre de polonio-210”.
Diez años más tarde, el científico Matthew Puncher amanecía muerto a cuchilladas en Oxforshire. Aparentemente fue un suicidio, pero como este periódico ha comprobado, Puncher aparecía en el informe del doctor Harrison: fue clave para descubrir que Litvinenko había ingerido polonio-210, un veneno radiactivo con origen en Rusia.
También vinculado con Litvinenko está el asesinato de Daniel McGory, un periodista del Times que había informado del caso y que estaba a punto de ser entrevistado en un documental sobre Litvinenko.
Berezovsky y su círculo tampoco corrieron mejor suerte, aunque al menos la muerte sí tardó más en visitarlos. El primero en caer fue el empresario Yuri Golubev. Tras enemistarse con Putin y ser detenido, este magnate hizo como tantos otros apadrinados por Berezovsky y sacó todo el dinero que pudo de Rusia. Prueba de ello son los documentos analizados por EL ESPAÑOL donde puede verse cómo se unió en 2003 al Global Management Worldwide Limited de Bahamas. Apenas dos meses después de Litvinenko, Golubev también era encontrado muerto en su apartamento londinense.
En 2008 fue el turno de Badri Patarkatsishvili. Otro más con un paro cardíaco. O eso dijeron, ya que los servicios secretos estadounidenses nunca creyeron esa versión. Este periódico ha comprobado que tanto Badri como Berezovsky como Andrei Lugovoy aparecen en el registro de llamadas de este de los días colindantes a su envenenamiento.
El otro gran nombre que puede verse en estos archivos es el de Nikolai Glushkov. Enemigo declarado de Putin, los informes de la CIA demuestran que era uno de los principales amigos y socios de Berezovsky: “Describiría a Badri y Glushkov como los verdaderos amigos de Boris”. La forense británica dictaminó que había sido estrangulado y que “lo hicieron de forma que pareciese un suicidio”.
Esta danza macabra continúa con el último gran amigo de Berezovsky, su asesor Scot Young. Johnny Elichaoff, Paul Castle, Robert Curtis y Young, empresarios de éxito, solían reunirse en el restaurante Cipriani de Davies Street, a 10 minutos de la oficina de Berezovsky y del Hotel Dorchester, donde también se reunían. De hecho, se los conocía como ‘los Cinco del Cipriani’.
Todos debían de padecer problemas de vértigo: Curtis y Castle ‘se tiraron’ a las vías del metro; Elichaoff cayó del tejado de un centro comercial; Young murió empalado. Esta última es desconcertante al no corresponder con el ‘modus operandi’. Pero si comprobamos la vivienda de Young en Google Maps es fácil alcanzar la explicación: cayó desde su cuarto piso y quedó empalado en las vallas con forma de lanza que había justo abajo. Todos, además, tenían problemas con la mafia rusa.
Berezovsky, como Badri, fue encontrado ahorcado en la sauna de su mansión, en 2013. Con Mikhail Lesin, ex ministro de comunicación, habían asegurado el ascenso al poder de Putin. Una vez muerto Berezovsky, Lesin era la última pieza peligrosa en el extranjero. En 2015, Lesin padecía un oportuno ataque al corazón. La autopsia, consultada por EL ESPAÑOL, demuestra que el FBI concluye que la causa de la muerte fue un “traumatismo en la cabeza por objeto contundente”.
Caso Kuashev-Magomedraginov
Era 2014 cuando Rusia se convirtió en ejemplo mundial: la organización de los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi fue un auténtico éxito organizativo y de concordia. Ese mismo año el periodista y activista por los derechos humanos Timur Kuashev fue presuntamente asesinado por el FSB.
Todo hacía indicar que Kuashev había sido envenenado, por eso se abrió una investigación que acabó en 2016 con una conclusión sorprendente: causa del fallecimiento, insuficiencia cardíaca. Los investigadores dijeron no encontrar ninguna toxina en su cuerpo. Sin embargo, investigaciones paralelas realizadas por Bellingcat sugieren lo contrario.
