Han pasado 689 días desde que Juan Carlos I, por la noche y en un coche particular, abandonó España. Un día antes, el 688, fue la última vez que se vio las caras con su hijo, Felipe VI, y no fue una reunión agradable. Esa misma semana, el jefe del Estado y de la Casa de Borbón había pactado el exilio del viejo rey, le invitó a irse del país y le enseñó la puerta de la que fuera su casa durante casi 60 años. El Emérito, resignado, accedió a un destierro que siempre ha considerado desproporcionado e injusto, pero sin olvido ni perdón. Desde entonces ha sido imposible juntar a padre e hijo en la misma sala.
En realidad, alguno diría que de aquellos polvos estos lodos. La relación entre los dos reyes nunca ha sido buena, pero sí discreta. Era por todos conocido, aunque nadie se atrevía a reconocerlo, que Juan Carlos coleccionaba amantes y comisiones de dudosa legalidad, que la reina Sofía arrastraba un matrimonio sin amor y que el entonces heredero a la Corona aparentaba cordialidad con un padre distante, un hombre con el que nunca se supo entender y al que nunca logró respetar.
El relato oficial, defendido durante años por el inmenso poder e influencia de la Casa Real, era otro: la familia tenía una relación intachable, cercana y perfecta. Todos eran sencillos, intachables en su individualidad e intocables como comunidad. De esto, claro, ya ha llovido mucho y ahora no es ningún secreto que el padre era más un incordio que una influencia para el hijo, que los negocios oscuros serraron una herida en el corazón de la Monarquía y que Sofía y Juan Carlos no se hablan desde hace años, principalmente por deseo del Emérito.
Tanto es así que, en el mismo momento en el que uno anunciaba su vuelta a España, otra ponía rumbo a Miami. Tierra y mar de por medio, los dos siguen, en 2022, como siempre han estado: en continentes distintos. Ahora, la narrativa de la Zarzuela -al menos la que todavía pueden controlar- es distinta: mientras una sirve a España como embajadora en el extranjero, el otro se va de regata por Sanxenxo.
A Juan Carlos le importan poco las segundas lecturas. Ya este domingo, asaltado por la prensa en su profetizado regreso, contestó con un símbolo de la victoria a la pregunta “majestad, ¿qué le piensa decir a su hijo cuando le vea?” Sobre si tenía ganas de reunirse con él en Madrid, la respuesta no pudo ser más críptica: “Yo estoy en Sanxenxo”. Como diciendo “eso es un problema del Juan Carlos de mañana, hoy tengo que ganar un campeonato”.
Marcando distancias
Felipe está incómodo alrededor de su padre, y con motivo. Desde su llegada al trono hace ahora casi ocho años, el rey ha tratado de marcar distancias con su padre sobre todo en estos últimos dos, cuando los escándalos en torno a Juan Carlos y las causas judiciales comenzaron a acumularse. Hace sólo un mes realizó el último gesto: la publicación de su patrimonio personal, que se eleva a algo más de 2,5 millones de euros. Para que vean que no somos iguales, debió pensar.
Don Felipe también se ha referido en este tiempo a la situación de su padre, aunque sin mencionarlo directamente. Primero renunció a su -posible- herencia en marzo de 2020, varios días después de que saliera a la luz la relación de Juan Carlos con la Fundación Lucum y con la Fundación Zagatka y antes de que la Fiscalía abriera la primera investigación en su contra en junio de ese año. Después, ha ido dejando comentarios velados en sus intervenciones, sobre todo en sus mensajes de Navidad.
En total, serían tres las diligencias abiertas, ahora archivadas. La primera sería el supuesto cobro de comisiones por el Rey emérito por la concesión del AVE a La Meca a empresas españolas. La segunda, por el uso por parte de Juan Carlos y otros familiares de tarjetas black sufragadas por un empresario mexicano. Finalmente, por la existencia de una cuenta con 10 millones de euros a su nombre en la isla de Jersey, un paraíso fiscal.
