El silencio en el coche era solemne; sólo el motor, recién puesto en marcha, se atrevía a quebrarlo. El reloj corría en contra y volver al vehículo significaba una nueva derrota. Sin embargo, las lamentaciones y el descanso tendrían que esperar. La única certeza que tenían Asier —nombre ficticio— y sus compañeros de la Guardia Civil tras 24 horas de trabajo era que el tiempo se agotaba y, si no encontraban al objetivo en otras 24 horas, este sería ejecutado.
Cada registro inefectivo mellaba el ánimo de los agentes. La Benemérita había demostrado decenas de veces de lo que era capaz de hacer luchando contra el terrorismo, pero estaba vez los terroristas habían cambiado su manera de proceder. Atrás quedaba el asesinato cobarde y raudo por la espalda; ahora, habían secuestrado a un joven concejal de Ermua para ejecutarlo a sangre fría si el Gobierno no accedía a sus peticiones.
Asier miraba por la ventanilla del coche y veía a otros grupos operativos, como el suyo, tratando de localizar a Miguel Ángel Blanco. Mientras pensaba que el edil sólo tenía tres años más que él, observaba cómo el Grupo Antiterrorista Rural peinaba el monte vasco buscándolo. Ellos tampoco conseguían nada, a pesar del esfuerzo de los efectivos movilizados.
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El operativo seguía en pie, no había tiempo para el descanso. Eso significaba seguir trabajando con apenas unos bocatas en el cuerpo. Tampoco es que el hambre apremiara, la prioridad era otra.
El silencio en el coche terminaba con el apagado del motor. "Vamos". Asier se bajaba en la puerta de un nuevo caserío, enseñaba la orden de registro y el laguntzaile (como se conoce a los colaboradores de ETA) no tenía más remedio que dejarles pasar.
Daba igual que la sociedad vasca aquellos días estuviera consternada por el secuestro de un joven de 29 años, los ayudantes de ETA que la Guardia Civil tenía localizados se limitaban a dejar pasar a los agentes, con permiso del juez, sin muesca alguna de remordimiento.
Todo había cambiado
Asier es uno de los cientos de miembros de la Guardia Civil que participaron en la búsqueda de Miguel Ángel Blanco en aquellos dos días de julio de 1997. Pide guardar su anonimato porque así lo lleva haciendo toda su vida, desde que llegó al País Vasco como agente para luchar contra el terrorismo.
Recuerda cómo empezó todo. Estaban inmersos en otro operativo y en el busca les apareció un mensaje: "Volved a la base". Quizás los más jóvenes no lo recuerden, pero por aquel entonces no había móviles, no había Whatsapp. "Era todo mucho más romántico, pero también más complicado", rememora el agente aún activo de la Benemérita.
Nada más llegar al cuartel, los mandos repartieron fotos de Miguel Ángel Blanco entre los agentes y contaron lo único que se sabía hasta entonces: había sido secuestrado el joven edil por un comando terrorista y, si en 48 horas el Gobierno no accedía a acercar a los presos etarras, lo matarían.
Rondaban las 18 horas del 10 de julio cuando la banda contacta con Egin Irratia, la emisora del diario Egin, para reivindicar el secuestro. Ponen una fecha y una hora límite: el sábado 12 de julio a las 16 horas. El macabro 'juego' comenzaba.
Posteriormente se sabría que el edil del Partido Popular había sido abordado a la salida del apeadero de Ardanza en Eibar, cuando se dirigía a trabajar en sus quehaceres de economista. Había sido la etarra Irantzu Gallastegui quien le había sorprendido para posteriormente trasladarlos a un coche oscuro. De ahí le llevaron a un lugar que los agentes nunca localizaron. "Supongo que estaría cerca de donde le ejecutaron, porque todas las carreteras estaban ocupadas por Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado", expone ahora Asier.
