Acaba de regresar de su última gesta con una medalla de oro entre los dientes. Jaime Lizana, de 26 años y soldado en el Regimiento de Especialidades de Ingenieros 11 del Ejército de Tierra, ha ganado la Copa del Mundo de Kickboxing celebrada en Austria esta semana. Cuando habla con EL ESPAÑOL aún está agotado por el tremendo esfuerzo físico que le ha supuesto, pero lo cierto es que no se le nota: derrocha pasión hablando del deporte que, dice, le ha cambiado la vida por completo.
Conversar con Jaime es un placer porque los trofeos y los podios no se le han subido a la cabeza. Es didáctico y no esquiva un solo tema. Lleva diez años entrenando kickboxing (un deporte nacido de la mezcla entre el kárate tradicional y el boxeo inglés) y dos menos compitiendo al más alto nivel en rings de todo el mundo, en los que ha ido cosechando amigos y experiencias; ha llegado a noquear a un rival hasta dejarlo medio inconsciente y este, en cuanto ha recuperado el tono, le ha pedido una foto juntos.
Reivindica el respeto que impera en la práctica de kickboxing, lejos de los prejuicios que en ocasiones rodean este y otros deportes de combate. Y también que cualquier persona puede disfrutar de su práctica, cada uno a su nivel, "desde un niño de 4 años a una persona de 80".
Su historia arranca gracias a unos amigos del instituto, que fueron quienes le tentaron. Ellos ya entrenaban en Élite, la que a día de hoy sigue siendo la escuela de Jaime, y lo convencieron para que se les uniera. Allí conoció a su entrenador, Manuel García Ramiro, que es algo así como el Frankie Dunn que encarnaba Clint Eastwood en Million Dollar Baby (una peli que, por cierto, le encanta a nuestro protagonista).
Manuel ha velado por la carrera de Jaime, como sucedía en la película, dentro y fuera del cuadrilátero: "A él le debo mucho, no solo a nivel deportivo, sino que a nivel personal yo evolucioné mucho gracias al kickboxing, en estudios, en madurez... Siempre decimos que lo primero que se enseña cuando entras a la escuela son valores, una forma de vida y una disciplina que educa a las personas y las ayuda. Me cambió mucho la vida".
En cuanto a la forma física que este deporte requiere, Jaime estaba preparado: "Empecé hace 10 años, cuando tenía 16. He jugado al balonmano toda la vida, así que tenía una buena base deportiva y me adapté bastante bien. A los dos años de entrenar empecé a competir y fuimos bastante acelerados en el proceso de mejora: empecé en 2013 y en 2017 ya gané el campeonato de España".
Desde entonces hasta ahora, ha ganado seis campeonatos de España consecutivos, tres Copas del Mundo (la de Hungría en las ediciones de 2021 y 2022, más la de Austria este 2023), un bronce en el Mundial de 2019 y otro en el campeonato de Europa de 2022. Bromea con que no es Cristiano Ronaldo, "ni falta que hace", dice entre risas, pero desde luego en su mundillo sí es muy reconocido y le gusta sentir el calor de los suyos: "Lo hago por mí y por mi equipo, porque me gusta realmente competir, pero es una pasada cómo un montón de personas admiran lo que haces. Aquí en el Ejército lo tienen súper bien reconocido, todo el mundo me da la enhorabuena, me publican en las revistas, me dicen que soy un ejemplo para los demás…".
Más allá de los elogios, el Ejército también le da el soporte necesario para poderse dedicar profesionalmente a su pasión. De hecho, eso fue decisivo para que Jaime decidiera ingresar a las Fuerzas Armadas. Antes de la Covid ya formaba parte del equipo nacional y el kickboxing le daba cierto sustento económico, pero con la llegada de la pandemia "se pausaron todos los campeonatos" y tuvo que pensar qué salida tomar: "Vi que en el Ejército y en la Guardia Civil los deportistas de alto nivel tienen una serie de derechos para que puedan desempeñar sus funciones como deportistas y me presenté: era una buena oportunidad compaginar este trabajo, que también me gusta mucho, con mi deporte, que es para mí lo prioritario".
Como soldado del Regimiento de Especialidades de Ingenieros 11, Jaime participa en las labores de logística que tiene encomendadas este destacamento, cuya función principal es acondicionar las distintas bases militares que España tiene repartidas por el mundo: "Son los que las montan, instalan electricidad, se encargan de que haya agua potable…". Paradójicamente, la unidad a la que pertenece Jaime Lizana no es una unidad de combate: eso lo reserva para el ring.
