El 2 de agosto de 2020, Juan Carlos I amaneció temprano. Se duchó, se arregló y viajó los 650 kilómetros que separan Madrid de Sanxenxo por carretera, un medio de transporte inusual para el Emérito. Al mediodía, sin previo aviso y en el más absoluto secreto, se presentó en el chalet de Pedro Campos, presidente del Club Náutico y amigo íntimo, en la parroquia de Nanín. Fue raro, pero no impertinente. Comió con él y su esposa, Cristina Franze, no cenaron y charlaron hasta bien entrada la madrugada. A la mañana siguiente se despidió, cogió un avión en Portugal y voló a Emiratos Árabes Unidos para no volver. O eso pensaba todo el mundo.
En realidad, el propio Pedro Campos (Cuntis, Pontevedra, 1950) fue el último en enterarse del destierro elegido -u obligado- de su amigo y compañero de regatas. Juan Carlos no le dijo que estaba a punto de exiliarse, ni que aquella comida que se alargó hasta la noche en el porche de su casa iba a ser su última en España. Campos no sospechó nada hasta que abrió el periódico al día siguiente. Ahora, dos años después, el rey emérito ha hecho el camino inverso para volver al lugar que nunca quiso abandonar con la gente que siempre quiso mantener cerca. Y tampoco avisó.
“Nos pilló a todos de sorpresa. Cada vez que había regata empezaban los rumores de que iba a volver, pero ya no nos lo creíamos. Era como el cuento de Pedro y el lobo”, bromea Campos, a las prisas, en conversación con EL ESPAÑOL. El anuncio le cogió tan de sopetón que ni siquiera estaba en Sanxenxo, sino en Madrid, apagando fuegos -”y ahora tengo otros que apagar”-. En casa le espera el Bribón, el archiconocido velero de la clase 6mR con el que los dos amigos se proclamaron campeones del mundo.
En principio, el séquito marítimo espera a Juan Carlos como muy tarde el viernes por la mañana, pero este periódico ha podido confirmar que llegará el jueves por la tarde, en vuelo privado, al aeropuerto de Peinador (Vigo). Volverá a la casa de Nanín, cenará con su círculo cercano y se quedará, previsiblemente, “hasta el domingo o el lunes”. Sobre si volverá a subirse al barco o lo verá competir en la distancia, todavía no se sabe nada.
“El señor [así llama a Juan Carlos] lleva casi tres años sin subir a un barco, pero si se ve bien él siempre tiene un sitio en el Bribón. Depende de cómo se encuentre y de las condiciones, sobre todo del viento”, despeja Campos. La decisión, como todo lo que conlleva esta amistad, la tomará el rey a última hora y sin avisar. “Llevábamos tiempo hablando de que podría venir a esta regata concretamente, pero no esperábamos de verdad que fuera a acompañarnos. Ojalá”.
La familia de Bribones
Pedro Campos no fue sólo la última persona en despedir a Juan Carlos, sino que será la primera en recibirle. Empresario, presidente del Club Naútico de Sanxenxo y sustituto del Emérito como patrón del Bribón, el de Cuntis es el regatista más premiado de España y el único patrón en la historia de la vela mundial que ha conseguido cinco campeonatos del mundo consecutivos. Alrededor de esta pasión, la vela, se forjó una amistad.
Las tablas de madera, las lonas y los aparejos han sido el escenario sobre el que durante años se ha reforzado uno de los círculos de confianza más íntimos del rey Juan Carlos, siempre con Sanxenxo como telón de fondo y con Campos como protagonista. Aunque siempre de improvisto. “Lo único que me ha comentado es que estaremos juntos todo el fin de semana, como otras veces”, apostilla.
La relación con la familia de Campos, labrada a lo largo de más de veinte años de camaradería, es tan estrecha que en los últimos años ha optado por alojarse en su chalet y no en un hotel, como hacía antaño. Tampoco es algo que inquiete al regatista, acostumbrado a acoger a las prisas y sin saber hasta cuándo. “No sé si se irá el domingo o el lunes, depende de si la regata se alarga o no, pero es decisión suya. Ya sabes que le gusta mucho el deporte, así que algunas veces se quedaba hasta el lunes para ver algún partido el domingo, pero depende de cómo lo vea”, añade.
La seguridad, por otro lado, tampoco es un problema. La casa, apartada y con vistas a la ría de Pontevedra, es un lugar fácil de controlar para los agentes implicados, miembros adscritos de la Casa Real y la Guardia Civil. Es el mismo plan que en otras ocasiones, con alertas puntuales a las unidades TEDAX (antiexplosivos), las caninas o las subacuáticas, además de los GRS acuartelados en Castrosenín (Pontevedra). Siempre ha sido así salvo la última vez, cuando el rey se marchó por la puerta de atrás sin avisar.
En aquella última parada en Sanxenxo, en 2020, decidió dejar para el final a su círculo más cercano, o como mínimo el más privado. Que el último adiós fuera a Pedro Campos no fue una simple coincidencia, sino una declaración de intenciones. Tras su abdicación en 2014, ya convertido en Emérito, con la agenda vacía y las intrigas palaciegas a la vuelta de la esquina, los bribones fueron quienes le acogieron y protegieron. Serán de nuevo ellos, la familia que se elige, los primeros en acogerle de vuelta en la ría de Pontevedra, el lugar en el que Juan Carlos ha encontrado su patria de adopción.