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Pero eso se sabría a la postre. Los agentes comenzaron su estrategia de búsqueda sin ninguna pista que les ayudara. Sólo tenían ante sí unas instrucciones claras: todos repartidos por zonas, el GAR iba a peinar todo el monte, los garrapatas se quedarían esperando que pasara un coche por delante de ellos y ellos debían entrar en todos los inmuebles de los laguntzailes que tenían localizados, utilizando la información lograda en operativos anteriores. No hubo mayores explicaciones ni formaciones, ellos ya estaban preparados para la lucha antiterrorista, aunque el modus operandi de la banda hubiera cambiado.
El primer escollo a salvar en estos casos siempre son las órdenes de registro. Sin embargo, la diligencia del juez de guardia encargado de aquel caso permitió a los agentes actuar con celeridad. "Pudimos acceder con facilidad", expone Asier 25 años después.
Sobre el terreno, la forma de proceder era la habitual. Sólo que esta vez no se buscaba en cajones, armarios o recovecos pequeños alguna prueba que relacionara al laguntzaile con la banda terrorista. Ahora había que tocar en las paredes, mirar en los falsos techos, tratar de encontrar un zulo en el jardín de los caseríos o levantar toda la casa buscando a un hombre de 29 años, pelo castaño.
"Nosotros hasta entonces estábamos buscando información. Ahora buscábamos a una persona en un caserío, en una cabaña... Teníamos que tener un estudio del terreno que íbamos a registrar para ver si tenían vencejos, falsas puertas, sótanos, habitaciones subterráneas... Nuestro trabajo no fue tan específico en la búsqueda del detalle, sino que era mucho más brusco. No nos parábamos a buscar documentación o una carta en un buzón, íbamos a encontrar a Miguel Ángel Blanco", narra Asier.
Las esperanzas
Las primeras horas dejaron constancia del cambio que supondría aquel suceso. Los vecinos de Ermua salen a la calle para pedir que ETA libere a Miguel Ángel Blanco en torno a las 20 horas del 10 de julio. "Yo pienso que ahí los terroristas empezaron a perder la guerra", apostilla Asier.
Luchar contra ETA nunca fue fácil. Asier rememora cómo tenían un aparato perfectamente militarizado. "No eran como el GRAPO (Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre). Aquí la información viajaba a través de sistemas complejos, había un aparato militar jerarquizado y todo estaba perfectamente medido", conviene a decir cuando se le cuestiona al respecto.
Como se reflejó con anterioridad, el grupo de Asier estuvo interviniendo en distintos caseríos. A pesar de que en aquellos días la sociedad vasca se volcó en apoyo a Miguel Ángel, ninguno de los supuestos colaboradores de ETA ayudaron a los agentes. "La actitud era la de siempre. Te dejaban pasar porque tenías una orden de registro y ya".
La salida de los agentes de cada caserío suponía un fracaso para ellos. Sin embargo, la esperanza la recuperaban cuando estaban delante de un nuevo objetivo. Miguel Ángel podía estar ahí dentro. "Y, al fin y al cabo, lo estaban buscando los mejores grupos antiterroristas de Europa".
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El registro de cada caserío ocupaba unas cuantas horas. "Ten en cuenta que son lugares grandes y había que peinar todo el terreno", explica Asier. Aquellos días, no recuerda siquiera haber dormido. Fueron dos noches en las que el coche fue la cama y el descanso era de 4 horas. "Salías de un caserío a las 2 de la mañana y a las 6 ya ibas camino a otro".
El estrés del operativo no era como el de otras ocasiones. "Estábamos preparados para encontrarnos una bomba en cualquier sitio, pero aquí había que encontrar a una persona".
La esperanza también estaba puesta en que otros agentes pudieran dar con Miguel Ángel, pero en aquella época la colaboración entre cuerpos era casi nula. "Mientras hablo contigo —dice Asier— llevo una camiseta de la Ertzaintza y tengo muchos amigos en el cuerpo, pero por entonces nuestros jefes eran unos capullos. Nosotros íbamos a lo nuestro y ellos a lo suyo. Pero fue una búsqueda incansable por parte de todos, sin ir a dormir, durmiendo en el coche...".
