Pablo Ibarburu (San Sebastián, 1989) se debate entre la atención y el silencio. A la atención acude para vengar el lugar que le corresponde como sexto de ocho hermanos: en medio de todos, en tierra de nadie. Al silencio debe los mejores momentos, en esencia, porque ningún hermano se lo concedió y porque no se conoce otra fórmula para el ingenio. A Pablo Ibarburu lo alcanzó la comedia como a cualquiera, en la escuela; pero con el tiempo lo convirtió en oficio, a diferencia de la mayoría, y el oficio lo instaló aquí, mientras la fiesta dure. Como colaborador del programa televisivo más popular (La Resistencia, en Movistar+), como humorista que llena teatros.
Pablo Ibarburu estrena especial. Lo quiso rodar (y rodó) por su cuenta y riesgo, al margen de las plataformas. Lo publica en abierto, para su ruina, para quien guste. Con Héctor H. Lázaro en la dirección, con Inés Aguilar como productora. Al descubierto para el lector quedan sus visiones de la comedia: la trampa del algoritmo, el límite del humor, el acoso de la culpa. A la vista de cualquiera quedan, como en las líneas que siguen, algunos de sus rasgos: la modestia desmedida, el temor a la fama, el regreso a la infancia. Y todo comenzó en una casa de diez, en una ciudad al norte de España.
Me han contado que tus amigos son las cobayas de tus chistes.
Te lo ha dicho el director del especial, ¿verdad? (Ríe). Él cree que pruebo los chistes con los amigos, pero no es verdad. Los bloques suelen surgir de conversaciones con ellos, pero prefiero probar los chistes en los bares. Los amigos no son un público objetivo: son pocos, me tienen muy visto, están aburridos de mí. Y quizá no me guardan tanto cariño.
Tuvo que haber unas primeras cobayas.
Mis compañeros de colegio. Yo era el payaso de la clase. Pero no era el típico que se porta mal. Me gustaba hacer reír al profesor, o lo intentaba. Hacía chistes que no me metieran en líos, que se rieran todos.
¿Funcionaba?
Emm, no. (Ríe). No siempre.
Quizá en casa.
Realmente, en mi familia todos son graciosos. Mi hermano Juan, el segundo más mayor, era el que siempre andaba contando chistes y anécdotas. Yo soy el que menos habla. El sexto. Mi papel era ver a la gente hablar o bromear. Me di cuenta de que quien recibía la atención era quien contaba los chistes. Si no eras gracioso, te ignoraban. Ya ves, era como estar en un bar tratando de captar la atención del público.
Siempre me he preguntado cómo es la vida en una casa grande, con overbooking: si desarrollas otra idea de soledad, si puedes estar rodeado y aislarte, si puedes estar rodeado y sentirte solo.
En una casa como la mía no tenías ningún lugar para la soledad. Me metía en el baño para estar diez minutos a solas, hasta que alguien empezaba a llamar a la puerta. (Ríe) No había ningún sitio, no tenía habitación propia. Ni siquiera cama. La mía estaba debajo de la de mi hermano y sólo la sacaba para dormir. Siempre estaba buscando un hueco para estar yo solo, ¡en silencio! Cogía las llaves del coche a mis padres y me encerraba. Me ponía discos de Rosana, porque no había más discos en el coche. Así que ahora agradezco mucho estar solo, la verdad. Aburrirme, estar conmigo mismo. Es todo lo que buscaba de pequeño.
Ahora, ¿cómo es un lunes cualquiera?
El lunes es muy complicado... (Ríe). Por la mañana veo algunos partidos de la NBA. O me pongo La Resistencia, para recordar dónde trabajo. Porque, como voy cada dos semanas, se me olvida, ¿sabes? Tengo que entrar en situación. Suelo hacer ejercicio por la mañana y por la tarde voy a la biblioteca: a escribir, a leer. A veces me siento en mi sillón y miro por la ventana durante una hora o dos, pensando en chistes o en cualquier otra cosa.