Bellingcat demostró que cinco miembros del FSB estuvieron rondando el lugar de residencia de Kuashev justo antes de su muerte. Entre ellos Kudryavtsev, relacionado con el envenenamiento de Alekséi Navalny en 2020.
Además, EL ESPAÑOL ha tenido acceso a la autopsia de Kuashev y descubre que fue realizada por el Instituto de Ciencias Forenses del FSB (es decir, por los compañeros de los supuestos asesinos). Las firmas que aparecen en el documento son las siguientes: Vasily Anatolyevich Kalashnikov, Andrey Vyacheslavovich Bordulyak, Elena Borisovna Guseva e Ilya Viktorovich Etov. El primero de ellos, Kalashnikov, fue el responsable de limpiar las pruebas de envenenamiento en el citado caso Navalny.
El doctor Carlos Cuadrado, presidente Asociación Profesional de Criminólogos de España y uno de los peritos forenses más prestigiosos del país, ha analizado para este periódico la autopsia de Kuashev, según la cual no hubo envenenamiento. En su opinión, la autopsia fue realizada de forma correcta. Sin embargo, puntualiza que “los peritos tenemos que responder exactamente a lo que se nos solicita o consulta. Es decir, en este caso se analizó lo que se solicitó analizar, lo correcto hubiera sido, si se desea un análisis más completo, o amplio, que se hubiera indicado en la petición inicial”.
Lo más probable es que los forenses supiesen cuál era el veneno utilizado y, de ese modo, no buscarlo. “Lo que me temo en este caso, y en muchos que he visto profesionalmente, es que la sustancia empleada no estuviera fiscalizada y, por tanto, no formara parte de la mayoría de bases de datos”, explica el doctor Cuadrado.
Osipov y Kudravtsyev, los mismos agentes del FSB que viajaron hasta la ciudad de Kuashev, Bellingcat certificó que hicieron ese año otro sospechoso viaje anterior a otra muerte: la del activista daguestaní Ruslan Magomedragimov.
En todos estos casos, no hay imágenes de cámaras de seguridad porque fueron desactivadas antes del crimen. Pese a que informes médicos aseguraban que Magomedragimov tenía un corazón sano y pudo haber sido asfixiado, los investigadores oficiales cerraron el caso con otro ‘fallo cardíaco’. También de infarto se supone que murió Nikita Isaev, un político que regresaba en tren a Tambov desde Moscú.
EL ESPAÑOL ha comprobado que, el día antes de su muerte, Isaev había publicado en la red social VKontakte (VK, conocida como el ‘Facebook ruso’) una fotografía con grupos de protesta reunidos contra la construcción de un vertedero gigante, enésimo ejemplo de la corrupción local.
Caso Skripal-chechenos
Era 2018 cuando Rusia se encontraba inmersa en su mejor jugada dentro de su estrategia de ‘soft power’: sede del Mundial de fútbol, acababan de eliminar a la favorita España y su imagen pública con Occidente y Medio Oriente se veía impulsada. Ese mismo año Dawn Sturgess, una ciudadana anónima de Wiltshire (Inglaterra), moría inexplicablemente envenenada por novichok. Su novio se había encontrado un perfume de Nina Ricci en perfecto estado en la basura. Debió de pensar que era su día de suerte y se lo regaló a su novia. Poco tiempo después, ella fallecía.
El perfume era en realidad el frasco que contenía el letal agente nervioso novichok utilizado cuatro meses antes, a 13 km de allí, para matar al exespía ruso Sergéi Skripal, que sobrevivió.
Dos meses después, Scotland Yard tenía a los culpables. Las imágenes de las cámaras de seguridad del aeropuerto de Gatwick revelan que dos personas, llamadas Petrov y Boshirov, entraron en la ciudad justo antes del envenenamiento de Skripal. A pesar de que las imágenes no dejan lugar a la duda, el Ministerio de Asuntos Exteriores ruso dijo que era “una gran falsedad”.