Y, aunque ahora los resultados avalan todo su empeño, en sus comienzos tuvo que bregar con la reticencia de sus padres, que le dijeron que el kickboxing era "para macarras" y que le iban a hacer daño: "Yo entendía esa opinión porque, sin conocerlo, mucha gente piensa así. Pero cuando han visto cómo funciona nuestra escuela, por ejemplo, y los valores que hay detrás, han cambiado su opinión totalmente".
Jaime también explica que, dentro de este deporte, el porcentaje de quienes compiten "en pruebas al KO", como hace él, es muy pequeño, y que para llegar a ello la preparación es concienzuda y gradual: "Se empieza desde la base, vas con protecciones por todo el cuerpo y muy poco a poco vas aprendiendo y desarrollando esas habilidades, y ya si luego quieres competir y exponerte a algo más duro tienes una preparación previa de mucho tiempo. Entrenas todos los días de la semana y preparas tu cuerpo y tu mente para ello, así que cuando estoy en un combate yo tengo el cuerpo hecho para eso y no me parece que me estoy golpeando, sino que estoy practicando un deporte, como cuando juego un partido de fútbol con mis amigos". Todo en la vida "requiere un aprendizaje previo", dice. Razón lleva.
Preparación física y mental
Este aprendizaje va acompañado de una preparación que varía a lo largo del año, pero que es siempre exigente. Durante la temporada de competición, Jaime entrena seis días a la semana. Por la mañana se prepara físicamente en sesiones de gimnasio y, por las tardes, hace el entrenamiento específico. "Dependiendo del día tocan conceptos más tácticos, o día más duro de combate, o técnica de aprendizaje de golpes más concretos… Cuando se acercan las competiciones se hace un trabajo progresivo en el que alcanzas tu máximo rendimiento, y las últimas semanas ya antes de pelear lo vas bajando gradualmente para llegar a la competición en la mejor forma posible y sin cargas físicas ni lesiones".
¿Lo más duro de tanta dedicación? La dieta, que le lleva a encadenar largos periodos, a veces hasta de mes y medio, en los que no puede salir un solo día a cenar fuera de casa, ni por supuesto de copas con los amigos. Ay. "Nosotros tenemos que entrar en una categoría de peso, en mi caso son 67 kilos, y para dar ese peso cada día de la competición tengo que tener medido absolutamente todo. He aprendido mucho de nutrición, y es duro porque tienes que ser muy disciplinado".
La pasada Navidad, cuenta Jaime con desparpajo, se tomó un merecido descanso (es fundamental en la psicología del deporte, aclara, "tomarse respiros para no quemarse") y engordó diez kilos: "Tenemos el cuerpo habituado a una dieta muy limpia, y en navidades ya sabemos cómo se come... Si a eso le sumas estar sin hacer deporte prácticamente… Qué pasa, que para volverlos a bajar te puedes imaginar: durante un mes y pico he tenido que llevar vida de monje".
Aunque esta preparación física resulta indispensable, más lo es aún la mental, que implica una gran capacidad de concentración y el estudio pormenorizado del adversario. "Sí, puede llegar a ser lo más importante incluso. Habiendo pasado los procesos de preparación, hay muchos competidores a los que la tensión les juega una mala pasada y no les salen las cosas como las han planeado", desarrolla el deportista y soldado.
Y añade: "Lo complicado realmente es saber manejar la situación. Por eso dedicamos mucho tiempo al control mental y cuando estamos cerca de los campeonatos visualizamos a los rivales y hacemos procesos de veinte minutos con los ojos cerrados viendo en nuestra cabeza qué vamos a hacer durante el combate, y eso te ayuda mucho a tener la mente predispuesta y a generar confianza en ti mismo".
Su entrenador, una vez más, es clave en esta parte del proceso. Los instructores son quienes se encargan de ver "una y otra vez" vídeos de todos los rivales contra los que sus púgiles van a enfrentarse, para averiguar cuáles son sus fortalezas y, por descontado, los flancos débiles por los que deben atacarlos. Es, en cierto modo, similar a la estrategia militar: "Un mes antes de un combate sé contra quién voy a pelear y entreno específicamente lo que le voy a hacer a él y no le haría a otro. Con algunos rivales tengo que buscar la presión, a otros hacerles fallar… El estilo de cada uno, sus habilidades y su estatura son claves, y es divertido porque al final desarrollas muchos recursos, y simplemente el que tiene más recursos, gana más combates. Es como una partida de ajedrez".
Relaciones fuera del ring
En algunos combates de otras disciplinas, y por supuesto en la histriónica y televisiva lucha libre WWE, hay un caldo de cultivo de mal rollo previo al combate. Los contendientes se insultan y se increpan y el ambiente se calienta antes de que lleguen los golpes. Pero eso, dice Jaime, no ocurre en kickboxing, donde por lo general y salvo contadas excepciones, impera un clima de compañerismo.
