"El rebaño del pueblo de Dios es muy variado. Si en el rebaño solo pueden entrar algunas ovejas elegidas, parábolas como la del pastor que abandona el rebaño en busca de la oveja que se ha perdido no tienen sentido...". Enrique de Amo (1964) habla con el optimismo de acero y la retórica de homilía que caza al primer par de frases cualquier oído adiestrado en un colegio de curas. Sorprende, a primera oída, que quien pronuncia este dicurso no sea cura sino un exlíder provincial de Izquierda Unida. Sin embargo, para Enrique no hay nada de raro —¡ni de malo!— en que su nombre, que en 2019 aparecía en las papeletas de quienes votaban a Podemos, ahora encabece la lista de nuevos nombramientos en el Obispado de Almería: "Es coherente con mi trayectoria y mis valores".
Ni gazmoño ni traidor al color rojo (o morado, por su última vinculación política). Los caminos del Señor son inescrutables, a menudo también inexplicables, y a Enrique lo llevó a la militancia de izquierdas su formación religiosa. Como a su admirado Julio Anguita, la parte que menos le gusta de aquello que le decían, 'Califa rojo', es la de 'califa'. Al fin y al cabo, si, como se sabe, Anguita acostumbraba a leer a san Juan de la Cruz, en lo único que difieren es en el pequeño detalle de la fe cristiana.
En su camino también aparecen las elecciones generales de 1982, en el sentido de que se presentaron ante él como una verdadera aparición, primeras en las que pudo votar y primer gobierno de izquierda, resucitada tras la dictadura. Una de esas coincidencias que parecen escritas de antemano, como si no hubiese alternativa posible a la manera en que se sucedieron los acontecimientos. "Si hay que estar a la derecha del Padre, eso supone estar a la izquierda del hombre", justifica él, medio en broma medio en serio, como tantas veces ha tenido que hacer con sus compañeros de partido.
El obispo de la diócesis de Almería Antonio Gómez Cantero lo acaba de nombrar delegado episcopal para la Cultura y la Pastoral Universitaria. La polémica que le ha seguido toda su vida, la que enfrenta a ideología de izquierdas y religión —que para Enrique no tiene razón de ser—, vuelve ahora con fuerzas renovadas. "Soy consciente de que están lloviendo críticas al obispado. Las personas que prejuzgan a las demás tienen una vida espiritual que da lástima", se lamenta. Está "honrado y agradecido" por el puesto, y pide que "esperen a ver cómo funciona Enrique" antes de dar un veredicto.
Una vida de izquierdas
El ramalazo sacerdotal que se cuela en el discurso de Enrique, con este o aquel pasaje de la Biblia asaltando a cada poco sus argumentaciones, viene de cuando tenía 16 años. Estudió en el colegio público de la Sagrada Familia, donde "sonaba más el himno de España que la cuestión religiosa", pero conoció a dos compañeros que le hablaron de unas reuniones cristianas: fueron sus comienzos en las Juventudes Estudiantes Católicas (JEC).
Pasado un tiempo, aquellos dos chicos dejaron de asistir a las reuniones, pero a Enrique esos encuentros no hacían más que alimentarle la curiosidad por el mundo que le rodeaba. Allí aprendió que ser cristiano es mucho más que ir a misa, y que la homilía y el sermón político juegan en el mismo terreno. Enrique ya no es político y, desde luego, nunca ha sido cura, pero tiene mucho de los dos.
Su lengua, entrenada en la retórica alegre de las JEC, luego hizo la mili en Comisiones Obreras y se graduó con honores en Izquierda Unida: "Fui coordinador de IU en Almería entre 1999 y 2003. No es solo que haya estado implicado en partidos políticos, sino que he sido líder".
—¿Cómo es que la religión le llevó a la militancia de izquierdas?
—Si consultas los documentos de la JEC de 1982, el título de la asamblea era '¿Para qué estudiamos?'. La asamblea de 1987 contestaba a esa pregunta: 'Estudiamos para que la injusticia no nos sea indiferente'. Esto es lo que ha supuesto la sensibilidad religiosa en mi formación intelectual.
