“Creo que han salido las notas”. Fueron las palabras que Patricia Andrés escuchó durante la tarde del lunes de la boca de su novio. Hablaba con él justo en el instante en el Ministerio de Sanidad hacía público el listado de aprobados de las pruebas selectivas de la Formación Sanitaria Especializada. Pero no, no era posible. Todos los aspirantes confiaban en que no sería hasta el martes cuando conocerían su posición provisional tras haber realizado el examen del MIR el pasado sábado 21 de enero.
Y aunque al principio costó creerle, finalmente Patricia decidió colgar la llamada con su pareja y proceder a comprobar lo que, todavía, a día de hoy, le cuesta asimilar: se ha proclamado la nueva número 1 del MIR 2023 en España. Con 183 aciertos, 17 fallos y 116,9836 puntos totales, esta joven de 25 años nacida en Bilbao ha alcanzado uno de los mayores deseos de los estudiantes de Medicina: poder elegir con total libertad la especialidad y el hospital donde disfrutará de su plaza de residente. En su caso, lo tiene claro y elegirá Dermatología en Bilbao.
Durante la preparación de la prueba, siempre trató de mantener la calma. Aunque eso sí, siguiendo de forma estricta la rutina de estudio marcada por la academia en la que decidió matricularse. Durante siete meses, Patricia se ha enfrentado a 11 horas de estudio diarias de lunes a viernes. Cada día, estudiaba durante ocho horas con el libro en la mesa y repasando y, posteriormente, daba dos horas de clase y realizaba tests. Del mismo modo y sin perder el ritmo, los sábados los dedicaba a simulacros, donde trataba junto al resto de sus compañeros de completar un examen oficial en un tiempo máximo de cuatro horas.
“El examen es de cuatro horas y media, pero nos lo hacían de cuatro para que fuéramos más holgados el día del examen. Y luego eran 4 horas de correcciones, que era transversal porque te servía de repaso”, cuenta en conversación con EL ESPAÑOL.
Pero a la estricta rutina había que sumarle una norma más. Quizá la mejor. Y es que los domingos Patricia y los demás aspirantes tenían prohibido hacer nada relacionado con el examen. Por ello, tal y como cuenta, y aprovechando el clima, la gastronomía y la cultura de Asturias, aprovechó para conocer los lugares más recónditos de la región junto al resto de sus compañeros.
"Como estaba en Oviedo aproveché para visitar Asturias. En verano íbamos a la playa, hicimos el descenso del Sella, los lagos de Covadonga. En invierno fuimos a patinar sobre hielo, también hacíamos excursiones, visitar sitios, comer rico y eso. Descansar y desconectar", confiesa.
Y es que, lejos de lo que ocurre con algunos aspirantes cuyos antecesores han dedicado su vida a la Medicina y optan por seguir sus pasos, Patricia no cuenta con ningún referente en su familia. Recuerda estar en sexto de Primaria diciendo que quería estudiar Medicina y reafirmar su postura con el paso de los años. "Me gustaba mucho la ciencia en general, la Biología, leía libros de Neurología y me interesaba muchísimo. Dudé en el último momento si hacer Bioquímica o Medicina porque también me parecía muy importante la investigación. Pero al final Medicina también tenía investigación y no me quería cerrar puertas", cuenta.
Tras sacar buena nota en Bachillerato dio el salto a la universidad. Y aunque comenzó la experiencia con ganas de adentrarse en una buena aventura, lo cierto es que los primeros días como estudiante universitaria fueron "chocantes". "Yo venía de vivir en mi casa, era como estar sola y sin nadie que me conociera. Eran profes de universidad, asignaturas de universidad y fue un poco chocante. El primer test que hice de estadística saqué un 0. Me llamó la tutora del colegio, yo estaba en crisis y me dijo que tenía que pensar que no era estudiar para la nota sino para aprender. Esa llamada me vino en el momento perfecto".
De hecho, tal y como explica, se anotó aquellas palabras en un papel y fue lo que le motivó a cambiar el chip por completo. Estudiaba cada día para aprender y, siguiendo con su rutina de forma constante, consiguió ir construyendo la base clave para el resto de asignaturas. "Si lo dejas todo para el final se te hace bola y ya como que te da pereza y desconectas. Esos primeros años me dieron comodidad para seguir. Y al final, la rutina. Si te pones desde el primer día al final te cuesta menos que al quinto y al décimo", confiesa.
Su elección
Lo tiene claro. Aunque todavía no ha procedido a elegirlo de forma oficial tiene en mente seleccionar la especialidad de Dermatología. Y es que, aunque a lo largo de la carrera se ha enamorado de cada una de las asignaturas y especialidades por las que ha pasado, el equilibrio de la balanza entre las buenas condiciones, la calidad de vida y la felicidad de los médicos le ha llevado a elegir el estudio de las patologías de la piel como mejor opción.
"Mis amigos estaban hartos de mí y me decían que ya lo elegiría después, porque cada día llegaba y les decía que tenía clarísimo que quería hacer una cosa y luego cambiaba. Ahora que iba viendo por donde iban los tiros me puse a pensar y hablé con gente que sabe. Pregunté a profesores, a padres de amigos míos que son médicos y ellos me pasaron contactos de adjuntos. Al final, teniendo en cuenta muchas variables, estoy convencida", explica.
