La infancia de Seny, al igual que la de muchos de los niños que nacen cada año en África, no fue nada sencilla. Al hecho de pertenecer a un país como Guinea Conakry, donde el 60% de la población vive bajo el umbral de la pobreza, hay que sumarle, además, las prohibiciones a las que tuvo que hacer frente desde muy pequeño. Pero a pesar de todas esas dificultades, él siempre tuvo claro su destino. Y es que, el mayor deseo de este pequeño guineano siempre fue, lejos de dedicarse a la agricultura y la ganadería, aprender a leer, escribir y tener así la oportunidad de conocer todo lo que ocurría en el mundo.
Su padre, un responsable muy conocido en Kerewani, un pequeño poblado de Guinea, siempre intentó inculcarle los valores del trabajo y la familia. “Allí todos los viejos se juntan, van a rezar y hacen reuniones. Así es la cultura africana. Yo me dedicaba a ir con él y hacía como que apuntaba lo que le decía la gente para luego ayudarle a recordarlo. Pero no apuntaba nada, porque lo recordaba todo en mi cabeza. De ahí surgieron mis ganas de querer leer y escribir”, cuenta en conversación con EL ESPAÑOL.
Pero, por desgracia, el acceso a la enseñanza no era algo que estuviera garantizado en su poblado. “No teníamos escuela ni nada. Había una cabaña, pero si llovía o había que trabajar en la agricultura, todo el mundo se iba a casa”, explica. Por ello, rechazando convertirse –como la gran mayoría de niños africanos– en mano de obra para su familia, Seny aprovechó un viaje de su padre a Senegal para luchar por su sueño. “Llegué allí y empecé a llorar diciendo que no iba a volver. Le dije que quería estudiar, que ahí había un colegio y que me quedaba”. Y fue así como este pequeño comenzó su largo viaje hasta llegar a Galicia, donde en la actualidad cursa el Grado de Derecho.
La reacción de su padre a la decisión de quedarse en Senegal, tal y como él mismo cuenta, no fue del todo buena. “Se enfadó y me dijo que era un irresponsable y un maleducado. Yo le dije que lo tomara como quisiera, pero que yo me quedaba”, explica. Pero a partir de ese momento, entró en juego la figura de una tía suya que residía en Dindefelo (Senegal) y que se convirtió en una pieza clave en la lucha por su futuro. Y aunque ella no sabía ni leer ni escribir, tampoco su avanzada edad le impidió animar como nadie al pequeño Seny a perseguir su sueño.
“Mi tía empezó a intentar convencer a mi padre, pero fue muy difícil. Siempre que yo iba a Guinea en vacaciones a ayudar en los campos, mi padre intentaba decirme que me quedara. Yo le decía que era mi responsabilidad y que quería estudiar”, cuenta Seny. Sin embargo, a pesar de que con tan solo 9 años pensaba que cada vez estaba más cerca de cumplir su mayor deseo y poder matricularse en la escuela, la realidad es que aún quedaba un largo recorrido por delante.
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Los profesores de la escuela de Dindefelo advirtieron a Seny de que, para poder estudiar, debía presentar su acta de nacimiento de Senegal, un documento con el que no contaba. Y aunque todos aseguraban no poder ayudarle en un asunto judicial tan complejo, finalmente acabaron recomendándole que acudiera a un Juzgado de Primera Instancia donde, quizás, podría resolver su problema.
“Cuando vi al juez le expliqué la situación y mentí en algunas cosas. Le dije que mi padre había fallecido y que mi madre no sabía ni leer ni escribir. Como ahí no hay esa digitalización no se puede comprobar si es verdad o no”, cuenta Seny. Pero, aun así, sus palabras no fueron suficientes y tuvo que enfrentarse, con tan solo 9 años, a un juicio público con testigos para poder conseguir su acta de nacimiento y matricularse posteriormente en la escuela.
“Yo intenté que mi primo me acompañara como testigo pero me dijo que no iba a participar en eso, que no iba a ir. Mi tía me dijo que no podía porque era mayor y yo decidí ir solo”. Y con las mismas, Seny se presentó delante del juez y le explicó su situación.
— Juez: ¿Ha traído algún testigo?
— Seny: Si mi tamaño, mis ganas y mis palabras no te sirven como testigo, me vas a impedir conseguir el derecho de estudiar, que es fundamental para todos los niños
Y fue así como logró su acta de nacimiento.
