Cada año por estas fechas muchas personas se sientan a pensar sus propósitos para el Año Nuevo. Algunas los escribirán ceremonialmente en algún papel, otras simplemente los pensarán —una especie de listado mental de buenas ideas— y otras los compartirán públicamente en alguna actualización en redes sociales que tendrá mucho engagement entre sus amigos.
Da igual cómo lo hagan: lo que tendrán en común todas ellas es que la mayoría, cuando llegue el cierre del año, no habrá hecho ni una mínima parte de lo que se habían prometido. Porque tan clásico como crearse unos propósitos de Año Nuevo durante estas fechas es el lamentarse de no haber cumplido con la lista hecha doce meses atrás. Instagram y TikTok están, ahora mismo, llenos de vídeos de humor sobre la cuestión, que recuerdan que “mal de muchos, consuelo de tontos”.
Las estadísticas no mienten: según una encuesta de OnePoll que facilita Productividad Feroz, el 68% de las personas reconoce que nunca ha logrado cumplir sus propósitos de Año Nuevo. ¿Demasiado fracaso acumulado año tras año? “A mí incluso me parece un porcentaje bajo, más que la propia realidad”, asegura a EL ESPAÑOL Miguel Navarro, fundador de Productividad Feroz, una plataforma de formación en productividad, recordando que no todo el mundo se los plantea, aunque no viva “la vida que quiere”. Eso sí, cuando lo hacemos, pedimos “la tríada mágica: salud, dinero y amor”.
“No es que seamos incapaces de cumplir los propósitos, es que no nos paramos a ver qué pasa. No podemos esperar resultados diferentes haciendo cada año lo mismo”, apunta por su parte Victoria Canosa, psicóloga sanitaria colegiada en el Colexio Oficial de Psicoloxía de Galicia y con clínica en Ourense. Los seres humanos somos demasiado buenos poniendo excusas. “Y ahí tendremos una fuente inagotable de frustración y dejadez”, añade.
Entonces, ¿por qué nos empeñamos año tras año en hacernos todas estas promesas de mejora? De entrada, parece casi natural querer mejorar el día a día. “Marcarnos propósitos es una forma de querer cambiar algo en nuestra vida para mejorar”, señala Canosa, que recuerda que, aunque “habitualmente ya nos movemos para lograr diferentes objetivos, cada comienzo de año nos motiva a volver a empezar”. “El hecho de hacerlo cada Año Nuevo es la forma de decirnos ‘esta vez es la buena’”, apunta.
Para continuar, la lista puede ser un elemento de motivación, algo que nos empuje a intentarlo. Y, por mucho que no sea realmente necesario hacerlo en el cierre de un año y el comienzo de otro, el momento ayuda. “Percibimos las fechas simbólicas como un punto de partida para empezar un recorrido hacia una nueva meta”, indica la psicóloga.
¡La culpa es tu cerebro!
“El cerebro funciona por fechas”, añade Miguel Navarro, recordando cómo incluso creamos fechas simbólicas en nuestro día a día. “Para hacer una tarea ocupamos todo el espacio-tiempo disponible que tenemos”, indica, es “la ley de Parkinson”. “Si tienes una semana para escribir un artículo, ocuparás una semana”, ejemplifica. Se podría empezar ya a hacer las cosas, pero se procrastina hasta esa fecha simbólica que de una manera o de otra se ha marcado. “A nuestro cerebro no le gusta la incomodidad, así que lo postergas hasta ese momento”, explica.
Y si a nuestro cerebro no le gusta enfrentarse a aquellas cosas que le resultan incómodas, quizás podríamos cada año —y cada lista de propósitos incumplidos— lavarnos las manos y señalarlo como último y definitivo culpable. La culpa de que este año no me haya puesto en forma, no haya hecho ese viaje o no haya leído más es de la estructura cerebral. Sería una excusa perfecta si la neurociencia no estuviese ahí para puntualizarla.
“Cuando ocurre algún cambio, ya sea el de año, el inicio de un curso o algún momento que a nosotros nos demarca un antes y un después, en nuestro cerebro se ponen en marcha una serie de estructuras”, apunta Diego Redolar, subdirector de investigación de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y experto en neurociencia.
Por un lado, la corteza prefrontal se encarga de la parte de planificar, trabajando a largo plazo. Pero, por otro, las partes más emocionales de nuestro cerebro también impactan en cómo afrontamos los planes de nuestra lista y ellas no solo pecan de optimistas, sino que además prefieren las recompensas inmediatas. A ellas, pensar que en doce meses habremos hecho tal cosa no les importan. Quieren que sea para ya.
No solo eso: lo hemos acostumbrado a tenerlo todo para ya, viviendo como vivimos en la sociedad de la inmediatez.