"Louis C.K., aunque me meta en líos decirlo, está a un nivel muy superior al resto"
Te marcas una disciplina.
Es la única manera de recordar que tengo que escribir chistes. No soy una persona que esté pensando bromas todo el rato. Me tengo que sentar y pensar, aunque tampoco se me ocurren cuando me siento. Simplemente me sirve para profundizar, para pensar, para no caer en los chistes típicos o en las bromas fáciles. Procuro ahondar en los temas para ir más allá. En la biblioteca veo gente estudiando, sacándose oposiciones. Me mete en el ánimo de trabajo.
¿Tus lunes son distintos a tus sábados?
Hombre, no soy un tarado. (Ríe) Salgo a cenar. Tengo colegas para ir a un bar…
Pero ¿recuerdas la última vez que fuiste a una discoteca?
¿2021? [Piensa]. No, en octubre, por el cumpleaños de mi novia.
De niño eras el payaso de la clase, pero lo convertiste en oficio.
Lo que siempre he deseado es ver películas, escribir guiones, hacer cine. Me di cuenta de que la forma más fácil de llegar a eso era con los chistes. Veía que el camino de los actores de comedia era meterse en el stand-up, hacer monólogos, y a partir de ahí hacer una peli. Pero me fue gustando más y más, y me quedé en los monólogos.
¿Desgranabas a esos cómicos?
No a nivel teórico, pero hay monólogos que he visto cien veces, sin exagerar. No me fijo en nada concreto. Simplemente, lo escucho una vez y otra, le doy vueltas en la cabeza, lo repaso de nuevo. Simplemente: lo veo, lo veo, lo veo, lo veo.
Los giros, los ritmos, la estética.
Los cómicos estamos siempre a la busca de material. Nos fijamos en todo, todo el tiempo, cada uno con sus fijaciones. Los monólogos te permiten hablar de cualquier cosa, sin acotamientos. La palabra incluye todas las artes, depende del talento que tengas para sacarlas.
¿Has descubierto una definición del humor?
No sé si sería una definición del humor, pero conozco la respuesta al humor. Una reacción involuntaria, algo que simplemente sucede. La disrupción en un patrón que te saca del contexto, que te pone en otra perspectiva de algo a lo que estás acostumbrado, en un tono divertido.
Quizá es más sencillo decidir qué no es humor.
Lo solemne, ¿no? Tratar las cosas con demasiado respeto.
Si tuvieras que quedarte con un cómico.
Louis C.K., aunque me meta en líos decirlo [Louis CK fue una de las dianas del #MeToo por “comportamientos sexuales inapropiados”]. Está a un nivel muy superior al resto. Tiene la capacidad de analizar cada movimiento, de profundizar en las cosas, de no quedarse en la superficie. Te identificas con él. No es la clase de persona que ves desde abajo o desde arriba. Lo ves como un padre de dos hijas, aunque ahora te sientas algo más distante de él...
Creo que es algo generacional: los cómicos americanos están más presentes.
Claro. Hay otros que me gustan mucho: John Mulaney, John Stewart, George Carlin. Antes de comprar un libro de chistes, me lo hice yo mismo. Tecleaba “George Carlin monólogos”, me los descargaba, me los metía en el MP3, los escuchaba en el autobús, de camino al colegio. Eran mis referentes. Cuando era pequeño, mi hermano mayor era el que controlaba el mando de la televisión, así que veíamos Seinfeld y Friends. Yo no he visto Oliver y Benji en mi vida. ¡Veía Seinfeld con cinco años! (Ríe). Nunca podía ver dibujos. De adolescente ya crecí con YouTube, el eMule, buscaba “top 100 cómicos del mundo”, me lo descargaba y escuchaba cada uno, de uno en uno…
Ahora tienes tu propio especial, grabado con tu dinero, sin HBO o Netflix.
Hay mucha gente dándome las gracias, como si fuera una labor filantrópica, como si llegaran las propuestas sin parar. ¡Si no he tenido ninguna oferta!
Tampoco fuiste a buscarla.