Pero los obstáculos en el camino de Seny no quedaron ahí. A pesar de contar con el certificado necesario para poder matricularse, necesitaba dinero para poder comprar material, cuadernos y pagar así su inscripción en la escuela. “Cuando estaba en el instituto tuve que hacer trabajos como guía. Mi pueblo es un pueblo turístico y vienen turistas de muchos países. Como venía mucha gente mayor, para ir a la cascada de mi pueblo yo iba detrás de ellos cortando ramas de árboles para ayudarles a acceder. En vez de gastar el dinero que me daban, yo tenía un bote donde lo dejaba para mi inscripción en los años de instituto”.
Y aunque él siguió luchando por su objetivo, algunos se quedaron en el camino. “Muchos de mis amigos dejaron de estudiar. Imagínate en aquel momento, un niño muy independiente, que no está con sus padres, pues te puedes meter en muchísimas cosas. Te puedes meter en la droga, en beber alcohol, empezar a fumar, pero yo cogí el camino correcto”, asegura.
La universidad en Bambey
La elevada tasa de natalidad en los países africanos hace que el acceso a la universidad dependa allí de las notas que se obtienen en la prueba de Selectividad, y no del deseo y las inquietudes de los estudiantes. “No se basa en lo que quieras tú, sino en la nota más alta que hayas tenido en las asignaturas de la Selectividad”, explica. Y como Seny había obtenido un sobresaliente en idiomas, le matricularon, muy a su pesar, en la carrera de Castellano en la Universidad de Dakar.
— ¿Y cómo conseguiste que se te diera tan bien el español siendo tan pequeño?
— Mi amigo tenía un ordenador y, sobre todo en Ramadán, como todo el mundo está muy cansado, nos juntábamos a ver una película o una serie. Veíamos ‘24’, una serie con muchas temporadas. Y ahí empecé a pensar, ¿por qué la voy a ver en francés si yo ya sé hablar francés? Y le dije que me dejara su ordenador cuando no lo necesitara para poder ver series en español. ¿Sabes qué serie es Prision Break? Pues también la veía en español.
Y aunque siempre quiso ser periodista, porque habla mucho, el juicio público le hizo cambiar de opinión y darse cuenta de que su verdadero futuro estaba ligado a la jurisdicción. “Me di cuenta de que quería estudiarlo para poder ayudar a todos esos niños que quieren estudiar y no pueden porque no tienen el apoyo”, añade.
Por ello, tras dejar el Castellano en Dakar, pasó a estudiar Derecho en la Universidad de Bambey, donde ir a clase se convirtió en una carrera a contrarreloj contra los más de 1.800 alumnos que luchaban cada día desde primera hora de la mañana por conseguir un asiento en las aulas. “Tenías que levantarte a las 04.30 horas para ir a buscar una plaza y poder empezar a estudiar a las 08.00 horas. Llegabas, dejabas tu mochila, esperabas durmiendo y luego te sentabas. Si no, te tenías que poner encima de un ladrillo para poder ver al profesor. Fue una experiencia maravillosa, porque te hace más fuerte, pero muy complicada. La educación allí es muy difícil. Hay que tener muchas ganas para estudiar allí”.
El amor galleguiño
En el año 2016, Seny comenzó a trabajar en la organización de la doctora Jane Goodall, todo un referente en la protección del medioambiente y los chimpancés en África. Allí conoció a un gran número de voluntarios que trabajaban en la fundación, muchos de ellos de origen español. Y aunque la experiencia con todos fue inolvidable para él, lo cierto es que hubo una voluntaria en concreto que llenó de más su corazón, una gallega llamada Amanda que consiguió hacer que Seny comenzara a creer en el amor.
“Yo nunca me había planteado venir a España, me daba miedo. Era un cambio muy grande y dejar a mis amigos y mi familia era muy complicado. Nos conocimos y yo pensaba que cuando ella volviera a aquí yo seguiría en Senegal con mi rollo y mis estudios, pero al final el amor tiene sus efectos”.
Y aunque sus ganas, finalmente, no le impidieron iniciar los trámites para llegar a España, el proceso fue “muy complicado”. Tanto que, tal y como el propio Seny asegura, podría escribir un libro narrando únicamente esta etapa de su vida. “Tuve que volver atrás, pedir el certificado de Selectividad, llevarlo al consulado, legalizarlo, llevarlo al Ministerio de Educación y luego que una persona tradujera todos los papeles para mandarlos otra vez al consulado, firmarlos y comprobarlos. Luego lo mismo con el acta de nacimiento. Yo estaba muy agobiado y al final llegó un momento que pensé en no hacerlo”, explica.