Por eso, perder la motivación es tan fácil, pero, como señala Redolar, esto no quiere decir que todo esté perdido. “Lo único que puede ayudar es la planificación, es decir, que cuando nos planteemos esos propósitos lo hagamos de la manera más objetiva posible y que mantengamos los pies en el suelo para proyectar lo que tenemos la capacidad de cumplir”, apunta. Tenemos que ayudar al cerebro a hacer ese trabajo para que, cuando llegue diciembre de 2023, “no estemos todos pensando no he hecho ni la ni el 80% de lo que me decía”.
Cómo cumplir tus propósitos
“No cumplir los propósitos es un mal común, no nos pasa porque seamos peores que los demás”, recuerda Redolar. Preguntamos a modo de pequeña prueba del estado de las cosas a un grupo de millennials sobre sus propósitos. Hay quienes nunca los han hecho, quienes siguen haciéndolos “porque me gusta hacer listas, aunque luego me olvido” y quienes nos los hacen desde hace años, porque se han cansado de ese ciclo de promesas y fracasos. “Ya no hago propósitos, porque no los cumplo y solo me genera frustración”, señala una, bromeando con que “sobrevivir es mi único propósito”.
Aun así, cumplirlos sí es posible. La clave no está solo en intentarlo, sino también en cambiar cómo nos enfrentamos a ellos. Victoria Canosa recomienda y también partir del autoconocimiento, porque solo sabiendo cómo somos cada uno de nosotros seremos capaces de hacer una lista que nos funcione de verdad.
“No todas las personas queremos llegar al mismo lugar y de la misma manera. A veces, veo que nos dejamos llevar por una tendencia, por lo que quiere la mayoría, cuando nuestras aspiraciones serían otras”, recuerda. “Mi propuesta es, cuando nos marcamos un objetivo, preguntarse si es realista con mis circunstancias y tener en cuenta los obstáculos que van a aparecer”, indica, para cambiar la actitud con la que se gestionará. En resumidas cuentas, la clave del éxito está en “revisar y ser flexible, sin criticarnos en exceso y valorando ese pequeño avance que vamos haciendo”.
Miguel Navarro, el experto en productividad, nos traza una lista de buenas prácticas que nos ayudarán a dejar de ser parte de esa mayoría que llega a diciembre con los deberes sin hacer. Así, en vez de pensar en objetivos, deberíamos hacerlo “en experiencias”, porque al final lo que buscamos es “lo que queremos vivir” y eso es también lo que luego recordaremos.
No pienses en ir a 4 sitios de viaje, sino en cómo vivirás esos viajes. También deberíamos empezar a trabajar de forma progresiva, porque “las palizas salen mal” como bien sabe toda persona que se haya dejado llevar por el entusiasmo en su primer día en el gimnasio. Navarro recomienda “la regla de los 5 minutos”, limitando el tiempo que nos dejamos dedicar a cada cosa nueva para incorporarla de forma progresiva y “no forzando aunque tenga gas de más” para no quemarnos. Igualmente funcionan contar con un aliado, eliminar el perfeccionismo y planificar bien el tiempo. “No lo voy a hacer deprisa y corriendo”, recuerda Navarro.
Por supuesto, también funciona fragmentar esos objetivos tan a largo plazo en metas más cercanas en el tiempo. “Si lo veo lejos, no lo hago. ¿Cuántos estudiantes empiezan a preparar los exámenes ya en septiembre?”, ejemplifica. Es algo sobre lo que también habla Victoria Canosa. “En mi experiencia, las personas tendemos a marcarnos objetivos creyendo que los alcanzaremos sin esfuerzo diario”, afirma. “Cada día es una meta”, recuerda. “Los grandes objetivos requieren de pequeñas acciones diarias y hacer cambios en nuestra rutina”, asegura, prometiendo que “por supuesto, claro que se puede” llegar a ese propósito final.
Y, si no lo logramos, no pasa nada. Si cuando llegue diciembre no hemos chequeado toda nuestra lista, deberíamos, insisten los expertos, tratarnos con amabilidad. Fustigarse no sirve de mucho: no tenemos que tratarnos como si fuésemos nuestro peor enemigo.
De hecho, el ejemplo se repite en las conversaciones con los especialistas: si cualquiera de nuestras amistades viniese con la lista de propósitos a medio hacer, simplemente la animaríamos, le diríamos que aprendiese con la experiencia y no le gritaríamos que “es lo peor”. Si no lo hacemos con los demás, ¿por qué hacerlo con nosotras? “Que esto propósitos no solapen el objetivo más importante de todos: que nos sintamos bien con nosotros mismos”, pide Victoria Canosa, y añade: “La vida es un viaje, para disfrutar y no para sufrir”.