- Ah, jolines, ¿que nos vais a echar de la plaza? No me fastidies – le dice una mujer, que rondara la mediana edad, a un agente de la Policía Municipal.
Son las ocho de la tarde y la Puerta del Sol, a cuatro horas de que las pesas de su reloj den por finalizado el año, está tan llena como un tanque de amonal. Por todos los rincones, la gente camina llevando sombreritos con flores y luces – de esos que solo se permiten en fechas señaladas – o bocadillos envueltos en servilletas frágiles de los múltiples bares que rodean el centro del centro de Madrid.
- Bueno, pues nos iremos a hacer cola para entrar luego… - añade, resignada, la mujer.
España abandona por fin 2022, un año marcado por una agenda mediática que no ha hecho prisioneros de ningún tipo.
El año empezó con unos datos preocupantes de Covid, con una incidencia acumulada que nos recordó a todos que a la pandemia todavía le quedaban unos cuantos coletazos fuertes que dar; cosa que se nos olvidó cuando, la madrugada del 24 de febrero, Rusia decidió atacar Ucrania.
Ucrania y Covid
En un ejemplo de despotismo autoritario, el gobierno ruso de Vladimir Putin decidió invadir el Estado soberano vecino, lo que provocó que las campanadas de guerra, esas que en los últimos treinta años estaban repletas de polvo, volvieran a sonar por todos los rincones de Europa.
La guerra iniciada por el autócrata ruso ha provocado consecuencias en todo el mundo, sobre todo, en Europa. El 2022 ha sido el año de la escasez de ciertos productos, de la inflación desbocada – en España, eso sí, de las más bajas de Europa – y de la escalofriante amenaza de una escalada bélica que podría haber hecho sonar las tripas de los silos nucleares.
El conflicto, además, ha provocado otras consecuencias directas, como la reestructuración de las relaciones diplomáticas de medio planeta o el reforzamiento de la OTAN, organización olvidada en los cajones de la burocracia mundial que ha resurgido con más fuerza que nunca.
Por otra parte, aunque el año saliente se inició con los fantasmas pandémicos asustándonos, lo cierto es que las cifras de contagio no han hecho más que mejorar, lo que ha provocado que las mascarillas se eliminen por completo, exceptuando lugares específicos como los centros de salud, las farmacias o el interior del transporte público.
Este año también ha sido duro en cuanto a la lacra del terrorismo machista se refiere. 2022 ha dejado 49 mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas, siendo el último mes, diciembre, el más sangriento desde que se tienen registros: 11 nuevas víctimas no verán ninguna puesta de sol en 2023.
Mientras que en España la violencia hacia las mujeres ha hecho estragos, lo cierto es que, en otros países del mundo, estas se han levantado por sus derechos, peleando como auténticas leonas por lo que les pertenece.
En Irán, por ejemplo, las mujeres han iniciado una revolución de color que ha puesto al gobierno teócrata de Teherán contra las cuerdas. Desde que el 16 de septiembre Masha Amini, joven iraní de origen kurdo, fuera brutalmente torturada y asesinada por la Policía de la Moral por no llevar correctamente puesto el yihab, las mujeres y los jóvenes han tomado las calles de las principales ciudades del país de los ayatolás, lo que ha provocado, entre otras cosas, que el gobierno suprimiera el propio órgano policial que asesinó a Amini.
Sol, de celebración
Aunque que el balance político y económico del año es claro, este mismo periódico ha dejado hemeroteca para comprobarlo, en los alrededores de la Puerta del Sol la gente no habla de ello; en los alrededores de la Puerta de Sol, a pocos ratos de que la guillotina del tiempo suelte la hoja y acabe con este año tan complicado, lo que importa es lo personal, lo cercano, lo propio. Los amigos y la familia, ya sabéis.
La cola para entrar en la Puerta del Sol, cuando todavía son las ocho y pocos minutos de la tarde, llega, partiendo la calle del Arenal, hasta más allá del Teatro Real. Aquel es uno de los accesos que la Policía Municipal ha preparado en un despliege conjunto con Policía Nacional y Protección Civil que ha movilizado a más de 300 agentes.