Tampoco lo he buscado, ya. Hay muchos bloques del especial que, creo, podrían haber sido polémicos. No quería tener que suprimirlos. Y con los canales o las plataformas todo va muy lento. Prefería grabarlo de una, quitármelo de encima. Llevo dos años de gira con este monólogo y tenía la impresión de que, si lo hacía por mi cuenta, alcanzaría a más público. Mi idea es que lo vea el mayor número de personas posible para que luego les apetezca venir al teatro a verme.
¿No había un punto de limitación de riesgos: si fracasas, fracasas a solas?
No, hombre. Yo prefiero fracasar con el dinero de los demás (Ríe). No tengo esa visión de la vida. No aspiro a dar el golpe, llevarme un millón y retirarme. Prefiero que la audiencia crezca poco a poco. Me daba igual que sólo lo vieran 10.000 personas [cuando se publica esta entrevista, dos semanas después del estreno, supera las 160.000 reproducciones]. Nunca he sido viral. Pienso en YouTube como un catálogo. Subo algo, quizá consiga 5.000 reproducciones al momento, pero dentro de un año quizá lleguen a 100.000. Porque en el camino hice algo más conocido, porque me hice más famoso… No me preocupa.
¿Te acostumbras al aplauso?
Nunca me lo tomo como si fuera para mí, la verdad. Nunca me digo: “Oh, me adoran”. Pienso que es parte del show.
Pero te aplauden a ti.
Pero tampoco pienso que la gente me ame por mi monólogo. Simplemente, han pagado por ver un espectáculo, por entretenerse un rato. Quizá sea mi problema, quizá deba apreciarlo más. Pero nunca he pensado que merezca un aplauso. De hecho, lo paso mal. Cuando acaba el show y tengo que salir a saludar, apenas aguanto diez o quince segundos. Mi representante se cabrea. Me dice que tengo que quedarme más rato, que eso es lo que tengo que hacer. Pero me da tanta vergüenza.
"Mi punto perfecto es este: me gano la vida y nadie me raya. Mi miedo es no disfrutar de la vida por ser famoso"
¿No es paradójico? Morirse de timidez después de contar tus intimidades a cientos de desconocidos.
No sé si contesto a tu pregunta, pero me resulta más fácil contar algo en público, delante de 500 personas, que hablar con una persona a solas. Eso me parece menos íntimo, se me hace más serio, una carga. Si cuento un problema delante de la gente, la gente se ríe. Me ayuda a relativizar. Me digo: “No estoy solo en esto, a más gente le pasa”.
Me contaron que, en la posproducción, quisiste bajar el sonido de los aplausos, que se oían demasiado.
Porque me da apuro que quede como algo que dejo dentro del especial para mí mismo, ¿sabes? Tengo problemas para aceptar los aplausos. Supongo que está bien conservarlos si es una representación fiel de la realidad que se produce en el espectáculo. Pero a menudo siento que queda exagerado.
Quizá temes la fama.
Me da más miedo el éxito que el fracaso. Veo mucha gente que no consigue controlarlo. Ahora mismo estoy a la altura justa que quiero. Hago un show, vienen 300 personas y, cuando pasan cinco minutos del final, ya no queda nadie. Es decir, no hay nadie esperándome en la puerta. Eso es perfecto. Me da miedo que, algún día, esto vaya a más. Que no pueda ir a la biblioteca. Que no pueda coger el metro. Mi punto perfecto es este: me gano la vida y nadie me raya. Mi miedo es no disfrutar de la vida por ser famoso. Me da terror.
¿Prefieres la irrelevancia a la relevancia?
No, quiero relevancia profesional, que aprecien mi trabajo. ¡Obviamente la quiero! Pero no deseo la relevancia de las revistas, de los titulares. No quiero ser viral. Quiero atención. Eso sí, ¿eh? Que se me escuche un poco. Tengo siete hermanos. (Ríe) ¡Alguien tiene que hacerme caso, por favor!