Chechenos
Petrov y Boshirov eran en realidad los oficiales del GRU Alexander Mishkin y Anatoliy Chepiga disfrazados y con pasaportes falsos. Este último, condecorado como ‘héroe de Rusia’, dirigía una unidad (la 74.854) que fue clave en Chechenia y en Crimea en 2014.
Abdulwahid Edelgiriev era un comandante checheno abatido en Estambul por dos mercenarios rusos. Haber Turk identificó en las imágenes de seguridad a uno de ellos: era Anatoliy Chepiga, aquí bajo el seudónimo de Andrei Sholkhov.
Ruslan Israpilov también había sido un combatiente checheno. Había luchado con Edelgiriev para echar a los rusos de su tierra. Le pegaron cuatro tiros en la nuca. Timur Mahauri, checheno que luchaba en favor de Ucrania, murió en Kiev por un coche bomba. Era enemigo personal del presidente prorruso checheno Ramzan Kadyrov.
Esta forma de matar –coche bomba– es propia de los atentados de guerra y Rusia solo la ha utilizado en este contexto, pero varias veces. Así fue con Amina Okueva, guerrera chechena casada con Adam Osmayev, quien también sufrió un conato de asesinato, y acusados de conspirar para matar a Putin.
Con Imran Aliev acabaron a puñaladas. Zelimkhan Khangoshvili fue ejecutado en un parque de Berlín y el sospechoso pertenecía al FSB. También a tiros mataron a Mamikhan Umarov en Viena. El exalcalde de Argun, que llevaba en la cárcel desde 2019 por deslealtad a Kadyrov, cayó por un precipicio en 2021. Todos estos chechenos tenían algo en común: eran críticos con el presidente aliado de Putin Kadyrov.
Abdullah Bukhari no tenía aparentemente nada que ver con ellos, pero fue asesinado por motivos similares. Las imágenes de una cámara de seguridad muestran cómo este clérigo uzbeko fue matado a tiros por la espalda. El exmilitar turco Alican Eleman confesó en 2016 que ‘Sasha’, un uzbeko con pasaporte ruso, tuvo una reunión con él. Buscaba asesinos a sueldo para acabar con “una lista de 15 personas, a razón de 300.000 dólares por cabeza”.
El profesor de la Universidad Pontificia de Comillas y especialista en conflictos internacionales y espacios postsoviéticos José Ángel López Giménez explica a EL ESPAÑOL que las operaciones de Putin en Uzbekistán buscan mantener su autoridad. “La estrategia del Kremlin en la región es mantener gobiernos aliados y socavar cualquier intento de reversión de esos regímenes amigos (Ucrania, Georgia, Uzbekistán, Kirguistán o como hizo a principios de año en Kazajistán sosteniendo el gobierno de Tokayev). Tan solo Turkmenistán va por libre, que es una satrapía”.
Caso Ucrania-tártaros
Era 2017 cuando Rusia demostró que había vuelto a ser la gran potencia de antaño en ajedrez: conseguía colar a 25 de sus jugadores entre los 100 mejores del mundo. Ese mismo año fallecía la activista tártara de Crimea Vedzhiye Kashka a los 83 años tras ser detenida en una redada rusa y sometida a un interrogatorio pese a su delicada salud.
Reshat Ametov también protestaba en Simferopol contra Rusia cuando fue secuestrado por tres hombres que nunca se identificaron. El cuerpo de Ametov apareció en un bosque, había sido torturado. Igual que Fakhri Mustafayev, otro tártaro de Crimea encontrado muerto tras haber sido secuestrado. Igual que Volodymy Rybak, secuestrado, torturado y asesinado por milicias prorrusas tras izar la bandera ucraniana en el consejo municipal de Horlivka, tal y como señala el informe consultado de Amnistía Internacional.
Además de tártaros, han sido numerosas las personas que se han opuesto a las operaciones de Putin en Ucrania. Según el informe del Instituto Real de Asuntos Internacionales anterior a la guerra, “los métodos duros han reaparecido en la Ucrania no ocupada. Desde finales de 2016, estos han incluido una campaña de asesinatos contra comandantes de las fuerzas especiales ucranianas”.