"Con la mayoría de personas con las que he competido tengo muy buena relación, y he hecho grandes amigos por todo el mundo. Tengo un amigo finlandés, que siempre veo en los campeonatos, al que fui a ver a Finlandia y estuve allí con su familia; otro amigo argentino estuvo en mi casa veinte días. Es gente con la que has peleado y a las que te une un vínculo también". Todos son deportistas, aclara Lizana, y en el momento que empieza el combate quieren ganar, pero cuando este termina, las manos se tienden al entendimiento.
Una anécdota sorprendente tuvo lugar en este último campeonato, en el que el soldado peleó contra un púgil inglés, al que noqueó en el primer asalto: "Le pillé con una patada arriba en la cabeza, y no pudo continuar el combate. En el vídeo se ve en el momento en que el árbitro para el combate y yo no estoy celebrando la victoria, estoy hablando con él preguntándole si está bien. Después nos bajamos del ring y me pidió que me hiciera una foto con él y le diera mis redes sociales". Después de haberse alzado con la victoria, el combatiente al que Lizana abatió usó las redes que le había pedido para felicitar al ganador: "Te das cuenta de que con un tío al que le acabas de pegar una patada en la cabeza y le has dejado medio inconsciente, lo primero que haces es preguntarle si está bien y él querer hacerse una foto conmigo. Es raro de entender, parece una contradicción, pero hay mucho respeto por la persona que has tenido delante peleando".
Consecuencias físicas
La pregunta, hablando de noqueos y patadas en la cabeza, es obligada: ¿qué daños pueden derivarse de combatir a un nivel tan alto como Jaime lo hace? Para empezar, es necesario aclarar que dentro del kickboxing existen seis disciplinas distintas, y la que Lizana practica es full contact, "una técnica en la que las piernas tienen que golpear siempre por encima de la cintura", mientras que "el resto de golpes valen todos, tanto de puños como de piernas". El objetivo es ganar por KO, si se puede, antes del límite de tiempo.
Habida cuenta de que alguno de estos golpes pueden acarrear consecuencias, el secreto para la práctica es, emulando a Lola Flores, llevarla a cabo "con método". Para empezar, Jaime aclara que es indispensable entrenar siempre con todas las protecciones, y "evitar en el día los impactos en la cabeza". Normalmente, desarrolla, solo practican un entrenamiento verdaderamente duro al mes: "No puedes trabajar fuerte a diario porque lógicamente no es bueno estar pegándose golpes todos los días como forma de vida, y a nivel de competición pasa lo mismo: no es lo mismo que yo haga quince peleas al año de full contact de 3 asaltos a que haga veinte peleas de boxeo a 12 asaltos".
Además, hay toda una serie de pautas médicas que los competidores deben seguir rigurosamente. Por ejemplo, si un día reciben un golpe fuerte en la cabeza, no deben combatir durante los dos meses posteriores. "Hay gente que no cumple con esas cosas, y la mayoría de problemas que se generan, por ejemplo en el cerebro, es por no haber seguido estas pautas. Cuando te hacen un KO y te crean una conmoción se te hace una fisura en el cerebro, en la corteza, y tiene que repararse; si siguen dándote golpes en el mismo sitio muchas veces se acaba haciendo un derrame cerebral o un coágulo". Se trata de ser conscientes de "nuestra propia máquina", y de calcular "hasta dónde forzarla". Para Lizana, cuidar de la salud del deportista está siempre en la base de la práctica deportiva.
Un legado más allá de las medallas
A este soldado, procedente de Salamanca, también le gusta mucho el snowboard. Al día siguiente de conceder esta entrevista va a viajar a Andorra para subirse a la tabla y navegar la nieve. Lo hace siempre que puede porque ese deporte, dice, le genera una adrenalina similar al combate: "Aunque no tienen nada que ver, cuando estoy bajando una pista muy difícil y siento esa tensión de ir muy rápido y controlar la tabla, se asemeja a lo que siento cuando estoy compitiendo".
Ha cumplido una década en el kickboxing y, si echa la vista atrás, de entre todo lo logrado se queda con esto: "Lo mejor es el crecimiento personal que me ha dado. El haber estado expuesto a diferentes situaciones y haber trabajado tanto me ha hecho una mentalidad mucho más fuerte a la hora de afrontar otros desafíos de la vida que no tienen nada que ver con el deporte. Lo que más me ha aportado es para mí mismo, más que los trofeos y las medallas, que se quedarán en un recuerdo".