Piensa que, si nadie espera nada de ti, no hay nada que perder.
Ese es el lado bueno de tener haters, ¿no? Saber que hay personas que no esperan nada bueno de ti. Si todo fuera adoración, comentarios positivos, comenzarías a exigirte a un nivel indeseable. ¿Cómo hacerlo mejor la siguiente vez? ¿Cómo estar a la altura de ti mismo?
¿Por qué hay tantos cómicos con dudas sobre trabajar en televisión, en un formato popular, como si la posibilidad colisionara con su idea de autenticidad?
Cuando hago stand-up, soy yo mismo. Al 100%. ¿Puedo serlo en un programa popular de televisión? En mi caso, no al 100%. Quizá lo más importante, en estos casos, es preguntarse cuánto puedes ser tú mismo en cada proyecto.
En La Resistencia.
La Resistencia me deja ser yo mismo al 95%. Puedo decir lo que quiera, sin problema. Nadie me pregunta lo que voy a hacer, lo que voy a decir. La única limitación es un buen chiste que no puedes hacer porque sabes que no sentará bien en la cadena o en los accionistas. Nada más.
¿Hay tanta autenticidad en Miguel Noguera como en José Mota?
Sí, cada uno con su estilo de comedia, cada uno sabiendo cómo es, manteniéndose auténtico consigo mismo. La autenticidad no tiene que ver con el humor blanco o negro. José Mota ha creado un humor propio. Lo que pasa es que hay cómicos que, cuando los ves durante muchos años, te acaban pareciendo una caricatura, una parodia de sí mismos. Lo que hace pensar que, tal vez, fueron realmente originales y los demás nos hemos acostumbrado.
¿Sobre qué no harías humor? Es decir, ¿hay cosas que no te hacen gracia?
No, y para mí el único límite del humor es la excelencia. Si te sientes capaz de crear un chiste gracioso sobre cualquier cosa, inténtalo. Otra cosa es que fracases. (Ríe). Si fracasas, atente a las consecuencias. La comedia es riesgo.
"Nos volvemos sibaritas cuando, a veces, lo único que quiere el público es echarse unas risas"
Algo parecido me dijo Ignatius Farray en una entrevista: “Puedes decir cualquier cosa, pero no puedes decir cualquier cosa de cualquier manera”.
Claro, y creo que tienes que hacerte cargo de que el público sepa que tú sabes dónde está el límite, aunque juegues con ese límite, ¿me explico? El público necesita saber que no es una cosa inconsciente, que no estás dando bandazos sin saber muy bien lo que estás diciendo.
¿Cómo reafirmas los límites?
Con mucho cuidado, ensayando en los bares hasta dar con la manera. Obviamente, lo vas a hacer mal, te meterás en líos. Son gajes de la comedia. Tienes que ir, arriesgar y ver qué pasa.
En tu especial sacas una reflexión sobre los atajos del humor: las referencias populares, las imitaciones.
Los cómicos somos demasiado elitistas. Nos pasamos en la voluntad de ser originales. Nos volvemos sibaritas cuando, a veces, lo único que quiere el público es echarse unas risas. ¿Crees que alguien que ha perdido a un familiar o una novia está buscando una reflexión metafísica sobre la muerte? A veces quieres ver a una persona caerse al suelo.
Y ya está.
Y ya está. Me viene bien recordarlo para quitarme presión. A menudo me como la cabeza buscando la vuelta de la vuelta del chiste, de la idea, cuando la mayor parte del tiempo el público quiere que pongas una cara o hagas una imitación. También hay que darle al público lo que quiere. En mi caso, Nathy Peluso (Ríe).
Hay un elemento fascinante en la comedia: el silencio.
En la preparación y en la escritura, tienes que pasar por el silencio. Tienes que aburrirte, machacarte la cabeza en silencio hasta dar con algo. Tienes que aprender a sufrir, a estar sin ideas. Y en la actuación, el silencio es lo mejor del monólogo. Lo prefiero al aplauso, a las risas. Significa que el público te escucha con atención. El silencio, para mí, es atención. Será una cosa muy personal, de años de ruido en casa, de que nadie te haga caso. Pero no hay nada mejor que tener a 500 personas escuchándome, en silencio.
