Se le veía con ganas de navegar, pero el viento se las llevó, no porque soplara demasiado fuerte sino todo lo contrario. El sábado empezó torcido para el Emérito, que se arrojó a tomar de nuevo la caña del Bribón para participar en las regatas de Sanxenxo, que finalmente se cancelaron por falta de ráfagas. Esa tarde decidió cambiar su agenda y aparecer, de sorpresa, en Pontevedra, para ver jugar al balonmano a su nieto Pablo. Allí sufrió otro pequeño percance, esta vez relacionado con su equilibrio.
Salió al mar por la mañana. Tenía ganas de competir, así que no se anduvo con remilgos. Apareció en el Club Náutico de Sanxenxo (Pontevedra) a las 10.30 horas, dos antes que el día anterior, y fue directo al muelle. Se ha encargado de decírselo a todos sus amigos, desde su anfitrión hasta al apuntador: hoy es el día. Hoy piensa competir tras tres años de sequía.
En realidad, lo que le tocó fue esperar. Un rey esperando solo, sentado en su trono marítimo, deseando que sople el viento. La mano izquierda tamborilea sobre cubierta, impaciente. Con la derecha saluda, agradece y palmea, sin levantarse. Sonríe hacia fuera, suspira hacia dentro, parlotea y encoge los hombros, como preguntando “¿qué, cuándo?”. Se tira casi dos horas en la misma posición, deseando soltar amarras, pero no puede. Luego sí. Luego no. Luego depende.
Un paseo en el Bribón
Las dos horas de espera del Emérito sobre el trono del Bribón se reducen a un único motivo: la falta de viento. Veleros como el suyo, de poca eslora y muchos años, necesitan como poco cinco nudos de viento para poder salir a navegar. Por la mañana soplan dos. Tiene que esperar al filo de la una de la tarde para navegr un rato por su cuenta, acompañado de su fiel tripulación. La organización, por su parte, considera que no es suficiente y suspende la jornada.
La idea del Señor, como se le conoce en el ambiente náutico, era recuperar la forma este fin de semana tras dos años sin competir, pero sin excesos. El viernes no pudo ser debido a la fuerza del viento y el sábado debido a su escasez, pero nadie de la tripulación descarta que vuelva a ponerse a la caña este domingo, la última oportunidad antes del mundial que se celebrará entre el 10 y el 18 de junio en Sanxenxo.
Si el viernes no se había visto seguro, el sábado era el día en que quería ver cumplido su deseo de volver a patronear el Bribón, como ya confirmó Pedro Campos a EL ESPAÑOL. El barco estaba preparado para su vuelta desde el martes, la mar llevaba en calma toda la semana y el viento había empezado a amainar desde que ayer le jugara una mala pasada a la regata. Fue, parecía, el último revés para un viaje destinado al fracaso.
Resbalón en la grada
Si algo hay más caprichoso que el destino, ese es sin duda el calendario deportivo. El mismo fin de semana en el que el Emérito regresaba a España después de 22 meses, quiso el azar que su nieto Pablo disputase un partido a menos de 20 km. Y allí que fue Juan Carlos, sin avisar a nadie, en cuanto supo que cancelaran la regata. Él, por una vez, es dueño de su agenda y de su tiempo.
Entró en el pabellón discreto, con el partido ya empezado, y cogió sitio. No hubo aplausos, vítores ni abucheos a su llegada, con un público local -el del Club Cisne Balonmano- más volcado en el partido que en los espectadores que llegaban tarde. El equipo de Pontevedra, en el que también jugó Pablo Urdangarin antes de dar el salto al filial del F.C. Barcelona, se jugaba el ascenso a la máxima categoría.
No ha sido hasta llegado el descanso cuando la megafonía del pabellón ha anunciado la presencia del padre de Felipe VI, que llevaba ya más de media hora en la grada. En ese momento el público, incluido el que tenía relativamente cerca, se dio cuenta de que estaba compartiendo asiento con el anterior jefe del Estado, y encima con tu equipo jugándose el ascenso.
La reacción fue variopinta. En el campo, un nieto que se da cuenta de que su abuelo, al que no espera, está entre el público, y le saluda desde la distancia. En las gradas, un aplauso acalorado, seguido de risas, seguido de cuchicheos, seguido de vítores individuales. Un hombre embutido con la bufanda del Cisne, sentado a pocos metros del Emérito, casi se cae del susto por no haberle reconocido. Su mujer se desgañita y le da una palmada -palmadón- en la espalda. Ese fue un poco el tono, mitad festivo mitad guasón.
El Emérito, que a partir de ese momento ha dispuesto de su propio perímetro en la grada, ha necesitado la ayuda de su bastón y de sus ayudantes para sentarse en la segunda fila, donde han despejado el ambiente. Así, ha visto el partido acompañado de su anfitrión e íntimo compañero de regatas, Pedro Campos, y su amigo Pedro de Borbón-Dos Sicilias, que viajó desde Madrid expresamente para ver al monarca. Los tres han seguido juntos el encuentro.
Al final de este, Juan Carlos sufrió un leve percance. Mientras se incorporaba de la grada al final del encuentro, perdió el equilibrio y se deslizó sobre el asiento, cayendo de nuevo sentado sobre la primera fila del pabellón. Un resbalón inofensivo que el anterior jefe del Estado se ha tomado a risa hasta el punto de quedarse sentado en ese mismo punto, apoyado en las barras que separan las gradas del campo. Desde su nueva posición, una fila más cerca del campo, aprovechó para saludar y abrazar a su nieto.
A pesar de la coincidencia, no hacía tanto que se reencontraban. El hijo de Iñaki Urdangarin y la infanta Cristina, ya había formado parte de la comitiva familiar que este mes de abril viajó a Abu Dabi para visitar al Emérito. En lo que respecta al retorno del rey a España después 22 meses, Pablo es el segundo familiar al que ha tenido la oportunidad de saludar, después de la infanta Elena, que fue a recogerle al aeropuerto de Peinador.
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