Este fin de año, a pesar de ser el primero desde 2019 sin ningún tipo de restricción pandémica – más allá de las mascarillas en señalados lugares –, el aforo de la Puerta del Sol fue el más bajo de su historia. Mientras que en fin de año de 2021 el aforo fue de 10.000 personas, Policía Municipal informó de que en esta ocasión solo se iba a permitir el paso a 8.500 de las 20.000 que otros años ha llegado a albergar la icónica plaza. El motivo de esto son las obras de renovación de la Puerta del Sol, que, se prevé, finalizarán para la primavera del año entrante.
En la cola de Arenal, la gente está feliz, quizá olvidándose del año que se acaba, quizá fantaseando con el que viene. En la cola hay gente de todo tipo: gente joven, gente adulta, gente mayor. Gente de pie, gente sentada en el suelo, gente que descansa sobre cajitas de cartón para que no se les hiele el culo.
- A ver, Ana, ¿cuánto es tres más tres? – le dice un joven padre a su hija, que tiene unos tres años y descansa sobre sus brazos.
- Pues uno, dos, cuatro – cuenta con sus deditos pequeños – seis, siete, ¿diez?
El padre, que lleva una diadema con un árbol de Navidad en la cabeza, se ríe al escuchar la respuesta de su hija, que verá las campanadas desde el Kilómetro Cero por primera vez, según relata la familia a EL ESPAÑOL.
Las luces de Navidad sobre las cabezas de la cola iluminan el ambiente, que es tranquilo y festivo, como en los días grandes. De los negocios de los laterales, la gente sale con copitas de plástico de champagne y sándwiches vegetales mientras los efectivos de la Policía Nacional observan que todo esté bien.
- Bueno, feliz año si no hablamos luego – le dice a la pantalla un efectivo de la Unidad de Intervención Policial que sujeta en la mano derecha el casco y en la izquierda el móvil. El policía sonríe –. ¡Sí, sí! ¡Aquí no cabe ni un alma más!
El aforo para entrar en la plaza es limitado, por lo que la gente no sabe con seguridad si las horas de espera van a valer para algo. Quien tiene garantizada la entrada es Laura, una joven que espera, junto a su grupo de amigas, apoyada en la valla de seguridad instalada por las autoridades: es la primera de la cola.
- Pues llevamos aquí desde la cinco y media – me asegura –. Ya es la tercera vez que vengo y la verdad es que la espera merece muchísimo la pena.
En la Puerta de Sol, la gente se apretuja y se hace fotos mientras los vendedores ambulantes, esos que llevan dos docenas de diademas con leds en cada brazo, se mueven como culebras y ofrecen y regatean sus productos a todo aquel que pasa. El aire huele a patatas fritas y comida rápida, pero no importa nada; es el fin de un año, de una etapa, y hay que besarse y que abrazarse y que dejar que las lágrimas circulen de la emoción, como hacen dos chicos muy jóvenes que van vestidos de negro y se acarician la cara ante la discreta mirada de miles de personas:
- No sabes lo que te quiero.
- Sí, sí lo sé – responde uno de ellos, que está apoyado en las vallas que protegen el gigantesco árbol de Navidad de luces blancas. Los dos sonríen muchísimo.
A las nueve de la noche, los besos y las caricias y los selfis en grupo son interrumpidos por los agentes, que despejan al completo la plaza y, con contadores en todos los accesos, permiten que 8.000 afortunados puedan pasar.
Cuando por fin se acercan las campanadas, los corazones palpitan rápido, como motores trucados, y hacen que los besos se acumulen por todos los rincones. El tiempo es finito; el año es finito y hay que aprovecharlo.
Mientras que toda España observa la plaza desde sus televisores, quién sabe si con Los Morancos en TVE, con Pedroche y su vestido en Antena 3 o con Ibai y sus colegas en Twitch; los cotillones se rasgan como regalos y el champán se agita, preparado para salpicar cada baldosín de la Puerta del Sol.
Hasta que, por fin, los cuartos. Y luego, las campanadas. Y luego, un año nuevo. Otro más.