El padre Gabriele Amorth tenía una habilidad creativa para retocar la realidad, un trabajo que trascendía lo humano, un ego cercano a lo divino y, sobre todo, un prestigio que alimentar incluso desde el más allá. Dice la sinopsis de la película El exorcista del Papa, inspirada en tan célebre sacerdote, que había practicado en vida más de 100.000 exorcismos. Él mismo reconocía un año antes de morir, que habían sido unos 70.000. O pisó mucho el acelerador en muy poco tiempo o alguien miente. Aunque también es cierto que a veces tenía que despachar a Satanás incluso por teléfono, de tan apretada que tenía la agenda.
Algunos hombres lo hacen con sus conquistas; él, probablemente, se pondría algún exorcismo de más. Llegados a esas cifras, qué más da. Ya tiene bastante mérito llevar la cuenta, con todo lo que tuvo que haber visto en esas jornadas de trabajo infernales. Cuando le preguntabas qué era lo peor, él respondía seco: "Una vez una mujer comenzó a vomitar cadenas de hierro, llaves, muñecos de plástico… Pero es que si la hubieras analizado previamente con rayos X, no le habrías detectado esos objetos que se iban reproduciendo a medida que yo me dirigía al demonio que tenía dentro".
Puede que a otro le hubiera contado otras historias. Sabía que los periodistas siempre vamos a lo mismo y él tenía repertorio para todos. Estaba el caso de un tipo que terminó levitando para escapar de quienes querían librarle de su posesión o el de otro que reaccionaba ante el agua bendita reptando como una serpiente. Aunque, siendo precisos, no hablamos de hombres sino de demonios. "Somos tantos que si fuéramos visibles, taparíamos el sol", le respondieron al padre Amorth una legión de diablos cuando se intentó comunicar con ellos durante un exorcismo. Aunque, de toda la banda, "el más común era Asmodeo, que ya aparece en la Biblia".
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El sacerdote contaba todas estas cosas desde la residencia de la Sociedad de San Paolo en la que pasó sus últimos días. Una entrevista con él -previa espera de meses, debido a su larguísima clientela- ofrecía anécdotas para media vida. Tanto que ocho años después de aquella conversación, aquí estamos de nuevo rememorando sus hits. Murió en 2016 y, aunque su legado nunca se ha extinguido, ahora la película El exorcista del Papa vuelve a poner al personaje ante los focos.
En lo único que debe superar la ficción a la realidad es en el atractivo del personaje. En el papel de Gabriele Amorth, que ya tenía un rostro inquietante de joven, el cine nos ofrece a Russell Crowe. Y por muy desmejorado que esté el actor neozelandés, la figura del religioso sale ganando. Por allí aparece también Asmodeo, una familia de Segovia y una conspiración satánica para explicar que la Inquisición no fue cosa de la Iglesia sino de Lucifer.
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Críticas de la Asociación de exorcistas
Quede claro que no se trata de ningún biopic, sólo hay que ver los efectos especiales de la película. Pero sí que el director Julius Avery y sus guionistas se inspiraron en la biografía del más famoso de los exorcistas para dar vida al personaje interpretado por Russell Crowe y al que llaman directamente Gabriele Amorth. El religioso italiano ya no está entre nosotros para dictar sentencia, aunque a sus más directos herederos no les ha gustado un pelo.
La Asociación Internacional de Exorcistas, fundada por el propio Amorth, publicó hace días un comunicado que denuncia que la película mancha la figura de su mentor, al tiempo que "distorsiona y falsifica lo que de verdad se vive durante un exorcismo". Consideran que ya el título es "presuntuoso", los efectos especiales, inverosímiles; la escenografía, pobre; y el Papa, "poco creíble". Y todo esto, confiesan, sin haber visto la película, solo con el tráiler. Algunos espectadores que sí que han pagado su entrada coinciden en bastantes aspectos de la descripción.
El padre Amorth creó esta asociación en 1994 como una forma de legitimar su tarea. Ocho años antes, en 1986, el papa Juan Pablo II lo había nombrado exorcista oficial de la diócesis de Roma, cuyo obispo es el propio Pontífice. El exorcismo es una práctica reconocida por la Iglesia Católica, aunque desde el Concilio Vaticano II (1962-1965) los curas dedicados a ello habían sido relegados casi al ostracismo. Juan Pablo II restituyó su figura y la inclinación mediática de Gabriele Amorth hizo el resto. Hoy la Asociación Internacional de Exorcistas tiene casi un millar de miembros, entre inscritos y auxiliares, y está reconocida por la Iglesia
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Harry Potter y Satanás
Al menos en sus últimos días, el padre Amorth no tenía ninguna pinta de ese rudo bebedor de whiskey que encarna Russell Crowe. Que muchos curas le dan a la bebida, sí, como todo el mundo; pero que este hombre veía al Maligno en "muchos de los vicios del hombre". De joven recibió la medalla al valor militar tras formar parte de los partisanos durante la Segunda Guerra Mundial y después se alistó en la Democracia Cristiana, donde conoció a Giulio Andreotti. De política no hablaba, aunque también veía una influencia maléfica en "el aborto, el divorcio, la homosexualidad, el porno en televisión o la música rock".
A un periodista inglés le dijo que "practicar yoga o leer a Harry Potter pueden parecer inocuos, pero ambos lidian con la magia y eso lleva al mal". Y, claro, así tenía la lista de espera. La película que sí le había gustado era El Exorcista, la buena, la de 1973, de William Friedkin. "Aunque es algo sensacionalista, con escenas poco realistas, es sustancialmente fiel. Llegó a una gran audiencia y promovió la figura del exorcista", dijo en uno de sus varios libros. Y, al final, esa era su verdadera causa: reivindicarse.
Tan buenas migas hizo con William Friedkin, que le permitió grabar una sesión de exorcismo -lo que siempre le negó a los periodistas- y proyectarla en un documental llamado El diablo y el padre Amorth, estrenado en 2017, tras la muerte del religioso. Cinematográficamente, el documental era un desastre y tampoco sabemos qué le pareció a su protagonista. En el caso de la peli de Russell Crowe, quién sabe, igual al viejo sacerdote le hubiera divertido verse en el cuerpo de un gladiador. Si les sirve de consuelo a los exorcistas, parece que a la crítica tampoco le ha gustado.