Abu Dabi, destino vetado
Desde que en agosto de 2020 el rey Juan Carlos trasladara su residencia a Abu Dabi, Emiratos Árabes se ha convertido en un destino vetado para Casa Real, sobre todo en lo que respecta al rey Felipe. En estos casi dos años, el actual jefe del Estado ha tenido oportunidades de sobra para verse con su padre, pero sólo se ha desplazado al país una vez, hace una semana, para participar en la ceremonia de pésame del emir, Jalifa bin Zayed al Nahyan. Padre e hijo ni se vieron ni lo intentaron, aunque sí hablaron por teléfono.
No es la primera vez que Felipe ha rechazado reunirse con su padre, aunque sí la más evidente. En total, ha habido cinco ocasiones claras en las que el rey de España podría haber tendido la mano a su progenitor, arreglado las cosas y reconciliado a las dos ramas de la familia, pero no quiso.
Hasta esta última visita, el más claro de los desmanes fue durante el Día Nacional de España en la Expo de Dubái, en febrero. Pedro Sánchez acudió al acto solo, sin Felipe, que rechazó ir a la inauguración para evitar especulaciones sobre un posible reencuentro con su padre. La ciudad se encuentra a unos 140 km de Abu Dabi, cuatro veces menos que la distancia que separa Sanxenxo de Madrid. Demasiado pocos.
Ni gestos ni mensajes
Aunque los intentos de reconciliación no tenían por qué ser sólo físicos. Es necesario insistir en que Felipe no tiene apenas contacto con su padre, ni por llamada ni por mensaje, hasta el punto de que una breve conversación hace una semana fue promocionada a bombo y platillo. Aun así, podía haberse servido de intermediarios para calmar las aguas. Ocasiones tuvo.
Una de ellas fue la reunión de Juan Carlos con sus nietos en Abu Dabi, en la que lo más comentado fueron las inexistentes piernas de Pablo Urdangarin, precisamente el primero de la familia al que ha ido a visitar en su vuelta a España. El encuentro fue público, festivo y agradecido por parte del antiguo monarca, pero agridulce: sin señales de la rama principal de la familia, mucho menos de su hijo.
Lo mismo ocurrió un año antes, cuando Elena y Cristina fueron las primeras en visitarlo durante su estancia en la isla de Nurai. La polémica por su vacunación afectó a la imagen de Casa Real, que dejó bien claro la independencia de las infantas y no quiso tener nada que ver con la reunión familiar.
Choque de reyes
Después de tantos desmanes, narrativas, rumores, noticias, declaraciones y no-declaraciones, la impresión es que a Juan Carlos ya le da igual. Los meticulosos planes de Zarzuela no casan con un rey “fuera de control”, como le definieron fuentes de Casa Real al diario El País este domingo. O el relato no le importa o las cosas no son como parecen y, detrás de su aparente inocencia, sigue astuto como siempre, pero campechano como nunca. Felipe no quería reunirse con su padre, pero no le quedó más opción.
Aunque desde Casa Real se ha querido presentar como privada la visita de Don Juan Carlos, ésta ha estado muy lejos de serlo. Días antes del comunicado oficial de Zarzuela, hasta el vecino de Pedro Campos sabía que iba a compartir vistas con un sangreazul, habida cuenta de la enorme expectación que generaron sus movimientos. Madrid pidió cautela, pero Sanxenxo sirvió chachachá.
Con el Emérito en Galicia, al jefe del Estado no le quedó más opción que aceptar una reunión; ahora, padre e hijo se verán las caras en Zarzuela al más puro estilo George R.R. Martin. Han pasado 689 días y Juan Carlos ya se ha asegurado de comunicar, por boca del alcalde de Sanxenxo, que su intención es volver a España muy pronto; seguramente, para el Campeonato del Mundo de Vela de la clase 6 Metros, que se celebrará entre el 10 y el 18 de junio. Más le vale a Felipe buscarse un viaje a Miami.