¿Y la ofensa?
Distingo mucho entre ofender y herir. Hay gente que se ofende y es muy falso. Es como una actuación, creen que con la ofensa están dando una lección sobre algo. Lo que detesto es herir. No me importa ofenderte, si eres un nazi o alguien que se toma demasiado en serio, pero nunca pretendo herir. Me siento fatal cuando ocurre. Muchas veces me despierto en mitad de la noche por un chiste que no debí hacer. Por eso me gusta ir con las cosas muy pensadas, muy ensayadas. A veces improviso, y en la improvisación insulto a alguien. O cuento cosas demasiado íntimas. No me sale a cuenta. Me importa mucho más que caer en una polémica o una cancelación.
Especialmente con tu familia, imagino.
Leo mucho a David Sedaris. Cuenta muchas cosas de la familia, de la infancia. En algún relato hablaba de eso. Su familia está un poco hasta los huevos de que cuente sus intimidades. Yo me contengo para no hacerlo, por si acaso.
Dónde crees que hay más cintura, en estos tiempos: ¿a izquierda o a derecha?
Voy a generalizar. Veo a la izquierda más susceptible a nivel social, y a la derecha a nivel institucional o político. La derecha se arroga el término de la lucha contra lo políticamente correcto, pero prueba con un chiste sobre la Iglesia o la monarquía. Irán a por ti. En la izquierda veo mucha sensibilidad con los temas sociales, están muy encima. Quizá por intentar educar. Pero hay algo más preocupante. Puedo entender sin problemas que la gente escriba contra ti en internet por un chiste. Pero que te persiga la justicia es una locura, va contra la libertad de expresión, y ocurre.
"Lo menos ofensivo es lo más polémico que puedes hacer en estos momentos"
¿No se ha magnificado la idea de cancelación? A unas cuantas críticas se llama caza de brujas.
Fíjate, ¿cuántos usuarios activos hay en Twitter? ¿El 1,5% de la población en España? La representatividad de Twitter es baja. El problema son las corporaciones que se basan en las opiniones tuiteras para definirte como cancelable o no.
No te van las redes sociales.
Soy un afortunado. Tengo la beca David Broncano para el desarrollo y perfeccionamiento de la comedia, la cual te garantiza trabajo y exposición. (Ríe) Es verdad. Tengo la suerte de no necesitar un Instagram masivo, porque La Resistencia sube vídeos de mi sección todo el rato. Es un privilegio. La mayor parte de los cómicos vive a merced del algoritmo, calculando qué puede ser viral, de qué se está hablando. Yo puedo ir a mi puta bola.
¿Es peor el algoritmo que la televisión?
Claro. Tal y como yo lo veo, la mayor amenaza para la autenticidad es el algoritmo. Mucha gente que se adecúa o se adapta a lo que considera que es el algoritmo, cuando el algoritmo es indescifrable. ¿Cómo puedes saber qué quiere?
El algoritmo es insaciable.
¿Qué acaba por ocurrir? Muchos hacen lo mismo, o muy parecido. El algoritmo te lleva a ser menos original. Si alguien ve que algo se hace viral, procura imitarlo. El problema es ese: intentar ser viral. Tienes que intentar ganarte la vida siendo tú mismo y punto. ¿Para qué quieres ser viral?
¿Probar fortuna y si no a otra cosa?
[Hace una pausa] Oh, no, estoy dando consejos. Sé constante. O no lo seas. Haz lo que te salga de los cojones.
Dame un titular. ¿Cuál es la afirmación más polémica que se te ocurre?
Amo… a todas… las personas.
…
¿No te parece polémico un mensaje cristiano?
Muy poco ofensivo.
Lo menos ofensivo es lo más polémico que puedes hacer en estos momentos. Y lo más llamativo que puedes decir es “os quiero, gracias”.