La Dermatología siempre llamó su atención mientras cursaba el Grado de Medicina en la Universidad de Navarra. De hecho, no borra de su mente un servicio de rotación en la Unidad de Enfermedades Infecciosas justo antes del Covid. “Me gustan mucho las asignaturas visuales, la anatomía patológica, las imágenes… Se me ha dado siempre bien porque tengo memoria fotográfica. Me han ido convenciendo y solo doy gracias de no haberla descubierto antes. Si llego a haberla descubierto en serio antes de hacer el MIR, probablemente no estaría ahora aquí hablando contigo porque hubiera ido con mucha más presión sabiendo que solo quería dermatología”, asegura.
Y no solo tiene clara la especialidad, sino también el destino. Tras haber pasado seis años de carrera viviendo en Pamplona y haberse desplazado a Oviedo para preparar el MIR, Patricia tiene ganas de regresar a su ciudad natal junto a su familia. "Volver a casa después de tanto se hará raro porque estás acostumbrado a mucha más libertad. Pero no sé, me apetece. Así también ahorro un poco, que el sueldo de residente no es muy alto. Así después puedo mudarme", cuenta entre risas.
Este año, el 93% de los aspirantes han conseguido pasar el examen. De hecho, se trata del porcentaje más alto de la última década, logrado justamente en pleno de una polémica centrada en la demanda de médicos. Y aunque no todos tendrán asegurada la plaza, ya que han aprobado 10.792 para las 8.550 plazas que ofrece el Ministerio de Sanidad, Patricia puede respirar tranquila.
Y es que, aunque parezca mentira, puede hacerlo desde hace unos días. Ella misma confiesa que, aunque nunca esperó quedar la primera, supo días después del examen que iba a lograr una buena posición. "Había metido la plantilla en las academias, que te dan esa posibilidad, y cuando lo hice me saltó la primera. Acto seguido me llamó un chico de la academia para decirme que qué había hecho. Luego iban bailando, iba la segunda, la tercera o la quinta, pero yo ya estaba tranquila porque esos números eran una pasada", cuenta.
Atiende a este periódico en mitad de un día lleno de llamadas e intervenciones con los medios. Y aunque se le hace raro ya que, asegura, no está acostumbrada, lo considera una forma más de vivir el momento. “Ahora mismo solo estoy respondiendo preguntas e intentando disfrutar y absorberlo para llevármelo de recuerdo. Al final esto se acabará, pero es algo que te pasa una vez en la vida y con suerte. Estoy muy alegre, sobre todo por la gente de alrededor, que se ha alegrado muchísimo. Me han escrito profesores de la universidad, profesores de colegio, compañeros de clase, de mi colegio… Estoy súper contenta”
El examen
Lejos de recordar ese día por los nervios y la tensión que vivió, Patricia decidió vivir la experiencia con una filosofía completamente diferente. Se levantó por la mañana, salió de casa junto a su compañera de piso Elena, aprovecharon para ver la catedral de Oviedo y “airearse” un poco y por la tarde fueron al examen. “Les puse un mensaje a mis padres diciéndoles que ya entraba y me respondieron con mensajes de cariño y me puse a llorar de la emoción. Y mi amiga mientras tanto me decía que no llorara, que iban a pensar que iba mal y que les iba a dar fuerza al resto”, cuenta entre risas.
Ya en el examen, no quiso quedarse con su filosofía optimista para ella sola y decidió compartirla. Lo hizo con las dos compañeras que se sentaban a su lado, a las que no conocía absolutamente de nada, pero con las que acabó formando una breve amistad. “Yo les decía que había que estar tranquilas y que había que disfrutarlo. El año pasado habían quedado plazas libres y yo ya tenía mis teorías. Me decían que lo íbamos a petar. Yo intenté pasármelo bien.
— ¿Saliste convencida de que te había salido bien?
— Más o menos sabía que iba a ser muy bueno. Salí del examen y yo sentía que me había salido bastante bien, estaba muy contenta. De hecho, me encontré a la madre de una amiga, me preguntó que qué tal y le dije que creía que bien. Ahora me ha dicho que ella ese día ya sabía que yo iba a ser la número uno, que me lo había visto en la cara. No sé, tendría buenas sensaciones. Obviamente fallé preguntas, pero sabía que me había salido bien.
Un momento que disfrutó al máximo, al igual que lo hizo a lo largo de la carrera. Algo que considera básico a la hora de preparar el MIR. Si tuviera que dar un consejo a futuros aspirantes, tiene claro por dónde pasa su recomendación. Y es que además de ser un enamorado de la Medicina, es importante hacer una buena carrera y no estudiar por sacar buenas notas, sino por aprender. “Es fácil querer hacerlo bien porque la medicina es para los pacientes. Tú piensas que si no sabes algo igual la lías y tiene consecuencias graves en alguien. Por eso hay que hacer una buena carrera y con esa base hacer un buen intensivo”, concluye.