A las 15:58 del domingo pasado, Karen Tomàs, de 21 años, llamó al 112: delante suyo, el coche que conducía Álex M., de 19, y que llevaba como pasajeros a Álex M., de 13 años; a Marc P., de 15; y a Pau C., de 16, dio dos extraños volantazos y se esfumó por un barranco. El vehículo cayó desde una altura de unos 20 metros al fondo del precipicio y, al poco tiempo, se incendió.
El conductor logró escapar entre las llamas y sobrevivir. Su estado es grave pero estable, tras sufrir numerosas fracturas y quemaduras. Los otros tres ocupantes, todos menores de edad, no lo consiguieron. Los tres murieron. Los jóvenes iban en una caravana de cuatro coches a ver a su equipo, el C.F. Camarles, que se medía contra el Pinell C.F.A. en la cercana localidad de Pinell de Brai, a escasos 49 kilómetros de Camarles, su pueblo. Ambos municipios están en la zona del Delta del Ebro (Tarragona).
Todo el pueblo esperaba con ansia el partido del domingo: el filial del Camarles, en cuarta categoría catalana, está formado en su totalidad por jóvenes del municipio y jugaban contra el segundo de la división. En el pueblo se había fletado hasta un autobús para acudir al acontecimiento, en una zona donde el fútbol juvenil es uno de los pocos entretenimientos de los jóvenes y más que una pasión.
Quienes no cupieron en el autobús se organizaron en coches para asistir al encuentro. Fue el caso de Álex, estudiante de FP, mecánico de profesión —al igual que su padre— y amante del motor. Un amigo suyo recuerda, en conversación con este periódico, que acudían a menudo a ver las carreras en el circuito de Calafat, el principal de la zona.
“Nunca bebe”
Álex tenía un viejo Peugeot 206 de dos puertas, “del año 2002-2003”, según uno de sus primos, que habla con EL ESPAÑOL en el mismo punto del siniestro, adonde acudía en la tarde del lunes a dejar un ramo de flores. Al coche de Álex se subieron los otros tres jóvenes el domingo por la tarde. Todos partieron desde el bar La Santa de Camarles, donde solían pasar las tardes después del instituto, entre partidas de futbolín y de dardos.
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“Álex, el conductor, es un chico majísimo. Muy sano. Nunca bebe, se cuida mucho. Solía venir, igual que los demás chavales, a echar la tarde. Los viernes nunca se iban a dar vueltas por ahí. Se quedaban en el bar hasta la hora del cierre, la 1 o las 2 de la mañana, cuando cerramos, y se iban para casa”, dice Immaculada Mestre, propietaria del bar y madre de Karen, la joven que hizo la llamada a los servicios de emergencias tras presenciar el accidente.
Según explica la dueña del bar, la tarde del domingo, uno de los jóvenes fallecidos, quiso subir al coche de su hija. Pero ella le dijo que no: su vehículo era pequeño, de cuatro plazas. Es así como acabó con sus otros amigos en el viejo coche de Álex. Los padres de este eran, a su vez, amigos de los padres del menor de todos, también llamado Álex, a quienes sus amigos de primero de la E.S.O. en el instituto apodaban ‘Dumy’. “Aquí nos conocemos todos”, dice Mestre. Camarles apenas cuenta con 3.278 habitantes, según el último censo.
Organizado el grupo de cuatro coches, los jóvenes se apresuraron a acudir al partido, que comenzaba a las 16:45. Pero, pese a ir apurados de tiempo, “iban despacio”. “Uno de los que conducía se había sacado el carnet hacía cuatro días, e iban todos a su ritmo”, explica Mestre, según el relato de su hija, quien iba en uno de los coches detrás del accidentado.
El accidente
Poco antes de las 15:58, la hora en que quedaría marcada en el teléfono de Karen una llamada que nunca quiso haber hecho, los jóvenes circulaban por el kilómetro 1 de la carretera TV-3022, saliendo del pueblo de El Perelló. Estaban a mitad de camino. Llevaban recorridos 20 kilómetros desde Camarles, ilusionados, con los pensamientos puestos en el partido. Pero en ese preciso instante, Álex dio un volantazo hacia el interior de una curva de derecha a izquierda y, luego, para corregirlo, lo dio hacia en la dirección inversa.
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Fuera de control, el coche se desvió, cruzó una mediana de medio metro e invadió el carril contrario hasta impactar contra una barrera de hormigón que, en lugar de detener su trayectoria, catapultó el vehículo hacia arriba, haciéndolo caer violentamente por un barranco de unos 20 metros. De haberse desviado cinco metros más adelante, el coche no hubiera caído. La pieza de hormigón estaba desencajada tras el impacto: se había desplazado unos 20 centímetros.