Todos guardaban la esperanza de encontrarle con vida. De hecho, Asier piensa que estuvieron a punto de encontrarle; que estaban muy cerca cuando todo ocurrió. "Durante el operativo nos dábamos ánimos unos a otros cuando nos encontrábamos más decaídos. Decíamos: 'Venga, esto está hecho, lo vamos a encontrar...'. Eran ánimos que nos dábamos a nosotros que no llegaban a ningún lado, pero lo habíamos conseguido otras veces, eran casos que se daban. Creo que cuando le dieron los tiros y no lo remataron, fue porque no estábamos muy lejos de ellos. ETA siempre remataba a las víctimas y algo pasó para que llegara con vida al hospital, aparte de que le dispararon con un calibre pequeño".
El final "inesperado"
El reloj marca las 16 horas del 12 de julio de 1997: finaliza la cuenta atrás. Irantzu Gallastegui, Garesta y Txapote, terroristas de ETA, introducen a Miguel Ángel Blanco en el maletero de un vehículo. Lo llevan a un lugar cercano a Lasarte y acceden a un descampado a través de un camino rural. Luego bajan a la víctima del coche, le hacen andar atado por un sendero y, mientras Geresta le agarra, Txapote le dispara en dos ocasiones con una pistola de calibre pequeño. Dos tiros por la espalda, a pocos centímetros del cráneo. La víctima queda tendida en el suelo; los asesinos huyen.
En medio de un registro a varios kilómetros de allí, Asier y sus compañeros reciben un aviso en el busca. Final del operativo; vuelvan a la base. Dos hombres habían encontrado en el barrio de Azobaka a Miguel Ángel Blanco aún con vida. Se le traslada rápidamente al hospital Nuestra Señora de Aranzazu.
"Ese fue el único momento de desesperación que vivimos. Hubo desmembramiento de los compañeros", apunta Asier. El motivo: estaban esperanzados en encontrarle antes de las 16 horas del sábado. Además, "pensamos que no se iban a atrever. Matar a una persona tan arraigada a la sociedad vasca y que se fuera a llevar a cabo aquella tragedia... Era el final de la crónica de una muerte anunciada. Pensamos que no lo iban a hacer y nosotros pusimos todo nuestro empeño para que no sucediera".
Aún hoy, Asier tiene aquel episodio como "un estigma". "Fue uno de los pocos momentos de mi vida en los que he llorado, junto a los entierros de los compañeros. Fue uno de los momentos más duros de mi carrera", comenta.
Cada vez que llega el aniversario y oye el nombre de Miguel Ángel Blanco cae sobre él una losa. "Estábamos en el anonimato, no podíamos acercarnos a abrazar a la familia y decirle que lo habíamos intentado todo. Era una impotencia y una rabia...".
Una vez finalizado el operativo, les dieron unos días libres. "Por entonces no había apoyo psicólogo como ahora. Después de haber estado trabajando tanto, lo que hacíamos era tomar unas cañas con los compañeros y seguir adelante", dice Asier.
El próximo 10 de julio se cumplen 25 años del inicio de aquel operativo. Asier lo recuerda casi como el primer día y el olvido le escuece. "Me da mucha rabia que los jóvenes no sepan quién era ETA. No era un ejército revolucionario; era una panda de viles asesinos. Que se elimine de los libros de texto; que a personas como a nosotros también se nos esté olvidando... Estuvimos en aquellos días difíciles y ni siquiera nadie vino a darnos una palmada en la espalda. No se venció a ETA gracias a actos políticos, sino gracias a actos policiales. Eso no se puede olvidar".
Miguel Ángel Blanco murió el 13 de julio, alrededor de las 4.30 horas, tras pasar varias horas en coma neurológico profundo. Asier sabe que "aquello fue el principio del fin de ETA". El resto es Historia.