Maxim Shapoval, alto cargo en el Ministerio de Defensa ucraniano, fue asesinado con un coche bomba en Kiev. Investigaba para el caso de Ucrania contra Rusia por el Donbass llevado al Tribunal de La Haya. Otro coronel, Yuiy Voznyi, también fue víctima de un coche bomba el 28 de junio de 2017, al día siguiente que Shapoval. Y el periodista Pavel Sheremet, cuyo coche explotó en Kiev. En 2017, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos recomendó a la ONU “investigar la muerte de Sheremet para garantizar la rendición de cuentas”.
2017 también fue el año en que asesinaron al exdiputado ruso Denis Voronenko en Kiev poco después de conseguir la ciudadanía. Poroshenko, presidente ucraniano, dijo en un comunicado que “Voronenko era uno de los principales testigos de la agresión rusa”.
El abogado Viktor Parshutkin, que llevó a Rusia a retirar los cargos falsificados contra un prisionero político ucraniano, y los activistas en favor de Ucrania Alesya Malakyan, Vladimir Shreydler y Alexei Stroganov fallecieron entre 2016 y 2017 por supuestos infartos. No obstante, Stroganov tenía fotos en su Facebook con Boris Nemtsov, uno de los crímenes más famosos en Rusia.
Nemtsov había sido viceprimer ministro e implacable crítico de Putin. Había elaborado un informe titulado Juegos Olímpicos de Invierno en el subtrópico: Corrupción y abusos en Sochi, donde detallaba la corrupción en los Juegos Olímpicos de 2014.
Antes de morir preparaba otro informe, Putin. War. EL ESPAÑOL ha accedido a los materiales que sobreviven de lo recopilado por Nemtsov y ha comprobado que en él incluía pruebas negadas por Putin sobre la guerra en Ucrania: bajas rusas, costes económicos y financieros de la guerra, las atrocidades cometidas por Rusia, y revelaba el papel de las fuerzas enviadas por el líder checheno Ramzan Kadyrov. Un escuadrón del FSB lo disparó en un puente cerca del Kremlin.
En ese puente, desde entonces, la población rusa levantó una especie de monumento conmemorativo de Nemtsov. Iván Skripnichenko era un voluntario que custodiaba las flores y demás recordatorios. Murió a consecuencia de un golpe en la cabeza mientras estaba en el puente. Nadie fue condenado.
Caso Navalny
Era 2021 cuando Rusia se confirmó como una nueva potencia en el tenis mundial: la dupla compuesta por Daniil Medvédev y Andrey Rublev ganaban la Copa ATP de selecciones. Ese mismo año, el médico Sergei Maximishin, que había tratado y salvado al abogado y activista anticorrupción Alexei Navalny envenenado con novichok, moría de un infarto.
Anton Nossik era un bloguero muy famoso en Rusia, crítico de Putin. En la manifestación contra la represión, en la que también estuvo Navalny, Nossik dijo: “Hay muchas cosas terribles en esta legislación, muchas cosas inconstitucionales a las que podemos oponernos como ciudadanos”. Falleció de un supuesto infarto poco después.
Petr Ofitserov era el socio de Navalny. Juntos fueron condenados por robar dinero en 2013 de la empresa estatal Kirovles, y juntos lo denunciaron al Tribunal Europeo de Derechos Humanos, como ha podido comprobar este periódico. En 2016, el TEDH dictaminó que “habían sido condenados por acciones indistinguibles de una actividad comercial regular” y anuló la condena. Meses después, Ofitserov sufría una conmoción cerebral fatal.
Caso funcionarios
Era 2010 y Rusia quería demostrar que la lucha, para ellos, era simplemente un deporte: organizaron el Campeonato Mundial de Lucha en el Estadio Olimpiski de Moscú. Ese mismo año, el cadáver de Gareth Williams fue descubierto en el interior de una bolsa deportiva.