Tras mucho papeleo y trámites burocráticos, Seny consiguió entrar de forma legal en España. Pero no desaprovecha su aparición en los medios para hacer un alegato sobre las dificultades a las que los africanos que desean entrar de forma regular en España tienen que hacer frente cada año. “Perdemos a nuestros hermanos, primos y amigos en el mar para llegar sin papeles y estar con un contrato irregular trabajando en algo de fuerza. Todo el procedimiento que hay que hacer hasta llegar al consulado y conseguir toda la documentación es muy complicado. Al final lo que pasa es que la gente, pensando sin conocimiento de lo que ocurre, se arriesga viniendo aquí”.
Seny llegó a España el 14 de agosto del año 2021. Apenas un mes después, su tía falleció. Y aunque su mayor deseo era poder darle el último adiós a la persona que dio todo para que él pudiera llegar a estudiar, no pudo hacerlo a causa de los trámites burocráticos necesarios para poder regresar de vuelta de nuevo a España. “Yo no he podido volver hasta este año, que he ido 10 días para ir a casa de mi tía y ver que realmente había muerto”.
Ahora, su nuevo hogar se encuentra en A Coruña (Galicia), donde se matriculó en el tercer curso del Grado de Derecho. “El primer día que fui a la universidad salí medio llorando. Aunque yo entienda el castellano y pueda expresarme, no es lo mismo hablar con una persona que ha aprendido el castellano en Senegal, que hablarlo con un nativo y además gallego”, cuenta.
Y aunque se considera una persona muy sociable — pero un poco reservada al principio — la adaptación de Seny a las tierras gallegas no fue nada fácil. Acostumbrado a intervenir en las clases, su poca confianza con el castellano se convirtió en todo un hándicap para él. Incluso había ocasiones en las que, aun sabiendo cuáles eran las respuestas correctas a las preguntas que formulaba el profesor, no se atrevía a responder por miedo a no hacerlo bien.
— ¿Y qué es lo que más te gusta de España?
— La facilitación en los estudios. Aquí en España la Educación es perfecta, aunque ahora los estudiantes no se den cuenta de que tienen esa oportunidad. Las bibliotecas son maravillosas y hay muchas. La limpieza es muy importante también. Las ciudades son muy limpias, hay una organización muy buena y hay un gran respeto por los derechos, sobre todo los de los trabajadores.
Seny no pudo optar a una beca para poder pagar la matrícula de la universidad. Por ello, en la actualidad, trabaja en una empresa de seguridad como auxiliar de servicio en un parking por las noches. “Como hay menos gente y estoy de guardia, me ayuda para poder estudiar y trabajar a la vez”, cuenta. La gran parte de sus ingresos van destinados a pagar la universidad y sus gastos, pero no deja a un lado el objetivo que persigue desde pequeño: crear una asociación en África para ayudar a los niños necesitados para que accedan a la Educación.
“Quiero conseguir que la Educación sea un derecho fundamental efectivo en África, que no quede solo en el papel sino que se lleve a la práctica. Quiero ayudar a todos los niños y niñas que quieran estudiar y no pueden. Ya tengo los terrenos, el establecimiento donde haríamos los despachos, ya lo tengo todo. Lo que me faltan son los conocimientos, el dinero y los planes”, explica.
Si sus planes no le fallan, su próximo destino será París. En concreto, la Universidad Sorbona, donde quiere matricularse en el Máster de Abogacía. Y es que, aunque el Derecho Internacional es otra de sus grandes pasiones, poder ayudar a los niños que, como a él, les siguen quitando un derecho fundamental como es estudiar, es su principal sueño.
No quiere terminar la entrevista sin antes hacer un alegato que, tal y como él mismo asegura, le gusta hacer enunciar siempre que tiene ocasión:
“Los niños somos todos iguales, da igual que seamos blancos o negros. El derecho que está redactado en la carta de las Naciones Unidas no tiene que ser solo en papel, sino ser más efectivo. Y que las organizaciones internacionales sepan que hay muchos niños que quieren disfrutar de este derecho y no pueden por falta de medios”.