Por otro lado, mi formación religiosa iba en la línea del trabajo colectivo, de cambiar las cosas desde la base, cambio social, reparto de bienes... y eso es análisis político de la izquierda. Se mezcla el Evangelio con el marxismo cuando dice lo de dar a cada uno según su capacidad, su necesidad... Lees la parábola de los talentos, escuchas el mensaje y ves las conexiones.
Luego fui reformulándolo con las lecturas de Enrique Dussel, el teólogo centroamericano formado en España, y sus metáforas teológicas de Marx. Descubres que hay cosas que te interpelan. Eso es lo que me divierte de la izquierda, las ideas.
—¿El socialismo se basa en el Evangelio?
—Plantear que la izquierda viene de Jesucristo me parece terrible para el cristiano que es de derechas. Hay cristianos excelentes en la derecha y perfectos sinvergüenzas en la izquierda.
—¿Cómo entró en Izquierda Unida?
—Tenía un grupito de amigos que nos preguntábamos acerca de cómo se estaba desarrollando Almería y nos parecía una verdadera barbaridad, no nos gustaba en absoluto. Entonces fuimos a la sede de Izquierda Unida para que nos hablasen sobre el plan de ordenación urbana. Allí nos encontramos con Salvador Fuentes, que era parlamentario andaluz, y nos explicó de qué iba aquello. Oye, que alguien con su recorrido se detuviese una tarde entera con cinco chavales que llegamos al partido para preguntar eso me marcó.
De Podemos al Obispado
Enrique cree que, si hubiese sido político de derechas, "no habría tanto revuelo". Pero la vida no se explica a través de sus tópicos. "Yo soy resultado del eclecticismo, de muchas carambolas", afirma. Posiblemente, desde el lado cristiano, le habría sacado más réditos a un viraje hacia la derecha, pero eso es algo que nunca se ha planteado.
"Lo primero que mamé dentro de la Iglesia Católica fueron las respuestas colectivas, el grupo de referencia, escucharnos unos a otros, buscar soluciones, asumir responsabilidades colectivas. En la izquierda se aprende el liderazgo y la colegiación a la vez. Nunca se me ocurrió que se pudiese hacer la política a golpe de liderazgo, y me da la sensación de que la derecha se basa en liderazgos personales", argumenta Enrique, que desprende una seguridad en sus respuestas como solo pueden tener quienes han dedicado su vida a dudar. "Al final, la apuesta es si apoyar desde lo público o desde lo privado", dice. Él lo ha apostado todo al rojo.
Con Podemos formó parte de la candidatura a la alcaldía de Carmen Mateos en 2019, aunque solo Mateos entró en el Ayuntamiento de Almería. Aquello estuvo lejos de poder llamarse éxito, pero él defiende que su participación fue mínima: "Yo era el número 30 de Almería. Iba simbólicamente. 'Enrique de Amo, persona conocida en Almería, apoya esta lista', pero ya está. No pensaba salir concejal".
[El PSOE y el PP tumbarán juntos las enmiendas clave de Podemos, ERC y Bildu a la Ley de Vivienda]
Como catedrático en Matemáticas que es, decano entre 2009 y 2020 de la Facultad de Ciencias Experimentales de la Universidad de Almería, conoce "las reglas del parchís cuando juega". Hace un par de años, dejó Podemos "por una situación personal, me pareció que no valía la pena seguir implicándome". Él cree que la política necesita gente joven, y que sus 58 años ya no lo sitúan ahí sino en la Iglesia.
—¿Cómo se tomaban en Podemos que fuese católico?
—Alguno me decía que no tenía que decir si creía o no. Eso me daba risa, igual que ahora me río cuando no quieren que diga que soy de izquierdas por estar en la Iglesia. Los encasillamientos son bastante terribles, hay que ser más eclécticos. Lo cierto es que en los partidos nunca les ha gustado que haga ostentación de que soy cristiano. Yo creo que la gente tiene que aprender a ser más abierta.
—¿Hay muchos cristianos en los partidos de izquierdas?
—Sí, me encontré a más cristianos como yo, pero a nadie le gusta vivir a la intemperie. Yo he militado en la frontera entre lo político y lo religioso. Para mucha gente lo fácil es vivirlo de manera individual. Es muy cómodo ser solo político o solo religioso, no tienes que dar explicaciones.