Es un tramo de la carretera que no entraña ningún peligro ni es especialmente peligroso. Pero una caída a cierta velocidad por el barranco, puede ser mortal. Al fondo del precipicio, por donde pasa un arroyo, las rocas son voluminosas. El vehículo en el que viajaban los jóvenes se estrelló de lleno contra ellas.
Tras ver el accidente, los coches que iban detrás se detuvieron de inmediato. El hermano mayor de Karen y también hijo de Immaculada, Roger, de 25 años, quiso lanzarse a socorrer a los siniestrados. Pero su hermana le advirtió de que no lo hiciera por la pronunciada pendiente por la que había descendido el coche. El riesgo era muy alto. De hecho, al poco tiempo, el Peugeot sufrió una fuerte explosión, seguida de intensas llamaradas que llegaron por su virulencia y altura hasta la carretera, como atestigua la vegetación quemada al lado del asfalto.
Roger y otro de los jóvenes se las ingeniaron hasta donde estaba el coche rodeando la pendiente en llamas, a través de la maleza. Una vez abajo, ayudaron a sacar con vida al mayor de los Álex, que pudo escapar del fuego y del amasijo de hierros por la puerta del conductor. Pero, por los demás, no pudieron hacer nada.
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Según la investigación del grupo de accidentes de los Mossos d’Esquadra encargada del siniestro, se desconoce todavía si los fallecidos murieron por el impacto contra las rocas o carbonizados por las llamas. Las fuentes policiales también indican que la causa del accidente pudo ser un leve exceso de velocidad —extremo que los testigos niegan— o, más posiblemente, una distracción, a una hora en la que el sol se ponía y daba de frente. Ésta, unida a la poca experiencia al volante del conductor, habría sido fatal.
Pueblo consternado
Al mismo tiempo que los jóvenes que seguían al coche accidentado avisaban a los servicios de emergencias, las noticias comenzaron a llegar al estadio del Pinell, donde todo Camarles se concentraba para animar a su equipo. Las primeras noticias eran confusas, pero los asistentes comenzaron a atar cabos: jóvenes, de Camarles, y que iban a ver el partido.
Transcurridos unos minutos, las peores sospechas se confirmaron. Quienes habían muerto en el accidente eran sus hijos, amigos, compañeros de instituto... Eran tres jóvenes del pueblo con nombre y apellidos: todos los conocían. La noticia sacudió de tal forma a los presentes en el partido, que a la media parte se suspendió. El rosario de parientes y allegados con el corazón en un puño cubrió rápidamente la carretera hasta el lugar del accidente. Pero ya nada se podía hacer.
Álex, el único superviviente, fue trasladado en helicóptero medicalizado al Hospital Vall d’Hebrón de Barcelona, donde su pronóstico es grave pero estable. “Dicen que posiblemente no pueda volver a hablar”, relata uno de sus primos a EL ESPAÑOL, después de conocer las últimas noticias que llegan de sus familiares en el hospital barcelonés.
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Al día siguiente del suceso, en los bares de Camarles no recordaban un golpe tan duro. En la terraza de uno de ellos, varios trabajadores comentaban la tarde del lunes las últimas noticias sobre el accidente y aseguran a este periódico que la última vez que el municipio fue sacudido por la tragedia fue “hace más de 30 años”. Entonces, dos hermanos del pueblo que trabajaban en Barcelona, también fallecieron en un accidente de tráfico.
Las banderas ondean a media asta en el Ayuntamiento, que ha declarado un luto oficial de siete días, mientras que en el estadio del Camarles, los postes tienen atados crespones negros. También hay un lazo negro, de gran tamaño, pegado con cinta adhesiva en la pared de entrada al campo de fútbol. Mientras, en el tanatorio de Deltebre, el único para varios municipios de la zona, numerosos vecinos se acercaron a velar los cuerpos de los tres jóvenes y a consolar a las familias.
La mayoría de estos vecinos eran jóvenes, adolescentes de secundaria, que han vivido demasiado pronto lo que es perder a alguien cercano y, además, de forma múltiple. Se juntaban en corros, arropados por algunos de sus profesores y con el semblante abatido. Los psicólogos que acudieron al instituto la mañana del lunes les dijeron que el luto sería largo. Animados por los maestros, los alumnos escribieron cartas en las que expresaron sus recuerdos para quienes ya no estarán entre ellos, mientras sus pensamientos y oraciones se dirigen a Álex, el único de los jóvenes que salvó la vida.