Williams trabajaba para el servicio de inteligencia británico investigando el blanqueo de dinero ruso. Igor Sergun, en cambio, era general de la inteligencia rusa (GRU). En su mandato despreció al FSB y al SVR. Tuvo un infarto a los 58 años. Nada tenían en común Williams y Sergun salvo una cosa: sabían demasiado.
Vyacheslav Sinev era el presidente del comité ejecutivo del consejo de la Agencia Rusa Antidopaje (RUSADA). Como Nikita Kamaev, exjefe de la RUSADA, participaron en el escándalo del dopaje de deportistas rusos. Kamaev se ofreció a escribir un libro contando toda la verdad “del dopaje en Rusia desde 1987”. Ninguno vivió lo suficiente para contar su experiencia: ambos tuvieron un infarto en el intervalo de 11 días. Y Vitaly Mutko, que había sustituido a Kamaev en la RUSADA, ascendió a viceprimer ministro.
Los funcionarios muertos en extrañas circunstancias que compartían la característica de saber demasiado son numerosos. Bruno Charles de Cooman, vicepresidente belga de investigación y desarrollo de Novolipetsk Steel, se cayó por una ventana. Trabajaba para una de las mayores fortunas de Rusia: Vladimir Lisin. Yevgenia Shishkina, coronel de la policía que investigaba casos de malversación de fondos, murió de un disparo en el cuello. Tatiana Sekerina, jueza contra la corrupción, debió tener un muy mal tropiezo, pues cayó desde su piso, un decimoquinto. Desde otro decimoquinto cayó Andrei Kudryashov, que acababa de ser despedido: era jefe de finanzas de la red de búnkeres subterráneos de Putin.
Sin duda, fueron tiempos de resbalones inoportunos, porque Natalia Lebedeva también cayó por una ventana del hospital donde trabajaba: había denunciado los métodos de control y la escasez de equipos contra el covid. Lo mismo le ocurrió a la médica Yelena Nepomnyashchaya. Aunque no solo de resbalones: el helicóptero del fiscal general Saak Karapetyan también cayó en Kostroma después de que el piloto fuese disparado. Karapetyan había participado en las investigaciones de Skripal y de Litvinenko.
El nombre de Oleg Erovinkin, por su parte, aparece en Special Counsel Mueller Investigation Records Part 16 of 23 del FBI. General de la Agencia de Inteligencia de Rusia, era sospechoso de estar ayudando a la inteligencia británica a elaborar un informe perjudicial sobre Donald Trump. Murió repentinamente en su coche a los 61 años.
Caso periodistas
Era 2013 cuando Rusia seguía mostrándole al mundo que servían casi para cualquier deporte: Timerzyanov ganaba el Campeonato Europeo de Rallycross de la FIA y Rusia contaba con el mayor número de nadadores federados de su historia. Ese mismo año era asesinado el editor del periódico Selsovet Nikolai Potapov. Se hizo famoso tras iniciar una huelga de hambre exigiendo que se cumplieran las leyes.
El nombre de Akhmednabi Akhmednabiyev, columnista del Novaye Delo, formaba parte de una ‘lista negra’ de activistas por los derechos humanos en Daguestán. Un sicario se encargó de cumplir su aparición en esa lista.
El lema del Ton-M, periódico del que era redactor jefe Dmitri Popkov, rezaba lo siguiente: “Escribimos lo que otros callan”. Popkov se vio obligado a callar lo que sabía de la corrupción policial cuando lo mataron a tiros en su casa.