Hombre de ciencia
En una triple pirueta de las paradojas que han cincelado la trayectoria de Enrique, su dedicación a la ciencia no hace más que demostrar que su fe es a prueba de bombas. "Soy científico por los mismos motivos que soy religioso: el hecho de preguntarme por todas las cosas. Ha habido grandes científicos que han sido grandes creyentes, aunque a otros es para darles una patada en el culo como religiosos", justifica, sin dar nombres.
En su opinión, "hemos creado un mundo donde se puede vivir sin Dios, pero si aportamos la experiencia religiosa se puede vivir de una forma mucho más liberadora". Primero buscó respuestas en la religión, luego en la ciencia. Y si algo ha sacado en claro es que hay preguntas que las fórmulas científicas no pueden resolver: "La ciencia tiene graves limitaciones. Cualquier matemático sabe que siempre hay verdades que se van a escapar del sistema, o enunciados que no vas a poder confirmar si son ciertos o falsos".
Como profesor universitario, la política le enseñó que "uno no puede luchar contra el mundo". Se refiere, claro, a las continuas leyes educativas. "Cuando uno lucha contra un enemigo tan grande, al que es imposible cambiar, la victoria es que ese enemigo no le cambie a él", dice. Hay muchas cosas que no le gustan del sistema educativo, pero es optimista: de otras le habría encantado participar.
Su reto ahora está ahí, en lograr que cultura, universidad y religión dialoguen. Lo próximo es formar un equipo: "Mis colaboradores podrán votar lo que quieran. Voy a meter, principalmente, a gente de la universidad y de la Iglesia, sin trasfondo político. De hecho, algunos futuros miembros sé que han militado en partidos de derecha y no tengo problema".
—¿Cómo ve el futuro de Podemos?
—A mí eso ahora mismo me da igual. Ya sabrán ellos organizarse para tener sus alternativas. Siempre ha habido problemas y han podido resolverlos. A partir del 15-M ha habido una reflexión interesante, apareciendo voces de desencanto con la sociedad, y hay que aportar respuestas. Pero hay gente que vota a la derecha y lo pasa mal, y también hay que darle respuesta a ellos. ¿Cómo lo van a hacer? No lo sé, pero les animo a que lo hagan bien.
—¿Cuál es, en su experiencia, el mayor problema de la izquierda?
—La izquierda es atractiva desde el punto de vista ideológico. Por eso, cuando nos reunimos dos personas de izquierdas empiezan a salir muchas ideas, el debate es interesantísimo y dan ganas de ponerse a hacer cosas. El problema es cuando nos juntamos tres: no nos ponemos de acuerdo y se forma una internacional socialista, con tres partidos distintos.
—¿Volvería a Podemos?
—No. Hay una edad para cada cosa. Las personas que dejé son estupendas.
—¿Le gusta Yolanda Díaz?
—Me gusta mucho, sí. Además, viste con un estilazo impresionante. Ella y la reina Leticia visten muy bien.
—Una de las patatas calientes actuales en la izquierda es el tema de la Ley trans. ¿Qué opina?
—Más allá de las creencias individuales de uno u otro, es importante que cada persona se sienta libre, y eso pasa por crear ámbitos en los cuales las personas puedan tomar sus propias decisiones en los contextos de las familias modernas actuales. El sexo/género, en cuanto a pensamiento, lo conforma el ser humano desde una opción personal.
Lo que no podemos hacer es inventarnos problemas que no existen. El problema real es el día a día de un colectivo que, siendo minoría, es muy importante. Una sociedad es avanzada en la medida en que puede darle respuesta a les necesidades de los últimos, y estamos haciendo un mundo que no es acogedor para esas personas.
—¿Y cómo ve la cuestión migratoria?
—Cuando se piensa en la parábola de la oveja que falta en el rebaño no hay que pensar en la Jerusalén de los tiempos de Jesucristo, sino en las pateras cargadas de gente ansiosa por sobrevivir, donde muchos morirán antes de llegar a la orilla. Tenemos situaciones de pobreza que claman al cielo, generamos una cantidad de capital que no se reparte justamente entre todos. La Iglesia está trabajando muy duro en ello.