Como estos, son muchos los periodistas críticos que han fallecido en Rusia: Victor Aphanasenko; Irina Ostashchenko, del Informer; Alexei Yermolin, del Krymskaya Pravda; Nikolai Andruschenko, del Novy Peterburg; Yevgeny Khamaganov, que murió al día siguiente de Andruschenko; Maxim Borodin, del Novy Den; Orkhan Dzhemal, Alexander Rastorguev y Kirill Radchenko, que trabajaban en República Centroafricana para el medio de Mijaíl Jodorkovski; Mikhail Kirakin, que había dicho días antes que temía por su vida; Irina Slavina, de KozaPress; Alexander Tolmachev, que murió encarcelado; Magomedzagid Varisov, del Novaye Delo; o Magomed Yevloyev, de Ingushetiya. Periodistas críticos con el Kremlin, cuyos asesinatos, impunes, han sido denunciados sin respuesta por instituciones como la Federación Internacional de Periodistas o el Tribunal de La Haya.
Pero si hay un medio que ha sufrido más que ninguno esta represión es el Novaya Gaceta, un periódico independiente de Moscú que informa sobre los atropellos del Kremlin a los derechos humanos. Anna Politkovskaya, Anastasiya Baburova, Yuri Shchekochikhin y Natalya Estemirova murieron por su trabajo de investigación para este periódico.
Caso Magnitsky-Trump
Era 2012 cuando Rusia demostraba que podía vencer a otros países en su especialidad: ganaba el Mundial de Suecia y Finlandia de hockey sobre hielo. Ese mismo año Alexander Perepilichny, un antiguo magnate ruso, era envenenado con gelsemium, una planta que causa el paro cardíaco.
En 2009 se destapó un caso de malversación de fondos de proporciones gigantescas. El empresario británico Bill Browder que investigaba la estafa fiscal había conseguido que Perepilichny aceptase declarar. La muerte de Perepilichny se produjo justo antes de que “tuviera que aportar pruebas adicionales a las autoridades suizas en un 'enfrentamiento' con Vladlen Stepanov, el marido de un alto funcionario que era un actor clave en el fraude fiscal que Magnitsky había descubierto”, según el informe del Committee on Foreign Relations United States Senate consultado.
El abogado de Browder, Sergei Magnitsky, fue quien destapó la corrupción sistémica del gobierno de Putin. Por ello, fue torturado en la cárcel y asesinado ese 2009. En su memoria, en Estados Unidos se creó la Ley Magnitsky para condenar este tipo de fraudes. De hecho, en la investigación sobre la interferencia rusa en las elecciones de 2016, se demuestra que uno de los intereses de Rusia en que Trump fuese presidente residía en la eliminación de la Ley Magnitsky.
EL ESPAÑOL desvela que la persona que conecta todos estos casos es Natalya Veselnitskaya, hija del empresario Peter Katsy, propietario de Prevezon Holdings Ltd. Esta empresa estaba demandada por el fraude expuesto por Magnitsky. A su vez, Veselnitskaya es la persona que aparece en la declaración de Emin Agalarov al Departamento de Justicia de Estados Unidos sobre las elecciones de 2016. Agalarov, por su parte, fue quien ofreció a Trump Jr. la información incriminatoria contra Hillary Clinton. Una información que realmente beneficiaba a Natalya Veselnitskaya y a su empresa.
Caso políticos y empresarios
Era 2020 cuando Rusia se reponía del duro revés del dopaje haciendo gala de su poderío en las relaciones internacionales: participarían en los Juegos Olímpicos de Tokio, aunque con otro nombre. Ese mismo año fallecía Mijaíl Ignatiev, el primer caso conocido de un exfuncionario que iba a demandar a Putin por despido improcedente.
También en 2020 eran asesinados Maxim Martsinkevich, líder neonazi, y el gran empresario Alexander Petrov, padre del piloto de Fórmula 1 Vitaly Petrov. Un francotirador le alcanzó dos días antes de comparecer en un juicio contra el jefe de la administración de Vyborg Gennady Orlov.
Las famosas leyes de Putin gracias a las que se han enriquecido tantos oligarcas han sido un arma de doble filo para muchos de ellos. Oleg Gorchev, director general de Resorts of the North Caucasus, fue encontrado muerto en su piso con una herida en la cabeza. Sin embargo, su padre dijo a medios locales que llevaba días quejándose de dolores abdominales.
Dmitri Obretetsky, vecino del excapitán del Chelsea John Terry, murió atropellado en su barrio de Oxshott, Surrey. EL ESPAÑOL ha comprobado en Google Maps que no parece el lugar más propicio para que se dé un atropello accidental. Vladimir Yevdokimov, por su parte, fue apuñalado en prisión antes de que se celebrase su juicio por malversación de tres millones de dólares.
En cuanto a los políticos que sufrieron la misma suerte que los empresarios anteriores, están Serhiy Samarskiy, concejal de una ciudad en Lugansk, que llevaba dos años intentando demostrar que Rusia estaba cometiendo una agresión en la zona.
Alexander Pochinok, antiguo ministro del Kremlin, sufrió un ataque al corazón después de criticar la ofensiva de Rusia en Crimea y tan solo dos días antes de la ceremonia de anexión. Nikolai Volkov, perteneciente al Ministerio de Interior, fue disparado dos semanas después de denunciar un desfalco de 170 millones de dólares en el ministerio.
Caso activistas y artistas
Era 2016 cuando Rusia demostró a Alemania que seguían sin poder alcanzarles en el medallero: los Juegos Olímpicos de Río acabaron con Rusia en cuarta posición por delante de los germanos. Ese mismo año era encontrado muerto Colin Madsen, un activista estadounidense de 25 años voluntario en Greenpeace. Radio Free Europe publicó que los registros internos y confidenciales del Departamento de Estado mostraban que los funcionarios estadounidenses sospechaban de un juego sucio y que las circunstancias de la muerte de Madsen "no fueron investigadas de forma adecuada o completa".
Activistas de la oposición como Konstantin Sinitsin, Dmitri Gribov o Yelena Grigorieva fueron asesinados después de haber recibido amenazas de muerte o avisos de todo tipo. Sin embargo, el caso del activista medioambiental Mikhail Abramyan es especialmente llamativo, ya que se había atrevido a llevar a Rusia a los tribunales de la Corte Europea de Derechos Humanos, tal y como atestiguan unos documentos de 2013. Según se explica, intentó que las “autoridades municipales de Sochi demolieran las construcciones ilegales en la costa de Sochi”.
El régimen tampoco ha tenido piedad con los artistas. Yelena Gremina, fundadora del teatro liberal documental de Moscú, murió de ‘insuficiencia cardíaca’ seis semanas después de que su marido Mijail Ugarov, director del teatro, falleciese a consecuencia de otro infarto. Habían realizado una obra basada en los diarios de Sergei Magnitsky y las entradas eran gratuitas. Además, después de la representación organizaban un debate con el público donde la gente pudiese expresar opiniones contrarias a Putin.
Alexander Zhunev era un artista callejero que había pintado retratos del opositor Petr Pavlensky. Kirill Tomtasky criticaba al sistema con sus letras de rap. Ambos fallecieron de sendos infartos, pero sin partes médicos.
Esta lista de 100 muertes la cierra un clérigo ortodoxo, algo paradójico si se tiene en cuenta que muchos de los argumentos de Putin para llevar a cabo sus acciones se fundamentan en lo religioso. Vsevolod Chaplin era conocido por sus comentarios sociales y políticos y por haber mostrado su rechazo a muchas decisiones de Putin. Quería que las élites corruptas fuesen sustituidas por la Iglesia ortodoxa. Así que primero fue despedido como portavoz de la iglesia; después murió por ‘causas naturales’.
En total, 100 personas que fallecieron en circunstancias que implican al gobierno ruso. 100 muertes que no han sido investigadas y que, en la mayoría de casos, quedaron impunes. Ponerles nombre y apellido, esclarecer la cadena de hechos que las llevaron a morir, es acaso una cuestión de dignidad, y nunca puede ser una labor cansada. Putin seguramente crea, como Stalin, que mientras una muerte es una tragedia, 100 muertes son simple estadística. Pero la realidad es la que creía Martin Amis: 100 muertes son, como mínimo, 100 tragedias.
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